Acceder al gobierno nacional: un paso de esperanza El gobierno que emergió en Bolivia en diciembre de 2005 y asumió en enero del 2006, que convocó y realizó la Asamblea Constituyente, que convocó y ganó el referéndum revocatorio en 2008 y que nuevamente convocó y ganó la presidencia del país y el gobierno nacional en […]
Acceder al gobierno nacional: un paso de esperanza
El gobierno que emergió en Bolivia en diciembre de 2005 y asumió en enero del 2006, que convocó y realizó la Asamblea Constituyente, que convocó y ganó el referéndum revocatorio en 2008 y que nuevamente convocó y ganó la presidencia del país y el gobierno nacional en las elecciones de 2009, es un gobierno de nuevo tipo: surgido de las luchas sociales de los pueblos indígenas, construido también con el protagonismo de los movimientos sociales, de trabajadores, de campesinas y campesinos, entre los que destaca el movimiento cocalero.
Evo Presidente, es la frase que sintetiza desde finales de 2005 la gran esperanza de los pueblos de Bolivia y del continente todo. El nudo central de su programa de gobierno constituye la búsqueda de soluciones a los reclamos históricos de las comunidades indígenas, organizaciones sindicales mineras, campesinas y urbanas. Por ello, entre sus primeros pasos destaca la convocatoria y realización de la Asamblea Constituyente y la recuperación de los recursos energéticos del país orientada, entre varias razones, a la creación de un fondo para atender las políticas sociales.
Entre los objetivos prioritarios del gobierno se encuentra la lucha contra la discriminación étnica y la exclusión social y cultural, la erradicación de la pobreza, poner fin a la dependencia y el saqueo, refundar el Estado a partir de reconocer y articular su carácter plurinacional, construyendo una sociedad intercultural, basada en una democracia participativa que abra cauce al florecimiento de las autonomías de las comunidades (de sus identidades, cosmovisiones y modos de vida), trabajando colectivamente para construir un Estado plurinacional, que proyecte a sus habitantes al centro del quehacer social, político, cultural del Estado y el gobierno, es decir, ampliando la democracia desde la raíz, transformándola. Tales serían, entre muchos, los ejes centrales del quehacer estatal-gubernamental en lo que puede considerarse el período inicial del primer gobierno de los movimientos indígenas y sociales del continente. De ellos, considero importante destacar -a los fines de este análisis-, elementos centrales de su propuesta integral, intercultural y descolonizada del desarrollo, el bienestar y el progreso sociales.
Una concepción diferente del desarrollo y el progreso
Por diversos caminos, las reflexiones actuales más maduras en este tema convergen en un punto: El «desarrollo» capitalista alcanzado (en el Norte), resulta hoy indeseable (además de inalcanzable). Es inalcanzable porque las «periferias» han sido excluidas del diseño y los planes de hegemonía del capital global actual (salvo como territorios sirvientes) y no tienen cabida en ellos. Es indeseable porque el carácter destructivo y devastador que conlleva va dejando claro que ese «modelo» va a continuar con la depredación de la naturaleza, con el saqueo, con las guerras, es decir, continuará sembrando la muerte. Precisamente por ello es incapaz de promover, defender y garantizar la supervivencia humana y natural del planeta; tampoco ofrece soluciones a la situación de miseria, enfermedades, analfabetismo, carencia de infraestructura y exclusión crecientes de amplias capas de la población del planeta.
Estas razones, entre otras, hacen que el debate del desarrollo integre lo político, social, cultural y ético, además de lo económico. Y en la Bolivia de hoy esto se articula directamente con la lucha por la erradicación de la pobreza, con la propiedad de los recursos energéticos, con las posibilidades de acceso a los servicios y el goce de los derechos por parte de toda la ciudadanía, es decir, con la democracia. Desarrollo y democracia guardan -en esta concepción- una relación directa biunívoca.
Tomando como punto de partida las propuestas de los movimientos indígenas, campesinos y sociales, el gobierno que encabeza Evo Morales Ayma presenta en 2006, un Plan Nacional de Desarrollo que condensa esta nueva cosmovisión integral de vida y modos de vida, y define políticas públicas para hacerla realidad. En esto se resume y proyecta -sustantivamente- lo nuevo: se supera el ámbito teórico reflexivo; las ideas y propuestas iniciales cobran vida, se concretan y desarrollan en la acción política-social transformadora.
Atendiendo a los alcances de este sucinto análisis, deseo llamar la atención sobre un elemento sobresaliente de dicho Plan: la unificación de los caminos del desarrollo con los de la erradicación de la pobreza, de la desigualdad y la exclusión étnica-social.
