Recomiendo:
0

Contrahistoria de la izquierda en México

Vigencia y necesidad del Partido Revolucionario de los Trabajadores

Fuentes: Rebelión

INTRODUCCIÓN Hablar de las izquierdas en México remite a la división en el campo político que desde la Revolución Francesa se ha hecho entre derechas e izquierdas. Mientras las derechas son retrógradas o conservadoras, antidemocráticas y defienden los privilegios de las clases dominantes, las izquierdas deben ser progresistas o revolucionarias, democráticas y comprometidas con la […]

INTRODUCCIÓN

Hablar de las izquierdas en México remite a la división en el campo político que desde la Revolución Francesa se ha hecho entre derechas e izquierdas. Mientras las derechas son retrógradas o conservadoras, antidemocráticas y defienden los privilegios de las clases dominantes, las izquierdas deben ser progresistas o revolucionarias, democráticas y comprometidas con la libertad, la igualdad y la justicia social.

Actualmente nadie duda de la pertinencia de calificar a gobiernos y partidos de derecha y de ultraderecha, pero parece no estar clara la existencia de las izquierdas. En lo que parece ser la etapa final del neoliberalismo, se acepta el dominio político de las derechas, e incluso de la ultraderecha (el fenómeno Trump no puede ser calificado de otro modo), pero se sigue cuestionando la existencia de la izquierda política.

Ello se debe a que la contrarrevolución neoliberal con la que se cerró el breve siglo XX se acompañó de la ideología del Fin de las Ideologías, de la Historia y de las Utopías, esto es: de la ideología del Fin de las Izquierdas. No sólo se planteaba la derrota histórica del socialismo con el colapso del mal llamado «socialismo real» sino el triunfo de la Democracia. En ese relato ideológico, izquierdas y derechas se corrían al «centro» civilizador y democrático. Con esa narración, gran parte de las izquierdas, a nivel internacional, convirtieron una derrota temporal ante el neoliberalismo en una derrota histórica definitiva, abandonando no sólo el proyecto socialista sino la lucha consecuente por la democratización de la sociedad y la justicia social. Por eso, partidos y gobiernos que venían de la izquierda liberal o social liberal terminaron gestionando el neoliberalismo y respaldando a la ultraderecha. Con el ascenso del neoliberalismo pudimos constatar la alianza histórica, que luego se internacionalizó, entre la derecha conservadora y su izquierda liberal. En realidad, el liberalismo es una ideología burguesa que permitió que sus portadores cerraran filas con la fanática nueva derecha conservadora para lanzar una ofensiva económica, política, cultural, y a veces incluso militar, contra los trabajadores, las mujeres y los países semicoloniales. Por eso podemos afirmar que la única izquierda consecuente que enfrenta a la derecha burguesa es y ha sido la izquierda anticapitalista y socialista.

PANORAMA DE LAS IZQUIERDAS SOCIALISTAS EN MÉXICO

En estos años de contrarrevolución neoliberal, las derechas han mostrado abiertamente su rostro de barbarie, anunciando una nueva ofensiva contra los trabajadores y contra las mujeres, contra las conquistas civilizatorias ganadas por las izquierdas. Ante esta ofensiva se requiere, hoy más que nunca, una izquierda comprometida con sus banderas profanas -libertad, igualdad, democracia- que busque más allá del capitalismo unir la libertad, la justicia social y la ecología que a la tradición estalinista y burocrática no le importó conjugar.

Pero, ¿existe esa izquierda en México? ¿Cuál es la situación de las izquierdas socialistas, anticapitalistas, en nuestro país?

LA IZQUIERDA SOCIALISTA HISTÓRICA

En México, la izquierda socialista influida por la Revolución rusa de 1917 cobró su forma organizativa a partir de la fundación del Partido Comunista Mexicano (PCM), adherido a la Internacional Comunista, al final de la segunda década del siglo XX.

Como se sabe, el PCM surgió de una escisión del naciente Partido Socialista Mexicano, fundado en 1919 por varios grupos sindicales. Aunque en el Congreso fundacional del Partido Socialista la mayoría de grupos se adhería al marxismo revolucionario e incluso buscaban su integración a la Internacional Comunista, un pequeño grupo desligado del movimiento obrero, menos de diez personas reunidas en el café El Chino, decidieron cambiar el nombre de PSM por el de PCM, puestos de acuerdo con Borodin como representante de la Internacional Comunista, y nombraron a José Allen, un agente encubierto de la embajada de Estados Unidos, como su primer Secretario General.

Así nace el PCM: separado del movimiento obrero, casi sin militantes, subordinado a la Internacional Comunista e infiltrado por agentes del gobierno estadounidense. El PCM nace con el breve siglo XX, que se inicia con la revolución de 1917, y desaparece cuando el siglo va terminando a finales de los 80, disolviéndose en el PSUM y luego en el PMS (portando todavía la bandera socialista), para enterrar definitivamente su identidad socialista en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), intentando asumir el nacionalismo revolucionario cardenista en tiempos neoliberales.

La gran mayoría de los partidos autodenominados comunistas se colapsaron en todo el mundo con la caída de la URSS y el mal llamado «socialismo real». Sin embargo, todos ellos ya eran partidos infectados por el dogmatismo y el autoritarismo contra-revolucionario estalinista. Por eso, en Europa del este, sociedades enteras renegaron del marxismo y del comunismo, que identificaban con la ideología y la dictadura estalinista. En la Europa del oeste, gran parte de los dirigentes y militantes comunistas abandonaron sus dogmas de fe (la URSS como la patria del socialismo y un marxismo simplificado en clave estalinista) y se volvieron hacia la derecha neoliberal o se reciclaron como socialdemócratas (el caso más ejemplar fue el PCI), pero lo hicieron exactamente cuando la socialdemocracia asumía abiertamente los dogmas del liberalismo económico y político. De este modo, muchos ex-comunistas pasaron del dogmatismo estalinista al dogmatismo neoliberal, de la dictadura burocrática a la dictadura del Capital, del autoritarismo político al autoritarismo del mercado. En esos años se vivía el Fin de la Historia («el capitalismo triunfó sobre el fascismo y el comunismo»), de las Utopías (que incluso se veían como peligrosas por pretender ir más allá del capitalismo realmente existente), de las Ideologías («la lucha de ideas ha terminado») así como la imposición dogmática del pensamiento único neoliberal, esto es: de una doctrina extremadamente simplista, determinista y economicista, teleológica y racionalista.

SUBORDINACIÓN, DEBILITAMIENTO Y LIQUIDACIÓN DEL PCM ESTALINISTA

En México, a partir de los años 30, el Partido Comunista fue una organización política subordinada a la ideología y políticas estalinistas. Por eso asumió acríticamente una concepción etapista y determinista de la historia según la cual la Revolución mexicana era burguesa y, en consecuencia, debía ser apoyada para que desarrollara el capitalismo en nuestro país así como las tareas propias de la burguesía progresista y nacionalista: lograr la independencia nacional, instituir libertades y derechos políticos, hacer una reforma agraria. De acuerdo a esa concepción, el PCM debía aliarse con los representantes políticos de la burguesía progresista y nacionalista, los gobiernos posrevolucionarios, y posponer la lucha por el socialismo.

Pese al sacrificio de muchos militantes comunistas que organizaron luchas agrarias y sindicatos obreros intentando implantar a su partido entre la clase trabajadora, el PCM estaba sujeto, como todos los Partidos Comunistas del mundo, a los vaivenes de las políticas estalinistas que se fijaban a través de la Internacional Comunista de esos años. Por eso se pasaba abruptamente de la política de «clase contra clase» del VI Congreso de la IC (en la que los comunistas mexicanos identificaron como fascistas primero a Calles y luego a Cárdenas) a la política del Frente Popular, en la que debían dar un viraje completo y apoyar al gobierno cardenista que concebían como burgués pero que cumplía las demandas de la revolución mexicana.

Como los comunistas mexicanos habían tachado a Cárdenas de fascista durante su campaña, fue Lombardo Toledano el instrumento de los estalinistas para aplicar la política del Frente Popular, subordinando al Partido Comunista a ella. En esa subordinación a Lombardo Toledano, los comunistas mexicanos se vieron obligados en 1937 a ceder la dirección de la CTM (en la que tenían mayoría) a los llamados «cinco lobitos» del sindicalismo mexicano (entre ellos, Fidel Velázquez) que la integraron como un sector corporativo más del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), que es como refunda Cárdenas al Partido Nacional Revolucionario (PNR).

El PCM se proponía defender a la revolución mexicana (encarnada en los gobiernos «posrevolucionarios» del PRM que luego se volvió PRI) de las fuerzas de la reacción, perdiendo así su independencia política y su fuerza en las organizaciones sindicales y campesinas. Su crisis se agudizó cuando se intentó volver al PCM un instrumento para matar a Trotsky. Para ello se tuvo que hacer una purga interna en 1940 que desplazó a la dirección que impulsaba un trabajo obrero importante (Campa y Laborde) para imponer a otra comprometida con complot para asesinar a Trotsky. Cuando el asesinato de Trotsky se perpetra ese año, aumenta aún más el desprestigio del PCM ante el cardenismo. El propio Cárdenas acusa al PCM de traición a la patria y de prostituir sus ideales por ese crimen. Por eso, en México no fue el PCM debilitado y desprestigiado, manejado por agentes de la GPU, el núcleo estalinista principal del país sino un personaje como Lombardo Toledano -quien en 1948 fundaría al Partido Popular (al que luego añadiría el adjetivo «Socialista»).

