El Estado es una junta que administra los intereses de la burguesía, afirma el Manifiesto del Partido Comunista, y esto queda demostrado una vez más con la iniciativa de reforma laboral de Calderón, en perfecto acuerdo con Peña Nieto, quienes ya han instruido a sus grupos parlamentarios en la nueva legislatura del Congreso de la […]
El Estado es una junta que administra los intereses de la burguesía, afirma el Manifiesto del Partido Comunista, y esto queda demostrado una vez más con la iniciativa de reforma laboral de Calderón, en perfecto acuerdo con Peña Nieto, quienes ya han instruido a sus grupos parlamentarios en la nueva legislatura del Congreso de la Unión, para que la aprueben. Hace unas semanas, en voz de su dirección, el PRD había expresado también su acuerdo, aunque en las últimas horas modificó esa opinión, sin tomar partido en contra, sino buscando que encuadre con su propuesta para la gestión keynesiana.
Para tener un enfoque correcto hay que comprender que se trata de una medida que adopta el capitalismo frente a la crisis, con el propósito de desvalorizar el trabajo e intensificar la explotación, aumentando la jornada laboral, disminuyendo el salario, y anulando el pago por vacaciones, el de fin de año o aguinaldo, eliminando la jubilación y la pensión, los derechos de salud y vivienda, además de quebrar la primera línea de resistencia obrera -los sindicatos-, acabar los contratos colectivos y dejar las huelgas en la ilegalidad. Estas medidas son globales, son las mismas que se presentan en Grecia, España, Portugal y que ahora llegan a México. Los monopolios tienen política transexenal, por ello da lo mismo si la presenta Calderón del PAN, que Peña Nieto del PRI, y nosotros aseguramos que también las tendría que imponer López Obrador, por supuesto intentando «humanizar» su presentación. Se trata de una medida del capital contra el trabajo.
En meses pasados advertimos que aunque durante las campañas electorales ninguno de los candidatos hablara de ella, la crisis del capitalismo era uno de los grandes temas, y que lo que estaba en juego era la gestión que de ella se haría; otro tema era la disputa intermonopolista en materia de telecomunicaciones. Las campañas, saturadas de mercadotecnia pero vacías de contenido, se orientaron a temas ajenos a la vida diaria de la familia popular, tales como la «honestidad», la «corrupción», el «crimen», pero nada, ni una sola palabra de los trabajadores, aún y cuando la reforma laboral ya se preparaba. Desde que estalló la crisis en los EEUU y se extendió por Europa y el mundo, el Gobierno Federal dogmáticamente negó su existencia, aunque cientos de miles de trabajadores fueron despedidos de sus puestos de trabajo y se pusieron en marcha medidas antiobreras.
El abogado laboralista y militante clasista Juan Rubio resume así la reforma laboral: Es la más agresiva contra el trabajador, más que la de 1979; se pierde el sentido de los contratos colectivos de trabajo, dando paso a la contratación individual y temporal, al pago por horas; traerá modificaciones regresivas al IMSS (seguridad social) y al INFONAVIT (derecho a la vivienda); aumentará hasta 50 años el tiempo que se tenga que trabajar para alcanzar una jubilación; se pierde la autonomía sindical al imponer el convenio directo entre patrón y trabajador; la patronal podrá despedir cada seis meses a los trabajadores (anulando derecho de antigüedad y otros que de él se derivan); con la legalización de los contratos temporales desaparece la estabilidad laboral, para vivir en la constante incertidumbre; desaparece el principio de desigualdad entre el capital y el trabajo, tratando igual a los desiguales; en relaciones individuales prevalecen los intereses de la patronal sobre los de los trabajadores; nuevas formas de esclavismo encubierto como capacitación inicial, de tres a seis meses de trabajo sin paga; desaparece el salario mínimo, quedando a la patronal el criterio de cuánto pagar a los trabajadores; el aviso de despido ya no es obligatorio, ahora puede aplicarse en cualquier momento, a favor de la patronal y en caso de conflicto, el pago de salarios caídos se reduce a un año; desaparece la prima de antigüedad, ahora a los que tengan 20 años de servicio también se les podrá despedir; desaparece el derecho a la basificación y la estabilidad del empleo con los contratos temporales. Como vemos consiste en una moderna esclavitud.
Los argumentos que presentan ante la opinión pública son ridículos. Por ejemplo, Videgaray, el operador de Peña Nieto, dice que es para democratizar los sindicatos, un sinsentido, o manifestación reaccionaria del cinismo, pues el PRI es el partido del charrismo y las mafias sindicales, de los esquiroles, de personajes tan nefastos como Fidel Velázquez y la «Guera» Rodríguez Alcaine, Jongitud y Elba Esther Gordillo. El PAN es el partido de la patronal y de las cámaras empresariales, que desde hace más 70 años prohibieron cualquier sindicalismo de clase en Monterrey, donde el despido y la lista negra esperan a cualquier trabajador que ose reclamar sus derechos, el partido de los «sindicatos» «cristianos» que velan por los intereses de los monopolios en las zonas industriales de Querétaro, Guanajuato y Jalisco, el partido que despidió a más de 40,000 trabajadores de Luz y Fuerza. Son responsables de la represión, el despido y el asesinato de los proletarios desde hace décadas, tanto el PRI, con la represión al magisterio y a los ferrocarrileros, como el PAN contra el SME, los trabajadores de Lázaro Cárdenas, y el magisterio oaxaqueño, morelense y poblano.