Una de las primeras cuestiones puestas en cuestión han sido los conceptos «pobreza» y «pobres», pues ellos invisibilizan los procesos de empobrecimiento y exclusión a los que fueron sometidos histórica y sistemáticamente los pueblos indígenas desde los tiempos de la conquista y colonización. Consiguientemente, los programas orientados a la eliminación de la pobreza en Bolivia están anudados a la eliminación de los mecanismos de empobrecimiento constante de los sectores indígenas, campesinos y de trabajadores en general. Y se conjugan directamente con los planes de desarrollo en la perspectiva señalada.
Del «bienestar» individualista al «vivir bien» en comunidad
La expresión vivir bien, propia de los pueblos indígenas de Bolivia, significa, en primer término, «vivir bien entre nosotros». Se trata de una convivencia comunitaria intercultural y sin asimetrías de poder. «No se puede vivir bien si los demás viven mal», tal es el pensamiento que sintetiza el nudo central del planteamiento.
Es un modo de vivir siendo y sintiéndose parte de la comunidad, con protección de ella y en armonía con la naturaleza. Es decir, se trata de un modo de «vivir en equilibrio con lo que nos rodea». También significa vivir bien con los otros seres humanos, diferenciándose del «vivir mejor» occidental, que es individualista y pretende alcanzarse generalmente a expensas de los demás y, además, separado y contrapuesto a la naturaleza.
El vivir bien articula en igualdad de importancia, desarrollo y democratización. «No existe desarrollo sin democracia, sin extender la participación social en la actividad y las decisiones políticas, económicas y culturales.» [PND, p. 16] Partiendo del reconocimiento de que Bolivia es un país multiétnico y pluricultural, los programas orientados al desarrollo hacen explícito su reconocimiento a los valores de la comunidad y de lo comunitario, establecen lo colectivo como sujeto con capacidad de decisión y de acción, reconociendo en la horizontalidad una ventaja comparativa respecto a las directivas verticales. Esto constituye, a la vez, un soporte ético e ideológico de los procesos de búsqueda y construcción de una civilización re-humanizada, basada en un sistema social raizalmente democrático, equitativo, humanista, liberador y superador de la destructiva hegemonía económica, social, cultural e ideológica del capital.
La naturaleza en el centro de la vida
Para la perspectiva del vivir bien, la naturaleza no es un objeto; no es una fuente de recursos y materias primas; es un ser vivo. Esta dimensión ecológica de la realidad, reconoce que la naturaleza está indivisible e intrínsecamente imbricada con la vida de los seres humanos; somos parte de la naturaleza. Tal es la perspectiva cosmo-céntrica que posibilita pensar y construir el futuro humano con un sentido y una concepción de progreso y bienestar diferentes desde la raíz y superadores de los patrones utilitarios consumistas del capitalismo.
Una perspectiva intercultural para el desarrollo
La interculturalidad concibe las relaciones entre varias culturas dentro de un mismo territorio sobre la base del reconocimiento, la aceptación y la reciprocidad con el otro. La visión intercultural del desarrollo «va más allá de la acumulación económica y está relacionada esencialmente con la libertad cultural para decidir el respeto a la diversidad, a la diferencia, la heterogeneidad social y con la forma en que se organizan la vida, la sociedad y el Estado.»
En tal sentido, «La clave del desarrollo radica en suprimir la estructura de dominación cultural y de discriminación racial vigente e instituir una práctica de diálogo, cooperación, complementación, reciprocidad y entendimiento. De esta manera el crecimiento económico se concibe como el proceso de consolidación, fortalecimiento e interacción de identidades, como la articulación de redes de intercambio e interculturalidad.» [PND, p. 16]
Apoyar el empoderamiento creciente de las comunidades
Las políticas de atención a los sectores más olvidados y desprotegidos que impulsa actualmente el Estado Plurinacional de Bolivia, podrían calificarse -a primera vista- como clientelares o asistencialistas, en tanto que se expresan a través de planes de «ayuda» y estímulos. Pero hay elementos a considerar que si bien revelan aristas coincidentes con el asistencialismo o el clientelismo, los diferencian.
Para que la «ayuda» se considere tal, su implementación debe implicar -como en este caso-, la construcción de canales efectivos para que los «ayudados» lleguen un día a tener la capacidad de actuar productiva y reproductivamente por sí mismos. En aras de ello, los planes de ayuda se articulan con procesos sostenibles de construcción de vías de salida de la situación de pobreza. Estos suponen -consiguientemente- la implementación de modalidades de sobrevivencia y desarrollo autónomo en el mediano plazo. Se trata, por tanto, de un singular asistencialismo, estratégicamente no clientelar. Su principal virtud es que contribuye a que la población involucrada en los planes de «ayuda» se re-descubra como parte de una ciudadanía con igualdad de oportunidades y condiciones, sin prejuicios ni perjuicios por pertenencia étnica, cultural, de género o geográfica.
