El Golpe de Estado en Bolivia, en el que el gobierno de Evo Morales fue depuesto por un evidente plan elaborado en EEUU (del que se vienen dando señales desde hace años) y en el que las fuerzas armadas -como en décadas pasadas y nefastas en nuestro continente- volvieron a tener protagonismo fundamental, ha disparado […]
El Golpe de Estado en Bolivia, en el que el gobierno de Evo Morales fue depuesto por un evidente plan elaborado en EEUU (del que se vienen dando señales desde hace años) y en el que las fuerzas armadas -como en décadas pasadas y nefastas en nuestro continente- volvieron a tener protagonismo fundamental, ha disparado numerosos análisis, diagnósticos, conjeturas e inquietudes. También bronca e indignación y un repudio casi generalizado. Casi, porque los que fomentan la explotación capitalista y el saqueo imperialista, amos y lacayos, se empeñan en tergiversar los hechos para no llamar «golpe» al Golpe y querer disfrazarlo vergonzosamente de «rebelión popular», algo que a toda vista no ocurre. Muy por el contrario, son las masas las que lo resisten, a pesar de la salvaje represión y de la huida de las principales figuras del gobierno popular.
El Golpe de Estado en Bolivia fue pergeñado para acabar con un proceso que favorecía a las mayorías populares, concedía y ampliaba sus derechos, las sacaba de la pobreza, eliminaba el analfabetismo, fomentaba el crecimiento económico y el trabajo, otorgándole un rol preponderante al Estado y afectando los intereses de los monopolios. Pero sobre todo los de EEUU, económicos y geopolíticos, cuya embajada fue echada por Evo en 2009. Ese fue el factor preponderante, la punta del ovillo que desembocó en la crisis actual.
Lo que deja en claro este brutal avance imperialista sobre el país hermano, es que el país del Norte ha vuelto a las andadas en lo que considera «su patio trasero» y ha apelado nuevamente a las botas para imponer sus planes en la Región: no se contentará con Bolivia, vienen por todo. Pero lo que fundamentalmente desnuda la embestida yanqui es mucho más profundo, porque USA es sólo la nave insignia de los dueños del mundo, esos que se llenan la boca con las palabras «democracia» y «libertad», pero son todo lo contrario a los dos conceptos. Y es que la esencia del modo de producción alrededor del cual construyeron todas las leyes y la institucionalidad imperante, es antidemocrática, dictatorial y tiránica. Sólo la organización de los explotados puede enfrentarla, pero la maquinaria del Estado Burgués no duda en arrasar con toda norma -incluso las por él pergeñadas- para lograr sus objetivos, cuidar sus intereses y conservar sus privilegios. Es por eso que desborda de candidez creer en «su» democracia y en la libertad que ésta le otorga a los asalariados: en realidad, el sistema disfraza la naturaleza esclavista de su concepción y de la clase que lo ha modelado: la burguesía.
Aquí podemos plantear las conclusiones generales que surgen de la crisis boliviana:
«La clase trabajadora sostiene la sociedad; la clase trabajadora produce la riqueza; riqueza y capital son trabajo acumulado expropiado por los esclavistas capitalistas».
1º) El proceso electoral dentro del capitalismo no da poder. Crea una dualidad en la que cualquiera sea la clase que ejerza la administración política-estatal, lo determinante es el poder económico estructural de la burguesía. La situación así creada es socialmente inestable y políticamente antagónica ya que a la burguesía se le ha quitado «temporariamente» su herramienta jurídica de explotación.
2º) La «eficiente gestión» económica del capital por parte de partidos y organizaciones «progresistas» no da réditos ideológico-políticos inmediatos, mayoritarios ni contundentes en la población trabajadora. La concientización crítica es un tema primordial de educación política de clase que tiene que ser abordada con planes específicos desde los partidos, sindicatos y organizaciones comunales, vecinales, etc. y desde el Estado mismo ya que no está en manos burguesas, cuyo fundamento sea la exaltación del trabajo y del trabajador por encima de los negocios y del capital.
