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Ventanitas en la calle oscura

Fuentes: Página 12

Cabalgar sobre un caballo ciego por una calle oscura sin término. Así califiqué alguna vez a los derechos humanos en la Argentina. Ultimamente se han abierto algunas ventanitas. Como lo de la reanudación de los juicios, aunque no todos los jueces tengan la confianza de los argentinos. Y en la ciudad alemana de Bremen, el […]

Cabalgar sobre un caballo ciego por una calle oscura sin término. Así califiqué alguna vez a los derechos humanos en la Argentina. Ultimamente se han abierto algunas ventanitas. Como lo de la reanudación de los juicios, aunque no todos los jueces tengan la confianza de los argentinos. Y en la ciudad alemana de Bremen, el gobierno de ese Estado ha realizado en el palacio de gobierno un homenaje al gran historietista argentino Héctor Oesterheld, aquel que nos hizo imaginar todos los mundos con sus maravillosos cuentos dibujados.

El 3 de junio de 1977 es apresado por el Ejército argentino y origina una de las tragedias más grandes durante la represión de Videla. Además de él, desaparecerán para siempre sus cuatro hijas. Beatriz, de 20 años, fue secuestrada un mes más tarde por el Ejército. Diana, de 22 años, quien antes de desaparecer tuvo un niño en el Hospital Militar de Campo de Mayo, y ese niño fue robado. Al mismo tiempo fue muerto el esposo de Diana, Raúl. El 14 de diciembre de 1977 morirán su hija Estela, de 25 años, y su esposo, un año mayor que ella. La más joven de las hijas, Marina, fue secuestrada en noviembre del mismo año, estaba ya en el octavo mes de embarazo, para después desaparecer. Ni de ella ni de su hijo por nacer se obtuvo más noticias.

Tal cual. ¿Después de saberse esta tragedia ya sin calificativos, cómo es que los diputados y senadores del radicalismo pudieron votar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final? ¿Y que Alfonsín la haya firmado? Increíble. Lo mismo que los decretos de perdón de Menem a los generales condenados en el juicio de los comandantes.

Héctor Oesterheld quedará para siempre entre nosotros porque nos hizo volar por todos los cielos con su genial «Eternauta». Que es la que le costó la tragedia porque en su última parte, de 1976, dibujada por Francisco Solano López, la Argentina aparecía gobernada por una feroz dictadura. Además de eso, había producido el guión de Vida del Che, con dibujos de Alberto y Enrique Breccia. Pena de muerte para él y toda su familia.

El lunes pasado, el bürgermeister de Bremen, Henning Scherf, abrió su casa de gobierno para recordar al querido intelectual argentino. Justamente no sólo se lo honró como artista sino también -por razones de nostalgias- por su abuelo August von Oesterheld, conocido ciudadano de Bremen.

El burgomaestre de Bremen hizo una alegoría muy sentida sobre el autor Oesterheld e hizo hincapié expresamente en los setenta desaparecidos alemanes en la Argentina durante la dictadura militar.

El acto se inició con música clásica argentina tocada por un cuarteto. Luego habló la ex ministra de Justicia de Alemania Herta Däumler-Gmelin, quien describió en todos sus aspectos el brutal y bestial método de desaparición de personas y la falta de reacción de diversos gobiernos europeos interesados más que nada en vender armas a los militares argentinos. Comparó, por su brutalidad, a los crímenes nazis con los de los militares argentinos. Principalmente hizo hincapié en el robo de niños.

Por último, en el sentido acto, pleno de emoción, se entregó el «Premio de Solidaridad de Bremen, 2004» a la esposa de Héctor Oesterheld, Elsa, y al pastor evangélico Kuno Hauck. Este último, miembro de la Coalición contra la Impunidad de los Crímenes de la Dictadura Argentina, con sede en Nuremberg, señaló: «Aun cuando Jorge Videla y sus esbirros no puedan ser juzgados en Alemania, por negativa del gobierno argentino de extraditarlos, igual los pedidos de detención internacional contra ellos seguirán siendo una permanente intimación, porque aquí no olvidamos a las víctimas. Para nosotros la injusticia permanecerá siempre siendo una injusticia».