Toledano dirigía a todas las fuerzas estalinistas, dentro y fuera del PCM, en su apoyo a los gobiernos del PRI con la política de la Unidad Nacional en torno al gobierno en turno, el cual supuestamente impulsaría una revolución democrática burguesa, de modo que debían posponerse todas las demandas socialistas para una etapa posterior. Otro signo de identidad de estas fuerzas estalinistas fue su ataque permanente al trotskismo.

Con el tiempo, el PPS de Lombardo Toledano evolucionaría de su subordinación al PC de la Unión Soviética a su subordinación al PRI, volviéndose abiertamente un partido colaboracionista. El PCM debilitado y desprestigiado, subordinado vía el PP lombardista al PRI, respaldó a sus candidatos presidenciales y a sus gobiernos (de Ávila Camacho a Miguel Alemán), en medio de expulsiones, separaciones, escisiones, reconciliaciones.

Es hasta el XIII Congreso del PCM de 1960 cuando se critican las posiciones de Lombardo Toledano, pero continúan las reconciliaciones (con el POCM de Campa) y las divisiones constantes (de las que surgirán nuevos agrupamientos, como los espartaquistas). A mediados de los 60, el PCM intentó renovarse ideológica y políticamente así como tomar distancias con las políticas del PC de la Unión Soviética, pero después del movimiento estudiantil de 1968, la inconformidad de los jóvenes en sus filas crece y se da una salida masiva de militantes juveniles, algunos de ellos optando por la guerrilla, constituyendo la Liga Comunista 23 de septiembre. Como quiera que sea, el PCM intenta lanzar políticas independientes del gobierno priísta, como la campaña presidencial sin registro a favor de Valentín Campa, en alianza con grupos trotskistas en 1976. Sin embargo, el PCM nunca hizo una crítica de fondo a su pasado y esencia estalinista ni de sus mitos ideológicos (la URSS como patria del socialismo, la revolución mexicana como burguesa), sólo los dejó atrás huyendo de ellos hacia adelante. En 1977, el PCM aprovechó el espacio político que abría la Reforma Política de López Portillo (como el propio PRT) y obtuvo su registro electoral, centrando a partir de entonces sus políticas en el crecimiento electoral y buscando la fusión con los grupos políticos que orbitaban a su alrededor. En este proceso unitario, el PCM, que contaba con registro legal desde 1978 para participar en las elecciones, se disolvió en 1981 para fundar el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) fusionándose con otras organizaciones de izquierda (PSR, MAP, MAUS, PPM).

SUBORDINACIÓN Y LIQUIDACIÓN DE LA IZQUIERDA SOCIALISTA

En 1987 el PSUM dio otro salto hacia su disolución ideológica cuando se unificó al Partido Mexicano de los Trabajadores, dirigido por Heberto Castillo, formando el Partido Mexicano Socialista (PMS), el cual dejó de existir en 1989 para unirse a la cardenista Corriente Democrática del PRI para constituir el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Esta última claudicación de comunistas y socialistas mexicanos finalmente los llevó, en un breve lapso, a liquidar y abandonar su proyecto político al entregar su registro y patrimonio al Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se fundó como un intento de rescatar un supuesto «nacionalismo revolucionario» que le había dado identidad al PNR, al PRM y al propio PRI. De esta manera, en esta izquierda el ideal de la revolución socialista fue cambiado por la bandera de la revolución democrática, que se traducía en la lucha electoral por la alternancia política en el gobierno. El camino estratégico ya no era la revolución socialista sino lo que algunos llamaron «el reformismo visionario» (Enrique Semo): la derrota paulatina del neoliberalismo como política e ideología hegemónica pugnando por reformas que buscaran la redistribución del ingreso y la democracia representativa efectiva, en el marco del capitalismo.

El PRT, fundado en 1976 con la fusión de varias corrientes trotskistas, fue la única fuerza política significativa que en esos años y hasta nuestros días mantiene su postura socialista y revolucionaria. El PRT nació con el proyecto de formar un partido obrero y arraigarse en la clase trabajadora (con el giro a la industria), pero no dejó de impulsar diversas luchas: sindicales y de liberación feminista, campesinas y por los derechos de la diversidad sexual, en el movimiento urbano popular y entre los estudiantes, por la liberación de los presos políticos y los derechos humanos, etc. Con posiciones políticas audaces consiguió su registro político y lanzó dos campañas electorales de lucha y organización social, buscando alianzas con otros grupos que se autoproclamaban de la izquierda revolucionaria (OIR, ACNR, MRP). Con la aparición del neocardenismo organizado como PRD, casi toda la izquierda socialista mexicana se autoliquidó, de modo que el PRT se quedó aislado y marginado de un proceso unitario que parecía avanzar a la conquista del gobierno, la democracia y la justicia social. Al final de ese proceso, el PRD terminó subordinado a un gobierno priísta antidemocrático y neoliberal.

LAS IZQUIERDAS INSTITUCIONALES

En México, casi toda una generación de comunistas y socialistas se disolvió para formar el PRD, convocado, recordémoslo, por un ex-priísta que pretendía rescatar el nacionalismo revolucionario. De esa manera enterraban sus ilusiones y su pasado estalinista e intentaban refundar un partido con el programa nacionalista del viejo PRM (antecesor del PRI), fraguado durante el cardenismo. En muy poco tiempo, el PRD se volvió abiertamente institucional, disolviendo su ideología y reduciendo su accionar político a participar en las elecciones para ganar la «alternancia» en puestos políticos y negociar las contra-reformas neoliberales con el gobierno en turno (del PRI o del PAN), con otros partidos y sectores sociales corporativos. Como decíamos en la Resolución del Congreso Extraordinario del PRT del 2009, la evolución y degeneración del PRD se debe no tanto a los actos de corrupción, clientelismo y corporativismo que caracterizan su manera de funcionar, sino a su programa liberal de «la revolución democrática» y a su perspectiva estratégica electoral. Dejando de lado la lucha por la transformación social, el PRD centró su vida partidaria en la obtención de más votos y más cargos de elección popular hasta quedar absorbidos en la institucionalidad liberal y el aparato estatal.

Sin embargo, durante unos años el PRD se presentó como un partido opositor al régimen luchando por la llamada «alternancia» con un programa social-liberal, que nunca cuestionó a fondo ni el liberalismo político ni las políticas económicas neoliberales, defendiendo derechos liberales individuales y políticas asistencialistas. Este ciclo del PRD se cerró cuando firmó con el PRI en el gobierno y con el PAN el mal llamado «Pacto por México», dejando de presentarse como un partido de oposición limitada e institucional para asumirse abiertamente como un partido colaboracionista.

Con todo, el colapso del PRD como supuesto partido representante de la «izquierda mexicana» comenzó «la noche de Iguala» del 26 de septiembre de 2014, con la represión y posterior desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, luego de que quedó evidenciada la complicidad del gobernador de Guerrero y del alcalde de Iguala, pertenecientes al PRD y defendidos hasta la ignominia por la propia dirección de este partido.

El fundador y líder moral del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, presentó su renuncia mientras sus militantes de base abandonaban sus filas y muchas de sus oficinas partidarias ardían en Guerrero. Ese colapso se prolongó en las elecciones federales pasadas del 2015, en donde el PRD pasó de 15.28% a 10.87% en porcentajes de votación, perdiendo estados y volviéndose minoría en el DF ante el MORENA. El colapso del PRD parece profundizarse no sólo por el abandono masivo de militantes (que ahora pasan al MORENA) sino porque numerosos intelectuales identificados con la historia del PRD lo declararon un partido en «descomposición absoluta», desfondado o difunto, pero sin hacer un balance crítico de su origen programático y estratégico.

Desde la perspectiva actual, parece claro que el PRD no logró convertirse en un verdadero partido democratizador o nacionalista consecuente por su programa democrático-liberal, su estrategia estrechamente electoral y sus políticas social-liberales que nunca rompieron con el neoliberalismo económico. El PRD no fue un cabal defensor de la democracia o del nacionalismo revolucionario porque nunca tuvo una vida interna democrática (dependía del Caudillo en turno o de las pugnas de las tribus) y porque dejó de lado la defensa intransigente de las libertades políticas: el pluralismo en la izquierda, la institución de formas de democracia participativa, la lucha a fondo contra los fraudes electorales, abandonando el combate por los derechos sociales o la lucha comprometida por las políticas nacionalistas eliminadas con las contra-reformas neoliberales. En estos últimos años observamos cómo el PRD abandonó su programa de «revolución democrática», su perspectiva estratégica electoral e incluso sus propuestas social-liberales. Sin ideología o utopías críticas y políticas, el PRD se adaptó al liberalismo político y se volvió un partido burocrático, electorero, corrupto y clientelista, todo ello en aras de un supuesto realismo político. Actualmente, el PRD está en manos de un camarilla burocrática corrupta (los «Chuchos») que no sólo apoya a un gobierno priísta impuesto por un fraude electoral o firma falsos Pactos «por México» usados para legitimar la presidencia de Peña Nieto, sino que hace alianzas donde le convenga con la derecha (el PAN) o llama a la represión contra toda disidencia, al tiempo que respalda políticas autoritarias que vulneran derechos sociales y laborales, o promueve fraudes electorales no sólo internos sino contra MORENA. La flor marchita del socialismo en el PRD sólo generó nuevas formas de colaboracionismo y corrupción.

