En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas.
Borges: El atroz redentor Lazarus Morell
Con el corazón yoruba-lucumí
Sabina Postal de la Habana
La migración forzada de los primeros africanos en el continente americano se debió al período de la Conquista y la Colonia entre 1519 y 1810. Éstos eran traídos para trabajar en las plantaciones de azúcar, la mayoría venía de África, aunque otros venían de las islas del Pacífico. La Corona Española había declarado regulaciones para asegurarse de que vinieran más esclavos varones que mujeres. Los barcos eran divididos en proporciones de un tercio de mujeres y dos tercios de hombres; los sobrantes en especial mujeres, eran eliminados o vendidos a otros comerciantes para uso propio.
Hay quienes aseguran que el cargamento con más de 500 varas castellanas de Ébano llegó de madrugada al puerto de Veracruz, hay quienes aseguran que era de noche, lo cierto es que, este dato se pierde en el mar de los tiempos, puesto que, todos los registros que se hacían de la llegada de esclavos negros a la Nueva España, nunca contemplaban los verdaderos nombres de quienes venían embarcados, ni la procedencia, mucho menos, la hora, sólo se registraba el nombre de la embarcación, el capitán y el puerto de origen.
Lo que sí puede conjeturarse, es que en el cargamento viajaban varias familias de negros entre quienes se encontraba gente de la realeza de Senegal y Gabón, principalmente de la raza Yoruba o Lucumí, raza fuerte de músculos y carácter, pero no guerreros, como los Zulúes, ya que, a decir de los negreros, estos causaban muchos conflictos durante el viaje y muchas veces, había la necesidad de sacrificarlos.
Esa vez, entre el cargamento de negros, venía un joven de escasos 15 o 16 años, respetado por todos, junto con una niña a quien también protegían, se presume que estaban recién casados, en su idioma, a él le llamaban Uyanga, Ñanga, Nianga o Yanga, como le dijeron finalmente los españoles negreros, se dice que su altura no era normal para ser un negro de esa parte de África, pero tampoco, la reverencia con la que era tratado, por lo que se presume, era un príncipe.
En esa época, el puerto de Veracruz era un verdadero muladar y por consiguiente, un verdadero foco de infección para los peninsulares que, una vez desembarcados, tenían que moverse a lugares más altos so pena de padecer “La Venganza de Moctezuma” que provocaba el vómito y la fiebre que les causaba la muerte; los habitantes del puerto que ayudaban al desembarco, se acercaban también a pedir limosna y eran ahuyentados al grito de “Jaro… cho”, despectivo que los españoles utilizan para espantar a los cerdos.
“Jaro… cho”, sonaba una y otra vez durante los desembarcos, incluidos los de cargamentos de ébano, “jaro… cho”, para espantar a los muchos harapientos mugrosos que se arremolinaban en torno a las naves para mendigar un mendrugo, un trapo, una moneda, “jaro… cho”, mientras desembarcaban en fila, encadenados y muchas veces, cubriendo sus partes pudendas con sólo un improvisado taparrabos.
Los cargamentos de ébano procedentes de la parte africana destinada a la Nueva España, desembarcaban en el puerto de La Vera Cruz, mientras que los negreros portugueses, desembarcaban en Cuba o directamente en lo que hoy es Brasil, entre Portugal, España e Inglaterra, el trato a los negros era completamente diferente, los españoles poseían un código escrito por el rey Alfonso, también llamado el Sabio, que obligaba a los propietarios de esclavos a tratarlos bien, incluso, a otorgarles la libertad por su comportamiento y lealtad para con sus amos.
Gracias a esto es que se podían distinguir tres clases de negros en la Nueva España: los libertos, los huidos y los cimarrones; era bastante común ver negros bien vestidos destinados a la servidumbre hogareña, como compañía y al cuidado de niños, así como, incluso, de acólitos en los templos, en las plazas públicas y también, como dueños de sus propios negocios, como los herreros, los carboneros y cocineros.
Los negros huidos, en cambio, se distinguían por su vestir andrajoso, andar descalzos la mayor parte de las veces e incluso, haciendo compañía a la escoria blanca, robando o engañando a quienes creían comprar esclavos baratos que, más tarde volvían a huir de sus amos, situación que propició el uso de las cerezas negras “blackberry”, destinadas a los reos condenados a cadena perpetua, herramientas que utilizaran los ingleses para evitar que abundaran los negros malhechores en estas tierras donde llegara Cortés a hacer su historia.
Los negros cimarrones, en cambio, se aglutinaban en cofradías y que, tras la fuga de nuestro negro en particular, comenzaron a formar palenques, que no eran otra cosa que poblados autosuficientes en donde los negros, que ya habían aprendido diversos oficios, preparaban mercancías que ofertaban al público, gracias a la relación que llegaron a mantener con los nativos mexicanos.
