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Una jornada «ejemplar»

Fuentes: Rebelión

Italo Calvino es uno de los grandes escritores italianos [1923-1985]; La Jornada de un interventor electoral, de su autoría, trata de la experiencia de un joven militante del Partido Comunista, Amerigo Ormea, en pleno día de sufragio en el Cottolengo, en Turín, a mediados de los años 50. Calvino narra un día de elecciones y […]


Italo Calvino es uno de los grandes escritores italianos [1923-1985]; La Jornada de un interventor electoral, de su autoría, trata de la experiencia de un joven militante del Partido Comunista, Amerigo Ormea, en pleno día de sufragio en el Cottolengo, en Turín, a mediados de los años 50. Calvino narra un día de elecciones y las maniobras partidistas por atrapar votos aquí y allá por deleznable que sea el método. El Cottolengo, además de colegio, es una inmensa institución benéfica regentada por religiosas y que acoge desde huérfanos a deficientes de todo grado y condición. «La función de ese enorme hospicio, que es la de dar asilo, entre otros muchos infelices, a los disminuidos físicos, a los deficientes mentales, a los deformes, al mismo tiempo, (es) el lugar en época de elecciones, casi un sinónimo de estafa, de manejos, de prevaricación.

«En efecto, desde que en la segunda posguerra el voto había pasado a ser obligatorio, y hospitales, hospicios y conventos hacían de gran reserva de sufragios para el partido democratacristiano -narra Calvino-, era sobre todo allí donde cada vez se daban casos de idiotas que votaban, de ancianas moribundas, o impedidos por la arteriosclerosis, gente, en fin, carente de capacidad de comprender. Surgían, en estos casos, unas anécdotas entre burlescas y lastimosas: el elector que se había comido la papeleta, aquel otro que al verse entre las paredes de la cabina con aquel pedazo de papel en la mano, creyéndose en la letrina, había echo sus necesidades, o la fila de los deficientes más capaces de aprender, que entraban repitiendo a coro el número del censo y el nombre del candidato: ‘¡Un, dos, tres, Quatrello!’, ‘¡Un, dos, tres, Quatrello!».

Muchas semejanzas con los sufragios del México actual; como Amerigo, muchos ciudadanos nunca nos hicimos ilusiones con estas elecciones, pues una vez más «se trataba para los partidos del gobierno de hacer valer… la ley-estafa». Pero no se trata ahora de quedarse pasivos ante el escándalo de un fraude anunciado sino de exigir unitariamente, con el movimiento «Yo también soy 132», resultados transparentes y democráticos. El «triunfo» priísta nos debe hacer comprender que el lastre de casi un siglo de corporativismo y de un sistema clientelar con base a lo más atrasado políticamente de la población sigue siendo muy pesado y que esta forma de poder nunca se fue ni se irá tan fácilmente. La cultura priísta está muy enraizada, y ahora el «haiga sido como haiga sido» es el mayor cinismo del poder por encima de los intereses ciudadanos. El verdadero Instituto Federal Electoral (IFE) es Televisa, el domingo presentó a sus nuevas estrellas, pues a escasa hora y media del cierre de casillas, ¡con apenas cinco por ciento de votos computados!, con bombo y platillo anuncio a los «triunfadores» priístas: ¡madruguete electoral! Parafraseando la charlatanería de Enrique Krauze, esta es la democracia burguesa sin adjetivos. El IFE, «sinónimo de estafa, de manejos, de prevaricación», sumido en la corrupción, nunca ha sido controlado por ciudadanos sino por los partidos sistémicos, especialmente por el PRI. Las maniobras del tinglado fueron desde las más burdas hasta las más sofisticadas.

En México, además de los muertos que votan por cientos como ánimas en pena, hay millones de ciudadanos que vendieron su voto, su alma al diablo, por un plato de lentejas. Dos noticias: la buena: salió el PAN; la mala: quedó el PRI ¿Cómo explicarnos que la ciudadanía largó al PRI en el 2000 con un voto de castigo y doce años después lo premia? Regreso al futuro… un futuro ominoso. Enrique Peña Nieto, igual que a Felipe Calderón, no tendrá ninguna legitimidad política. Que no le preocupa, pues la legitimidad carece de valor en un régimen autoritario, partidocrático y cleptocrático.

Es muy claro que el único voto que decide es el de la oligarquía, el de los dueños del poder y del dinero: los grandes empresarios industriales, financieros, comerciales y de los medios de televisivos. Aquí las elecciones no se ganan con votos sino con dinero contante y sonante, y los más poderosos tienen enormes ganancias monetarias para imponer su voluntad. El proceso electoral en su conjunto, desde el inicio, es un verdadero fraude, porque es mentira que la genuina voluntad ciudadana se expresó en las urnas, porque la antidemocracia ha sido la regla, desde la prohibición de candidaturas independientes hasta la imposición de requisitos absurdos para el «registro» de nuevos partidos. La «democracia» que determina estas elecciones es la democracia del dinero, de la corrupción y el cinismo de una casta de políticos en su mayoría verdaderos mercenarios. Millones de votos fueron comprados, descaradamente inducidos, fabricados con base en mentiras y manipulaciones de los poderosos creadores de «opinión pública».

Como Amerigo, estuvimos «cabalmente conscientes del engaño burgués de todo el tinglado», del cual el IFE no es más que una parte de la alquimia electoral. El verdadero derrotado continúa siendo el pueblo trabajador que carece de partido representativo e independiente. También, como Amerigo, sabemos «que en política los cambios se producen por caminos largos y tortuosos, y que no hay que esperarlos de un día para otro, como un golpe de la fortuna».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.