Uno de los sucesos políticos más impactantes del año que acaba de terminar, ha sido el triunfo del líder indígena Evo Morales, vencedor por amplio margen en las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas en Bolivia el pasado 17 de Diciembre del año 2005. Satanizado por sus enemigos políticos, particularmente por buena parte de las empresas […]
Uno de los sucesos políticos más impactantes del año que acaba de terminar, ha sido el triunfo del líder indígena Evo Morales, vencedor por amplio margen en las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas en Bolivia el pasado 17 de Diciembre del año 2005. Satanizado por sus enemigos políticos, particularmente por buena parte de las empresas vendedoras de información en Europa, Latinoamérica y Norteamérica servidoras del Imperio, con el apelativo de «indígena cocalero», trataron sin éxito de descalificar su autoridad como representante de las etnias originarias que conforman la mayoría de la población boliviana. Como era de esperarse, la propaganda de la prensa mundial destaca en primer plano la vinculación de Evo Morales con los dos líderes más connotados del movimiento de liberación de América Latina, Fidel Castro y Hugo Chávez, poniendo en sordina o desinformando las verdaderas causas de la lucha histórica del pueblo boliviano para vencer la situación de vasallaje, esclavitud y exclusión social a la que ha estado sometido hasta el presente por la oligarquía nacional, mestiza o blanca, que se apoderó del espacio de poder político y económico que dejo vacante la oligarquía colonial del Virreinato del Perú en 1825. La historia de los pueblos originarios de Bolivia, conocida arqueológicamente como Región Andes Centro-Sur o «Circum- Titicaca, es muy antigua. Se inicia con la presencia de antiguas sociedades de recolectores cazadores de camélidos cuyo ajuar de instrumentos de trabajo incluía puntas líticas de proyectil como las que caracterizan al sitio Viscachani. Hace 10.000 años, aquellos grupos humanos cazaban tanto los camélidos como los relictos de fauna pleistocénica, capturaban peces de gran tamaño, recolectaban intensamente moluscos marinos y plantas comestibles como el algarrobo en un territorio que se extendía desde el altiplano hasta las planicies litorales del océano Pacífico, planteando un modelo de desarrollo combinado basado en lo que se ha denominado la integración vertical de pisos ecológicos (2). Según esta tesis, el núcleo social altiplánico de Titicaca, conformado por pueblos de lengua aymara, desarrolló mecanismos selectivos para la colonización de zonas periféricas donde existían recursos de subsistencia necesarios para cubrir necesidades complementarias de producción en dicho centro. Esta organización no implica- Bolivia en la nueva era ba la conquista o la absorción de la fuerza de trabajo ajena al núcleo territorial, sino su integración en un sistema que potenciaba las ventajas comparativas existentes en las diferentes regiones y pueblos andinos. El modo de vida formativo de la sociedad andina llegó a integrar verticalmente no solamente el litoral pacífico, sino también el piedemonte selvático oriental que se extiende hacia la región amazónica. Surgieron así hacia el segundo milenio antes de Cristo unidades sociopolíticas extensas como la Cultura Chavín y la Cultura Tiwanako, que constituyen en Suramèrica el primer experimento orgánico de producción de espacios urbanos asociados con agricultura de regadío y ganadería de camélidos. Ambas se relacionaron con desarrollos similares a lo largo de la franja desértica de la costa pacifica, donde comenzaron a formarse desde el cuarto milenio antes de Cristo comunidades estables construidas alrededor de templos dedicados al culto de divinidades locales, cuya subsistencia se basaba en la pesca y la recolección marina, la caza, la domesticación de camélidos y la agricultura de regadío en la desembocadura de los ríos que desaguan en el océano. Las poblaciones aymara que florecieron alrededor del lago Titicaca se convirtieron en el centro de una extensa formación social conocida como el Imperio Tiwanako, cuya influencia se extendió sobre todo el altiplano andino y la costa pacífica, dando posteriormente origen al surgimiento de diversos estados regionales. Hacia el siglo 12 de la era cristiana, existió un pueblo de lengua quechua organizado en once ayllus o linajes que vivía en el Cusco, los cuales hacían remontar su genealogía a los pueblos de la región de Titicaca. A partir de aquella fecha comenzó, bajo el liderazgo de Manco Capac, una serie de guerras de conquista que habría de llevar dicho pueblo a convertirse en el núcleo del Imperio Incaico que se extendíó desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y Argentina. Los pueblos aymara del Altiplano Boliviano conservaron una relativa autonomía hasta el siglo 15 de la era, cuando fueron finalmente sometidos por los quechuas cusqueños, quedando como el grupo más importante de pueblos no quechua del imperio Incaico. Sin