Y cuando hablan de modernización, ya sabemos que lo que buscan es beneficiar a los monopolios. Puesto que la Presidencia y el Congreso sólo representan los intereses del capital, la reforma laboral se aprobará y hay que sacar las lecciones, porque la lucha no concluye: empieza.
Debe quedar claro que para los trabajadores y otras capas populares el terreno de la lucha no es el parlamento, porque ahí están representados solamente los intereses de la burguesía. Son nuestros enemigos, lo mismo que el Ejecutivo y el Poder Judicial. La lucha es extraparlamentaria, en el terreno de las movilizaciones callejeras, barrios, pueblos y en los centros de trabajo, ahí es donde podemos ganar, como demostraron en su día los electricistas del SME (1999), el CGH y Atenco.
En 2009 decíamos que la agresión al SME era para quebrar la posibilidad de resistencia obrera a una reforma de esta naturaleza, no sólo la cuestión de la privatización de los energéticos, y que era una primera medida por la crisis que ya expresaba su intensidad en los EEUU y Europa. Hubo quien se perdió en que si se trataba ya de la noche fascista, o de la independencia frente al imperialismo, pues sin la brújula de las posiciones marxistas-leninistas suele perderse de vista lo principal, que es el conflicto capital/trabajo.
Hoy el panorama del sindicalismo muestra en primer lugar una tasa muy baja de obreros agremiados, con la parte mayoritaria de los sindicalizados controlada por el charrismo y neocharrismo sindical, afiliado a las grandes centrales sindicales propatronales del mundo. Es necesario reconstruir un sindicalismo de clase, de base, independiente y autónomo, rojo y militante, decidido a emplear su principal arma: la huelga; la única que afecta la generación de plusvalía, tocando donde les duele los intereses de nuestros adversarios de clase. Y es necesario politizar la lucha para comprender que hoy, la batalla por nuestros derechos sindicales y laborales, empezando por el derecho mismo al trabajo, pasa por -atendiendo a los límites históricos del capitalismo- el derrocamiento del poder de los monopolios para construir un poder obrero y popular. Nuestra lucha por el presente es por el futuro, por el socialismo-comunismo.
No es posible ya extraer conquistas parciales, mucho menos hablar de un avance general de nuestra clase, sin una cruel confrontación con el poder de los monopolios. Esto no deviene de un deseo subjetivo, la cuestión estriba en que la crisis de sobreproducción, la bancarrota económica del sistema, conlleva también la bancarrota política del régimen, elimina para la burguesía la base material que le permite maniobrar acuerdos y compromisos temporales con sus sepultureros, los proletarios. A pesar de ello, la superstición en el fracasado orden jurídico-legal burgués sigue llevando a que luchas que involucran a miles de obreros se derrumben ante el papel y tinta de un juez. La ofensiva ideológica es fuerte y continua, involucra a activistas, periódicos, intelectuales, y otros mecanismos que de mala o buena fe siembran ideas-fuerza que contienen al máximo el potencial de lucha de la clase obrera. Lo sentimos por aquéllos que amorosamente asfixian las pequeñas llamas que anuncian el nuevo mundo, nuestra misión es atizar el fuego y preparar la contraofensiva revolucionaria.
Rompamos con ese conformismo social. La única ley debe ser para servir a la mayoría que somos los trabajadores y si son leyes en contra nuestra no debemos someternos, debemos insubordinarnos, rebelarnos, ponernos de pie: ¡levantarnos! La legalidad de la existencia de las organizaciones obreras, de los sindicatos, la jornada de 8 horas, el salario mínimo, el derecho a una vivienda, a la seguridad social y otras conquistas, fueron impuestas a nuestros enemigos de clase, no fueron graciosas concesiones! Las leyes del futuro las comienzan a escribir los obreros de este país en las calles y las fábricas.
Hemos llegado a un punto del conflicto social donde el conflicto es clase contra clase, burgueses contra proletarios; ésa es la disyuntiva.
Aprobarán la reforma laboral, pero la lucha apenas comienza; que el pesimismo no impere, las condiciones de la lucha serán adversas, difíciles, pero para los trabajadores es cuestión de vida o muerte. Habrá quien diga, con ingenuidad o gran perversidad, que se las cobraremos en las próximas elecciones, pero no nos dejaremos engañar por esos lobos con piel de oveja. La lucha es en los centros de trabajo y son los obreros ahora, sin vacilaciones, quienes deben saltar a la arena de combate como nuevos Espartacos y Varinias.
Es aleccionador y estimulante el ejemplo desde Grecia del PAME y del Partido Comunista de Grecia-KKE, de la clase obrera portuguesa y el Partido de Álvaro Cunhal, el PCP. También el de los obreros industriales de Nissan que con su marea roja indican el camino. Atruena el futuro en las columnas obreras que marchan con las banderas de su Partido Comunista flanqueándoles el paso.
La lucha continúa…
Es el tiempo de los trabajadores, que no puede ser mañana.
Pável Blanco Cabrera. Primer Secretario del Partido Comunista de México
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