Los desmalvinizadores vernáculos hicieron un uso abusivo de la historia contrafáctica. Afirmaron durante décadas que, de haber ganado la guerra nuestro país, el puño de hierro de la dictadura de Galtieri se extendería por 20 o 30 años más.
En las pocas líneas que siguen me propongo fundamentar la tesis opuesta. A saber, una victoria del país hubiera significado un triunfo histórico del pueblo argentino y de todos los pueblos oprimidos del mundo que luchaban por su emancipación nacional.
Naturalmente, la potencia de la movilización social victoriosa hubiera ajustado cuentas rápidamente con la dictadura oligárquica. Galtieri y su camarilla cívico militar, cuyo cometido histórico consistía en reforzar los lazos de dependencia semicolonial, no podrían haber eludido el implacable juicio popular.
En textos anteriores definimos a la ideología desmalvinizadora como una forma de pensar la guerra y la posguerra con los presupuestos teóricos (conceptos) del imperialismo, que nos condenan al fatalismo de la sumisión humillante a las grandes potencias (en eso consistió siempre el llamado a ‘integrarnos al mundo’). Establecimos un nexo indisoluble entre los mitos e imposturas que ese credo instaló en el imaginario social y la ofensiva neoliberal de las décadas del ’80 y ’90. En un sentido general, el espíritu de derrota y desmovilización que impusieron hábilmente los desmalvinizadores sirvieron de premisas culturales para la aplicación del programa de enajenación que caracterizó el ciclo noventista. La alianza entre la ‘burguesía nacional’ transnacionalizada y la usura financiera global, pergeñada para apropiarse de la riqueza social acumulada bajo la forma de las Empresas Públicas, exigía una sociedad atomizada y descreída con un movimiento obrero empantanado en el aislamiento y una clase media hechizada por las modas intelectuales europeas. Las universidades, en tanto, operaron como bastión no para promover el debate crítico sobre la guerra y sus enseñanzas, sino para abortar cualquier intento de comprensión esclarecedora. A la derrota militar en Malvinas le siguió la derrota política y la derrota teórico-cultural de la posguerra. Las tres son parte de una totalidad inescindible que explica la decadencia del capitalismo dependiente argentino que perdura hasta el día de hoy.
Volviendo al núcleo de esta nota, detengámonos en la siguiente reflexión, salida de la pluma de Jorge Abelardo Ramos, dirigente histórico de la Izquierda Nacional de nuestro país. Escribía a poco de concluida la contienda militar ‘Entre los más estúpidos denigradores de la guerra de Malvinas están los que afirman que de ganar la Argentina la guerra contra Gran Bretaña, Galtieri habría permanecido en el poder 10 o 20 años más. Por el contrario, la lucha contra el imperialismo despliega las energías inmensas del pueblo, lo sustrae de la depresión y la desmoralización impuestas por las dictaduras locales y frecuentemente la victoria contra el extranjero modifica las condiciones políticas de tal modo que el propio dictador se ve arrastrado fuera del poder… Fue la guerra de Malvinas la que removió los últimos bastiones de la dictadura y abrió las calles al pueblo’. En una línea semejante el pensador italiano Maurizio Lazzarato señala acertadamente en escritos recientes que las guerras, al igual que los procesos revolucionarios que muchas veces ellas mismas engendran, dan lugar a una singular mutación en el ‘cuerpo social’ convirtiendo al sujeto, que en situaciones normales es pasivo y se halla aislado y entregado a su vida individual y familiar, en un protagonista activo de la realidad viviente. Brota de las entrañas de la situación convulsiva un sentimiento de ‘comunidad’ –imprescindible en cualquier proceso transformador- en donde ‘a la verdad del opresor se le opone otra verdad propia’ (ML). Podríamos decir que toda la tarea de los desmalvinizadores consistió en clausurar y disolver esa ‘voluntad general’ anticolonial que cobró vida con una potencia sin precedentes durante la guerra.
Los acontecimientos posteriores a la derrota militar de 1982 retratan con claridad los efectos políticos nefastos del objetivo soberano malogrado. La salida democrática diseñada por el sistema, de la que ahora se cumplen cuatro décadas, mantuvo intacto el esquema económico y social heredado de la dictadura y, en buena medida, lo profundizó. Todos los indicadores demuestran esto último con una crudeza estremecedora (pobreza, desocupación, caída del salario, deuda externa, etc.).
Lo dicho hasta acá nos permite concluir lo siguiente: fue la derrota en Malvinas la que afianzó el orden semicolonial y le dio continuidad al programa oligárquico inaugurado en 1976, ahora bajo formas ‘institucionales’ en perfecta sintonía con la nueva estrategia norteamericana de promover ‘democracias controladas’. La ‘cría del Proceso’, como se la denominaba en esos años, fue hija de la derrota, nació de sus entrañas; jamás podría haber sido engendrada por la victoria del país frente a la coalición imperialista agresora, como sostenían los desmalvinizadores en ejercicio de una imaginaria realidad contrafáctica. La rica experiencia histórica de guerras y revoluciones durante el sXX enseña que los pueblos triunfantes elevan la confianza en sus propias fuerzas y esa confianza fortalecida les permite afrontar nuevas tareas en una escala superior. Esta verdad irrevocable fue ignorada por la inteligencia progresista que invadió los espacios culturales durante los ’80 y que contribuyó decisivamente en el armado de la narrativa anti malvinera, tan lesiva para los intereses nacionales y tan necesaria para poner de rodillas al país ante los poderes mundiales.
Fernando Cangiano es veterano de Malvinas y miembro del Espacio dereflexión La Malvinidad de la Argentina. Es autor de la obra ‘Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos’ Ed. Dunken, 2019.
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