En medio del extendido padecimiento social por pérdida de ingresos y precarización, la flagrante degradación de la democracia brinda aliento a la extrema derecha.
Javier Milei se ha convertido en un protagonista importante de la política argentina. Su influjo electoral comprobado hasta el momento ha estado en torno al 17% en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en los últimos comicios. Y no compitió en otros distritos. No obstante, después de las elecciones y hasta ahora, se ha redoblado su presencia mediática y sus actos públicos en diversos puntos del país.
Todo indica que el economista devoto de la “escuela austríaca” ya es una figura política nacional, hace ya un tiempo que aparecen encuestas que lo colocan cerca de un 20% de intención de voto a nivel nacional. Más allá de sus méritos técnicos, esas evaluaciones realimentan su campaña electoral permanente y afianzan la percepción de que podría ser un candidato a tomar en cuenta en las próximas elecciones presidenciales.
Le ha sumado golpes propagandísticos como el sorteo de su sueldo como diputado, en un gesto de craso menosprecio a la institucionalidad política desde el gesto autosuficiente de que gana más que suficiente en “el mercado”.
La “funcionalidad” de la extrema derecha.
Sin circunscribirnos a la individualidad del actual diputado nacional por CABA, la consolidación de un espacio a la derecha del liberal-conservadurismo de Juntos por el Cambio (JxC) le presta un servicio a los intereses más vinculados al capital concentrado y otros poderes fácticos.
Milei y su casi correligionario José Luis Espert (sus respectivas agrupaciones están cercanas pero no se han unificado) deslizan la agenda de discusión pública cada vez más a la derecha.
Entre expertos económicos y canales de noticias se han puesto a discutir acerca de las posibilidades de implantar una dolarización. Y a propósito de la posibilidad de arrancar de cuajo al Banco Central. O la de abrogar para siempre el mecanismo de convenios colectivos de trabajo.
Se trata de un programa de máxima sin ambages, que no repara en análisis de factibilidad. Más allá de su sustento en lo técnico, su papel es político-cultural: Impulsar una “revolución conservadora” que convierta en anatema ya no al “populismo” como es costumbre, sino a cualquier resabio de asignación de un papel regulador al Estado o de promoción de políticas sociales más o menos amplias. Ni la emisión de moneda se salva.
Para sumar efecto al corrimiento hacia la derecha que impulsa, el líder de “La Libertad Avanza” prodiga insultos. Que incluyen a los que la vulgata periodística bautizó como “palomas” dentro de Pro y a los partidos aliados Unión Cívica Radical y Coalición Cívica. Hasta el adjetivo “socialdemócrata” lo ha convertido en una injuria.
Desde el interior de JxC algunxs reaccionan con la afirmación de que Milei es su límite, hasta llegan a la manifestación de que “no tienen nada que hablar” con él. En torno al jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma, Horacio Rodríguez Larreta, las reacciones han sido menos terminantes. Él que si es concluyente es el diputado, que excluye de movida a las “palomas” de cualquier acercamiento.
En paralelo, tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich no se cansan de hacer gestos de mano tendida al dirigente ultraderechista. El costado “republicano” de las actitudes del expresidente de la Nación y la actual presidenta de PRO se difumina frente a la afirmación de que tienen ideas “similares” a las de Milei.
Ellos no quieren ninguna “convergencia hacia el centro”, como la que prohíjan dirigentes de la misma agrupación, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó por ejemplo. Lo que quieren garantizarse es no perder votos “por derecha”.
Por encima de esas consideraciones tácticas, se trasluce con claridad que Macri y Bullrich encuentran una “zona de confort” en la radicalización hacia propuestas más reaccionarias, tanto en el campo económico como en el político y lo cultural.
Y asimismo en el “manodurismo” en materia de seguridad, en el que el dirigente “libertario” no hace centro por ahora, pero lo comparte. Y los gestos valen, la sonriente foto del ex mandatario con Donald Trump señala la proyección a escala global de una política de alianzas que se radicaliza.
Por fuera del espacio de la derecha, el lenguaje de los “libertarios” amplía su radio de influencia. Ya no es raro escuchar de dirigentes de otras orientaciones manifestaciones de repudio a la “casta política”, muletilla permanente de esa corriente.
Se trata de que el divorcio entre accionar de la dirigencia y voluntad popular es tan flagrante, que la defensa de aquélla se torna imposible. Más bien se requiere de un discurso crítico, a fuer de superficial, hacia “los malos políticos” para intentar mantenerse a flote en el naufragio.
