Detrás de las máscaras de amistad entre dos correligionarios que comparten el distintivo de ser baluartes de la democracia occidental cristiana en América, los sedicentes presidentes de México y Colombia libran una feroz batalla en la competencia por los favores del imperio. Desde luego, como suele suceder en estos torneos, las condiciones no son parejas; […]
Detrás de las máscaras de amistad entre dos correligionarios que comparten el distintivo de ser baluartes de la democracia occidental cristiana en América, los sedicentes presidentes de México y Colombia libran una feroz batalla en la competencia por los favores del imperio.
Desde luego, como suele suceder en estos torneos, las condiciones no son parejas; el colombiano juega con la ventaja geopolítica de constituir el ariete de los gringos en un espacio que dominan los nacionalistas sudamericanos. No obstante, el mexicano cuenta con el beneficio de una mayor riqueza de recursos por entregar a las empresas imperiales. Ambos gobiernos disponen de importantes recursos del erario para contratar a sus respectivos cabilderos, quienes se encargan de las operaciones de comercio político de las correspondientes disposiciones entreguistas. Así las cosas, el gobierno yanqui no se ensucia las manos en imponer sus intereses; simplemente se sienta a esperar las ofertas de ambos competidores para, en todo caso, acomodarlas en sus proyectos.
Anoto aquí que, contrario a la esperanza que muchos forjamos por el advenimiento de Obama, la realidad muestra que su única diferencia con el régimen de Bush es el color de la piel. Incluso, me atrevo a decir que, con la mano enguantada en blanco, el afrodescendiente está resultando más agresivo que el tejano o, también pudiera ser, que los lacayos en competencia, temerosos ante los aires de democracia de Obama, hayan decidido presionar para forzarlo a ser más imperial, no fuera a ser cierto eso de que emprendería un nuevo trato de respeto hacia los países latinoamericanos. Creo que ocurren ambas cosas; el caso de Honduras confirma que la administración Obama no está dispuesta a permitir el avance del latinoamericanismo.
Alvaro Uribe no fue presionado para abrir sus bases militares al ejército yanqui, lo hizo por iniciativa propia. Ya desde la época de Bush había sido cuestionado por la corrupción imperante, con riesgo de ver reducida la ayuda militar a su régimen, que es su único soporte real, por lo que atendió el consejo de sus cabilderos y se postuló como el ariete contra la Revolución Bolivariana dispuesto, incluso, a servir de provocador de una invasión a Venezuela para derrocar al Presidente Chávez. Sin derramar una gota de sangre, Uribe cambió el estatus de colonia encubierta al de protectorado imperial.
El espurio encargado de la gerencia de México, ni tardo ni perezoso, aplicó una jugada magistral: en una noche de juerga ocupó militarmente las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro y, posteriormente, emitió el decreto de su extinción. Varios pájaros caídos de una sola pedrada: apertura a la inversión transnacional en materia de energéticos y telecomunicaciones, por un lado, y muerte al indomable Sindicato Mexicano de Electricistas, por la otra. Como quien dice: miel sobre hojuelas (maple sobre cornfleis) para el gran capital internacional que, seguramente, no será ingrato con su generoso autor.
No satisfecho con tal felonía, Calderón va a Singapur a la reunión de la APEC y, sin venir a cuento, ofrece profundizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte para llevarlo a una forma de integración, por la que México dejaría de ser el patio trasero para convertirse en el retrete al interior de la mansión. Más vale culo de león que cabeza de ratón.
El marcador indica un empate. El público cabildero exige mayores esfuerzos para nuevas anotaciones. El colombiano duda si su reelección aportaría un desempate o un auto-gol. El mexicano ofrece un nuevo esfuerzo para el desmantelamiento de PEMEX, esta vez con una bancada priísta mayoritaria y anuente al proyecto. La Iniciativa Mérida y la militarización del país con asesores gringos ya están arraigados y, a no dudarlo, garantizan el control de la disidencia. López Obrador no existe, la televisión lo ignora.
Otro campo de la competencia es el de la corrupción. En su último reporte Transparencia Internacional anotó que México le lleva la delantera a Colombia como el más corrupto de la región. Esta medición fue anterior a la aprobación de las leyes de ingresos y de presupuesto, acciones estas que podrán aportar un buen avance en el marcador de la corrupción: en los ingresos se mantiene el privilegio para que los grandes consorcios no paguen y se aumentan los impuestos a la gran mayoría de la población pobre; en el presupuesto de egresos se mantienen los fabulosos salarios y prestaciones de la gran burocracia, en tanto que lo poco que quedó para inversión se lo repartieron entre los gobernadores para apuntalar sus respectivos cacicazgos.
Colombianos y mexicanos, el pueblo pues, nos estamos organizando para acabar con ambos competidores que nos están llevando a la destrucción y a la guerra. Tengámoslo claro: de cumplirse los afanes belicistas de Uribe la sangre que va a correr no será de los marines, sino la de nuestros propios soldados y ciudadanos, y no será de opereta. Los pueblos que ya avanzaron en la emancipación no volverán a ser sometidos.