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Urgencia crítica de la contrahistoria

Fuentes: Rebelión

La Revolución mexicana fue un gran movimiento social que marcó el devenir del país y trastocó muchas de las estructuras que sustentaban el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, pero, también, fue un movimiento interrumpido, como señalara el intelectual Adolfo Gilly, tras el establecimiento del poder constitucionalista en 1917, y la disputa entre corrientes que terminó con el asesinato de los líderes revolucionarios como Emiliano Zapata, cuyas propuestas no se limitaban a reformar el Estado mexicano, sino que buscaban superarlo.

Los análisis de la Revolución mexicana, en su mayoría, se suscribieron durante mucho tiempo a los intereses del poder, pues no debe olvidarse que la Revolución terminó burocratizada después de la conformación del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Los escritos sobre el proceso revolucionario y la construcción del México del siglo XX, siguieron la línea del discurso oficial que legitimaba sus acciones con base en una exacerbación de la memoria histórica, mientras en los hechos, poco a poco, se sepultaba los logros y derechos alcanzados por el proletariado y el campesinado. Ese discurso oficial es el que se propagó en la educación básica y media superior del país, donde se buscaba fortalecer el consenso popular entorno al poder establecido por el régimen posrevolucionario.

Aunque ese discurso logró adormecer el pensamiento y evitar la crítica generalizada al régimen gobernante, siempre existieron voces inconformes con las estructuras socioeconómicas que no cumplían lo que se presumía en los informes de Gobierno, así, por ejemplo, se pueden mencionar los análisis de José Revueltas, quien desde los años 30 del siglo XX, escribió una serie de cuestionamientos al imaginario que sobre la Revolución mexicana se difundía. En 1938, publicó el ensayo “La Revolución mexicana y el proletariado”, donde, bajo el análisis marxista, cuestionaba los orígenes de la inconformidad con la dictadura porfirista, los alcances de la revolución democrático burguesa (como denomina a la Revolución mexicana) y el papel que jugaron el campesinado, el proletariado y los sectores populares radicalizados. En su ensayo, Revueltas critica al poder burocratizado surgido del constitucionalismo de 1917, y la forma en que las demandas sociales, planteadas por los sectores avanzados de la revolución, quedaron insatisfechas o fueron parcialmente cumplidas, sin llegar a concretar el anhelo de transformar toda la realidad mexicana.

Al igual que Revueltas, Adolfo Gilly, en su obra “La revolución interrumpida” (1971) -escrita en la Cárcel de Lecumberri-, puso el dedo en la llaga del régimen institucionalizado de la revolución, y cuestionó las formas en que las demandas y los proyectos revolucionarios fueron negados para convertirse en una serie de gobiernos antidemocráticos, antiobreros y totalmente alienados al orden capitalista del mundo. No por nada, durante los gobiernos del PRI, proliferaron las guerrillas, los movimientos obreros, el movimiento estudiantil-popular de 1968 y el movimiento neozapatista, entre otras formas de resistencia a la opresión.

No puede negarse la importancia de la Revolución mexicana, sus logros en materia de derechos laborales y sociales (hoy pulverizados), pero tampoco puede negarse que sigue siendo necesaria la profundización del estudio de sus matices y expresiones regionales (socialismo yucateco, etc.), y la tergiversación de sus fines. Sin duda, nuevas miradas desde la contrahistoria darán luz a muchos aspectos aún velados de la Revolución mexicana por el manto del discurso oficial.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.