embargo, fueron obligados a aceptar la colonización incaica que se traduce en la Bolivia de hoy día en la existencia de un núcleo importante de poblaciones indígenas hablantes del quechua. Debido a su importancia, los aymara fueron el único grupo andino que logró mantener su lengua y su identidad cultural, las cuales sobreviven a la conquista y la colonia españolas y a la quasi esclavitud y la marginación social que les impuso la oligarquía republicana hasta el presente. A partir de la conquista española, los valles andinos y la planicie central boliviana, densamente poblados por grupos indígenas socializados por milenios en tradiciones laborales agropastoriles, mineras, metalúrgicas artesanales, artísticas y arquitectónicas muy avanzadas, se convirtieron en el núcleo trabajador del imperio colonial español. Los indígenas bolivianos fueron forzados bajo el régimen de la mita, institución de trabajo servil instaurada bajo el Imperio Inka, a trabajar en las enormes minas de plata de Potosí y Oruro, las más grandes de todo el hemisferio occidental. Entre el siglo XVI y el siglo XVIII, la actual Bolivia, conocida como Provincia de Charcas o Alto Perú, se convirtió en una de las regiones más ricas y densamente pobladas del imperio español en América. En el siglo XVII, Potosí se había transformado en la ciudad más grande de América con una población aproximada de 150.000 habitantes. La plata, la plusvalía extraída de las minas de Potosí y Oruro fue decisiva para la consolidación del modo de producción capitalista en Europa, y la acumulación de capitales bajo la forma de metales preciosos que habría de servir posteriormente a Adam Smith para formular su teoría sobre La Riqueza de Las Naciones, fundamento de la ideología liberal que habría de caracterizar, partir del siglo XIX, la concepción del mundo capitalista de la cual, por contradicción, se derivó el pensamiento de Carlos Marx. El agotamiento de las minas de plata hacia finales del siglo XVIII produjo el decaimiento económico de Potosí, aunque el Alto Perú y particularmente la ciudad de Chuquisaca, continuaron siendo un importante centro político e intelectual. La Universidad de Chuquisaca tuvo una gran influencia en la formación de intelectuales y profesionales no sólo en el Alto Perú o Provincia de Charcas, sino también en el Virreinato del Río de La Plata. En 1809, luego de la ocupación de España por los ejércitos napoleónicos se produjeron diversas revueltas en Chuquisaca y en La Paz, simultáneas con los intentos emancipadores que se estaban produciendo para entonces en Caracas. El Alto Perú fue, sin embargo, la última región en ser liberada por los ejércitos patriotas luego de la Batalla de Ayacucho, ganada por el Mariscal Antonio José de Sucre. El Congreso del Alto Perú, convertido en república autónoma en 1825, la denominó República de Bolivia, Hija Predilecta del Libertador Simón Bolívar. En el siglo XIX, la declinación de la producción de plata debido a la sobreexplotación de dicho recurso hizo que Bolivia perdiese el nivel de progreso económico del cual había disfrutado hasta entonces. Otras regiones de Suramérica, tales como el Río de la Plata y Chile habían comenzado a desarrollar la producción agropecuaria tanto para consumo interno como para la exportación. Bolivia, que había devenido netamente un país exportador de minerales preciosos, se convirtió en un importador neto de alimentos. La principal fuente de ingresos del estado y de la oligarquía eran los impuestos directos sobre la masa de campesinos indígenas ya empobrecidos, lo cual determinó el desarrollo de un sistema político represivo de los derechos de las mayorías, tornando a Bolivia en una de las repúblicas suramericanas más atrasadas gobernada por dictaduras militares. Hacia finales del siglo XIX, Bolivia intentó explotar la riqueza de sus territorios amazónicos y su litoral pacífico, que contenía ingentes depósitos de nitrato y guano descubiertos en 1860. Pero la empobrecida oligarquía boliviana carecía tanto de los mecanismos como de la voluntad polí-tica para echar adelante esta empresa. Fueron los peruanos, los chilenos, los norteamericanos y los ingleses quienes iniciaron la explotación de dichos recursos. Desde mediados del siglo XIX Chile, con el apoyo del capital inglés, había logrado arrancarle a Bolivia sucesivas concesiones territoriales y comerciales en la costa del Pacífico. Para defenderse de la agresiva intervención chilena, la empobrecida oligarquía boliviana firmó una alianza con Perú. Cuando Bolivia intentó subir los impuestos a las compañías chilenas que explotaban del nitrato y el guano en su litoral pacífico. Chile, de manera unilateral, invadió el territorio boliviano en 1879, impuso la guerra a Bolivia y Perú, se apoderó del litoral boliviano e invadió Perú capturando su capital, Lima. El despegue de la Segunda Revolución Industrial hacia mediados del siglo XIX, determinó la expansión colonial de los países capitalistas con miras a apoderarse a bajo costo de las materias