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Vamos a volar, mi amor

Fuentes: Rebelión

Al final, acuerdos con los disidentes «republicanos» mediante, el gobierno logró imponer en la Cámara Baja, con un altísimo nivel de votos, su proyecto que abre paso a la nacionalización definitiva de Aerolíneas y Austral. Se trata de un logro político de envergadura, por varias razones: 1) El turismo, la tercera «industria» del país, requiere […]

Al final, acuerdos con los disidentes «republicanos» mediante, el gobierno logró imponer en la Cámara Baja, con un altísimo nivel de votos, su proyecto que abre paso a la nacionalización definitiva de Aerolíneas y Austral. Se trata de un logro político de envergadura, por varias razones:

1) El turismo, la tercera «industria» del país, requiere de una política aerocomercial consistente, menos ligada a la rentabilidad, y orientada, en cambio, hacia la integración estratégica del territorio y el desarrollo regional. Es decir, propiedad en función social. El capital privado nacional no tiene la envergadura para tomar la posta, y los consorcios extranjeros no tienen el interés. Ergo, sólo el Estado puede desarrollar, con apoyo ciudadano y control público, una política sectorial eficaz.

2) El gobierno, con esta cómoda victoria, logró aventar, en lo inmediato, los fantasmas derivados del fracaso de «la 125» y el conflicto agropecuario: además de los votos teóricamente «propios», la bancada oficialista recibió el apoyo de los sectores del progresismo que habían votado contra su proyecto de retenciones (Proyecto Sur, ARI, SI, sectores del radicalismo K, etc.).

3) La oposición (CC, UCR, PRO) más interesada en darle otro cachetazo que en el debate concreto, no logró siquiera estructurar una propuesta alternativa de conjunto: su dictamen llegó muy sobre la hora, y fue rechazado, no sólo por los gremios, sino por los empresarios del sector.

Con esto no decimos que la crisis política desatada por el voto «no positivo» de Julio César Cobos se haya desvanecido definitivamente. Pero, indudablemente, la decisión del gobierno de profundizar el cambio en el estilo de gestión, impulsando el pleno funcionamiento parlamentario y el debate público sobre las iniciativas oficiales, hubiese resultado insostenible, en términos de gobernabilidad, en caso de una nueva derrota. La apuesta del kirchnerismo, en el sentido de seguir politizando a la sociedad, así como la disputa por la iniciativa en materia de agenda pública, dependía, en buena medida, de cierto acompañamiento institucional. La serenidad que esta victoria parcial genera devuelve cierta sensación de «normalidad», altamente necesaria en una sociedad cansada del constante estado de excepción vivido en los últimos cuatro meses. Al fin y al cabo, si el gobierno logra gobernar, habrá sorteado la crisis. Y la única forma que tiene de hacerlo es evaluando, en el nuevo escenario, las relaciones de fuerza existentes.

La votación en Diputados, por el margen logrado, hace muy difícil prever un revés en Senadores. Los dirigentes opositores saben que la de Aerolíneas fue siempre una causa con buena llegada popular. Si bien los modos de la nacionalización no están todavía definidos (especialmente en la medida en que el proyecto aprobado en Diputados, al fijar en el Congreso la última palabra sobre el precio de la Compañía, echa un manto de dudas respecto de la factibilidad del acuerdo del subsecretario Jaime con el grupo Marsans), es evidente que la misma es un hecho. En esa medida, el gobierno puede considerar satisfactorio el resultado: ha recuperado un margen de iniciativa política, ha recompuesto la fuerza legislativa propia, y ha logrado construir puentes efectivos con otras fuerzas. No por casualidad, se trata de una lista de todo lo perdido en ocasión del conflicto agropecuario.