Las políticas impulsadas por el Estado y el Gobierno bolivianos en este terreno trascienden el debate de la dicotomía asistencialismo-clientelismo. Ya no se trata solo de aquéllo de «enseñar a pescar». Además de enseñar a pescar se crean ámbitos productivos donde los «pescadores» pueden construir los instrumentos de pesca, mantenerlos, arreglarlos, etcétera, y se crean también espacios de intercambio y distribución social de los productos.
Se trata de una articulación integral de problemas y soluciones en base a una lógica estrechamente ligada a la posibilidad/capacidad que tengan las comunidades o poblaciones en situación de pobreza de desarrollar un ciclo productivo-reproductivo de su vida para, desde ahí, replantearse su inserción plena en la sociedad (empoderamiento). Para ello, se trabaja en la recuperación de las experiencias y saberes interculturales de las comunidades, impulsando simultáneamente la participación protagonista de la población «afectada» en la construcción de las soluciones.
Hay un cambio de lógicas: Son los actores sociales y políticos del campo popular quienes definen, determinan, impulsan y realizan los cambios. La recuperación de sus saberes, conocimientos, experiencia, memoria histórica, identidades, pertenencias, conciencia crítica y poderes, aporta efectivamente al empoderamiento comunitario, social e individual. Se trata de una imbricación desde la raíz de sujetos, subjetividades, saberes, identidades, poderes, culturas y cosmovisiones.
Construir un Estado plurinacional descolonizado
La construcción de un nuevo Estado Plurinacional conjuntamente con los procesos de descolonización sintetizan la determinación de reconocimiento y respeto a la diversidad: de nacionalidades e identidades, de culturas y también de cosmovisiones y sus saberes respectivos. Se trata de promover diálogos interculturales desde la raíz, en equidad y complementariedad, es decir, sin exclusiones ni subordinaciones jerárquicas entre sujetos, ni sus saberes, ni los ámbitos donde estos se producen.
De ahí que la construcción del Estado plurinacional descolonizado sea parte de las fuerzas del cambio y expresión de un nuevo poder. Surgido de los sectores indígenas y populares promueve su participación protagonista en las instancias de las decisiones económicas y políticas correspondientes a los nuevos andamiajes de ese nuevo poder. He aquí otro de los avances civilizatorios de la revolución democrática [inter]cultural que se construye en Bolivia.
La realización de la Asamblea Constituyente ha sido uno de los pilares claves para ello, así como la recuperación de los recursos energéticos, la lucha por la erradicación de la pobreza, los planes de alfabetización, la construcción de infraestructuras en las zonas olvidadas y alejadas de las ciudades, etc. He aquí una muestra de la articulación de las decisiones y acciones políticas claves de la primera etapa de gobierno.
Ciertamente no todo son rosas y palmas. Surgen también nuevos reclamos, conflictos y contradicciones, incluso dentro de los sectores afines al gobierno. Es el tiempo de los sujetos sociopolíticos de la revolución para manifestar sus puntos de vista, luchar por sus derechos y fortalecer el proceso revolucionario, consolidando los avances e impulsando su profundización. Esto genera nuevos escenarios y tipos de conflictos, realidad que se torna frecuentemente incomprensible para quienes imaginan que los procesos de transformación social ocurren en un lecho de pureza inmaculada y son protagonizados por ángeles.
El tránsito hacia una civilización intercultural que supone la ruptura y superación de los paradigmas del capital acuñados por siglos en las conciencias y en las prácticas se asemeja al cruce de un extenso campo minado: acechan peligros, amenazas y trampas de todo tipo. Y no hay garantías de éxito. Es y será responsabilidad de los actores sociales y políticos definir estrategias y desarrollar las capacidades para superar los obstáculos -en primer lugar los propios-, en la misma medida que van creando y construyendo lo nuevo, renovando sus compromisos y el propio proceso revolucionario en todo momento.
La revolución democrática [inter]cultural emprendida en Bolivia está en esta dirección; se abre paso con nuevas prácticas, concepciones, cosmovisiones y pensamientos sociotransformadores, creados (o recreados) por los pueblos acorde con sus realidades y las del planeta, entrelazando subjetividades y culturas con las necesidades de supervivencia colectivas, en aras de alcanzar la armonía en la convivencia intercultural de la humanidad, haciendo realidad el deseo zapatista de construir un mundo donde quepan todos los mundos. Ella anuncia la posibilidad del advenimiento de un nuevo tiempo civilizatorio. Representa, por tanto, como sintetiza Fernando Huanacuni, el renacimiento del tiempo.
Isabel Rauber. Doctora en Filosofía. Profesora universitaria, investigadora social y pedagoga política.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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