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Perú

Una mision patética

Fuentes: Rebelión

Una misión patética, e incluso ridícula, cumplieron en días pasados tres parlamentarios peruanos que viajaron a Caracas como «damas de compañía» de la ex diputada vedette venezolana María Corina Machado a fin de «garantizar su libertad». Cecilia Chacón, congresista que representa a la Mafia Fujimorista, que tiene graves acusaciones contra ella por diversos delitos cometidos […]

Una misión patética, e incluso ridícula, cumplieron en días pasados tres parlamentarios peruanos que viajaron a Caracas como «damas de compañía» de la ex diputada vedette venezolana María Corina Machado a fin de «garantizar su libertad».

Cecilia Chacón, congresista que representa a la Mafia Fujimorista, que tiene graves acusaciones contra ella por diversos delitos cometidos en beneficio propio y en protección a su padre, un general vinculado a la dictadura depuesta que purgó algunos años de prisión; fue la más destacada. Estuvo acompañada por Martín Belaunde Moreyra, casual Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara y por Luis Galarreta, líder del Partido Popular Cristiano.

Ninguno de ellos explicó quién les financió el viaje a la capital llanera, ni de que manera de pagó su estancia allá; pero no fue necesario que lo hicieran porque los periodistas que alabaron su «inmenso valor de enfrentarse a una dictadura» fueron con ellos lo suficientemente benévolos como para no formularles preguntas indiscretas.

Es bueno que se indague esto porque, por lo menos el honorable congresista Belaúnde, en su momento, lloró a mares cuando se vio forzado a devolver los quince mil soles que recibiera indebidamente por «gastos de representación» que no le correspondían y que quiso usar -según dijo- para «reparar su carrito». Roñoso era.

Las fotos publicadas en nuestra capital por la «prensa grande» y las tomas de la TV mostradas por la cadena peruana al servicio de la clase dominante; los mostraron entre afanosos y asustados en el aeropuerto de Maiquetía, cuando descendieron de la nave que los trajo a la ciudad de Caracas. Esperaban, de un momento a otro, que un poderoso destacamento de la Guardia Nacional Bolivariana los copara, los redujera y los esposara para conducirlos encadenados o con grilletes, hasta el calabozo más infecto que pudiera existir en esa capital. Nada de eso ocurrió.

Fueron recibidos con sorna por la policía de migraciones y con indiferencia ciudadana hasta que pudieron dar la cara a un vocinglera manifestación de «apoyo» a la señora Machado, quien aseguró a sus «fans» que se sentía «más diputada que nunca» flanqueada por sus pares peruanos.

Y tuvo razón, al referirse a «sus pares peruanos» porque, en efecto, son sus «pares», es decir personas de su misma ralea, calaña y extracción social y están vinculados a los mismos intereses, aquellos que representan la antipatria aquí, en Venezuela o en cualquier país de América.

La presencia de María Corina Machado en nuestra capital obedeció, por cierto, a un motivo pintoresco. Fue la estrella central en el show montado en la Universidad de Lima por el escritor Mario Vargas Llosa quien, probablemente, la percibió como personaje de una novela que ya escribió: «las aventuras de la niña mala«. Y es que María Corina pretendió emular a la Ucraniana Timoshenko, y perfilarse como la heroína de América en la lucha «contra el chavismo».

Sustentada en la imaginación de Vargas Llosa, esta niña mala, contó en Lima historias horrendas respecto a lo que ocurre en Caracas. Habló de crímenes, secuestros y torturas, reveló la existencia de «centros clandestinos de reclusión», de «grupos paramilitares», de «comandos de acción», operando a la sombra del «Poder Chavista», y llamó a los organismos internacionales a «actuar prontamente».

En el extremo, acusó a los gobiernos de América -incluido ciertamente el peruano- de «cómplices» de la «brutal dictadura venezolana», y exigió la «libertad inmediata» de todos los terroristas detenidos en distintas ciudades venezolanas, por explotar bombas, provocar incendios, construir barricadas callejeras y asesinar a jóvenes, uniformados o no, que se oponían a sus afanes golpistas.

