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Visión sobre José Martí y Carlos J.Finlay, con motivo del reciente Día de la Medicina Latinoamericana

Fuentes: Rebelión

En honor de Carlos J. Finlay se instituyó el 3 de diciembre, fecha de su nacimiento, como Día de la Medicina Latinoamericana. En José Martí y Carlos J. Finlay existen rasgos comunes que, como cubanos eminentes, merecen abordarse en relación con sus contribuciones respectivas a la medicina. Ambos fueron coetáneos y fueron grandes por los […]

En honor de Carlos J. Finlay se instituyó el 3 de diciembre, fecha de su nacimiento, como Día de la Medicina Latinoamericana.

En José Martí y Carlos J. Finlay existen rasgos comunes que, como cubanos eminentes, merecen abordarse en relación con sus contribuciones respectivas a la medicina. Ambos fueron coetáneos y fueron grandes por los aportes que hicieron a su país y a la humanidad. Por eso queremos resaltar el quehacer de Martí y Finlay, como vidas paralelas, relacionado con la medicina.

Carlos J. Finlay, médico e investigador, fue un cubano insigne que demostró experimentalmente la transmisión de la fiebre amarilla a través del mosquito. Su teoría científica sobrepasó en muchos aspectos, teóricos y prácticos, las concepciones que prevalecían en su época sobre la transmisión de las enfermedades.

Aunque sus resultados científicos se presentaron y divulgaron en distintos foros académicos en Cuba y en el extranjero, y fue reconocido por algunos estudiosos de la materia en su tiempo, no fue hasta después de su muerte que mereció la gloria del reconocimiento universal por su genial descubrimiento, del cual se pretendió despojarle durante muchos años a favor de un investigador estadounidense a quien Finlay confió sus hallazgos, experimentos y resultados.

Este médico cubano dedicó toda su larga vida de 82 años (1933-1915) al estudio, la práctica y la investigación en varios campos de la medicina y al establecimiento de políticas de salubridad en su país, que se aplicaron luego en otros países para la erradicación del vector que propagaba la enfermedad de la fiebre amarilla.

Sus aportes en esta esfera de la salud pública y la medicina, así como su excepcional condición humana y los valores intrínsecos relevantes le hicieron un grande de América y de la humanidad.

José Martí, Héroe Nacional de Cuba, acumuló durante su corta vida de 42 años (1853-1895), méritos extraordinarios en muchos campos, en especial en su condición de libertador, que le hicieron un grande de América y del mundo. Fue el más universal de los cubanos de su tiempo.

Martí y Finlay, fueron coetáneos, aunque Martí nació veinte años después que Finlay y murió veinte años antes.

José Martí fue abogado de profesión, pero en su corta existencia, que tuvo como eje central su vocación política de revolucionario independentista y líder máximo de la Revolución de 1895, acumuló diversos quehaceres como escritor, poeta, orador y periodista.

Como he señalado en el ensayo titulado José Martí y la Medicina, José Martí fue un observador profundo de su época y, por eso mismo, un visionario capaz de vislumbrar el futuro y proyectar hacia el porvenir su pensamiento sobre innumerables temas de la realidad política, económica, social, científica, educativa, filosófica, moral, etcétera. El tema de la medicina, en su sentido integral, le acompañó durante gran parte de su vida.

De ahí que resulte de gran importancia su definición conceptual y su visión sobre el estado y desarrollo de aspectos relacionados con la salud individual y pública, las enfermedades, las aplicaciones científicas, etc. Pero importa subrayar también la vocación y sensibilidad por el ejercicio de la medicina, primero como algo íntimo, pero confeso, y más tarde como práctica primaria concreta en la vida de campaña en Cuba, en la última etapa de su existencia.

Son muchas las temáticas que abordó Martí sobre la medicina en sus artículos periodísticos. Abordó el tema de la fiebre amarilla y en 1884 se refirió al desarrollo de los conocimientos epidemiológicos con apuntes sobre insectos como vectores de enfermedades. Al respecto apunta: «Sábese que los insectos son portaepidemias. Es creciente entre médicos la creencia de que los mosquitos y otros animalillos de su especie transmiten y diseminan las enfermedades contagiosas: un buen médico de Georgia publica ahora hechos que estima pruebas de la agencia activa de los mosquitos e insectos semejantes en el desarrollo de la fiebre amarilla. Aboga porque los actuales cordones sanitarios imperfectos, por entre cuyas filas y sobre cuyas zonas vuelan ahora los diminutos y poderosos agentes de la fiebre, se completen con la creación de cordones de fuego que detengan en su paso a los funestos mensajeros».