LAS IZQUIERDAS INSTITUCIONALES EXTRAVIADAS EN EL LABERINTO LIBERAL

Este mismo camino, en mayor o menor medida, lo recorren otros partidos institucionales «progresistas», como el Movimiento Ciudadano o el PT, orbitando entre el PRD y MORENA. La senda recorrida por el PRD es la que ya transita el MORENA, guiados por un Caudillo al que le robaron dos veces seguidas la presidencia y no supo cómo defenderla. En la medida que MORENA es un desprendimiento del PRD tiene una clara continuidad ideológica-política con éste: es un partido pluriclasista funcional al sistema político que pretende ser un partido nacionalista y, al mismo tiempo, liberal. Sin embargo, al no cuestionar la institucionalidad liberal, MORENA fomenta las ilusiones ideológicas que legitiman a un Estado que sirve a la dominación capitalista, pero encubierto de mistificaciones ideológicas tales como: 1) la de una ciudadanía formalmente igualitaria, 2) la de partidos políticos que compiten en elecciones libres por el voto ciudadano, 3) la de la separación de poderes, 4) la de la alternancia de partidos en gobiernos, 5) la de la democracia representativa y 6) la del Estado de derecho.

Esas ilusiones liberales, además, cercenan las políticas nacionalistas de MORENA por lo que sus posiciones no llegan a ser nunca consecuentemente anti-imperialistas y se reducen a propuestas social-liberales asistencialistas. Lo liberal en el PRD y MORENA eclipsa lo social (la cuestión social) y minimiza a lo nacional. La asunción de la política liberal en el PRD y MORENA no sólo elimina la lucha verdaderamente nacionalista y democratizadora en estas formaciones políticas sino que genera ilusiones ideológicas (la de una «democracia sin adjetivos») que legitiman la dominación capitalista mediante el Estado.

En ese sentido, estos partidos naturalizan y legitiman la enajenación (o fetichismo) del Estado capitalista, esto es: el hecho de que el Estado escape del control social y se vuelva no sólo ajeno a la sociedad sino vuelto contra ella para servir directamente a los intereses de los capitalistas, a los verdaderos poderes fácticos: la Dictadura del Capital. De hecho, al hacer suya la ideología política liberal que expresa los intereses de la burguesía, estos partidos «progresistas» pueden ser caracterizados de burgueses, institucionales, pro-capitalistas, entendiendo que la burguesía tiene diferentes fracciones y que la más radical (la imperialista y ligada al capital financiero) rompe incluso con la propia política liberal cuando ve amenazada su dominación política con golpes de Estado o fraudes electorales. Para escapar del laberinto y la trampa liberal es necesario cuestionar radicalmente sus supuestos ideológicos mistificadores.

Por eso es necesario señalar que la desigualdad real que instituye el desarrollo capitalista -la división entre clases explotadas y oprimidas y la clase explotadora, la polarización extrema entre un puñado de ricos y una enorme mayoría de pobres- quiebra la ilusión de la igualdad formal ciudadana. Mientras exista el capitalismo no habrá igualdad ciudadana real. Además, la Dictadura del Capital impide que existan partidos de los trabajadores reconocidos legalmente, compra políticos para que sirvan a sus intereses, manipula las votaciones y las elecciones con el peso ideológico de los medios de comunicación de masas, fomenta la ilusión de la democracia representativa y la alternancia con partidos y políticos que sólo representan los intereses empresariales y la reproducción del sistema económico y político.

Los políticos profesionales al servicio de la institución política (Estado) y del sistema económico (capitalista) enajenados no son, para nada, representantes populares o de la nación: sólo representan sus intereses personales, de su partido, de la institución y del sistema. La democracia representativa es un mito ideológico que sirve como máscara para encubrir la Dictadura del Capital.

Cabe señalar, además, que, en realidad, las políticas económicas relevantes (las contra-reformas neoliberales) las impone a los supuestos gobernantes políticos el gran Capital financiero y transnacional a través de instituciones como el Banco Mundial o el FMI. Cada vez más, los Estados-nación (y sus expresiones inmediatas, los gobiernos) pierden soberanía política mientras el despotismo del Capital internacional se levanta como el real soberano político. De este modo, el poder ejecutivo -impuesto o sometido a los intereses capitalistas- se vuelve poder gobernante (razón por la cual se impide que políticos no totalmente subordinados al Capital global lleguen a las presidencias), que en la práctica subordina tanto al poder legislativo (en donde dominan las partidocracias) y al judicial.

Como se sabe, el poder ejecutivo (gubernamental) propone políticas (contra-reformas) que impone a las partidocracias, las que, a su vez, imponen verticalmente a sus «legisladores», que a veces votan sin saber qué fue lo que legislaron. Lo mismo ocurre con el poder judicial: si hay controversias constitucionales, impugnaciones a leyes, desafueros, etc., éste se subordina por completo a la institucionalidad y al poder ejecutivo. En el capitalismo, las leyes sirven a la dominación política y económica capitalista.

Debe señalarse que con el neoliberalismo se terminaron las políticas reformistas, ya sean de los socialdemócratas o de los populismos latinoamericanos, que levantaron al Estado Benefactor o social. Tales reformas daban cierta legitimidad (consenso) al Estado y a los gobernantes. Ahora sólo se imponen contra-reformas que derriban derechos sociales anteriormente instituidos. Por eso, esas políticas neoliberales generan un amplio rechazo en los sectores populares que gozaban de tales derechos. Como el Estado capitalista que impone políticas neoliberales no puede generar consensos, intenta dominar gracias al mito de la democracia representativa y a la manipulación de las conciencias con los grandes medios de comunicación de masas. Mientras domine el sistema capitalista, la cuestión del régimen político no tiene nada que ver con mistificaciones adjetivales -«democracia sin adjetivos» (Krauze) o «democracia burguesa»- sino con desmitificaciones sustantivas: el Estado es capitalista y el régimen político es oligárquico.

Sin embargo, esta dominación ideológica no es totalmente efectiva y no impide resistencias, disidencias o actos de rebeldía. Esa es la razón por la cual el Estado recurre a la violencia (coerción) como forma de dominación política: al terrorismo de Estado. Por eso, la violencia es un procedimiento necesario para la dominación política neoliberal. Esto significa, desde luego, que se desvanece la ficción del Estado de Derecho y que el Estado capitalista se reafirma como una institución enajenada: como una fuerza política ajena al control social y hostil a la sociedad.

Una supuesta «izquierda» que no cuestiona las ficciones de la institucionalidad política liberal -como el PRD, MORENA o los otros partidos autodenominados «progresistas»- se corre a la derecha porque al aceptar las mistificaciones ideológicas del liberalismo político (la supuesta «democracia sin adjetivos») adopta también las del liberalismo económico (el supuesto «mercado libre»).

Desde una perspectiva crítica, la política liberal pretende despolitizar lo económico (reduciéndolo a un mero asunto tecnocrático intocable) y generar una «pos-política»: una política reducida a los acuerdos de los políticos profesionales en la gestión de las instituciones, siempre subordinada a la privatización y desregulación económica. Una autodenominada «izquierda liberal» de este tipo, como la del PRD o MORENA, que asimila al liberalismo político -que lleva dentro de sí al liberalismo económico-, resulta funcional y legitimadora de la dominación política capitalista, impulsando la misma política que los otros partidos: competir en las elecciones, vivir de las migajas de poder que puedan arrebatar, ajustarse a las instituciones liberales que generan la ilusión «democrática» al tiempo que hacen política «realista» que aprueba más contra-reformas neoliberales.

Cuestionar al liberalismo y su falsa democracia capitalista no significa, de ninguna manera, rechazar a la democracia y las libertades políticas. En la IV Internacional y en el PRT también criticamos la ideología legitimadora del totalitarismo estalinista que asfixió toda forma de vida democrática con un partido único, vertical, dictatorial, que terminó con las libertades, los derechos individuales así como las formas democráticas inventadas por los trabajadores (consejos, sindicatos, etc.).

Para la izquierda que representa el PRT, los socialistas somos los verdaderos portadores del espíritu de la democracia en su significación más radical: como poder del pueblo, por el pueblo, para el pueblo.

