Ganó Alberto Fernández. Los votos de millones de argentinas y argentinos validaron en las urnas cuatro años de pelea, con los hechos de diciembre de 2017 (lucha de calles contra la reforma previsional) como punto bisagra en un proceso de acumulación de poder, es decir, de organización, conciencia y heterogeneidad social. Bajo conducción de un […]
Ganó Alberto Fernández. Los votos de millones de argentinas y argentinos validaron en las urnas cuatro años de pelea, con los hechos de diciembre de 2017 (lucha de calles contra la reforma previsional) como punto bisagra en un proceso de acumulación de poder, es decir, de organización, conciencia y heterogeneidad social.
Bajo conducción de un núcleo político-gremial, apenas 50 días después de un importante triunfo de Cambiemos en las elecciones de medio término, la lucha callejera sintetizó un nuevo alineamiento social y político que tomó forma de fuerza social de oposición, impugnando todas y cada una de las políticas de entrega y de ajuste llevadas adelante por el macrismo.
En las elecciones primarias de agosto, este nuevo alineamiento político y social, forjado en las calles, encontró su síntesis político-institucional en el Frente de Todos, un hecho que rompió toda la guerra de encuestas en las que se sustentaban los análisis políticos.
Una especie de «votazo» dió más de 16 puntos porcentuales de diferencia a la fórmula de Alberto y Cristina Fernández. «Detrás de las papeletas del voto estaban los adoquines el empedrado» expresó Marx, de una situación similar, en sus análisis sobre «las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850».
Este domingo 27 de octubre, en las elecciones generales, la diferencia entre Macri y «les Fernández» se redujo producto a una polarización que instaló Cambiemos. En una especie de adelantamiento del ballotage, y aún sin el escrutinio definitivo, el macrismo achicó la diferencia ocho puntos porcentuales a costa de crecer electoralmente usufructuando votos que en agosto estuvieron en manos de terceros candidatos (Lavagna, Espert y Gómez Centurión) .
Pese a la fuerte imputación callejera y electoral que el neoliberalismo atraviesa en el país y en la región, e ste paradigma civilizatorio no deja de mostrarnos que cuenta con una importante adhesión de ciertos grupos sociales (centralmente, las fracciones medias globalizadas).
El macrismo y sus marchas del #SiSePuede -copia del «yes, we can» de Barack Obama- lograron, incluso, una concentración de más de 300 mil personas el pasado sábado 19 de octubre. Esa movilización resultó novedosa porque expresó la capacidad de movilización de masas de un espacio político partidario de la derecha política -luego de muchos años sin que ocurriera en la historia del país- y que habrá que seguir observando para identificar la forma que asume de cara a esta nueva etapa de la política argentina.
Pareciera que el triunfo electoral argentino manifiesta el duro equilibrio regional entre las fuerzas de la dictadura global del capital y las fuerzas populares que, por todos los medios de lucha, han manifestado su voluntad de configurar un relanzamiento del denominado «ciclo posneoliberal» , ese que nació con el triunfo de Hugo Chávez en 1999 y la construcción del «No al ALCA» de 2005 como marcos de referencia.
Al calor de la lucha contra el neoliberalismo, esa fuerza social de oposición forjó una visión del país y el mundo en el que quieren vivir, algo que volvió a expresarse en la inédita concentración de personas en las puertas del bunker del Frente de Todos . «La Avenida Corrientes estaba totalmente colmada de gente, por lo menos hasta cuatro cuadras desde el escenario. Lo mismo pasaba en Avenida Dorrego y en la calle Bompland», señalaba el para nada kirchnerista diario La Nación.
En este marco, vale mencionar una serie no exhaustiva de «nudos», de grandes desafíos, que la política neoliberal nos impondrá como legado. El desafío, tanto para el próximo gobierno como para las fuerzas populares, estará en resolverlos con una mirada dejusticia, soberanía y dignidad.
1. Desactivar el triángulo prensa hegemónica, servicios de inteligencia y mafia judicial
La llegada de Macri a la presidencia de Argentina no se puede explicar sin una mínima mención a las estrategias de poder blando que se aplicaron contra el pueblo argentino. La utilización mediática del hoy probado suicidio del fiscal Alberto Nisman en enero de 2015 habilitó, en su momento, una estrategia de golpe blando que minó la credibilidad del gobierno de Cristina Kirchner.
Ese triángulo de poder de medios de comunicación, servicios de inteligencia y mafia judicial, apoyada en una ofensiva de trolls en redes sociales, encontró su punto de esplendor en las causas del juez federal Claudio Bonadío y en las maniobras de una decena de fiscales, donde destacan las figuras de Carlos Stornelli y Guillermo Marijuan, todos de públicos y probados vínculos con la embajada estadounidense y la trama del poder institucional angloamericano.
