Si es que la política llevada a cabo por el gobierno ha mostrado un dato revelador en los últimos tiempos, es que Vicentín es la expresión práctica más acabada del paradigma político que ha formulado el presidente Alberto Fernández en relación a “un capitalismo donde todos ganen”.
Mediante el decreto que se ha dado a conocer a la opinión pública hace apenas unas horas, el estado se dispone por un lado, asumir como propia la deuda de la empresa, y por el otro, conservar las fuentes de trabajo. Se supone que las equivalencias entre lo uno y lo otro son irrelevantes. Veamos. Un empresario funda una empresa de la que obtiene, como es lógico, sus correspondientes ganancias. Sin embargo, (nadie se lo pregunta) de pronto se le ocurre solicitarle al Estado que intervenga de algún modo (por supuesto con recursos en pesos o en dólares) so pretexto de “defender las fuentes de trabajo”. Como se ha visto ya tantas veces y de incontables maneras, el Estado burgués corre presuroso a salvar a la empresa por vía de todo tipo de subsidios, haciéndose cargo, tal como se ha visto en el último mes, del pago de un porcentaje de los salarios, o en este caso, directamente haciéndose cargo de la quiebra de la empresa, lo que constituye en los hechos y por más que se lo quiera publicitar de otro modo, la transferencia de una enorme cantidad de guita (hablemos en criollo para que se entienda) de los sectores con menor participación en el PBI, a los grupos más concentrados de la economía. Sucede algo parecido cada vez que se lleva a cabo una devaluación de la moneda: ganan los que acaparan divisas y perdemos los que percibimos ingresos fijos. El resultado siempre es el mismo, los empresarios privatizan sus ganancias y socializan sus pérdidas.
Suele ocurrir que en medio de una crisis los debates se omiten y los cultores del posibilismo recurren al viejo truco de que cuando una decisión no admite ninguna defensa, la presentan como inevitable, y es precisamente en el ejercicio de este recurso, en donde el progresismo y el oportunismo de derecha se convierte en un absurdo horizonte político. Sus más exacerbados epígonos jadean excitados por medidas que parecen prolongar los estertores del autodenominado ciclo progresista. Por esa razón, no es casual que en estas particulares circunstancias la retórica del anticomunismo a “diestra y siniestra” se vuelve a poner a la orden del día, no tanto contra un enemigo en antaño temido, sino a favor de la superioridad mundial del capitalismo liberal, democrático y occidental. Esto explica de manera cabal por qué el debate con el “populismo de amplio espectro” se reduce al nivel de consumo de los sectores populares, es decir, a una mera discusión economicista, y no a las modificaciones reales en el terreno de la estructura y la superestructura. La política no es la economía concentrada como afirmaba Lenin, sino la condensación de la retórica, tan propia del peronismo, lleno de épicas vacías.
El capitalismo y la clase dominante, lumpen, colonizada, vasalla, condensan en su agenda con cada iniciativa que impulsan, un mismo y viejo problema: garantizar y sostener las condiciones de funcionamiento y reproducción del capitalismo a través de su despliegue histórico. El gobierno de los capitalistas en cada paso, a cada momento, en cada medida que ejecuta, busca ni más ni menos que recomponer su tasa de ganancia. De esta manera el imperialismo (entendido como capitalismo de los monopolios) no deja márgenes para experiencias “benefactoras” y extiende certificado de defunción a los progresismos, para anunciar un devenir de democracias neoliberales degradadas.
BREVE RADIOGRAFÍA DEL CAMPO
Si se desconocen los métodos productivos, los sistemas de comercialización y el mecanismo sofisticado de acumulación de capital que generan las agroindustrias, la burguesía jamás sentirá peligro
El modelo de acumulación argentino se ha desarrollado en las últimas tres décadas en torno a la Hidrovía del Paraná. Durante todo este tiempo se fueron dragando centenares de kilómetros de canales, en lo que representa la mayor obra de este tipo en el mundo, haciendo de este extenso torrente fluvial una vía de tránsito para los barcos de ultramar que de este modo además, acceden a los modernos puertos graneleros y aceiteros con un calado de 36 pies. El complejo industrial tiene capacidad instalada para procesar 250.000 tn diarias de granos. La ciudad de Rosario y su zona de influencia (400 km) son el núcleo del modelo exportador globalizado. Los grandes pooles y terratenientes, producen de manera industrial para las multinacionales y éstas, son las que manejan los mercados y determinan globalmente el precio de los alimentos. Las cerealeras a su vez, funcionan como agentes de retención y controlan el modelo de financiación. Los capitales chinos manejan Nidera y Noble; los alemanes Monsanto y Bayer; y los americanos continúan con sus tradicionales Cargill y Continental. Se exporta mucho, pero eso sí, a pocos destinos. Muy parecido o casi igual al modelo que dominó la década que siguió a la depresión de 1929. Es decir, China ocupa el lugar que entonces ocupaba el Reino Unido como comprador de commodities y proveedor de todo, desde paraguas hasta locomotoras. Sólo que ahora, se agrava la situación social porque somos cuarenta y cinco millones y no quince millones de habitantes. Los que sobran de este modelo tienen un solo e inevitable destino: la violencia y el narcotráfico. Y ambas actividades tienen un solo patrón: las policías, que se han convertido en los nuevos empresarios, cuyos explotados son niños y jóvenes que trafican para ellos y que ya ni siquiera sirven para un ejército industrial de reserva.