Nuestra izquierda socialista quiere democracia con igualdad y libertad -que los liberales divorciaron, optando por procedimientos formales y libertades individuales, que sin igualdad se vuelven privilegios de unos cuantos-. Y la queremos como emancipación de la explotación y de todas las formas de opresión, preservando y ampliando los derechos individuales, políticos y colectivos, limitando todos los intereses que atenten contra el Bien común y los servicios públicos.

Por eso, los socialistas somos los impulsores más radicales de un nuevo proyecto de democracia que sea participativa y directa en asambleas y referéndums, no sólo democratizando a la esfera pública sino a la sociedad en su conjunto, impulsando la autogestión y la democracia en las fábricas, escuelas, instituciones públicas, etc.

LAS IZQUIERDAS NO INSTITUCIONALES

REAPARICIÓN ANACRÓNICA DE UN NUEVO PCM ESTALINISTA

Pese a la vergonzosa y trágica historia del PCM, existe una organización supuestamente de izquierda que, sin rubor alguno, se declara estalinista y pretende mantener la vigencia de aquel PCM. Con una relativa influencia en movimientos sociales, reivindican la necesidad de un partido revolucionario pero en clave estalinista.

Nos referimos al Partido Comunista Mexicano (marxista-leninista), autoproclamado como «el partido de la clase de los proletarios en México, su destacamento organizado por excelencia, su Estado Mayor y su vanguardia. Por ello, impulsará y defenderá su programa; su táctica y su estrategia; sus orientaciones y directrices.»

Brazo político del PCM (m-l), el Frente Popular Revolucionario (FPR) es definido como «una organización amplia, de masas, democrática, asambleísta, de clase, revolucionaria e internacionalista. En él se encarna la alianza estratégica entre obreros, campesinos pobres, la juventud y pueblo en general.» En sus Documentos se reivindica un «espíritu unitario y solidario» asumiendo la «lucha democrática y progresista» y «contra la opresión de la mujer», la «lucha consecuentemente por la unidad de las fuerzas políticas del país que están confrontadas con el dominio oligárquico y por la conformación de un frente único de todos los explotados y oprimidos por el capitalismo, de carácter antifascista y antimperialista.» Su apuesta estratégica es «la Huelga Política General, una forma avanzada de lucha, la expresión movilizada del frente único que permite al pueblo trabajador pasar a la ofensiva en su lucha de clases.» Su objetivo es alcanzar la Dictadura del proletariado, proponiendo un Programa Máximo (planteamientos estratégicos como: Gobierno Popular Democrático, Asamblea Nacional Constituyente, instauración de la Dictadura del proletariado) y un Programa Mínimo (con demandas inmediatas). Aunque Stalin no es mencionado en sus documentos básicos, su figura está en sus banderas junto a Marx, Engels y Lenin. En otros documentos se atreven a afirmar que valoran los «aportes teórico prácticos de Stalin». En sus Documentos y lenguaje se expresa el marxismo ortodoxo de factura estalinista: además de que ya se autoproclamaron «el partido de la clase de los proletarios en México, su destacamento organizado por excelencia, su Estado Mayor y su vanguardia», plantean la fórmula estratégica para alcanzar la Dictadura del proletariado: impulsar desde el FPR un Frente único «antifascista» y «antimperialista» que impulse un Programa Mínimo (demandas inmediatas) que de pronto pasará a promover un Programa Máximo en donde una Huelga General proletaria llevará a un Gobierno Popular Democrático (etapismo) para luego, a través de una Asamblea Nacional Constituyente, instaurar la Dictadura del Proletariado (supongo que a través del PCM, de su Estado Mayor y su vanguardia), en la que no queda claro si habrá libertades políticas o no…

Pese a su intento de adecuar sus esquemas a la realidad mexicana, prevalece en sus planteamientos un pensamiento dogmático (incapaz de cuestionar la figura de Stalin, incluso después del derrumbe de la URSS) que copia la política del Frente Popular estalinista (por eso su anacrónica insistencia en impulsar un frente anti-fascista) y asume acríticamente la idea de la Dictadura del Proletariado deformada por el estalinismo: si para Marx esos términos significaban democracia, para Stalin significó la Dictadura del Partido Comunista, a su vez subordinado al Comité Central -y éste a su Secretario General. Esta «izquierda paleolítica y trasnochada» (según Claudio Albertani) podría tomarse como una curiosa especie en extinción, pero el hecho es que ha crecido al lado de importantes movimientos sociales. Por eso es necesario cuestionarla no sólo recordando los muy documentados crímenes de Stalin (según cifras de Albertani, solamente en el Gulag, de los 4 millones de prisioneros, las muertes políticas suman 1.4 millones de personas) sino su carácter contra-revolucionario, así como sus prácticas autoritarias y carentes de ética (no sólo imponer sin réplica sino falsificar, calumniar, secuestrar, deportar a campos de concentración, ejecutar, torturar, mandar asesinar…).

El estalinismo es la expresión de la burocratización y traición de la revolución rusa de 1917. No es otro marxismo sino la deformación del mismo ya que vuelve a un pensamiento crítico en dogmático, al análisis complejo del capitalismo para su transformación revolucionaria en una teoría simplificada que justificaba al supuesto «socialismo real». Para Albertani, el estalinismo del PCM (m-l) y del FPR es una forma de hacer política vigente que consiste en «manipular las reivindicaciones de los movimientos dividiéndolos y transformándolos en instrumentos para acaparar cuotas de poder.» Y esto lo hacen con tres procedimientos: «el uso cínico y despreocupado de la calumnia; la convicción empecinada de que el fin justifica los medios y el doble discurso» (una cosa dice la línea política radical pero otra oportunista marcan los dirigentes). Sin embargo, no es lo mismo un PCM con el respaldo de la URSS, como en el pasado, que el PCM (m-l) sustentado en dogmas y creyentes. Esta extraña sobrevivencia estalinista en México parece probar que no puede existir una izquierda revolucionaria si no hace un ajuste de cuentas con la tradición estalinista, la experiencia contrarrevolucionaria de la URSS y el supuesto «socialismo real».

De hecho, una defensa de los marxismos en los tiempos actuales requiere no sólo un deslinde con el estalinismo sino argumentar que el estalinismo no es una variante de los marxismos sino la negación de los mismos. Contra los críticos del marxismo, es necesario insistir en que no hay continuidad teórica o práctica entre el pensamiento crítico y liberador de Marx y la ideología dogmática y opresiva del estalinismo. Para José Revueltas, escritor y comunista que logró transitar del estalinismo al trotskismo, el estalinismo no sólo es la justificación ideológica de un nuevo instrumento de dominación que sustituyó al Estado proletario emanado de la revolución de octubre de 1917 sino «la lobotomía del cerebro colectivo de la clase proletaria».

Aunque en el PRT admitimos la existencia de otras fuerzas revolucionarias en nuestro país y en el mundo (como la dirección del SME, por ejemplo), la tradición trotskista proporciona una base teórica, política y ética para una postura no sólo anti-capitalista sino para cuestionar la justificación del presente por parte del liberalismo burgués, la añoranza del pasado del mal llamado «socialismo real» por parte de los estalinistas así como la falta de futuro por parte de los anarquistas, proporcionando una renovada perspectiva socialista que abre las posibilidades para refundar a una izquierda revolucionaria amplia. Desde esa perspectiva, una izquierda revolucionaria debe plantearse como una organización internacional que no se deje llevar por el aire de los tiempos (neo)liberales pero que tampoco se amarre al mástil del barco a pique de los dogmatismos. Debe ser una izquierda revolucionaria para estos nuevos tiempos, ejerciendo su filo crítico en el análisis de la dinámica capitalista así como de sus mistificaciones ideológicas y políticas. Contra un marxismo dogmático (de la II Internacional o estalinista), debe desarrollar uno que sea crítico, creativo, abierto, centrado en la cuestión de la praxis revolucionaria. Tal es la tradición de la IV Internacional de la que, desde su nacimiento, hace 40 años, es parte el PRT.

EL EZLN EXTRAVIADO EN EL LABERINTO DE LAS RESISTENCIAS

Fuera de la izquierda institucional hay grupos políticos que se reivindican de «izquierda». Algunos se autoproclaman la izquierda revolucionaria, otros se adhieren a la izquierda anti-capitalista. Sin embargo, la mayoría de estas izquierdas rechaza la «forma partido».

El grupo político organizado más importante de esta izquierda no institucional es, paradójicamente, un ejército que abandonó la lucha guerrillera pero no la estructura militar (jerárquica, de mando-obediencia, no democrática) para hacer política autonomista. Mezclando lo comunitario con estructuras militares, el EZLN cuenta con una significativa base territorial e indígena en Chiapas y con simpatizantes en todo el país.

El EZLN ha proyectado la imagen de una organización político-militar que parece abandonar la lucha política estratégica y revolucionaria por las resistencias inmediatas y las rebeldías.

