Ya en la recta final del proceso electoral, cuando lo fundamental ha quedado subrayado, se plantea la cuestión del fraude, nada extraño si consideramos la historia del país en estos asuntos. Naturalmente su abordaje exige despejes y contundencias en toda su estructura. Los representantes del estado actual consideran todo cambio social como un llamado a […]
Ya en la recta final del proceso electoral, cuando lo fundamental ha quedado subrayado, se plantea la cuestión del fraude, nada extraño si consideramos la historia del país en estos asuntos. Naturalmente su abordaje exige despejes y contundencias en toda su estructura.
Los representantes del estado actual consideran todo cambio social como un llamado a la anarquía, el caos y sobre todo al socialismo, a todo lo cual asumen una respuesta intransigente, tecnócrata y fraudulenta plena [1]; dentro de esa dimensión política, la visión opuesta se centra en los ejecutores del estado como los únicos responsables de la problemática social, esbozando una defensiva moral muchas veces inconsistente y transigente [2].
Se dice que el fraude es toda acción contraria a la verdad y la rectitud en torno a la elección. Al respecto, este proceso electoral deja una estela de promesas que no pueden ser cumplidas, particularmente una parte de los contendientes, exhibe la continuidad de un programa neoliberal catastrófico como el mejor remedio «a los males de México» (PRIANRD), todo sigue postulándose en los marcos de una democracia representativa de intereses oligárquicos, la atmósfera «democrática» se caldea de asesinatos políticos (112 según el más reciente conteo), desencadenamiento de la violencia en general, el robo o retención de credenciales para votar, hasta la inducción y compra del voto con total impunidad en virtud de la laxitud en materia de crímenes electorales.
Ahora el fraude se echó a andar con toda su fuerza, para eso se despliegan los mapaches, el falso conteo, las maquinarias electorales y de corrupción, la coacción del voto y siembra de terrorismo para que la gente no vote en regiones bajo control del narco y caciques [3], el despliegue de una infraestructura, procedimientos y técnica obsoletas y vulnerables, la distorsión de la elección, el control camaral para amagar al candidato más sólido, y la contención de cambios sociales. Pero también la siembra de ilusiones (Morena) sobre las propias perspectivas distributivas y de cambio de régimen participan de este mecanismo al eludir los problemas que conlleva una posición que haya de sostenerse en este sentido y que todo ha de marchar por sobre ruedas «conforme al estado de derecho».
El espectro del fraude se mueve entre dos mecanismos entre el recurso de forzamiento para imponer a los favoritos del régimen o el recurso de la presión para convenir en un cambio formal para que todo siga igual.
Quien hace la ley hace la trampa, tal es la máxima imperante para conservar el estatus y ventajas en el ejercicio del poder político y económico. El fraude es parte del sistema político-electoral mexicano, sustentado no solo en una práctica elaborada, sino también en los instrumentos legales del Estado y de la mediática empresarial encargada de tergiversar la conducta social.
Estado y empresarios se confabularon para posicionar a sus candidatos preferidos, no obstante quedaron abollados en el camino a pesar del capital invertido, pues la realidad y resistencia social han impedido un buen manejo de las intenciones de voto. Pero esto no ha terminado, ahora la línea a seguir se concentra en posicionar el pesimismo social, la incredulidad y la imposibilidad de transformar el país, la inevitabilidad del neoliberalismo.
Incluso, se predica un traspaso de poder como una dádiva de los oligarcas y su aparataje político, y por ahí se cuelan posiciones oportunistas en el sentido de que el Estado se comporte como lo que no es, y que las clases dominantes renuncien al poder.
El fraude es una programación del Poder, debe vérsele de frente para la respuesta necesaria desde el pueblo. La planeación, sistema, mecanismos e ingeniería política del fraude es una muestra más de hasta dónde se requiere que el país se transforme en una república de corte popular; resulta un indicio de cuán profunda será la lucha por cambiar de rumbo en la historia del país, para pronto, queda claro que de resistir AMLO a las presiones de la oligarquía, de la burocracia y de su propia facción de derecha en Morena, le será necesario convocar al pueblo a la acción social democrática contra los problemas fundamentales o no será. Y tocará a las clases populares remontar su situación para protagonizar el proceso democrático en ciernes, asegurando su sostenimiento.
Por lo pronto queda establecido que el fraude no es una cuestión casual, éste se cocina en las entrañas del sistema, pero anda con dificultad, y hasta donde se ve, no está alcanzando lo suficiente para lograr los propósitos de la clase en el poder, no obstante se ejecuta para arrimar algunos logros. A su vez, esta es una lucha inmediata durante y después del proceso electoral donde el pueblo va probando sus resistencias y poniendo en claro sus exigencias frente a un sistema que le seguirá haciendo la vida imposible.
Claro que va a haber fraude, la cuestión está en las resistencias. Todo cuanto se haga en esta forma de la lucha de clases, se resume en la determinación popular, democrática y revolucionaria por preservar sus victorias y sobre de estas enarbolar importantes tareas para combatir al capitalismo y a cuantos le quieren seguir manteniendo doblegado. No podemos jugar a que no pase nada, a que todo siga igual, a que nada vale la pena, los revolucionarios y clases populares debemos accionar a acelerar la lucha de clases aun en este complicado escenario, planteándonos los intereses políticos, sociales y del proceso general para los explotados y oprimidos bajo la coyuntura. Ante cualquier circunstancia el pueblo tiene la última palabra.
Notas
[1] Más o menos esa fue la respuesta de la dictadura de Pinochet para socavar el proceso de luchas en Chile con Salvador Allende.
[2] Demostrada en el tristemente célebre Cuauhtémoc Cárdenas que en su tiempo optó por no ser más el impulsor de una perspectiva electoral democrática permitiendo (en aras de una paz del hambre) que el salinato se consolidara sin más presión que la resistencia desde abajo.
[3] Tal ha sido el más reciente mecanismo del uribismo en Colombia para asegurarse el triunfo de su candidato presidencial.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.