Durante el último y breve gobierno de Perón (1973-1974), después de su retorno del exilio, los sectores de izquierda de la Juventud Peronista sostenían como explicación para su difícil comunicación con el veterano líder argentino y su opción por políticas que adscribían al peronismo ortodoxo, la llamada «teoría del cerco». Esta «teoría» explicaba que, en […]
Durante el último y breve gobierno de Perón (1973-1974), después de su retorno del exilio, los sectores de izquierda de la Juventud Peronista sostenían como explicación para su difícil comunicación con el veterano líder argentino y su opción por políticas que adscribían al peronismo ortodoxo, la llamada «teoría del cerco». Esta «teoría» explicaba que, en tanto Perón se rodeaba en su entorno íntimo de figuras de derecha como su Ministro de Bienestar Social, José López Rega o su esposa Isabel, entre otros personajes, no se podría establecer una auténtica comunicación con los sectores de la izquierda peronista. Cuando una comunicación efectiva, alejada de las malas influencias se produjera, el proceso político peronista recuperaría su auténtico sendero «revolucionario». Para decepción de muchos, el desarrollo posterior de los acontecimientos indicaría un rumbo distinto al imaginado entonces por la izquierda peronista.
Mientras actualmente en la Argentina los sectores conservadores del peronismo y la derecha van instrumentando en torno a las legítimas demandas de seguridad un discurso que comienza a «testear» cuánto es posible volver atrás con ciertos avances progresistas de la última década, -de lo cual es un ejemplo la colocación del debate sobre una vuelta del servicio militar obligatorio defendida por el Ministro de Seguridad de Daniel Scioli, Alejandro Granados-, algunos sectores del kirchnerismo progresista debaten sobre la sucesión del 2015 en un tono que se asemeja a una reedición de la «teoría del cerco» (no puesta en estos términos por ellos), pero esta vez en clave invertida.
Es decir, como las encuestas proclaman como presidenciable a Scioli en el espacio de confluencia entre el peronismo tradicional y el kirchnerismo, lejos de sus adversarios, la estrategia del kirchnerismo progresista consistiría hacia 2015 en «tender un cerco» en torno al mismo a partir de organizaciones progresistas que condicionarán su apoyo a la continuidad de las políticas de signo igualitario.
Sin embargo, el peronismo, movimiento que se ha caracterizado históricamente por su verticalidad y que configura su existencia a partir de la unanimidad constituida en torno a la figura del «líder», así como por resultar una máquina de poder que asegura la fidelidad de los gobernadores a partir de la distribución de recursos que bajan desde el Estado Nacional, difícilmente permita un éxito de esta estrategia. Así como Kirchner hizo con Duhalde durante su primer gobierno, desentendiéndose de su figura tan pronto como pudo constituir su propio capital político presidencial, Scioli en el poder podría hacer lo mismo con el progresismo kirchnerista. Si en los ’70 se creía en el buen contenido de Perón que no podía aparecer por el bloqueo de López Rega e Isabel, en una idealización para no tener que cuestionar el mito constitutivo de la figura del líder, ahora se cree en un contenido «malo» pero que sería bloqueado a partir del cerco kirchnerista progresista. Peligrosamente y esta vez como farsa (Marx dixit), existe la posibilidad de que la ortodoxia peronista se trague nuevamente con el argumento de la unidad las esperanzas de quienes habitan de modo progresista al interior del kirchnerismo. Por supuesto, esto no es inevitable, pero es bueno estar prevenidos.
Mg. Ariel Goldstei, Becario del Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires.
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