Recomiendo:
0

Cineasta brasileño aspira a un Coral habanero con Olga

30. Culturas: Dos comunistas: Benario y Prestes

Fuentes: Prensa Latina (Anubis Galardy) / inSurGente

El cineasta brasileño Jayme Monjardim trajo al festival de La Habana una historia de luchas comunes y amor compartido, la de Olga Benario, una comunista alemana de origen judío, y el «caballero de la esperanza», Luiz Carlos Prestes, militar y comunista brasileño. El público que acudió la víspera a la sala Payret quedó atrapado por […]

El cineasta brasileño Jayme Monjardim trajo al festival de La Habana una historia de luchas comunes y amor compartido, la de Olga Benario, una comunista alemana de origen judío, y el «caballero de la esperanza», Luiz Carlos Prestes, militar y comunista brasileño. El público que acudió la víspera a la sala Payret quedó atrapado por una trama manejada con tino, que bordeó el melodrama en una línea sinuosa, sin caer en sus redes. Olga -título de la película- compite en el apartado de ópera prima, en busca de un Coral, la máxima recompensa de la cita latinoamericana con sede en Cuba. Basada en el libro homónimo del brasileño Fernando Morais, el filme trasvasa al celuloide la exhaustiva investigación sobre esta mujer extraordinaria, que murió sin perder su convicción de que lo hacía en nombre de lo más noble y humano.

Con un presupuesto de 12 millones de reales, equivalentes a cuatro millones de dólares -el más alto invertido, hasta ahora, en Brasil en un proyecto cinematográfico-, la película se desliza por sus 142 minutos de metraje sin que la atención del espectador decaiga.

Monjardim estructura un largometraje digno, sin rebuscamientos ni pretensiones experimentales, con un adecuado elenco de actores y una protagonista (Camila Morgado), que va entrando paulatinamente en la piel de Olga hasta ganar convicción y fuerza.

En la vida real, Olga Benario viajó a Brasil en 1935 acompañando a Prestes para garantizar su seguridad, enlazada a él en un matrimonio de apariencia que la cotidianidad transformó en profunda comunión de pasiones y sentimientos.

Un malogrado intento de rebelión militar e insurrección popular, impulsado por el movimiento comunista brasileño, en noviembre de ese mismo año, imprimió un punto de giro trágico a su destino.

Benario es apresada por la policía, mientras Brasil vive un momento cruento bajo la dictadura del presidente Getulio Vargas, un largo período sombrío extendido de 1930 a 1945. Olga, en estado de gravidez, es deportada a la Alemania fascista.

En 1942, a los 33 años, la ejecutan en una de las cámaras de gas de los campos de concentración nazi, junto a otras 199 mujeres.

Si hay algo que reprocharle a Monjardim es una insuficiente contextualización de la época, una década de represión que repercutió hondamente en la vida brasileña. La situación política aparece en el filme disfuminada.

Monjardim se ha defendido de las críticas a esta zona vaga de su película argumentando que todo realizador tiene derecho a elegir y previlegiar determinadas zonas del tema abordado, y el prefirió concentrarse en la dramática historia de amor de Prestes-Benario.

Quise contar, sobre todo, las emociones -ha señalado.

Morais quedó satisfecho con la versión cinematografica de su libro -en su momento, un best seller-, aun cuando se quejó de la síntesis extremada que, a veces, comprimió capítulos completos de su libro en un puñado de frases. Son las licencias del cine.

El filme le valió a su realizador el premio a la mejor dirección en el Festival de Viña del Mar 2005 y el Paoa del público al cineasta y la obra más destacados en ese mismo certamen.

Olga se exhibió simultáneamente en Brasil en 260 salas, con un récord impresionante de dos millones de espectadores, quienes hicieron caso omiso de las críticos que le achacan a Monjardín un abuso excesivo de los planos cortos y una utilización de la música desmesurada.

Tambien haber convertido la trama en una telenovela trasladada a la gran pantalla.

Más allá de cualquier objeción, la cinta consigue un alto nivel de comunicación con el público, respira autenticidad y honestidad por parte del cineasta.

Monjardin navega con pulso seguro en una narración cuyo ritmo denota la familiaridad con la cámara que otorga el trabajo televisivo, un género que no desprecian otros realizadores de valía, como el argentino Alberto Lecchi.

Olga cumple su cometido. Los sucesos reflejados en ella tocan a la puerta y conmueven.