Hace cuatro años, Evo Morales llegaba a la presidencia con casi el 54% de los votos, y pocos imaginaron que ese récord podía ser mejorado. Pero ayer, el mandatario boliviano superó su propia marca al ser reelecto con más del 60% de los votos. Un resultado que se explica por la consolidación del apoyo sin […]
Hace cuatro años, Evo Morales llegaba a la presidencia con casi el 54% de los votos, y pocos imaginaron que ese récord podía ser mejorado. Pero ayer, el mandatario boliviano superó su propia marca al ser reelecto con más del 60% de los votos. Un resultado que se explica por la consolidación del apoyo sin fisuras de los sectores populares y de adquisiciones más recientes entre los sectores medios, sumado al hecho de que el padrón del occidente andino sigue definiendo los comicios bolivianos. Allí el apoyo al oficialismo fue abrumador. Ningún presidente obtuvo semejante votación desde la revolución de 1952, cuando el Movimiento Nacionalista Revolucionario controlaba sin contrapesos el Estado y las elecciones.
Y aunque la oposición logre ganar Santa Cruz, como se anticipaba ayer, esto ya no alcanza. «Esta elección es nacional y la contundencia de Evo Morales no admite discusión», sostuvo el analista cruceño Carlos Hugo Molina. La «media luna» ya no existe: en Tarija y en Chuquisaca ganó el oficialismo, y en todo el oriente el MAS (Movimiento al Socialismo) subió su votación.
«Un Morales tenía que llegar. Podía haberse llamado Quispe, Mamani, Condori o Choquehuanca. Estaba reservado por obvias razones el lugar de primer presidente indígena para un aymara o un quechua», dice el ex presidente Carlos Mesa. Y Evo Morales -un animal político a tiempo completo- ocupó ese lugar subido a una ola de rebeliones sociales entre 2000 y 2005 que pulverizó al sistema político nacido en 1985 y conocido como la «democracia pactada».
Ningún candidato opositor pudo competir con el arrollador Evo Morales, capaz de conmover las fibras más íntimas de la Bolivia profunda en cada uno de sus discursos proselitistas. «A la gente, al final, le gusta el discurso de pelea y confrontación de Evo Morales», dice, decepcionada, la socióloga Susana Selema, opositora acérrima al gobierno. En verdad, el proceso liderado por Morales se piensa a sí mismo como una revolución antielitista, de ahí el poco apego a las formalidades institucionales. «Partido dominante, oposición débil y confundida, sin espacio para el centro», resumió la ex parlamentaria Erika Brockmann.
Pero el fin de la polarización es todo un desafío para un gobierno que cohesionaba a su tropa ante al peligro de una «oposición desestabilizadora al acecho». Las promesas de campaña fueron muchas, entre ellas un ambicioso programa industrializador. Pero la realidad sigue siendo «extractivista»: gas y minería. Según el director del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario, Javier Gómez, «los esfuerzos del gobierno se tradujeron en la captación de la renta por exportaciones de hidrocarburos y su transformación en bonos sociales». Pero con esto no alcanza: la pobreza sobrevivió a la abundancia de reservas internacionales y al derrame del crecimiento económico. Y los problemas de corrupción en la petrolera YPFB alertan sobre el nuevo capitalismo de Estado.
La conformación del MAS en un inédito partido hegemónico -percibido por muchos como una agencia de empleo- con mayoría en ambas cámaras y con capacidad de «copar» el Estado introduce no pocos riesgos a futuro, y el desafío de saber administrar esta inédita victoria. Fueron muchos en Bolivia quienes intentaron dejar atrás la pobreza y el subdesarrollo y fracasaron. Con estos resultados, Evo Morales tiene una oportunidad inédita. Y ayer eran puros festejos.
Fuente: http://www.clarin.com/diario/2009/12/07/elmundo/i-02056832.htm