Recordemos que en la Primera Declaración de la Selva Lacandona el EZLN llamó al pueblo a alzarse en armas contra el mal gobierno para transitar a la democracia; en la Segunda proclamó un cese al fuego y llamó a los mexicanos a que de manera civil y pacífica lucharan por un gobierno de transición hacia la democracia: en la Tercera llamó a todas las fuerzas que estuvieran en contra del sistema del partido de Estado a formar un Movimiento para la Liberación Nacional que luchara por un gobierno de transición a la democracia separando al PRI del gobierno e instituyendo leyes electorales democráticas así como el reconocimiento del derecho a la autonomía de los grupos indígenas. En esa Declaración proponían «al ciudadano Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a encabezar este Movimiento para la Liberación Nacional, como frente amplio de oposición.» En la Cuarta Declaración el EZLN llamó a formar el Frente Zapatista de Liberación Nacional no para disputar el poder político del Estado sino para instituir la democracia, la libertad y la justicia.

Como se puede apreciar, los neozapatistas nunca llamaron a luchar por el poder político o por un gobierno de los trabajadores; tampoco se manifestaron contra el sistema capitalista, por el socialismo. El aire de los tiempos soplaba en contra de la utopía emancipadora.

En la Quinta Declaración el EZLN redujo todavía más su horizonte político y llamó a luchar por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indios.

Como quiera que sea, en estas Declaraciones políticas el EZLN nunca se plantea la lucha revolucionaria contra el sistema capitalista ni, mucho menos, por el socialismo. Hasta ese entonces sus demandas principales eran la Democracia en el marco capitalista y liberal (separar al PRI del gobierno, nuevas leyes electorales, gobierno de transición democrática) y los Derechos de los pueblos indios. En estas propuestas políticas resuenan como eco las líneas programáticas de un PRD desplazado hacia el liberalismo político. Sin embargo, en este partido todavía se hace referencia a la «revolución»: «Partido de la Revolución Democrática». En contraste, el EZLN no sólo no plantea propuestas revolucionarias, antisistémicas, sino que sustituye el signo «revolución» por el de la «rebeldía», desplaza la idea de la transformación radical (cambiar el mundo) por las resistencias, se desprende del ideal del revolucionario por el del rebelde.

En el 2003 el subcomandante Marco publica «7 piezas sueltas del rompecabezas mundial» en donde hace un análisis crítico del neoliberalismo al que caracteriza como la Cuarta Guerra Mundial como «proceso de destrucción / despoblamiento y reconstrucción / reordenamiento». Pese a su feroz crítica al neoliberalismo (la peor y más cruel guerra mundial contra la humanidad), en este análisis el neoliberalismo (que es un programa político) es el sujeto y no el propio sistema capitalista (como fuerza social enajenada y enajenante). Cuestiona como efectos del neoliberalismo la enorme concentración de la riqueza, el crecimiento de la pobreza, de la precarización, del desempleo, de las oleadas de migraciones, de las violencias, de la Deuda Externa, de la corrupción, del crimen… Enfatiza que los «Estados Nacionales son atacados por los centros financieros y ‘obligados’ a disolverse dentro de las megápolis», que el proceso de destrucción / despoblamiento y reconstrucción / reordenamiento neoliberal fractura a los Estados Nacionales, fragmenta al mundo, pulveriza las naciones para que respondan a una política mundial: la megapolítica.

«La megapolítica globaliza las políticas nacionales, es decir, las sujeta a una dirección que tiene intereses mundiales (que por lo regular son contradictorios a los intereses nacionales) y cuya lógica es la del mercado, es decir, la de la ganancia económica.»

La conclusión es fatalista:

«El poder mundial de los centros financieros es tan grande, que pueden prescindir de la preocupación por el signo político de quien detente el poder en una nación, si es que se garantiza que el programa económico (es decir, la parte que corresponde al megaprograma económico mundial) no se altere. Las disciplinas financieras se imponen a los distintos colores del espectro político mundial en cuanto se llega al gobierno de una nación.»

Por eso, las perspectivas políticas sólo dan margen para las resistencias de los rebeldes. Para aclarar el sentido de esas resistencias, cita a Tomás Segovia:

«Para empezar, te ruego no confundir la Resistencia con la oposición política. La oposición no se opone al poder sino a un gobierno, y su forma lograda y completa es la de un partido de oposición; mientras que la resistencia, por definición (ahora sí), no puede ser un partido: no está hecha para gobernar a su vez, sino para… resistir.»

Así pues, los rebeldes hacen resistencia para resistir…

En un escrito de Daniel Bensaïd («Marcos y el espejo fracturado de la mundialización») se polemiza con este análisis y sus conclusiones políticas. Una primera crítica sutil al texto sobre la globalización del subcomandante Marcos es el de caer en las redes de «la retórica de la mundialización» que conduce -como ocurre en el escrito neozapatista- a «una retórica de la resignación, una empresa de despolitización, donde ‘la parte no fatal del futuro’ desaparece entre la fatalidad de las ‘leyes’ económicas y los consuelos del moralismo humanitario. La sumisión a las ‘imposiciones’ gana sobre la voluntad de cambiar el mundo.»

-¿Acaso no es resignación afirmar que sólo hay megapolítica, que el poder financiero es inmenso y no permite cambios políticos (mucho menos cambiar el mundo), que el Estado-nación está fragmentado y la política no sirve? Dice el neozapatista Marcos:

«En esta nueva guerra mundial, la política moderna como organizadora del Estado-Nación no existe más. Ahora la política es sólo un organizador económico y los políticos son modernos administradores de empresas.»

Pero Bensaïd replica:

«No hay nada más urgente que rehabilitar la política -no la de los políticos que son hombres dobles, con doble lenguaje, doble vida, con tanta duplicidad como la mercancía a la que sirven- sino la política profana como autodeterminación colectiva en un mundo sin dios.»

El pretender constituir, como dicen los neozapatistas, «una fuerza política que no luche por la toma del poder, sino por crear, unir, desarrollar los movimientos cívicos y populares» lleva a una lógica de contrapoder. Y, dice Bensaïd:

«Pero el desarrollo de este contrapoder llevará, si el poder le deja tiempo, a una dualidad de poder, a una situación de equilibrio inestable que no podría eternizarse: entre dos poderes, dos derechos, dos principios que se oponen, la fuerza decide. Es la historia misma de todas las revoluciones, cualquiera que haya sido su forma.»

Como quiera que sea, Bensaïd admite que proponer una «fuerza política que no luche por la toma del poder» puede significar varias cosas: la sensatez de decir que no se quiere tomar el poder porque no se puede; o el subrayar «que no se trata únicamente de conquistar un instrumento de poder existente, sino de transformar totalmente las relaciones de poder y la relación del poder con la sociedad» o qué hay una ausencia estratégica sobre la cuestión del poder. Lo que ya no resulta sensato desde una perspectiva crítica y emancipadora es dejar de lado la cuestión del poder, incluso si las perspectivas sólo son de resistencias. Dice Bensaïd:

«Sin embargo, esta resistencia multicolor y polimorfa, puede hacer gala de ignorar el poder. Pero el poder no la ignora. Actúa, maniobra, reforma, toma iniciativas. La guerra de desgaste gana sin duda a la guerra de movimientos, la construcción paciente de una hegemonía sobre la tentación impaciente del asalto decisivo, pero la resistencia se alimenta, necesariamente, de una esperanza de contraofensiva y de derrocamiento del orden establecido.

Por eso Bensaïd cuestiona el despolitizar las resistencias, el dejarlas sin utopías (anticapitalistas, concretas, políticas), sin horizonte estratégico: el quedarse en los rebeldes que hacen resistencia sólo para resistir…

En la Sexta Declaración del EZLN hay cambios notables: después de afirmar que abandonaron las tentativas de dialogar con el gobierno para lograr sus reivindicaciones y se dedicaron a autogobernarse con las Juntas del Buen Gobierno, admiten que es necesario hacer política:

«Según nuestro pensamiento y lo que vemos en nuestro corazón, hemos llegado a un punto en que no podemos ir más allá y, además, es posible que perdamos todo lo que tenemos, si nos quedamos como estamos y no hacemos nada más para avanzar. O sea que llegó la hora de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la pena. Porque tal vez unidos con otros sectores sociales que tienen las mismas carencias que nosotros, será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos. Un nuevo paso adelante en la lucha indígena sólo es posible si el indígena se junta con obreros, campesinos, estudiantes, maestros, empleados… o sea los trabajadores de la ciudad y el campo.»

En su análisis siguen criticando la globalización neoliberal pero ahora esta política se sostiene en la dinámica capitalista. Y esa mundialización capitalista genera resistencias y rebeldías. Por eso su discurso se vuelve anticapitalista y su propuesta política: promover un acuerdo con personas y organizaciones de izquierda para impulsar una campaña nacional de la que resulte un «programa nacional de lucha» por una nueva Constitución «que tome en cuenta las demandas del pueblo.» Se trataba de hacer una campaña política para agrupar a las izquierdas y constituir una nueva organización política diferente al en ese entonces hegemónico PRD ya no sólo para ser rebeldes y hacer bolsas de resistencias sino para intentar hacer una política emancipadora, anticapitalista y democratizadora.

Como sabemos, el proyecto fracasó por el sectarismo de la subcomandancia y el EZLN regresó a sus territorios, a cultivar la autonomía. De hecho, a partir de su experiencia muchas organizaciones de izquierda entonaron, y entonan todavía hoy, el canto a la autonomía… dentro del monstruo o la hidra capitalista.