Asimismo, las multinacionales que se apropian de los granos básicos que se utilizan luego en la producción aviar, porcina, vacuna, de lácteos, de harinas etc., se constituyen en formadoras de precios, ya que luego se los comercializan en complicidad con las grandes cadenas de supermercados, que también son multinacionales. Las cerealeras más importantes del globo que operan en la Argentina procesan el acopio de los granos y los acondicionan. La mayoría de ellas intervienen en los mercados de aceite comestible, con las harinas y sus derivados, los concentrados, núcleos proteicos, biocombustibles y demás subproductos controlados por monopolios, y de este modo modelan el perfil de los precios. No solamente eso. Controlan el desarrollo biotecnológico, el conocimiento genético, y el mercado de insumos. El nexo con los sectores financieros privados, bancos y fondos de inversión son fundamentales para el desarrollo de su poder económico e influencia política, debido a que condicionan los mercados a término y especulan de manera globalizada. Digamos de paso que “los mercados a término de granos con libre concurrencia de oferta y demanda” son sólo un cuento de hadas capitalista. Solamente 10 productos (como la soja y derivados, maíz, trigo, langostinos, vino, carne bovina) suman el 69 % de las exportaciones “agroindustriales”, correspondiendo al complejo sojero un 49 % del total. Por eso jamás la sociedad que alterna en el gobierno aceptó controlar a través de una Junta Nacional de Granos el comercio exterior. El maquillaje no alcanzó para cambiar la matriz productiva porque parece ser que contra el verdadero poder todavía nadie se atreve. Porque por ejemplo, para poder generar las condiciones del desarrollo burgués de la producción agropecuaria argentina se debería cumplir con algunas premisas, a saber: 1) la creación de una Junta Nacional de Granos; 2) una Junta Nacional de Carnes; 3) estatización del comercio exterior; 4) nacionalización del sistema financiero ligado a la producción; 5) estatización del sistema portuario y generación de una flota mercante capaz de transportar la producción.
Lamentablemente, este mínimo programa de llevarse a cabo, entraría en contradicción con las exportadoras que se encuentran muy felices de exportar granos. Importar tecnología para producirlos y logística para comercializarlos. Queda claro que la Argentina continuará primarizando su comercio exterior, porque es ese el diseño de país que se terminó de consumar con Menem en los ‘90 y que continúa hasta hoy con mínimas modificaciones.
El cambio del modelo productivo no cuenta con la aprobación de las grandes cerealeras, por lo que no se llevará a cabo. Con mantener la infraestructura de la Hidrovía del Paraná y de la Zona Núcleo Pampeana basta para el modelo agroexportador.
NI EL TIRO DEL FINAL
Los “bien pensantes” han asumidos modales keynesianos, porque ser keynesiano les permite justificar las intervenciones estatales en los negocios capitalistas, pues aunque sea un pleonasmo, es bueno aclarar que interviene para que los capitalistas ganen más y no para que el pueblo este mejor o sufra menos la explotación.
A pesar de que a muchos ni se les ocurre pensar en todas estas cuestiones, porque como dice el tango, “no pensar ni equivocado / para qué, si igual se vive…”, deberíamos darnos a la tarea de preguntarnos, aun cuando constituya una labor fatigosa, el porqué y el cómo llegamos a esta situación. Lo contrario significaría negarnos a la posibilidad de pensar: Por ejemplo, ¿quién se llevó las reservas al exterior? ¿los trabajadores? ¿los desposeídos?, ¿los marginados? ¿o se las llevaron aquellos a quienes este nuevo “Keynes” quiere salvar? ¿y este nuevo Keynes para quién trabaja? ¿los buenos neokeynesianos contemplan en su programa la posibilidad de reestatizar el sistema portuario argentino? ¿que la nación tenga soberanía absoluta sobre esos puertos? ¿es muy antiguo pensar que la flota mercante nacional transporte la producción nacional?¿es muy antiguo nacionalizar el sistema ferroviario para acceder a esos puertos e ir por todo el sistema energético? ¿Considerarán que sin nacionalización del comercio de granos y de carnes no hay posibilidad de seguridad alimentaria ni de desarrollo nacional? ¿Nacionalizaremos alguna vez el crédito?
Como notará el lector, hasta aquí no mencioné a Vicentín. Ni a los 70.000 productores asociados a la Federación Agraria, Carbap, ni a la Sociedad Rural. Y no lo hice porque entre todos no suman más que aproximadamente el 15 % del negocio. Es decir, son socios subordinados de un negocio global, porque todo el modelo agroindustrial depende del imperialismo yankee, que tiene el control directo de la tecnología, controlan la utilización de sensores satelitales avanzados, herbicidas, insecticidas, fertilizantes, equipamiento de riego (para maíz), y fundamentalmente el pool genético que requiere ese nivel tecnológico.