Del puerto de Veracruz, tras el desembarco, ese cargamento en particular, debido a las circunstancias bajo las que arribaron al puerto y la necesidad de dinero en efectivo del capitán negrero, fueron trasladados a Xalapa, donde vendieron algunos y más tarde, al pueblo de Orizaba, donde terminaron de vender al resto, en una de las tantas ferias de mercancías que se hacían en esas épocas.
Uyanga, Ñanga o Yanga, bautizado como Gaspar para los efectos de su venta como cristiano y libre de malos espíritus y demonios, fue vendido a unos criollos vecinos de Huatusco, mientras que su compañera, al marqués del valle de Orizaba y destinada, por su extraordinaria belleza, al servicio personal del marqués, era la época en la que, como dueños de haciendas y de vidas, los hacendados estaban obligados a cobrarse el derecho de pernada, cada vez que la gente que tenían encomendada se llegaba a casar, fueran nativos o negros.
Era también, la época en la que, vecinos de Huatusco peleaban la zona en donde, actualmente, se asienta la ciudad de Córdoba, por entonces, un paraje en apariencia deshabitado y rodeado de exuberante vegetación, con un clima propicio para el pastoreo y la agricultura y que, durante mucho tiempo, estuvieron peleando para poder hacerse dueños de una gran extensión de territorio plano con mejores condiciones que Huatusco y para vivir.
No pasó un año tras el desembarco y el joven Yanga había logrado fugarse de sus amos, junto con un numeroso grupo de negros que, incluso, hacía años se encontraban en poder del mismo amo; gracias a la vegetación y lo escarpado del terreno, lograron llegar al marquesado del valle de Orizaba en donde, tras no pocos intentos, también rescataron a la joven que llegó con ellos y se presume, esposa del joven cimarrón.
Una vez logrado su cometido, los negros, que en su escape lograron liberar a más esclavos negros, se internaron en las faldas del Citlaltepetl, logrando fundar un primer palenque; era, según cuentan, el año del señor de 1570 mismo que fue, varias veces y todas infructuosas, asaltado por los blancos que querían de regreso su valiosa mercancía; Adriana Naveda Chavez-Hita relata en su libro: “Esclavos negros en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz”, que estos negros representaban un peligro no por el hecho de ser huidos, sino porque alentaban a más negros a escaparse, poniendo en riesgo la inversión de los hacendados.
Por otra parte, en la época que nos ocupa y dadas las características del asentamiento, suponemos que ya con varios años de existencia del palenque, los vecinos de Huatusco que solicitaban al virrey les concediera las tierras del lomerío de Huilango para habitarlo fundando una villa de españoles, alegaron que en la zona, los atracos a los carros de su majestad que iban hacia el puerto de Veracruz, eran asaltados por los cimarrones de Yanga.
Lo anterior propició una verdadera batida militar contra el palenque que provocó una desbandada de los negros y la quema total del asentamiento, los cronistas del suceso relatan que entonces corría el año de 1609, sin embargo, los negros de Yanga volvieron a reagruparse y cambiaron su asentamiento, muy cerca del pueblo de Amatlán, lejos de los blancos codiciosos que aún no conseguían la autorización para que se fundara la villa de españoles.
Los blancos, de origen peninsular según el registro del arzobispo de la Puebla, que solicitaban la fundación de la tal villa, en más de una ocasión fueron amonestados por vivir amancebados con negras esclavas de su propiedad, situación tampoco fuera del contexto ya que, de a cuerdo a las leyes de Alfonso el Sabio, los negros esclavos no estaban considerados como animales, tal como lo hicieron creer los ingleses y portugueses.
Por lo mismo, la existencia de mulatos, como una casta social, pero preocupante también, pues no eran negros para someterlos al esclavismo, ni indios ni blancos para sujetarlos a las leyes de la época, vagaban libremente por la Nueva España y tras el suceso de la expedición armada contra el palenque de Yanga, la animadversión de blancos, criollos e incluso ladinos hacia ellos, fue en aumento.
Muchos años han pasado desde entonces, Yanga debe tener 45 años o más, Fray García Guerra, arzobispo de México, volvía a recibir a los vecinos de Huatusco que solicitaban las tierras para proteger los carros y mercaderías dirigidos al rey, del ataque de los negros cimarrones comandados por Gaspar Yanga y una vez más, los volvía a despachar con sus esperanzas deshechas, pues, sabedor de la situación, no veía en los cimarrones, más peligro que el que relata en sus memorias Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero y que según dice, culminó dicha rebelión con el ajusticiamiento de 30 negros y colgadas sus cabezas en lanzas en la plaza pública de la ciudad de México, para que sirvieran de escarmiento.