3º) La juridicidad burguesa reconoce propiedad y capital como inviolables. Atacarlos es considerado subversión de la ley y de la Constitución establecidas por parte de las burguesías, no reconoce la inviolabilidad de la propiedad de los trabajadores. Las modificaciones en la legislación burguesa y en la Constitución que pudieran hacerse mediante políticas populares, no dan fuerza y poder a los procesos progresistas, porque no están apoyados en cambios reales de las relaciones de producción.
4º) Las Fuerzas Armadas son capacitadas y entrenadas para proteger y sostener el tríptico irrenunciable: la propiedad privada, el capital y el poder armado de la burguesía. Cualquier avance sobre ellos implica la segura respuesta sanguinaria y criminal del esclavismo burgués. Las fuerzas progresistas en el Estado deben tener su propio cuerpo de seguridad de las autoridades elegidas y éstas deberían promover y autorizar la conformación de milicias armadas de trabajadores para defender las políticas y reformas que se implementen, restringiendo la función e intromisión de las FF.AA. regulares en las decisiones desde el Estado.
5º) El esclavismo burgués y su Estado jamás aceptarán políticas reformistas, distribucionistas y progresistas en favor de la población trabajadora. Los privilegios del capital están por encima de todo reclamo y de todo derecho de los trabajadores.
6º) Desde los intereses de su clase, el enemigo de los capitalistas no es ni el comunismo, ni el socialismo, ni el reformismo ni el progresismo, su enemigo es toda oposición y actividad de la clase explotada bajo cualquier signo representacional. Los esclavos asalariados deben permanecer como tal y no rebelarse para obtener su liberación económica y política.
7º) Las burguesías de los países de América Latina son la versión local de la burguesía mundial, enfrentarlas es enfrentar a aquella, sus inmensos recursos y el dominio comercial, financiero y armamentístico del que disponen.
8º) El progresismo, sus aspiraciones políticas y planes de «inclusión» social se presentan como enemigos a ser combatidos por el esclavismo burgués mundial no porque pretendan superar el sistema de explotación (no lo pretenden para nada) sino porque se muestran como futuros rivales en la competencia económica mundial al subsidiar y fomentar empresas estatales y de capitales «nacionales» en detrimento de las ya establecidas corporaciones (holdings) del capitalismo central.
9º) El apoyo social del progresismo es fundamentalmente pequeño burgués (pequeña y mediana burguesía + asalariados no-obreros), sus concepciones políticas e ideológicas no se corresponden con las metas, consignas y fines de la clase trabajadora toda para derrocar al sistema burgués, su Estado, sus FF.AA. y su juridicidad en favor de la propiedad y del capital rentístico expoliador. De hecho es un no-leninismo práctico que desconoce la necesaria estrategia de la lucha de clases de los trabajadores por supuestas «bondades democráticas» de organización, de actividad política basada en acuerdos, discursos y compromisos superficiales que rara vez o nunca se cumplen ni en el Parlamento ni en sede Judicial.
10º) El progresismo cuando accede al poder de la administración política del Estado se muestra vacilante, moderado, conciliador. No implementa decisiones que vayan más allá del sistema, pero esto no impide que la burguesía mundial esclavista lo sabotee, presione y hasta aplique planes de desestabilización y de golpes armados que acaben con las veleidades de independencia y reformas «populares». Entregan así el poder sin que la clase trabajadora y sus aliados puedan combatir con sus propias armas en las manos lo que se haya obtenido.
11º) Las políticas sociales y económicas del progresismo, objetivamente desafían el statu-quo del capital interno de un país y del mundial, pero al no arremeter contra ellos, se convierte en la antesala del nazismo terrorista burgués.
12°) Por lo tanto, la única forma de modelar en verdad una sociedad justa y duradera para las mayorías, es destruir definitivamente el sistema que ha creado la burguesía para sostener y mantener sus privilegios. Terminar con sus instituciones y su modo de producción. Con el progresismo, los periodos de bonanza para los asalariados son sólo «espejismos» que el poder burgués se encargará de destruir feroz y sanguinariamente.
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