EL EZLN EXTRAVIADO EN EL LABERINTO DE LAS AUTONOMÍAS

Hoy en día el autonomismo y el comunitarismo de los pueblos indios parecen ser herencias de los neozapatistas, pese a su ya larga tradición tanto en el movimiento indigenista como en el movimiento socialista: recordemos que Marx reivindicó, contra los marxistas rusos, a las comunidades rusas para saltarse el capitalismo y que los marxistas han luchado también por la autodeterminación de las naciones.

Con todo, es necesario cuestionar tales propuestas neozapatistas considerando la dinámica capitalista.

-¿Puede alcanzarse una autonomía anti-capitalista territorial cuando el capitalismo salvaje del despojo y la desposesión se reproduce y extiende de manera ampliada privatizando y saqueando todo? ¿La lógica de la autogestión, de la autonomía, puede imponerse por sí misma a la lógica del Capital?

-Nos parece obvio que no, que una autonomía de ese tipo sólo será posible en una sociedad postcapitalista.

El problema de fondo es que el autonomismo no sólo se extravía en las ilusiones de las posibilidades de la autonomía dentro del capitalismo sino que no plantea la lucha frontal contra el sistema capitalista. Por eso, el planteamiento neozapatista hace caso omiso del Estado cuando es éste, en su forma enajenada al Capital, al que se recurre para imponer la lógica capitalista. Aunque se pueden y se deben conquistar espacios y tiempos autónomos anti-capitalistas, ello no debe llevar a dejar la lucha anti-sistémica, global, nacional e internacional contra el Capital, que implica grandes expropiaciones y nuevos derechos, que sólo pueden imponerse y llevarse a cabo desde el poder estatal. De principio, la izquierda revolucionaria no estalinista siempre ha defendido los intereses de las naciones o pueblos oprimidos, apoyando sus demandas de libertad, independencia, autonomía y por su derecho a la autodeterminación. En su lucha contra la burocracia, Trotsky cuestionó la fusión entre el partido y el Estado, defendió la restitución del poder soviético y de las libertades políticas, trazando en el Programa de Transición un socialismo de los consejos (soviets) y de la autogestión, de los comités de fábrica, del control obrero y campesino de la economía, del respeto irrestricto a la autodeterminación de las naciones, de la más amplia y democrática participación en los asuntos públicos por parte de los trabajadores en un gobierno obrero y campesino fundado en nuevas formas de participación política (consejos plurales y democráticos), en el pluralismo político de los partidos soviéticos. Dice Guillermo Almeyra:

«La concepción de Trotsky fue siempre la de Marx: la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, no de una minoría, una vanguardia autodesignada. El partido es sólo un instrumento, en el mejor de los casos un maestro y un organizador, nunca el remplazante de quienes declara servir. Y la base de la construcción del socialismo es la autogestión, como la expresada en los consejos que cumplen el papel del Estado sin estar integrados en éste porque legislan, controlan, deciden sobre los recursos, todo sobre la base de las asambleas y de la libre discusión entre las diferentes tendencias, organizadas partidariamente o no.»

Las experiencias de autonomía o de formas de autogestión son necesarias en la lucha por un socialismo desde abajo pero no deben excluir la lucha por una nueva forma de poder político estatal.

LA OTRA POLÍTICA DEL EZLN

Con todo, el EZLN tiene una perspectiva estratégica política que va más allá de las resistencias para resistir y la mera defensa de las autonomías.

-Para el neozapatista Sergio Rodríguez existe una «crisis del poder», una «fragilidad del poder», porque éste es ampliamente cuestionado y porque sus instituciones, ideologías, mediaciones y mecanismos de producción y reproducción resultan ilegítimos e infuncionales. Todo ello abre, afirma, un período de inestabilidad que anuncia «la tormenta que viene». La tarea de la izquierda es «luchar ahora» y crear mecanismos de auto-organización, de autonomía, hacer política en el proceso; no acumular poder sino potenciar el «alzamiento ante lo intolerable.» La «tormenta que viene» se sostiene por el diagnóstico de esta crisis.

La «crisis del poder» de la que habla el zapatista remite a una «crisis de la relación mando-obediencia» que se explica, a su vez, por varias crisis:

-la crisis de las instituciones, que indican que está cerrado el camino de cambio a través de las instituciones;

-la crisis de los mecanismos de reproducción del capital, que sólo segrega una oligarquía que controla una economía infuncional;

-la crisis del sistema de partidos, pues si el PRI fue un Partido de Estado ahora tenemos un Sistema de partidos de Estado en donde ninguno de ellos representa nada y todos (incluido el PRD, por supuesto) son funcionales al sistema, volviéndose agencias de colocaciones carentes de ideologías;

-la crisis de las otras mediaciones, señalando que las burocracias sindicales ya no sirven políticamente, siendo sustituidas por otras mediaciones como los programas sociales gubernamentales, las ONG, los medios de comunicación y los intelectuales;

-la crisis de la clase política, burocratizada, corporativa, corrupta, etc.

Por eso, «arriba no hay nada que hacer», esto es: desde la clase política, desde el poder político (estatal), no hay nada que hacer. Al parecer, se propone, muy acorde con los «aires de los tiempos», el abandono de la política: «en México, la forma Partido ha sido ya agotada.» Todavía más: «El carácter de esta rebelión (la de la «tormenta que viene») está marcado, entonces, por el enemigo al que se enfrenta: el sistema de partidos de Estado.»

De hecho, parte de la lucha no sólo es contra el Estado sino para terminar con el Estado: «por lo que luchamos es porque el Estado pase a ser parte del museo de la prehistoria de la humanidad».

Sin embargo, la propuesta es muy ambigua: finalmente propone apostar por «una fuerza social, autónoma, abajo y a la izquierda, capaz de impedir el reordenamiento y, en cambio, organizar la ruptura social y política, el rescate de la Nación y la transformación de un nuevo pacto social (entre los de abajo), que rompa con las bases de sustentación del capitalismo neoliberal.»

Se trata, entonces, de ir construyendo desde abajo «nuevas formas de actuar políticamente» que probablemente culminen en una «alternativa de gobierno». La consecuencia sería «la emergencia de un movimiento (muchos movimientos) que ocupa el espacio de la política (frente al desagrado de los políticos profesionales), y que impone sus tiempos de confrontación.»

Pero ello abre importantes interrogantes: ¿cómo «actuar políticamente» sin partido y sin considerar al Estado? ¿Cómo llevar a cabo una «alternativa de gobierno» sin partidos y sin plantearse la cuestión del Estado? Si se rechaza a los partidos y la disputa por el poder político (estatal) no queda claro cómo serán esas «nuevas formas de actuar políticamente» y cómo será esa «alternativa de gobierno».

Es posible, sin problema alguno, compartir la crítica a los partidos institucionales e, incluso, ir más lejos y cuestionar las ideas sustitucionistas y burocratizantes del partido de corte estalinista; nuestra tradición política subraya la idea de que el partido revolucionario no toma el poder ni lo ejerce, sino que ayuda a construir el Otro Poder (comuna, soviet, consejo, asamblea popular, etc.) e insiste en la necesidad de disputar el poder político (estatal) como medio para dar continuidad a una revolución permanente (económica, cultural, política) que avance hacia el Otro Mundo Posible. Pero el que no haya partidos verdaderos en México no significa declarar agotada la forma partido; en todo caso apunta a la necesidad de construir partidos u organizaciones políticas verdaderos, con una ética y una política (y una ecología) emancipadoras, atenta a cuestionar toda tendencia estalinista.

Y una cosa que hacen los partidos u organizaciones políticas emancipadoras (como el propio EZLN y los Nadie) es proponer políticas, plantear horizontes, marcar posiciones, hacer apuestas de acción.

Si «arriba no hay nada que hacer» significa no esperar nada de la actual clase política y el actual sistema de partidos, no se puede sino estar de acuerdo con ello. Si quiere decir abandonar la esfera política a los políticos profesionales, ello es inaceptable ya que Otra política también es posible (urgente y necesaria).

Si concebir al actual sistema de partidos como enemigo a vencer significa cuestionar un elemento que se ha vuelto sostén del régimen oligárquico, la idea es aceptable. Pero si quiere decir eliminar a los partidos y al pluralismo político, ello apunta a un mundo donde la política ha desaparecido y a la posibilidad (ya conocida) de experiencias totalitarias.

Si plantearse terminar con el Estado quiere decir dar término al Estado enajenado, no hay ningún problema: tal es nuestra perspectiva, pero si significa desaparecer ya y totalmente al Estado, ello representa el regreso «de la vieja alma del viejo» anarquismo y su problema central: el dejar de lado la cuestión de tomar el poder político para cambiar el mundo.

Parece totalmente correcto hacer política de izquierda promoviendo «una fuerza social, autónoma» para la ruptura social, pero ¿sólo con los que están «abajo y a la izquierda»? ¿O conjuntando a todos los que, hoy, quieren romper «con las bases de sustentación del capitalismo neoliberal»? Nosotros queremos romper no sólo con el capitalismo neoliberal sino con el capitalismo, pero pensamos que una lucha consecuente contra el «capitalismo neoliberal» puede llevar al anti-capitalismo y al ecosocialismo.