Por supuesto, no dijo nada de su propia acción, cuando el pasado 20 de marzo pretendió intervenir en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en representación del Gobierno de Panamá para sustentar aviesos ataques contra su propia patria.

Como bien se sabe, esa fue la razón que la colocó de manera automática fuera del Poder Legislativo Venezolano que tiene, como todos los parlamentos del mundo, mecanismos que preservan su propia institucionalidad. Fue esto lo que pretendieron ignorar los congresistas peruanos que, como «damas de compañía» buscaron figurar al lado de la señora Machado consumando una flagrante intromisión en los asuntos internos de otro país.

De acuerdo a la legislación peruana, la conducción de la Política Internacional corresponde al Presidente de la República. Él, es quien dicta las pautas y perfila sus orientaciones correspondientes. Pero en este caso, los congresistas peruanos, insertados en la comitiva de doña Corina, se tomaron la libertad de violar impunemente los dictados constitucionales y optaron por decidir ellos mismos que el Perú debía ser hostil a la administración bolivariana que representa el Gobierno Constitucional de Nicolás Maduro.

¿Quién les dio «poderes» a estos congresistas para violar nuestras leyes y hasta preceptos de orden constitucional recogidos incluso por la Carta Magna del año 93, que tanto les gusta «respetar»? ¿Con qué derecho decidieron que «la posición peruana» debía ser la que ellos encarnan por voluntad personal o por decisión de quienes los invitaron, o enviaron allá? ¿Alguien les pedirá cuentas por esta grosera violación al orden constitucional vigente?

Es curioso. Cuando Estados Unidos manejaba la OEA como su juguete y disponía como le daba la gana lo que debían acordar «Los Cancilleres de América», nadie decía nada. Les pareció «saludable», incluso, que a petición de Washington y bajo la orden del bastón de mando del Imperio, los gobiernos de América -con precarias y puntuales excepciones- expulsara a Cuba de la Organización de Estados Americanos.

Hoy, que ha cambiado la correlación de fuerzas en nuestro continente. Y cuando la OEA no representa más la opinión de Washington, entonces las Corina Machado de Venezuela, y las de aquí; se rasgan las vestiduras y a lágrima viva, claman por «la falta de sensibilidad» de los organismos internacionales. Ellos quieren, por cierto, el retorno a los viejos tiempos. Añoran la OEA de los años de Foster Dulles, o de «la guerra fría»; la OEA de las dictaduras asesinas; la de los militares brasileños del 64, o la de Strossner, Pinochet, Barrientos, o Videla, porque esa OEA no dijo una palabra contra los crímenes de entonces, que se hacían en defensa de los intereses que hoy representan la Machado, y sus socios de coyuntura.

Ellos dicen estar contra los gobiernos de Venezuela y Cuba. Pero eso, no es verdad. También están -y los hechos lo confirman cada día- contra el gobierno de Evo Morales, en Bolivia; contra Rafael Correa, en Ecuador; contra Cristina Kichner en Argentina; contra Dilma Rouseff, en Brasil; contra José Mujica, en Uruguay; contra Daniel Ortega, en Nicaragua; del mismo modo como estuvieron antes contra Manuel Zelaya, en Honduras y Fernando Lugo, en Paraguay; y ahora, contra Michelle Bachelet en Chile y Salvador Sánchez Cerén en El Salvador. Incluso, están contra Ollanta Humala, en el Perú, a quien irrespetan cada día.

En realidad, están contra América Latina toda. O, en todo caso, contra toda aquella que busca preservar la soberanía de sus Estados y la dignidad de sus pueblos.

Esa América Latina que crece inexorablemente, y que ellos están dispuestos a abatir a sangre y fuego.

Por defender los oscuros intereses del Imperio y preservar los privilegios de la clase dominante en nuestro continente, siempre habrá áulicos dispuestos a cualquier patética, o ridícula, misión en todas partes.

Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.