Un desvío de las aguas del río Mauri, que va de Bolivia a Perú, ha puesto una nota más de disenso entre los gobiernos de nuestros países. El ministro boliviano David Choquehuanca ya envió una reclamación a su par en Lima, luego que campesinos de la zona denunciaron la reducción del caudal del río. Cincuenta […]
Un desvío de las aguas del río Mauri, que va de Bolivia a Perú, ha puesto una nota más de disenso entre los gobiernos de nuestros países. El ministro boliviano David Choquehuanca ya envió una reclamación a su par en Lima, luego que campesinos de la zona denunciaron la reducción del caudal del río. Cincuenta años después, parece que volviésemos a vivir el episodio del río Lauca.
Con bastante frecuencia, científicos y analistas internacionales vaticinan que, en cincuenta o menos años, las guerras internacionales, tendrán por objetivo el dominio de las fuentes de agua. Por cierto que no ocurrieron guerras por la conquista del agua, pero se han producido múltiples conflictos internacionales. Basta mencionar el caso de Bolivia, cuyas relaciones con Chile fueron rotas por el caso del río Lauca, que nuestro vecino usa, en perjuicio de Bolivia, para mantener la fertilidad del valle de Azapa, en las cercanías de Arica. Agreguemos las aguas del Silala, que nacen en un bofedal y de donde, hace más de un siglo, se autorizó a una empresa ferroviaria, su uso para alimentar las locomotoras y terminó regando un territorio chileno; hay un principio de arreglo sobre este tema, pero el caso del Lauca aún no se ha tocado.
Lauca, Silala, Mauri, son episodios aislados, aunque sabemos que, en conjunto, marcan una tendencia de nuestros vecinos a aprovechar la riqueza acuífera de Bolivia. Tendencia que, en los próximos años, se acentuará, indisponiendo las relaciones con otros más de los países vecinos.
La situación es delicada. En Bolivia se originan los afluentes tal vez más importantes de las cuencas amazónica y platense. Los nevados andinos que atraviesan nuestro país en sus dos ramificaciones, originan los ríos que avanzan hacia el norte y hacia el sur. A la vez, desde los pantanos de las tierras bajas bolivianas, avanzan otros afluentes que van juntándose en el ápice norte para formar el río Madera que, al unirse al Amazonas, casi duplica su caudal. Hacia el sur, las aguas van creciendo hasta formar el río Pilcomayo que, traspasando la frontera, será límite entre dos naciones y uniéndose a otro cauce, formará finalmente el gran río de la Plata. Es decir: de Bolivia salen caudales importantes para las dos principales cuencas de Sudamérica. Esos cauces nos relacionan con tres países: Brasil, Paraguay y Argentina. Los ríos menores que nacen en Bolivia van hacia el Océano Pacífico, cruzando Perú y Chile, con quienes tenemos problemas actualmente.
Sin embargo, debemos inscribir en nuestra agenda el plan brasileño de construir dos represas sobre el río Madera. Por supuesto, se trata de atender la creciente demanda eléctrica que se genera en nuestro enorme vecino cuyos 190 millones de habitantes reclaman más atención cada día. Pero, como es de suponer, la construcción de tales represas generará un grave deterioro ambiental en Bolivia.
Basta recordar que, anualmente y con variaciones imprevisibles por ahora, el departamento del Beni se inunda dejando daños muchas veces irreparables. Instaladas las represas, las inundaciones serán previsibles: habrá crecidas cada vez mayores hasta volver inhabitable esa región. Brasil aduce que, el río Madera, es decurso totalmente brasileño y, por tanto, nada tiene que discutir con sus vecinos. ¿Qué dirían los vecinos brasileños, si construyésemos una represa en el Mamoré y otra en el Beni que, del mismo modo, no tienen curso internacional, pero son afluentes del Madera? Hay que buscar soluciones que tengan en cuenta los intereses y las necesidades de ambos países.
En cuanto al sur, muy pronto tendremos que usar esa vía para el transporte del hierro que comenzará a explotarse en el Mutún en los siguientes meses. Debemos desarrollar una política de largo aliento con Argentina, para asegurar que, dado el nuevo uso que se le dé a ese cauce, se haya previsto satisfacer el interés de cada país por el cual se transportará el metal.
No es la guerra, por cierto, pero la política internacional de Bolivia tiene que marcar, claramente, qué objetivos, qué metas y qué curso debe darse a nuestra política relacionada con el uso y el beneficio de las aguas que nacen en nuestra cordillera.