primas que necesitaba para desarrollar su actividad fabril. La minería de la plata, que no había sido totalmente abandonada, condujo al descubrimiento de grandes yacimientos de estaño, mineral de extraordinaria importancia para la industria mundial, convirtiendo a Bolivia en el primer productor y exportador de aquella materia prima, bajo control del capitalismo mundial. Los magnates de la minería, bolivianos o extranjeros, el verdadero poder detrás del trono, gobernaban a Bolivia a través de las élites políticas liberales o conservadoras que se turnaban en el gobierno y de grupos de presión que abogaban por los intereses transnacionales. En 1930, Bolivia y Paraguay habían comenzado a fortificar su frontera pobremente definida en la región de El Chaco, dando lugar a una guerra fratricida entre ambos países donde murieron más de 100.000 soldados. Bolivia perdió de nuevo territorio, lo que generó una honda frustración que estimuló el surgimiento de movimientos políticos nacionalistas militares. Los jóvenes militares bolivianos iniciaron lo que se ha llamado el socialismo militar, el cual se trazó como objetivo cambiar la sociedad boliviana, particularmente lograr la nacionalización del petróleo y la redacción de una Ley del Trabajo de corte avanzado. Simultáneamente, se consolidaron movimientos sindicales mineros como la Confederación Obrera Boliviana, partidos políticos de clase media como el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y movimientos políticos de extrema izquierda como el Partido de Izquierda Revolucionaria. A partir de 1940, Bolivia vivió un largo y turbulento período político marcado por golpes de estado y levantamientos populares que culminaron en 1952 con la destrucción del ejército boliviano, producto de la fragilidad ideológica de las élites políticas que no acertaban en la búsqueda del camino hacia una sociedad justa y democrática. Ese mismo año, bajo el gobierno del MNR se nacionalizaron las minas de estaño y se proclamo la reforma agraria más avanzada del hemisferio occidental, se instauró el sufragio universal y se dio el voto a los analfabetas. A los indígenas bolivianos se les repartieron también tierras libres de toda servidumbre, se les concedió el voto y también grandes cantidades de armas. Desde ese momento, las masas indígenas bolivianas se convirtieron en un sujeto social poderoso, aunque pasivo, rural, el cual utilizaron los sucesivos gobiernos de la oligarquía para consolidar su poder frente a la masa radical de obreros del estaño. En 1956 la inflación económica fue carcomiendo el poder de la clase media y del MNR. Se suspendieron los programas sociales y de administración cogestionaria de las minas de estaño y se invitó a las compañías petroleras estadounidenses a retornar al país. En adelante, el ejercito boliviano emergió como la fuerza política dominante, distinguiéndose por su carácter reformista. La historia más reciente de Bolivia está marcada por la influencia creciente de las transnacionales estadounidenses y europeas en la política local, apoyadas por la oligarquía boliviana cada vez más obsecada por el pensamiento neoliberal, dispuesta entregar no solo el petróleo, sino el agua y cualquier otro bien natural o económico que pueda representar ingresos para la mayoría indígena empobrecida. El contexto político en el cual surge Evo Morales como líder del Movimiento al Socialismo y ahora Presidente Constitucional de Bolivia, es complejo. Internamente la dinámica política y económica boliviana ha culminado con la formación de un sujeto social muy poderoso y combativo. Como ocurre en la mayoría de los países latinoamericanos, los y las descendientes de las etnias indígenas originarias campesinas se han venido transformando en sujetos sociales urbanos, con una conciencia de clase sólida. Muchos han devenido comerciantes, trabajadores asalariados, trabajadores informales, profesionales y burócratas, de manera que la identidad étnica se cruza con la identidad de otros sectores clasistas urbanos populares o de clase media. A la par de los indígenas urbanos y rurales y los sectores de clase media, los poderosos sindicatos mineros plantean demandas sociales y políticas tales como la nacionalización del petróleo y del gas, las cuales no podrá soslayar el gobierno de Evo Morales. De nada valdría el apoyo de la oligarquía y los sectores derechistas para una nacionalización chucuta, tal como hizo en Venezuela el régimen de Carlos Andrés Pérez: el precio de vacilar podría ser un conflicto social de dimensiones impredecibles. La nacionalización verdadera de los hidrocarburos bolivianos parece ser un hecho irreversible al cual deberán conformarse las compañías petroleras, incluida Petrobrás. No podemos olvidar el enorme peso específico que tiene PDVSA, la tercera empresa petrolera mundial, en la constitución de Petrosur, empresa comunitaria que a no dudarlo jugará un papel importante en el proceso boliviano de liberación nacional. No podemos olvidar, asimismo, que el