Es posible que en esa época Martí desconociera que en la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington, celebrada en febrero de 1881, Carlos J. Finlay señaló el medio de transmisión de la fiebre amarilla, y el 14 de agosto del mismo año presentó en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana su trabajo «El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla», en el que expuso su descubrimiento científico. Se puede afirmar que Martí resultó el cronista que faltó a Finlay para una mayor divulgación de su hallazgo científico en América.

En su obra se puede constatar de qué manera tan especial Martí seguía los avances más notables de la medicina de su época, de cómo llegaba a profundizar sobre aspectos complejos, de cómo expresaba su dominio sobre temáticas diversas, con su nomenclatura particular, qué afán ponía en la divulgación de los logros científicos principales, y de cómo llegó a conceptuar los problemas y tendencias médicas de su tiempo y del porvenir.

Así, por ejemplo, el 5 de noviembre de 1881 reporta: «De toda la literatura del mundo una treceava parte corresponde a la medicina con sus ciencias aliadas».

El 11 de noviembre de 1881 apunta que: «M. Pasteur ha hecho, y comunicado ante el Congreso Médico en Europa, utilísimos descubrimientos sobre los gérmenes de las enfermedades… estudia ahora los gérmenes de la fiebre amarilla».

En nota al día siguienbte, 12 de noviembre, retoma el tema, reseñando la ponencia presentada por Pasteur en el Congreso Médico Internacional y señala refiriéndose a la vacunación: «¿Cuándo se descubrirá la inoculación contra la fiebre amarilla?».

El 13 de febrero y el 14 de junio de 1882 comenta los estudios científicos realizados que apuntan hacia la propagación de determinadas enfermedades por microorganismos del medio ambiente.

Son numerosas las referencias recogidas y comentadas en el ensayo José Martí y la Medina, incluídas aquéllas que ponen en evidencia la sensibilidad de Martí, recogidas en su Diario de Campaña, como las siguientes: «Ahora hurgo el jolongo, y saco de él medicina para los heridos».

«¿Y adónde, al acampar, estaban los heridos? (…) Y el practicante, ¿dónde está el practicante, que no viene a sus heridos? (…) Al fin llega, arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos (…) de tierna ayuda, curamos al herido de la hamaca (…) lavamos, yodoformo, algodón fenicado.»

Y siendo consecuente con aquella idea original sobre lo hermoso de la profesión de enfermero -la más noble y grata de las ocupaciones, según su decir-, Martí narra, de forma admirable, cómo interrumpe sus faenas para ir a socorrer a los enfermos del campamento, enfatizando el valor que tiene el trato cariñoso a éstos. Con ello realza el efecto positivo que tiene el componente psicológico y el trato adecuado como parte del tratamiento médico.

«Y han de saber -escribe a Carmen Mantilla y sus hijos- que me han salido habilidades nuevas, y que a cada momento alzo la pluma, o dejo el taburete y corte de palma en que escribo, para adivinarle a un doliente la maluquera, porque de piedad y de casualidad se me han juntado en el bagaje más remedios que ropa, y no para mí, que no estuve más sano que nunca. Y ello es que tengo acierto, y ya me he ganado mi poco de reputación, sin más que saber cómo está hecho el cuerpo humano, y haber traído conmigo el milagro del yodo y el cariño, que es otro milagro».

Y es así como Martí desempeña o ejerce la práctica médica en forma real, aunque elemental, y a la vez trascendente, en los campos de Cuba, en los días previos a su caída en combate. Era así consecuente, una vez más, con las ideas que expresara unos años antes: «Es que con vivir yo tan triste, donde no se le ve, y con trabajar y mis deberes públicos, aún parece que me alcanza espíritu para andar de médico de tribulaciones ajenas:»

En conclusión, cabe al genio visionario de Martí, habernos adelantado aspectos esenciales como estos:

La medicina preventiva como la medicina verdadera o esencial.

El ejercicio de la medicina como la más noble de las ocupaciones, y la más grata.

La situación de la medicina en el siglo XIX en sus múltiples facetas, desarrollo y proyecciones futuras.

El principio de que la falta de atención médica de los pobres es un crimen público, y que el deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado.

La idea de que ante el dolor humano, se impone remediarlo con la propia acción o práctica de la medicina, y con el cariño, que valora como milagro.

Ideas hermosas y esenciales como las siguientes:

«Es la medicina (…) profesión de lucha; necesítase un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio…»

«La más noble de las ocupaciones, y quien sabe si la más grata, es la de enfermero».

«La verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave: la higiene es la verdadera medicina».

«Los médicos deberían tener siempre llenas de besos las manos».

«En el mundo se ha de vivir como viven los médicos en los hospitales».

En fin, las ideas de Finlay y de Martí fueron de lo mejor en el siglo XIX y XX, y lo serán en el XXI.