Bolivia, en el corazón de Sudamérica, es un país mediterráneo, que se encuentra rodeado por tierra, es decir, que no tiene una salida al mar. Es un país sin litoral, con un reclamo de acceso al océano Pacífico ante Chile, que involucra también a Perú, por razones no solo históricas sino también jurídicas. Pero más […]
Bolivia, en el corazón de Sudamérica, es un país mediterráneo, que se encuentra rodeado por tierra, es decir, que no tiene una salida al mar. Es un país sin litoral, con un reclamo de acceso al océano Pacífico ante Chile, que involucra también a Perú, por razones no solo históricas sino también jurídicas.
Pero más allá de esa mediterraneidad que la marca en Sudamérica al igual que Paraguay, cuenta con cuatro de sus cinco vecinos gobernados por empresarios neoliberales. El gigante Brasil sufre a manos del golpista Michel Temer, mientras que Argentina, Perú y Paraguay están gobernados por empresarios (Mauricio Macri, Pedro Pablo Kuczinsky y Ricardo Cartes) caracterizados por expoliar las arcas del Estado en beneficio de una elite que integra, junto a los medios hegemónicos de comunicación, el poder fáctico. Y pronto se les sumará Chile, con Sebastián Pïñera.
Son quienes aplican los planes de planes de ajuste programados por los organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, y representan de los fugadores de divisas, especialistas en paraísos fiscales, beneficiantes de socios y grupos concentrados, cómplices de genocidas, y un largo etcétera tóxico para las grandes mayorías. Y a quienes no les temblará el pulso para ayudar a descarrilar el proceso de cambio boiliviano. El vecino menos tóxico es el gobierno ecuatoriano, en manos de Lenin Moreno.
Pero pese a este panorama poco alentador y el reclamo para una salida propia al mar en la Corte Internacional de Justicia de La Haya contra Chile, que limita la proyección de complementariedades e intercambios, en los últimos doce años el gobierno boliviano se esmeró en mantener relaciones cordiales con sus vecinos, e incluso ha realizado buenos negocios con ellos, como la venta de gas natural licuado y fertilizantes a Brasil, Paraguay, Argentina y Perú.
Es el problema de la mediterraneidad boliviana desde hace 148 años, a la que Morales intenta dar otra solución con la construcción junto a algunos vecinos de un tren bioceánico (estuvo recientemente en países europeos en busca de financiamiento de 10 mil millones de dólares para el proyecto), que uniría el puerto atlántico de Santos, Brasil, con el puerto de Ilo, en el Pacífico peruano, pasando por Bolivia.
La comisión es el resultado de una ley que el mismo Morales aprobó en 2016. «Cuando hablamos de dictaduras y de golpes de Estado, hablamos de Estados Unidos y de todo un programa que obedece a una cuestión geopolítica de dominio y un dominio para saqueo de los recursos naturales», afirmó Evo. El minero Ramírez, subrayó que «la comisión de la verdad es para desentrañar lo que verdaderamente ocurrió en Bolivia, que ha sido lacerado por varias dictaduras». Con la ayuda de sus tormentosos vecinos, también.
Una interna difícil
En esta última década hubo una presencia inédita y clara del país en foros internacionales, denunciando al capitalismo y la doble moral de naciones centrales, aportando miradas críticas y soberanas, además de nuevos conceptos como Buen Vivir o Derechos de la Madre Tierra, ideas que -según los críticos- no lograron materializarse en la vida cotidiana, pese a la presencia un Estado que valorizó el rostro plurinacional del país y ejerció funciones básicas de control sobre la economía e implementación de políticas redistributivas, que llevaron a un crecimiento macroeconómico sostenido en la última década, del 4% al 6% anual.
Por segunda ocasión en la historia la ciudadanía ejerció su derecho a elegir en las urnas nuevas autoridades del Tribunal Agroambiental, Consejo de la Magistratura, Tribunal Supremo de Justicia y Tribunal Constitucional Plurinacional
Algunos grupos identificados con el MAS-IPSP, la coalición gobernante, indican que es hora de profundizar los cambios, habida cuenta de una suerte de apoltronamiento gubernamental, en momentos que emergen focos de descontento y protesta, que probablemente se agudizarán en el 2018. Dos fenómenos se han acentuado en lae clase media, con preferencia entre jóvenes en el último bienio y guardan relación con procesos similares en países vecinos (Brasil, Argentina).
La prensa hegemónica y sectores políticos de la derecha, prolíficos en el uso de la redes sociales, se niegan en forma rotunda a reconocer aspectos positivos en la gestión de gobierno, mientras se agudizan posiciones racistas cada vez más explícitas, de quienes aún no son capaces de digerir la realidad de un presidente indígena o la emergencia de sectores históricamente postergados.
Se anuncia un 2018 tormentoso, y se hace necesario -insisten incluso sectores del gobierno- identificar errores, tiempo y recursos desperdiciados, que se traducen en desgaste, desviaciones del Proceso de Cambio. Por eso, la tarea más ardua, tal y como sugiere el exministro Hugo Moldiz, es nada menos que «reenamorar a la gente que, por alguna razón, justificable o no, se ha distanciado del proceso en los últimos años».
Álvaro García Linera, intelectual y vicepresidente señala que no se puede dejar ir a Evo, símbolo de la constitución de lo popular, de la ruptura de la subalternidad, aun cuando reconoce que si uno se apegara estrictamente a las formas institucionales, correspondería dejarlo ir. En otras palabras: la lógica del poder constituyente sigue prevaleciendo en la candidatura de Evo, porque Evo es la personificación de la unificación de lo popular, dice.
Para el vicepresidente, quien señala que ha luchado todos estos años para los que los indios llegaran al poder, lo ideal sería una renovación generacional y colectiva de estos liderazgos fuertes pero que el objetivo es que en 2024, cuando haya nuevas elecciones, «podamos tener líderes sustitutivos de Evo y una estructura colectiva mucho más sólida que la que tenemos».
Por su parte, el propio Presidente, reunido a fin de año con su gabinete y movimientos sociales, advirtió que en el 2018 hay que prepararse para «una lucha ideológica, política, partidaria y programática», que garantice su reelección y la continuidad del proceso en 2019. Los países vecinos, en manos de neoliberales-con ayuda de los amigos estadounidenses y algunos europeos-, harán todo lo posible para desestabilizar el país y matar el sueño boliviano.
Sullkata M. Quilla. Antropóloga y economista boliviana, analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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