Como quiera que sea, el hecho es que el EZLN ha abandonado el proyecto de una organización política nacional (ya que la forma partido está agotada) y la idea de disputar el poder explícito del Estado para cambiar el mundo. Pese a su postura anti-capitalista, el EZLN no defiende un proyecto alternativo global al capitalismo (como el ecosocialismo) sino la lucha por las autonomías. ¿Son posibles islas de autonomía en medio del agitado océano capitalista que succiona todo a su lógica?

La postura anti-partido del EZLN ha servido, en la práctica, para abandonar la lucha política emancipatoria ya que, decía Daniel Bensaïd, una lucha política sin partidos «es una política sin política»:

«Una política sin partidos (como quiera que se llamen: movimiento, organización, etc.) termina, en la mayoría de los casos, en una política sin política: ya sea en un seguidismo sin objetivos a la espontaneidad de los movimientos sociales, o en la peor forma de vanguardismo individualista elitista, o finalmente en una represión de lo político en favor de lo estético o lo ético.»

Tomando en cuenta la observación de Bensaïd es posible pensar al EZLN desde varias perspectivas: empezó vanguardista y elitista (un ejército de liberación nacional), luego fue seguidista (del movimiento indígena o, incluso, del PRD); posteriormente reprimió lo político ya sea por lo estético (con los escritos casi poéticos del Sub) y, últimamente, inclinado hacia lo ético, rechazando la política revolucionaria por la ética del rebelde.

…RETIEMBLA LA POLÍTICA NEOZAPATISTA

Y después de años de silencio político, en octubre de 2016 los neozapatistas emitieron un documento en el que hicieron retemblar en sus centros… a su propia política. De alguna manera, «Que retiemble en sus centros la tierra» es una autocrítica del EZLN porque señala los límites a sus propuestas de lucha autonomista y de construir poder desde abajo. Tomando la palabra en la conmemoración del 20 aniversario del Congreso Nacional Indígena y saludando «la viva resistencia de los pueblos, naciones y tribus originarios de este país México», reiteran que su «lucha es abajo y a la izquierda», que son anticapitalistas, «y que se ha llegado el tiempo de los pueblos». Constatan «la agudización del despojo y la represión» contra los pueblos originarios así como «las resistencias por detener la tempestad y ofensiva capitalista». Pero esta ofensiva capitalista «se ha convertido en una amenaza civilizatoria no sólo para los pueblos indígenas y campesinos sino para los pueblos de las ciudades». Y aunque llaman «a crear formas dignas y rebeldes» para resistir, denuncian las múltiples agresiones que sufren los pueblos originarios de nuestro país por la lógica expansionista y depredadora del Capital. La grave denuncia que hace el EZLN es la expresión de las limitaciones de una política que desde abajo y localmente practica la rebeldía intentando preservar ya no tanto la autonomía sino sus bosques, sus tierras sagradas, sus territorios comunitarios, sus identidades, su agua y recursos naturales, sus organizaciones, sus áreas de cultivo, sus libertades… Después de hacer un recuento de sus formas de resistencia comunitarias y locales («haciendo medios propios de comunicación, policías comunitarias y autodefensas, asambleas y concejos populares, cooperativas, el ejercicio y defensa de la medicina tradicional, el ejercicio y defensa de la agricultura tradicional y ecológica, los rituales y ceremonias propias para pagar a la madre tierra y seguir caminando con ella y en ella, la siembra y defensa de las semillas nativas, foros, campañas de difusión y actividades político culturales») y de tomar en cuenta que la ofensiva contra los pueblos originarios busca exterminarlos, anuncian que «este Quinto Congreso Nacional Indígena determinó iniciar una consulta en cada uno de nuestros pueblos para desmontar desde abajo el poder que arriba nos imponen y que nos ofrece un panorama de muerte, violencia, despojo y destrucción.» Para ello proponen nombrar un Concejo indígena de gobierno «cuya palabra sea materializada por una mujer indígena, delegada del CNI como candidata independiente que contienda a nombre del Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el proceso electoral del año 2018 para la presidencia de este país.»

Aclaran que esa candidatura no es para luchar por el poder sino para la organización y la lucha, para «fortalecernos en nuestras resistencias y rebeldías». Concluyen que es tiempo «de fortalecer el poder de abajo y a la izquierda anticapitalista».

El PRT, como izquierda anticapitalista y ecosocialista, ha saludado la iniciativa y suscribe la denuncia al etnocidio y ecocidio capitalista. Pero no podemos dejar de señalar que para una política anticapitalista no bastan las resistencias autonomistas, que se requiere una política que dispute y conquiste el poder político para impulsar un cambio sistémico. Que ese Consejo indígena debería ser ampliado incluyendo campesinos, trabajadores y organizaciones populares, para construir Otro poder que busque cambiar al sistema y al régimen, después de que el neoliberalismo fracasó, con una nueva Constituyente que reconstruya un país multicultural sin explotación capitalista ni opresiones de ningún tipo, radicalmente democrático, justo y ecosocialista.

PARTIDO REVOLUCIONARIO DE LOS TRABAJADORES

Con sus casi 40 años, el PRT tiene una importante tradición teórica y una herencia política que ofrecer a las nuevas generaciones de militantes que se incorporen a la lucha revolucionaria.

-El PRT, inspirado en Trotsky y los debates de la IV Internacional, desarrolló e impulsó un marxismo internacionalista y anti-estalinista, crítico y anti-dogmático, democratizador y anti-burocrático, feminista y anti-patriarcalista, tanto en el interior de su organización como al exterior. Ahora desarrollamos un marxismo ecologista, ecosocialista, anti-productivista, buscando organizar partidos amplios anti-capitalistas que ocupen el espacio dejado a la izquierda por todas aquellas organizaciones que emigraron de la izquierda al centro y de éste a la derecha. En este sentido nos replanteamos la tarea de construir un amplio partido de los trabajadores acudiendo al llamado de la dirigencia del SME a formar, con otras fuerzas, una Organización política del Pueblo y los Trabajadores (OPT), comprometiéndonos en tal tarea.

-El PRT se deslindó de la concepción etapista de la revolución, gracias a la cual el PCM durante años se subordinó al régimen posrevolucionario; el PRT caracterizó a la revolución mexicana como interrumpida (y por ello debíamos recomenzar la revolución ininterrumpida, permanente), al régimen como bonapartista sui géneris, al capitalismo como semicolonial…

-El PRT defendió y se comprometió a luchar por una sociedad democrática, por el derecho de tener registro legal y participar en las elecciones, por conservar y ampliar los derechos políticos. A diferencia de estalinistas de ayer y hoy, que rechazan la lucha democrática (identificándola de burguesa), el PRT y la IV Internacional pugnan, ahora y en el socialismo que queremos, por libertades y derechos políticos, humanos, de todo tipo; rechazamos las experiencias dictatoriales estalinistas y defendemos un socialismo democrático, con pluralidad y libertades políticas, extendiendo la democracia a todas las esferas sociales (el trabajo, por ejemplo); también luchamos por la autogestión, las autonomías, el derecho a la autodeterminación de los pueblos…

-El PRT organizó, impulsó, apoyó, se comprometió a fondo con la lucha por la liberación de las mujeres. El PRT adquirió un perfil propio gracias a su identidad feminista y esta identidad la proyectó a la sociedad mexicana. Y México cambió en ese sentido. No por completo, no suficientemente, no de manera irreversible. Ahora que la equidad de género es simulacro de política oficial, el PRT sigue impulsando la lucha feminista, cuestionando la bárbara ola de violencia contra las mujeres en nuestro país, reivindicando un feminismo socialista pues sabemos que el capitalismo refuncionaliza al patriarcado y que sólo terminando con el capitalismo las mujeres y los hombres lograrán su emancipación. Sabemos, además, que la revolución es permanente, que ésta es toda una época de revoluciones políticas, sociales, económicas, culturales, en la vida cotidiana…

-El PRT impulsó y se comprometió a fondo con la lucha por la liberación sexual, por los derechos de la diversidad sexual. El PRT marchó al lado de homosexuales, lesbianas, diversos, exigiendo su derecho a vivir según sus preferencias sexuales, denunciando la violencia que sufrían, cuestionando todo tipo de discriminación. Y logramos cambios importantes. Otra vez: no por completo, no suficientes, no irreversibles. Ahora que hay espacios públicos para los miembros de la diversidad sexual, seguimos impulsando la lucha por el reconocimiento pleno de sus derechos, contra la violencia y discriminación que sufren. Sabemos que el capitalismo combate el placer, el tiempo y las energías que no se dedican a trabajar, consumir o descansar para reponerse. Sabemos que la libertad y el disfrute de la vida para todos sólo se logrará si somos capaces de crear una sociedad más allá del capitalismo, el socialismo.

