Recomiendo:
1

¿Y la democracia qué?

Fuentes: Rebelión

Vivimos una era de degradación de la democracia, a escala mundial. A través del empobrecimiento de los sistemas representativos realmente existentes, en las que cada vez más las decisiones importantes las toman poderes fácticos, en general grandes corporaciones.

Ver el modo de contrarrestar ese rumbo es un imperativo de la hora: Iniciativa popular y autoorganización o sometimiento perenne al gran capital.

La ciudadanía no tiene otro mecanismo de participación que el voto periódico, que es ostensible que vale cada vez menos.

Los padecimientos de las masas populares se incrementan mientras desde arriba sólo hay disposición para la gris administración de los intereses del gran capital. Sólo se habla de ganar las elecciones, no de transformar a la sociedad.

Existe un hartazgo con el conjunto de la dirigencia política. A la que se la ve como sumergida en un micromundo de intereses sectoriales y privilegios que se conectan cada vez menos con los problemas y deseos de las “mujeres y los hombres comunes”.

En el caso argentino la despiadada confrontación en el interior de la coalición oficialista y hasta en el seno del mismo equipo gobernante, en medio de circunstancias sociales aflictivas es experimentado por millones de ciudadanas y ciudadanos como una evidencia en ese sentido.

En los ámbitos predominantes de la política del sistema no se formula alternativa alguna, que toque intereses concentrados, que desafíe paradigmas arraigados de acción y pensamiento. Se vive una rutina que no da respuestas, que ya se nota demasiado que sólo contribuye a la autorreproducción de la elite política.

Una reacción a este estado de cosas es el desapego político: Un voto desencantado, sin mayores expectativas hacia algunos de los candidatos del establishment, o bien no votar, votar en blanco o nulo.

Si no, hacerlo por candidatos con propuestas radicales, a los que se percibe por fuera del “elenco político estable”. Puede ser por izquierda o por derecha. Por múltiples factores, en Argentina son por ahora más los casos en los que se decanta “por derecha”, aunque hay un crecimiento de la izquierda. Tal inclinación marca la magnitud de la crisis.

Se tiende en medida creciente a la abstención electoral. Y en muchos casos, se vota con inclinación hacia la extrema derecha, que ofrece culpables (El Estado sobredimensionado, los políticos corruptos) y promete soluciones fáciles.

No en todas partes es así, en Perú o en Chile sucedió lo contrario, se votó hacia la izquierda. Claro que en ambos casos el giro político-electoral, que tiene serias limitaciones, estuvo precedido de fuerte movilización popular, incluso de rebelión prolongada en el caso de Chile. En nuestro país podría modificarse también la tendencia de los últimos años, no hay que dar por cristalizada la realidad actual.

Aquí por ahora han ganado apoyo candidaturas que predican una “antipolítica” sin matices, proponen soluciones simples a temas complejos sin preocuparse por su factibilidad. Y descalifican a sus adversarios con acusaciones no comprobables. O con disparates como tildar de “zurdos” a dirigentes de la oposición de derecha.

Ya sea que “La libertad avanza” (Ciudad de Buenos Aires) o que “Avanza libertad” (Provincia de Buenos Aires) lo que pretenden hacer retroceder es la posibilidad de ir en búsqueda de transformaciones, para taparla con propuestas a menudo triviales, pero siempre reaccionarias.

Articuladas en torno a que la “casta política” y el Estado son los enemigos del conjunto de la sociedad. Y que las mayores ganancias para el gran capital el vehículo para “salir de la miseria” y “dejar de pagar impuestos”. El derrumbe de las prestaciones sociales, de la educación y la salud pública, la reprivatización del sistema jubilatorio, son perspectivas que no se explicitan, pero que subyacen en estas propuestas.

Mirar hacia adelante

Se está hoy ante el desafío de generar proposiciones identificadas a fondo con las clases populares. Que fundamenten en términos claros y simples que el enemigo principal no es la dirigencia política y el Estado, sino el dominio del capital. Que da lugar a una sociedad atrozmente desigual e injusta, con la mayoría de la población sometida a la explotación y a la alienación. Y a un empobrecimiento creciente.

Es imprescindible sin embargo hacer en voz bien alta las merecidas críticas a la dirigencia política. Sólo atenta a alcanzar el gobierno o a permanecer en él, incapaz de hacer siquiera el intento de enfrentar a los grandes poderes. Formular las impugnaciones desde una orientación de izquierda y en un lenguaje elocuente es el desafío.

Se necesita asimismo de la denuncia a la búsqueda eterna al “consenso” y la “unidad” con los dueños del gran capital y con instituciones antagónicas con toda expresión popular. Con mayor o menor grado de conciencia y voluntad, esos dirigentes políticos son sus cómplices, quienes prestan legitimidad popular a la explotación y la destrucción.

No por casualidad se inclinan a declarar muerta a cualquier perspectiva anticapitalista y a predicar un capitalismo “distributivo” inviable. La denuncia del “neoliberalismo” se vuelve un palabrerío inocuo si nunca se la respalda con acciones concretas.

Se trata hoy de levantar en conjunto las mejores expresiones de un siglo y medio de luchas del movimiento obrero y popular. De impugnar al sistema no desde un solo ángulo, sino en todos los costados posibles. La reivindicación obrera, feminista, ambientalista, por la tierra, de los pueblos originarios, contra el poder del imperialismo. Un abanico de demandas radicales que alcanzará su cúspide cuando el conjunto se articule contra el sistema social capitalista, el enemigo de la humanidad.

Hoy nos jugamos el destino de nuestra sociedad y el porvenir de la democracia. Las organizaciones populares deberían tener como forma de organización la de asambleas, la de control permanente “desde abajo”. La democracia de adentro que se proyecta hacia fuera. Como construcción popular y no como opción pasiva frente a las propuestas de la clase dominante.

Estamos atrapados por corporaciones y burocracias. Que se imponen con un abanico de poderes que van desde su maquinaria propagandística a la fuerza armada, si se ven acorralados.

La respuesta viable parte de la iniciativa popular y la autoorganización. Y la disposición a poner el cuerpo para una transformación radical. Se necesita romper con el posibilismo menguante, que hace una apelación continua a la supuesta “correlación de fuerzas” con la creencia predeterminada de que nada se puede hacer. Con el mentiroso “realismo” que renuncia al riesgo y con eso a cualquier disputa efectiva de poder.

No se trata aquí y ahora de la búsqueda de una “libertad” abstracta, sino de una “liberación” bien concreta. Necesitamos varones y mujeres emancipados de la tutela asfixiante del gran capital. Libres del yugo de un puñado de poderosos que deciden por ellos.

Que recuperen la plenitud de su ser, la alegría de la construcción colectiva y el goce de la comunión de quiénes estamos realmente convencidos de que un mundo no capitalista, igualitario y justo, es posible.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.