No fue sino hasta la llegada de Diego Fernández de Córdoba y López de las Roelas, Marqués de Guadalcázar y Conde de las Posadas el 18 de octubre de 1612, cuando las súplicas de los huatusqueños fueron escuchadas, sin embargo, el astuto virrey no les concedió la posesión de las dichas tierras, sino que, en lugar de esto, mandó a edificar en el camino colonial México – Veracruz, que pasaba por los poblados de Perote y Xalapa, un pueblo que denominó Totutla, la nueva en el año de 1617.
Molestos los criollos que pretendían el ansiado paraje, arremetieron nuevamente contra el palenque de Gaspar Yanga, causando tal mortandad de negros, que incluso se creía, por fin se librarían de quienes entorpecían sus planes de colonización, por entonces, las leyes de indias se habían conformado ya en un sólo volumen y, especificaban que para crear una fundación de una población, tenían que ser 30 cabezas de familia, peninsulares quienes lo hicieran, para poder ostentar el nombre de villa.
Tal cosa sucedió con la villa del nombre de Dios, en Durango y que se extinguió, menos de un año después de haber sido fundada, por lo inhóspito del paraje, los huatusqueños, en su mayoría dueños de recuas y ganado ovino y caprino, pocos de ellos dueños de mulas y vacas según dice en su libro “El Señorío de Cuauhtochco” el médico Gonzalo Aguirre Beltrán, se organizaron, hicieron una colecta y se dirigieron a la ciudad de México, nuevamente, a entrevistarse con el virrey.
En su alegato, en el año de 1617, ofrecieron al virrey, además de 80 pesos oro de la época, bautizar a la susodicha villa con el nombre del apellido de su ilustrísima majestad, el cual sería: Córdoba; ante tal argumentación y complacido el virrey por el talante con el que fue convidado por los lugareños, concedió la autorización para la fundación de la villa, no sin antes, conceder la libertad a los negros del palenque denominado de San Lorenzo de los Negros.
Esta situación calmó los ánimos de los fundadores de la villa de Córdoba, quienes además, tuvieron el permiso por escrito del marqués de Guadalcázar, de utilizar su escudo de armas para la referida villa: Córdoba, blasón de noble cuna por provenir directamente del linaje de los fundadores de la Córdoba andaluza y que durante siete centurias estuviera ocupada por árabes, enriqueciendo, aun más, su ya grandiosa fama de bella y florida ciudad cultural.
Sin embargo, una vez asentados en la villa, los cordobeses que no veían con buenos ojos la relativa cercanía del poblado de San Lorenzo, una vez más volvieron a atacarlo, logrando hacer que éste retrocediera unos kilómetros más a su original asentamiento, aunque el verdadero fin de quienes, aprovechando la guerra entre España y Francia, ofrecieron 180 pesos oro como apoyo a su lucha, al mismísimo rey de España -quien, como agradecimiento, les prometió hacerlos caballeros y les permitió, además, usar el escudo de armas de la casa de Austria, que es el mismo de Castilla y Aragón y que hoy, todavía, ostenta la ciudad de Córdoba, sin embargo, los títulos de caballeros, gracias a los validos del rey, nunca llegaron a manos de los fundadores de Córdoba,- era el de hacerse, también, con los terrenos del paraje de San Lorenzo Cerralbo, segundo nombre del asentamiento de los negros, cuyo permiso fue concedido por el mismo Marqués de Cerralbo, por entonces, virrey de la nueva España.
Los cordobeses, enardecidos por saber que el rey los nombraría caballeros, continuaron atacando el poblado de San Lorenzo, incluso cuando ya había sido decretado por el virrey, que por el sólo hecho de llegar a ese poblado, los negros esclavos serían libres, tal vez por eso fue que, los villanos continuaron atacando la población, conforme abrían un nuevo camino que acortara la distancia entre la ciudad de México y el puerto de la Vera Cruz.
No fue sino hasta 1624, año en que, viendo el comportamiento de los cordobeses hacia los negros de San Lorenzo, el virrey Rodrígo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralbo, protegiera a los negros de San Lorenzo y detuviera mediante el ejército la última batida de los cordobeses contra la población de San Lorenzo, Gaspar Yanga tenía alrededor de 65 años cuando, herido de muerte, cayó de bruces frente a las puertas del templo que protegía a su gente, muriendo poco tiempo después sin saber que, Cerralbo les concedía, además del refrendo de la libertad, la autorización para la fundación de un poblado que se llamó: San Lorenzo Cerralbo, en honor al virrey y que hoy se conoce como Yanga, primer pueblo libre de América.