La causa de la violencia, las desapariciones forzadas, las masacres, la injusticia, la impunidad y la desigualdad es el neoliberalismo que, desde 1983, se impuso a nuestro país en beneficio de una minoría rapaz, y este neoliberalismo no es más que «neoporfirismo». Así lo dijo, palabras más palabras menos, el presidente electo Andrés Manuel López […]
La causa de la violencia, las desapariciones forzadas, las masacres, la injusticia, la impunidad y la desigualdad es el neoliberalismo que, desde 1983, se impuso a nuestro país en beneficio de una minoría rapaz, y este neoliberalismo no es más que «neoporfirismo». Así lo dijo, palabras más palabras menos, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) durante su discurso en el segundo encuentro con víctimas, realizado en la Ciudad de México el 14 de septiembre de este año.
Hemos vivido una dictadura que, como la de Porfirio Díaz, ha tenido tres pilares: los empresarios -esa oligarquía financiera llamada minoría rapaz-, la parte de la iglesia reaccionaria y el ejército.
¿Cómo fue que un ejército surgido de la lucha contra los conservadores y los invasores franceses se convirtió en un verdugo del pueblo? ¿Cómo fue que el ejército que Santos Degollado levantara una y otra vez de las derrotas, sin dinero, mal armado, se convirtió en sirviente de los terratenientes? ¿Cómo fue que ese ejército dirigido por Leandro Valle, cadete sobreviviente del ataque de los gringos al Castillo de Chapultepec en septiembre de 1847, se convirtió en una casta que decidía sobre la vida y la muerte de obreros y campesinos?
Debemos saber que Porfirio Díaz no fue un hijo de «papi»; ese dictador atroz nació de padres humildes, se hizo general en la guerra contra los conservadores y los franceses: combatió, organizó y dirigió a sus guerrilleros y a su ejército contra los invasores.
El ejército que surgió del triunfo sobre los invasores y que restauró la República y la independencia tenía como base a los chinacos, a los indígenas y a los profesionistas ilustres y valientes, pocos eran militares de carrera, pues la mayoría había luchado con los conservadores y los franceses, como Miguel Miramón, cadete sobreviviente del asalto de los gringos en 1847, fusilado al lado de Maximiliano de Habsburgo en el Cerro de las Campanas.
El ejército que formó Benito Juárez en defensa de la patria fue un ejército popular, pero una vez derrotados los invasores muchos generales utilizaron la fuerza de las armas para convertirse en los nuevos terratenientes, en la nueva clase dominante, en los burgueses que oprimieron al pueblo. Fueron ellos, integrantes de esa clase burguesa, los que convirtieron un ejército popular en uno de verdugos del pueblo : ese ejército glorioso que venció al mejor ejército del mundo de sus tiempos se transformó en el verdugo de los obreros de Río Blanco, Veracruz, en 1907; fue el instrumento de despojo y masacre contra los indios yaquis, mayos y mayas; fue la columna vertebral de la dictadura de Porfirio Díaz, en el que se educó Victoriano Huerta y al que llegó a comandar.
¿Ese ejército de verdugos podía olvidar de un día para otro a qué intereses servía y sus formas de proceder?
Francisco I. Madero pensó que sí -tanto confió en ellos que prefirió ordenar la disolución de las fuerzas revolucionarias que la de ese ejército- y nombró jefe del ejército federal a Victoriano Huerta, quien quiso asesinar a Francisco Villa, mandó a otros generales a luchar contra Emiliano Zapata y, finalmente, con el aval de la embajada norteamericana, planeó y ordenó el asesinato del propio Madero y de José María Pino Suárez, en 1913.
¿Pueden los verdugos impunes cambiar sus formas de aplicar «justicia» de un día para otro? El hermano de Francisco I. Madero, Gustavo, fue masacrado con bayonetas: era tuerto, le reventaron el ojo y lo castraron. En Morelos, los pueblos fueron arrasados, las cosechas quemadas, los pobladores ahorcados en los árboles y las mujeres violadas.
La columna vertebral de la injusticia, de la explotación y de la violencia de la clase explotadora tuvo que ser destruida por los ejércitos revolucionarios de Villa y de Zapata en alianza con el nuevo ejército de la burguesía, el Ejército Constitucionalista, el mismo que después, en 1915, venciera a la poderosa División del Norte y arrinconara al Ejército Libertador del Sur. Ese ejército dirigido por Venustiano Carranza y Álvaro Obregón que pactó con la Casa del Obrero Mundial para crear los batallones rojos y los de obreras enfermeras, a los que desarmó inmediatamente después de que el villismo y el zapatismo dejaron de representar una amenaza.
Ese ejército conformado por rancheros, campesinos pobres, obreros e intelectuales y dirigido por la nueva burguesía triunfante se fue convirtiendo poco a poco en la nueva columna vertebral de esa clase y aplicó los mismos métodos que el ejército federal en su lucha contra el zapatismo: fue el instrumento para asesinar a Zapata en 1919 y a Villa en 1923. Ese ejército conformado por el pueblo pobre se fue trasformando hasta llegar a ser el que asesinó al líder campesino y obrero Rubén Jaramillo, a sus hijos y a su esposa embarazada de meses, en las ruinas de Xochicalco, Morelos, en 1962, después de que éste se reuniera con el presidente Adolfo López Mateos y lo abrazara como signo de reconciliación. Ese mismo ejército masacró a los estudiantes el 2 de octubre de 1968 y desapareció muchos de sus cuerpos.
Si como dijo AMLO, en una cena de gala con integrantes de la Confederación Nacional de Cámaras Industriales (Concamin) realizada el 13 de septiembre, el ejército de hoy, surgido de la revolución, siempre ha sido leal al poder civil y nunca se ha insubordinado a éste, entonces, todos los crímenes que han cometido integrantes del ejército contra el pueblo han sido crímenes de Estado.
Cierto, ese ejército todavía no ha dado un golpe de Estado, pero las masacres, las torturas y las desapariciones forzadas son innumerables y una parte está documentada. Es el responsable de la masacre de Acteal en Chiapas en 1997, de la masacre de El Charco, Guerrero, el mismo año. En pocas palabras, ha sido la columna vertebral para aplicar la política neoliberal en los últimos 40 años.
¿Puede cambiar un ejército de verdugos de la noche a la mañana? ¿Será digno de confianza para defender ahora los intereses del pueblo en contra de la clase burguesa que ha amamantado? ¿Cómo se llamará el(los) próximo(s) Victoriano Huerta? ¿En verdad se puede terminar con el neoliberalismo conservando su columna vertebral?
El pueblo organizado tiene la respuesta si confía en sus fuerzas, en su organización y en su capacidad de gobernarse.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección RECUPERANDO LA HISTORIA del No. 37 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular ( OLEP ), Septiembre-Octubre 2018.