Un rasgo novedoso entre los seguidores de “La Libertad Avanza” es que hace unas semanas se decantaron por una propuesta de disputa del espacio callejero. El diputado porteño de ese espacio, Ramiro Marra, encabeza ahora el Movimiento Antipiquetero Argentino (MAPA). Su irrupción más ruidosa fue en relación con el acampe de la 9 de julio. Exhortó a la policía a “sacarlos”, con el argumento de que “con los delincuentes no se negocia”.
La relación predominante en los medios no se hizo esperar y fue la previsible. Un amplísimo recorrido de Marra para explicar los alcances de su propuesta, completado con reiterados “careos” con dirigentes piqueteros para confrontar posiciones. En esos ámbitos esbozó definiciones de la nueva agrupación tales como que “es un movimiento ciudadano de gente que está cansada de que nos corten las calles”.
No faltaron los observadores que se preguntaron sobre la posibilidad de que el MAPA trascienda el plano declarativo para organizar algaradas callejeras contra piqueteros. Un reflejo, tal vez indirecto, es la aparición de algunas “agrupaciones de vecinos en defensa de la propiedad privada” que se manifestaron en contra de tomas de tierras como la muy polémica que se haya en curso en las cercanías de La Plata.
La degradación de la democracia y de la política en su conjunto.
No es novedosa pero sí verdadera la afirmación de que el crecimiento de la extrema derecha en variadas latitudes tiene estrecha relación con el hartazgo generalizado hacia la actividad política y su dirigencia.
La percepción extendida es que los poderes institucionales erigidos en base al sufragio universal deciden cada vez menos. Y que quienes ocupan esos cargos no están dispuestos a dar ninguna lucha firme por ideas emparentadas con el “bien común” o los “intereses generales.” Hacen de la política una profesión lucrativa como hay otras y tratan de solucionar sus propios problemas, que son los de mantenerse en el poder o regresar a él, y no los que aquejan a la sociedad.
En esas circunstancias, quien enarbole un discurso de repudio generalizado a la dirigencia política tiene un potencial a su disposición. Recortar de modo drástico sus privilegios, reducir de forma considerable lo que le cuestan en impuestos al “ciudadano común”, son consignas que encuentran eco en vastos sectores sociales.
Las suele acompañar un enaltecimiento del individualismo y la libre competencia que exalta a “los que trabajan” (ya sean empresarios o asalariados) frente a los “vagos” (lo que puede abarcar desde altos funcionarios hasta quienes sobreviven con “planes sociales”).
Y propician una mirada “apolítica” que presenta el discurso propio como manifestación de “la verdad”, a secas. La parte laboriosa y productiva de la sociedad necesitaría sobre todo que el Estado “le saque la pata de encima” y se facilite una expansión plena de las libertades económicas.
A partir de la fetichización del supuesto antagonismo Estado vs. mercado, propician un giro drástico en dirección al imperio pleno del poder del gran capital, sin el más leve contrapeso.
Lo que asimismo debe ser señalado es que la perspectiva de derecha no se agota en el discurso “economicista”. Quieren también dar un golpe de timón en ciertos campos políticoculturales.
Por ejemplo en la mirada de la memoria colectiva acerca de la dictadura y el desenvolvimiento del régimen constitucional posterior. No porque sí dirigentes del sector (Ricardo López Murphy y Espert, entre otros) se apersonaron en el Museo Nacional de la Memoria para denostar a la exposición “Neoliberalismo, nunca más”.
Más allá de los aspectos controvertibles que pueda tener la muestra, lo transparente en los dirigentes liberales es el propósito de refutar continuidades que recorren a Argentina de las últimas décadas, desde el último golpe cívico-militar a la actualidad. Para ellos es una grosera tergiversación constatar “coincidencias” como que Domingo Cavallo fue una pieza clave de la política económica desde 1980 hasta el ingreso al siglo XXI, más allá de dictadura o constitucionalidad.
Vivimos una profunda situación de crisis. Aunada a la carencia de una alternativa progresiva que concite un apoyo de masas. No hay una propuesta “instalada” de romper la lógica social imperante desde el ángulo del enfrentamiento con el poder económico y el avance hacia una democracia radical.
No sólo, pero también por eso, avanzan muecas caricaturescas que intentan articularse con lo peor de nuestra sociedad.
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