-El PRT se comprometió a fondo con la lucha por los Derechos Humanos. Nacimos luchando por la libertad de los presos políticos del 68, luego por los desaparecidos durante la ofensiva del Estado contra las organizaciones guerrilleras. Aunque no estábamos de acuerdo con sus métodos de lucha y debatimos políticamente con grupos guerrilleros, luchamos contra las desapariciones forzadas. Gritamos ayer como hoy que «si vivos se los llevaron, vivos los queremos». Estuvimos con Rosario Ibarra y el Comité Eureka, en sus luchas y huelgas. Logramos con las madres de los desaparecidos liberar a muchos presos políticos. Esa cultura política que demanda respeto por los Derechos Humanos es una marca que dejamos en México. Es conveniente recordarlo y desarrollarla ahora que el terrorismo de Estado se ha vuelto abiertamente forma de dominación. Aún así, sabemos que los Derechos Humanos y el Estado de Derecho son incompatibles con el sistema capitalista y sus formas de dominación política, cada vez más violentas. Sabemos que sólo un socialismo con plenos derechos (políticos, sociales, humanos) y libertades puede garantizar la desaparición de la violencia estatal.

-El PRT impulsó un marxismo militante, no académico o universitario. De hecho, había una urgencia de abandonar la universidad para insertarnos entre los trabajadores. Cultivamos la teoría pero para la praxis revolucionaria. Por eso, nuestro marxismo fue eminentemente político: se trataba de hacer el análisis de la situación concreta para derivar estrategias y tácticas revolucionarias. El nuestro sí fue un marxismo de la praxis ético-política.

-El PRT desarrolló un marxismo que siempre buscó diversos sujetos en lucha, potencialmente anti-capitalistas: pensó a los estudiantes como vanguardias transitorias, realizó su giro a la industria para impulsar las luchas de los trabajadores, pero también impulsamos las luchas de los campesinos, de las mujeres, de los homosexuales y de la diversidad sexual, de los jóvenes urbanos marginales, de todo lo que luchara contra el régimen, contra el sistema…

A los casi 40 años de que el PRT se formó, podemos decir que perseveramos en nuestro ser, que seguimos existiendo, que mantenemos (mejorados) los ideales socialistas, ahora ecosocialistas, por los cuales luchamos desde que decidimos libre y voluntariamente constituirnos como PRT. Cuando ya no hay PCM, ni OIR, ni MLN, ni PMT ni ninguno de esos grupos que se decían socialistas, nosotros aquí estamos, aquí seguimos como PRT.

Sin embargo, debemos reconocer que no logramos, todavía no hemos logrado, que recomenzara la revolución permanente en México, como queríamos…

Tampoco logramos organizar a la clase trabajadora, independizarla del Estado y del PRI para luego llevarla con un Programa de Transición a luchar políticamente por el poder…

Es verdad que no logramos la unidad de los trabajadores de la ciudad y del campo para crear una fuerza social capaz de frenar las contra-reformas neoliberales y reconquistar nuestros derechos…

-Pero como PRT seguimos con lo mismo: recomenzar la revolución permanente, organizar e independizar a los trabajadores para la lucha política por el poder explícito del Estado, pasar de las resistencias contra el neoliberalismo a constituir una amplia fuerza social contra-hegemónica que lance una ofensiva política…

También reconocemos que no logramos impedir los fraudes electorales con los cuales el neoliberalismo se impuso y se afirmó en nuestro país desmantelando instituciones públicas, incrementando la desigualdad y la miseria como nunca, casi regalando nuestro país con sus recursos y trabajadores a las empresas extranjeras, permitiendo que el ecocidio avanzara arrasando todo sin frenos…

-Pero estuvimos en todas esas luchas: formando sindicatos y corrientes sindicales, tomando tierras, apoyando huelgas y organizándolas, impulsando centrales, realizando varios Paros cívicos, construyendo grandes Coordinadoras, marchando al lado de obreros, estudiantes, campesinos, mujeres libres, homosexuales…

-También es verdad que ganamos el reconocimiento de sindicatos que pugnamos que fueran democráticos e independientes, conquistamos Contratos Colectivos, estuvimos en la dirección de organizaciones sindicales, campesinas, magisteriales, urbano-populares, sociales…Y además experimentamos las luchas estudiantiles, sindicales, campesinas, urbano-populares; vivimos la solidaridad, gozamos los triunfos y padecimos las derrotas, aprendimos que la lucha sigue y sigue…

-Vivimos el ascenso de muchas luchas sociales pero también experimentamos una ofensiva brutal del capitalismo con el neoliberalismo y sufrimos una derrota histórica de los trabajadores que fue mundial… En esa derrota mundial, transitoria y no definitiva, millones de trabajadores sufren el desempleo, millones de campesinos migraron, los trabajadores perdieron derechos, los salarios se derrumbaron, las mujeres experimentan nuevas violencias múltiples, las riquezas de los pueblos semicoloniales son saqueadas, los derechos políticos fueron achicados, la violencia estatal se volvió método de gobierno. Los comunistas dejaron sus banderas rojas, la socialdemocracia se adhirió al liberalismo político. En México, gran parte de la izquierda socialista se refugió en el PRD, derrotados y decepcionados, sin principios ni ideales de transformación social. Algunos se pasaron al otro bando o se integraron al sistema.

VIGENCIA Y NECESIDAD DE PRT

Ahora, cuando muchas organizaciones que ayer estaban en estas luchas ya no existen, la situación es más desesperada y la lucha más difícil, pero el PRT sigue con los mismos afanes de cambiar la vida y transformar el mundo…

Hoy, cuando la crisis actual del capitalismo se manifiesta como civilizatoria, histórica, global, ecológica, económica, cultural, política, nuestro país requiere una organización política revolucionaria arraigada entre los trabajadores. Hoy más que nunca necesitamos levantar un partido revolucionario amplio y de trabajadores, representativo de los diversos sectores en lucha, que unifique y organice la lucha política por el poder del Estado y contra el sistema capitalista cuando las condiciones objetivas de la revolución socialista están maduras: cuando el capitalismo ya no asegura la reproducción de la vida humana y natural sino que atenta contra ellas, cuando la rabia y el descontento contra los que detentan el poder es tan grande que una chispa puede encender la pradera. 

México necesita un Partido Revolucionario de los Trabajadores organizado y amplio que luche por sus intereses inmediatos (salarios y derechos) e históricos (anticapitalistas y socialistas) que al mismo tiempo sea una organización de mujeres y hombres que luchan por la liberación de las mujeres contra el patriarcado y el capitalismo: contra el patriarcado capitalista. Urge el fortalecimiento de un partido que además de ello luche contra el ecocidio global y acelerado que promueve la esfera de producción/consumo capitalista y que intente frenar el vuelco climático que amenaza con la destrucción de la civilización y la especie humana. Necesitamos un partido enraizado en las y los trabajadores que luche por el socialismo y la democracia, que sea feminista y ecologista, que defienda las libertades y los derechos emancipatorios, que sea internacionalista y revolucionario. Por eso, fortalecer al PRT es más urgente y necesario que nunca, tanto en México como en el mundo entero.

Necesitamos un partido internacionalista. Un partido de los trabajadores. Un partido que sea feminista. Un partido que lucha por la democracia, por libertades y derechos políticos, laborales, sociales, humanos. Un partido que lucha por la autodeterminación de pueblos y naciones, por las autonomías. Un partido anti-imperialista y anti-capitalista. Un partido que lucha por la liberación nacional, de los trabajadores, de las mujeres, de los explotados, oprimidos, negados, excluidos, minimizados, enajenados. Un partido ecologista, ecosocialista. Un partido que busque unir políticamente a fuerzas anti-neoliberales y anticapitalistas para disputar el poder político para reiniciar la revolución permanente e instituir un socialismo democrático, feminista, ecologista, pluricultural en todo el planeta… De hecho, sostenemos que la existencia de partidos y libertades políticas es necesaria para que en el socialismo que deseamos exista la democracia. No queremos Partidos únicos y monolíticos, con Estado Mayor y vanguardia (aunque sea la comandancia o una subcomandancia iluminada) que asalten el poder estatal e impongan su dictadura…

Queremos un Partido en el sentido de Marx (el del Manifiesto, un amplio partido de los trabajadores en el cual participan los comunistas). Queremos un Partido en el sentido de Lenin (el de las Tesis de Abril, el que da el salto para que la amplia movilización social asalte el poder). Queremos un Partido en el sentido de Trotsky (el que canaliza la fuerza revolucionaria hacia lo político y el del Programa de Transición). Queremos un Partido en el sentido de Gramsci (el de los Cuadernos de la cárcel, que debe construir un Bloque Histórico alternativo que lucha por la hegemonía política).

Y nos parece urgente construirlo porque el capitalismo ha entrado en una fase de barbarie extrema, abriendo una peligrosa crisis civilizatoria (como nunca en la historia de la humanidad), una crisis ecológica, global, sistémica, histórica…

Sí, creemos que es necesario un partido político así porque -sin garantías- con el podremos superar el enorme riesgo de que el capitalismo se colapse con el planeta, con la especie humana… Algo así decía el viejo Trotsky en el Programa de Transición:

«Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.