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Una tragedia política…

Fuentes: Rebelión

La ausencia de un partido de izquierda es la principal tragedia política nacional. Esta falencia tiene consecuencias catastróficas económico-salariales, educativo-culturales, ambientalistas y especialmente políticas para las y los trabajadores mexicanos. Me refiero a la ausencia de una izquierda radical, socialista, clasista, combativa, antiimperialista, vinculada a todas las demandas legítimas de los trabajadores de las ciudades […]

La ausencia de un partido de izquierda es la principal tragedia política nacional. Esta falencia tiene consecuencias catastróficas económico-salariales, educativo-culturales, ambientalistas y especialmente políticas para las y los trabajadores mexicanos.

Me refiero a la ausencia de una izquierda radical, socialista, clasista, combativa, antiimperialista, vinculada a todas las demandas legítimas de los trabajadores de las ciudades y del campo, estrechamente ligada a las reivindicaciones de las minorías sociales (de preferencia sexual, migratorias, étnicas, religiosas, etcétera). Por izquierda radical me refiero no a una izquierda fundamentalista, extremista, sectaria y dogmática, sino a la que va a la raíz de los males sociales; la que va a los orígenes de nuestros grandes problemas nacionales con un programa revolucionario.

Lo que vemos en el tinglado preelectoral es la presencia de partidos sistémicos, del establishment, aquellos que no pretenden modificar las estructuras económico-sociales sino maquillarlas para dejar hacer y dejar pasar las cosas establecidas. Gane el partido que gane no se modificará la situación nacional de manera significativa; desde luego, reconocemos que hay matices, pues no es lo mismo el candidato del PRI que la del PAN y el del PRD. Claro que hay más afinidades entre los dos primeros que con el tercero en discordia. Pero, insisto, son diferencias superficiales dentro de un mismo esquema del poder político dominante. Ninguno de los candidatos representa los verdaderos intereses de la clase trabajadora mexicana por más que presuma representarlos. Eso es una verdad inobjetable e inocultable. El sol no se puede tapar con un dedo.

No se puede gobernar para ricos y para pobres como dijo López Obrador; aunque él es el menos peor o el menos corrupto de los candidatos, pero la doctrina del mal menor durante muchas décadas ha tenido consecuencias nefastas para los trabajadores. Aquellos ilusos que piensan que es posible un gobierno para todas las clases sociales no tienen idea cabal del contenido clasista del Estado capitalista y sus regímenes políticos. La ingenuidad tiene sus límites y la solución de fondo de los problemas sociales nunca va a provenir por quienes son beneficiados de una u otra forma de la apropiación privada de la riqueza social. «Las ilusiones perdidas», citando un libro de Honoré de Balzac en su Comedia Humana, se harán manifiestas para millones de ciudadanos mexicanos durante el próximo sexenio sea cual sea el resultado de este 1 de julio.

La ausencia de los trabajadores como fuerza social decisiva en la vida política nacional es una constante histórica desde el triunfo de la Revolución Mexicana, pues el proletariado ha sido amarrado y sometido, corporativizado, castrado políticamente, a lo largo de muchas décadas. La tragedia de «Un proletariado sin cabeza» en una «democracia bárbara», escribió el gran José Revueltas. Eso explica, entre otras cosas, la larga duración de la dictadura priísta ¿Alguien puede explicarnos por qué habiendo «democracia» -«transición democrática» dicen otros, elecciones con un costo supermillonario-, hay mayor pobreza, miseria, violencia, corrupción e impunidad en el país?

La oligarquía nacional y su democracia del dinero han mostrado durante el curso del siglo pasado y presente su total incapacidad e ineptitud para generar un desarrollo social con progreso económico, educativo, cultural y democrático para beneficio de la mayoría poblacional. Si el capital es la fuerza económica que lo domina todo en la sociedad, en consecuencia debemos transformar las relaciones sociales, económicas y políticas que se sostienen sobre la base de una producción económica cuyo único objetivo es la mayor ganancia dineraria posible. La satisfacción de las necesidades sociales queda como mera apariencia de la producción mercantil, que además genera un fetichismo de la mercancía, del dinero y del Estado. No hay mayor fetiche social, además de los religiosos, que el del dinero y el del Estado (y su fetiche electoral), supuesto representante de la sociedad entera.

Estamos en una situación donde «lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer» (Gramsci). Pero lo nuevo nunca nacerá si no construimos una organización de y para los trabajadores mismos. La prole requiere como instrumento político una organización, llámese como se llame, que insufle vitalidad y fuerza a sus demandas históricas y democráticas. Requiere de una organización clasista a diferencia de una izquierda parlamentarista sin vínculo con ninguna lucha de los mexicanos de los de abajo, un submundo invisible en los recintos camarales de cabildeos a favor del poder y del dinero.

Es necesaria la participación más activa de los obreros en la política, pero con una participación independiente. Actualmente no hay ningún partido obrero, ningún sindicato que desarrolle una política clasista independiente, capaz de lanzar una candidatura independiente. Se requiere de una organización de izquierda absolutamente independiente del Estado, de los patrones, de las Iglesias; independiente de todo aquello que lo maniate a intereses que no son los suyos propios. Mientras no haya un partido de los trabajadores prevalecerá un régimen oprobioso con sus políticas neoliberales que tanto daño han causado al país, especialmente a su masa plebeya proletaria. La emancipación del pueblo será obra del pueblo mismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.