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Victoria popular y duelo autoritario

Fuentes: Rebelión

Se han realizado muchas teorías en torno al fascismo. Autoritarismo sustentado en apoyo de sectores de clase que le permite expandirse y justificarse como sistema, crea un enemigo, lo persigue, busca desaparecerlo y eso lo convierte en una condición política del “bienestar ciudadano”.

Erich Fromm decía además de que no existe fascismo posible si no se entiende a los sectores que lo respaldan, que de alguna manera la psicología social, entendía como el psique colectivo de las carencias y frustraciones personales, familiares y sociales que buscan una compensación autoritaria frente a la falta de certidumbre en el futuro. De esta manera podría entenderse como los acomplejados sectores dominantes bolivianos, encontraron en la violencia y la represión y en definitiva en las FFAA un referente político necesario, no solo para asegurar la condición del poder político, sino también sus propias inseguridades como clase ante un mundo indígena originario campesino que desconocían, y al mismo tiempo temían, optando siempre por el sometimiento antes que por la inclusión.

Por eso la constante autoritaria ha estado más presente que la democracia en nuestra historia, pues estas oligarquías históricamente prefirieron la imposición y moldear la figura de un Estado represor, antes que la idea de un Estado integrador e incluyente que tuviera que tejer entre la diversidad, consensos y acuerdos que permitan afirmar la identidad plurinacional, que solo puede ser posible en la construcción de una democracia intercultural. Por eso podemos entender que la construcción democrática en Bolivia tuviera tantos traspiés, pues, por los poros de los sectores dominantes se transpiraba racismo y exclusión y la permanente tentación del autoritarismo, de esta manera, la institucionalidad siempre tuvo esos visos jerárquicos, autoritarios y excluyentes, que no eran de ninguna manera ni tan siquiera democrático liberales.

Los partidos se envistieron de esas características con jefes como sus dueños, y aún sin proclamarlo, el que la blanquitud se convirtiera en una condición de poder al interior de las organizaciones políticas, aun de cierta izquierda que hablaba a nombre de los pobres. Entonces en esencia por la formación social boliviana, los visos autoritarios estaban permanentemente vigentes entre los sectores dominantes y clases medias que vivían y avalaban con su intermediación esa estructura de exclusión social.

Esta estructura social autoritaria que apelaba permanentemente a rasgos fascistoides como sistema político y en la vida cotidiana, es la que se chocó en principio con unas elecciones el 2005 que le mostraron al país que no querían ver. Que los que obligados o excluidos de la ciudadanía política, empezaron a mirarse a ellos mismos como referente, y no a los patrones que se investían de colonizadores buenos y paternalistas o autoritarios y represivos.

Entonces es que asumieron que debían retomar el sentido de la dominación y complotaron, enfrentaron, denigraron para intentar que la representación del poder volviera a ellos, y lo hicieron desde lo que son, desde el racismo, desde el insulto, de la cooptación de los más débiles y desde la sombra de la colonización que sin que ellos se lo propusieran, estaba presente en los dominados que con la dignidad en ristre, sin embargo tenían como referente de poder al propio patrón. Eso explica en mucho lo que pudimos construir desde la visión de los excluidos, como inclusión y recuperación de la dignidad para construir una democracia intercultural; pero también explica porque los patrones nunca abandonaron su plan de complotar y “quitar al indio del palacio”. Pero también nos hace pensar porque sabiendo de nuestra historia, el gobierno de las mayorías quiso creer en la “conversión sincera y democrática” de los patrones y sus instituciones tutelares (FFAA y Policía).

Ese Estado colonial que nunca murió es el que actuó desde adentro y con complicidad internacional, para generalizar el discurso del fraude, que finalmente dio paso al golpismo. Colonialidad de los grupos de poder de siempre junto a las clases medias que se sienten desbordadas e invadidas por la irrupción popular en la esfera pública; de la mayoría de las organizaciones sociales que asumieron la nueva condición del poder en el gobierno, no como protagonistas del cambio, sino como beneficiarias. En fin Colonialidad cuando la representación popular no pugna por revolucionar la sociedad autoritaria, sino acomodarse en ella, en el papel de nueva autoridad, reproduciendo una vez más la visión patronal antes que la comunitaria. El Estado y sus jerarquías han funcionado como tamiz para naturalizar una manera de ser poder, incluido el tema de paralelamente, buscar su propio blanqueamiento, pues en vez de la lucha por la diversidad intercultural, se interiorizó una vez más el de las diferencias, los complejos y las exclusiones.

Con todo este bagaje es que sin embargo, la raíz comunitaria y de identidad marcada en estos años, es que se convirtió en resistencia frente al golpe de Estado, y demostró que el ajayu popular no retrocede y no deja de crecer. Esa es la primera comprobación de la victoria, que hizo un tejido entre esperanzas y luchas, pero también entre temores y miedos acumulados de quienes sumidos en sus prejuicios creyeron que el retorno al pasado les daría el poder que perdieron, y vieron que solo tuvieron con el desenlace golpista; robo, mas hambre y abandono total de las necesidades y derechos fundamentales.

Y sin embargo, también se puso en evidencia histórica la esquizofrenia en la que viven los sectores oligárquicos de este país, y los que pretender ser como ellos. El de querer ser lo que no son, el que la realidad se acomode a sus deseos, solo así se entienden declaraciones del Comité Cívico Pro Santa Cruz, como: “no es posible que el MAS tenga 55% de apoyo, cuando más del 70% de la población lo rechaza”. Entonces se crean razones como el del “fraude científico”, que dicen que ocurrió que ni los técnicos y observadores internacionales pudieron ver, “pero ellos sí”, y entonces todos resultaron cómplices de la confabulación, hasta Trump o Bolsonaro que reconocieron la derrota de sus aliados criollos. Existe una suerte de duelo colectivo de clase de estos sectores, cuyo primer síntoma es precisamente la negación de la realidad y creer que su sentimiento es universal. Otros viven otras etapas del duelo, como la tristeza y el miedo frente a sus inseguridades, mientras otros pasan por la aceptación resignada para volver a repensar la realidad en la que si no cambian para entender lo que es este país, volverán a redituar el racismo como discurso y el golpismo como estrategia de poder.

Mientras el pueblo celebra, pero con cautela frente a lo vivido en estos meses, pues sabe que el golpismo está agazapado, que el racismo excluyente sigue siendo la razón política de los grupos de poder, que han demostrado que además del discurso cotidiano en todos los medios de comunicación y redes que tienen; están dispuestos a matar y perseguir a los rebeldes; y que por eso el pueblo, que no es vengativo, que es capaz de incluir a los excluidores, será capaz una vez más de volver a empezar la tarea de construir un Estado Plurinacional para todos, y que exprese a las mayorías que somos y donde las minorías también están convocadas a participar si respetan la diversidad que somos y están dispuestas a tejer vida con todos. ¡¡La vida continua y la lucha sigue…!!