Argentina, con más del 90% de su población residiendo en zonas urbanizadas, es un símbolo de las características actuales de nuestra sociedad, en la cual la violencia urbana ocupa un lugar importante. En los tiempos que corren, esa violencia está en el centro de los contenidos de la mayor parte de los sistemas comunicacionales.
En estas reflexiones se han dado suficientes razones para explicar esas violencias. No son pocos los que afirman que se trata de un efecto no deseado de los progresos alcanzados. Lejos de esa percepción es posible pensar que su causa se encuentra en las abismales desigualdades que esta sociedad ha desarrollado.
Si bien los primeros barrios cerrados o countries de la provincia de Buenos Aires se remontan a las décadas del 30 y el 40, estos desarrollos inmobiliarios tuvieron su boom en los 90, con familias que decidieron vivir de forma permanente en ellos. Y, según la Agencia de Recaudación de la provincia, estas urbanizaciones llegan a una mil. De ese número, sólo el 50% están regularizados y tributan como tales.
La profundidad de la grieta económica se ha trasladado a otros espacios de la vida cotidiana. La mentada “igualdad de oportunidades”, que forma parte del discurso de la cultura occidental, es profundamente negada por la realidad que padecen millones y millones de personas.
El lenguaje, que es el principal instrumento para la comunicación de las personas, es un índice más que rotundo de este fenómeno. La lengua española –que nosotros usamos- tiene más de 80 mil palabras que permiten exponer nuestros pensamientos, gustos o pasiones.
Sin embargo las palabras de uso cotidiano de muchos jóvenes, pertenecientes a aquellos sectores que la sociedad ha expulsado hasta el límite de sus fronteras, no llega a un millar.
Este abismo que -por lo visto- las castas dirigenciales dan como definitivo tiene otra manifestación alarmante en el incontenible crecimiento de los barrios cerrados. De un modo semejante a las amuralladas ciudades medievales, que sucumbieron con el fin del feudalismo, allí la vida transcurre pretendidamente alejada de los riesgos de la inseguridad que afecta a los comunes.
La pregunta inevitable es si será así la vida futura de los humanos. La humanidad tiene una larga historia –el imperio romano es un ejemplo- sobre la suerte de las ciudadelas rodeadas por “bárbaros” que asolan sus límites. De modo tal que la reproducción hasta el infinito de los barrios cerrados no parece viable. De un modo semejante a lo que pasó en el Medioevo, ellas sucumbirían ante la presión de quienes están en sus bordes.
Es posible que las castas que dominan a la humanidad imaginen otra perspectiva. Tal vez piensen que estos barrios cerrados solo son una transición. Para esa concepción, ellos existirán hasta que los poderosos de esta humanidad logren establecerse en el espacio y desde allí controlar a los esclavos terrícolas que sobrevivirán en estos territorios.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.