Si bien el acto fue una verdadera revelación en cuánto se puede hacer por el recuerdo de las víctimas de la dictadura, faltó un detalle. No sé si los argentinos sufrimos del defecto de timidez, acomodo o el «no meterse». Pero no concurrió el embajador argentino o un representante de jerarquía de la embajada. Como decimos, fue un acto de primera línea en la vida cultural alemana, además en una de sus más grandes ciudades. Sobre compromiso político no se puede hablar porque es un gobierno de coalición de los dos más grandes partidos alemanes. La Socialdemocracia y la Unión Demócrata-Cristiana. Mientras hablaba, un poco con ironía y otro poco con una tristeza que descubría la inexplicable ausencia, preguntó al público que llenaba por completo el gran salón si había alguien de la embajada argentina. Después de mirar todo el salón, se levantó en la última fila una mano que dijo: «Yo soy el vicecónsul». Es decir, el representante más bajo en la categoría diplomática que ni siquiera se dignó a decir dos palabras. ¿Qué pasó, el embajador perdió el último tranvía, o prefirió ir al cine, o quedarse en casa a ver el partido de turno?

Lo ideal habría sido -y no estoy exagerando- que hubiera concurrido al acto el agregado militar argentino de nuestra embajada. Es hora de que los miembros del Ejército reconozcan los humillantes crímenes que realizó el arma y que digan abiertamente que en caso de delitos de lesa humanidad no valen la obediencia debida o el punto final. Pero no, todos los uniformados callan, como tampoco han respondido últimamente a las frases que expresó el obispo militar, monseñor Antonio Baseotto, de que al ministro de Salud Pública argentino, doctor González García, había que atarle una piedra de molino al cuello y arrojarlo al agua. En un ejército democrático se hubiera esperado una reacción en el sentido de repudiar con toda la fuerza hechos así que hablan de la impudicia de los que aman el crimen como solución a los problemas. El ministro González García tuvo una actitud de coraje civil cuando se demostró favorable a despenalizar el aborto. El tema del aborto es un tema muy serio y muy difícil. No se arregla con piedras de molino ni tirando a la gente desde los aviones. Claro, es fácil decir «yo estoy contra el aborto» o «yo estoy contra los preservativos pese al sida», mientras hay gobiernos que han tratado a fondo ese problema -especialmente, un problema de la mujer- aprobando leyes que demuestran un respeto fundamental hacia a la vida, pero también a la vida de la madre en el mayor de los casos, apenas adolescente. Es que el llamado obispo castrense de marras es igual que aquellos de la Iglesia Católica española que apoyaron a muerte al dictador Franco, fusilador de poetas y obreros, en la lucha por la dignidad y la libertad. Además, el señor obispo militar no es quién -por la falta de experiencia de su gremio- para recomendar soluciones de la vida sexual. Elegirlo a él para defender la vida es como nombrar a Blumberg director de una cárcel para jóvenes. Ellos, los curas católicos, por su por lo menos declarada castidad, están contra el amor, contra los cuerpos, contra los hijos. Es como enseñar a la gente que todos tenemos el pecado original porque Eva se comió la manzana, que antes era un higo, pero que un antiguo cardenal a lo Ratzinger cambió las Escrituras y en vez de un higo nos puso una manzana, porque el higo, claro, tiene forma de testículo (o algo así).

Bien, aunque sea menos pecado comerse una manzana que un higo, los mitos y tabúes van apareciendo por las ventanitas de la calle interminablemente oscura. Reconquistemos, por ejemplo, la obra del querido Oesterheld, y ofrescámosla en libros, para volver a soñar. La deberían editar, como desagravio, las secretarías de Cultura del país.