ejército boliviano sigue siendo un actor político de mucho peso en el destino nacional. Como ocurre en otros países de la región, hay sectores de la oficialidad comprometidos con los designios del imperio, pero hay también seguramente otros, incluyendo también suboficiales, clases y soldados, que comparten y han compartido en épocas anteriores la misma conciencia social de las masas populares y los sectores nacionalistas de la clase media boliviana. El gobierno de Evo Morales se inscribe dentro del proceso de Liberación Nacional que actualmente sacude las bases de sociedades de la costa atlántica suramericana, las cuales han estado fuertemente intervenidas y neocolonizadas por el imperio estadounidense: Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, y Venezuela, agrupadas en el bloque económico de Mercosur +Cuba. Este bloque agrupa las economías más poderosas de Suramérica y el Caribe las cuales presentan actualmente un índice excepcional de desarrollo económico y democrático, lo cual le dará a la anhelada democracia participativa boliviana un margen más amplio de libertad política y financiera. Sobre la región pacífica, cuyo litoral le fue arrancado a Bolivia por la oligarquía chilena aliada con el capital inglés, el contexto político no es muy definido. Chile es una democracia tutelada por un poderoso ejército, el cual no permite disidencias de la ortodoxia neoliberal que impuso la dictadura militar del general Pinochet. Por otra parte, Chile es aliado político de los gobiernos de Estados Unidos, de la Comunidad Europea y del Sureste de Asia, así como de las transnacionales que controlan tanto a esos gobiernos como al chileno mismo. En el vecino Perú, la oligarquía se debate en una profunda crisis de identidad política. Rechazada la propuesta de autoctonía nacionalista forjada por Mariátegui, sostenida de manera militante por Sendero Luminoso y el Movimiento Tupac Amaru, fracasada la propuesta de autoctonía demagógica que encubre el ajuste neoliberal ensayada por Fujimori y Toledo, la oligarquía se disfraza de modernidad abrazando un Tratado de Libre Comercio firmado con las transnacionales estadounidenses. El triunfo de Evo Morales revela a las mayorías indígenas del Perú, que es posible luchar por el triunfo de un proyecto político que no solamente los incluya sino que los convierta igualmente en un sujeto social con poder para llegar a formar gobierno. El éxito político del cual disfruta el coronel Ollanta Huamala en la actualidad, indica que el socialismo militar o nasserista del finado general Velasco, quizás no está del todo muerto. En Ecuador, vecino también de Bolivia, la mayoría de la población indígena y trabajadora en general y los sectores de la clase media, pareciera que no se deciden todavía a unificar sus fuerzas en un solo movimiento político que estaría destinado a transformar la sociedad ecuatoriana, a promover también la liberación nacional y la descolonización del país para integrarlo plenamente en la unión de naciones suramericanas. En Colombia, la radicalización de la sociedad boliviana y su inserción militante en el nuevo paradigma político y social suramericano, seguramente hará reflexionar a la poderosa oligarquía colombiana, comprometida y aliada con el gobierno y las transnacionales estadounidenses, sobre la posibilidad de quedar cada vez más dependiente de Estados Unidos, pero más aislada de lo que promete ser uno de los futuros bloques de poder mundial: Suramérica y El Caribe. La correlación de fuerzas entre los actuales bloques de poder mundial, particularmente China y La India y particularmente la dependencia de los mismos de la energía fósil, hace que sea imperativo para la industria petrolera de Venezuela, Bolivia y Brasil, lograr un acceso hacia la costa pacífica que permita transportar el petróleo, el gas y sus derivados hacia los mercados emergentes de Asia. De allí el ajedrez político que juega el imperio estadounidense en Suramérica, tratando de desestabilizar y destruir los procesos de liberación nacional, particularmente el venezolano y el boliviano, reforzando por el contrario los procesos políticos regresivos de Colombia, Ecuador y Perú. Chile es militarmente muy poderoso, pero muy dependiente también de los suministros energéticos, por lo cual su política exterior, particularmente con Venezuela, es ambigua: coquetea con el presidente Chávez, pero al mismo tiempo, como dice el refrán, arroja su libra de carne a la jauría de fieras que alimenta el imperio en Suramérica. Bolivia, el Alto Perú, siempre fue el corazón del mundo andino. De allí parten las venas que han alimentado y alimentan el cuerpo de ese gigante dormido. Cuando el corazón palpita fuerte, ese coloso nutrido con las esencias milenarias de la tierra, vuelve a la vida. Como habría dicho José Carlos Mariátegui: ¡despierta el Tahuantisuyo a la Nueva Era de la sociedad mundial, vuelve a incorporarse a la civilización suramericana y caribeña!Uno
Dos
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