Resolver este nudo no requiere el recitado de los preceptos del republicanismo abstracto, sino la cabal comprensión de las guerras no convencionales, de cuarta y quinta generación, donde las fronteras entre el conflicto y la paz desaparecen, y donde poderosos intereses, bajo una estrategia neoconservadora, buscan instalar en la región lo que el analista francés Thierry Meyssan define como una «geopolítica del caos» -así como ya lo han hecho en Medio Oriente-.
2. Neoliberalismo Nunca Más
Fuera de los grandes sectores del capital transnacional y local, todo el pueblo argentino ha vivido una enorme merma en su calidad de vida. Entre ellos, sin dudas, los sectores asalariados y cuentapropistas son los que fueron puestos al borde del abismo por las políticas neoliberales.
Las ganancias de los grandes bancos y fondos de inversión, de los oligopolios locales (energéticas y constructoras contratistas del Estado), de las exportadoras de commodities, y de las empresas que controlan las tecnologías de la información, la comunicación y el comercio electrónico, fueron puestas como prioridad de una política económica que implementó una verdadera «acumulación por desposesión».
«Cuando termine el mandato actual, vamos a tener una Argentina con un 40% de pobres, con una economía en recesión y con una inflación anual del 57%. Vamos a tener que trabajar mucho, pero si hay algo que los argentinos sabemos es arremangarnos y salir del pozo», dijo Fernández en su gira por España. Los datos se completan con un escalofriante informe de UNICEF, que afirma que el 48% de los niños, niñas y adolescentes de Argentina son pobres.
Esta alarmante pobreza solo se comprende si se denuncia su raíz estructural que, para el caso argentino, tiene un origen en la implementación del modelo de valorización financiera que inauguró la dictadura militar en 1976.
Profundizado durante el régimen de convertibilidad, sostenido por la desindustrialización y la entrega del patrimonio público de los años noventa, la valorización financiera se restituyó como modelo económico en un salvaje espiral de «endeudar-fugar-hambrear» en los tiempos de la Alianza Cambiemos.
Los períodos de mayor endeudamiento de la Argentina han coincidido con los períodos de mayor fuga de dólares del país. No hay ningún misterio, señaló Cristina Fernández en un acto en El Calafate del 14 de octubre.
Días después, en el acto de cierre de campaña desde la ciudad turística de Mar del Plata, advirtió que «no estamos cerrando una campaña electoral, sino un ciclo histórico: que definitivamente nunca más la patria vuelva a caer en manos del neoliberalismo. Nunca más estas políticas», dejando por sentado todo un planteo político que señala la necesidad de desplazar, de una vez y para siempre, las bases materiales del neoliberalismo en el país.
3. Auditar el endeudamiento y reformar las reglas del sistema productivo
La desactivación del Estado de su rol activo en la economía, la desregulación y eliminación de aranceles, la dolarización de tarifas, los golpes inflacionarios y el decidido abaratamiento de la fuerza laboral, han empujado un proceso mayúsculo de concentración y centralización del capital, golpeando de lleno en el entramado productivo local y en la capacidad de consumo de los sectores asalariados y populares.
A eso se suma la total renuncia del gobierno macrista a gravar impositivamente a los sectores privilegiados del país. El panorama de conjunto llevó allpaís a la «inevitable» y «festejada» entrega del manejo de la política económica y del Banco Central al Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha montado una especie de ocupación económica del país a partir de una apuesta deliberada de un préstamo de 56 mil millones de dólares, equivalente a un 60% de su cartera crediticia mundial.
En síntesis, sin la potenciación económica de la fuerza social que impugnó el modelo (trabajadores de la economía informal y formal, cooperativas, productores regionales y Pymes), difícilmente se pueda salir de la crisis producida por el capital financiero transnacionalizado, los oligopolios locales, las exportadoras de commodities y la economía TIC («del conocimiento»).
La política económica, entonces, deberá estar puesta en beneficio de los sectores que efectivamente derrotaron el proyecto neoliberal, y realizar, de una buena vez por todas, una reforma jurídica e impositiva sobre los sectores del gran capital.
4. Relanzar los mecanismos de integración regional (neutralizar la guerra)
Gran parte de Latinoamérica está viviendo un momento de crisis política e institucional. La estrategia neoconservadora que emana desde la Casa Blanca y la aguda y creciente tensión inter-imperialista global han puesto a la región al borde del caos. Los pueblos han dado una pelea ejemplificadora, reafirmando que los tiempos de crisis son tiempos de oportunidad para que gane la iniciativa de las masas, empujando programas ciertamente audaces y progresivos.
En ese sentido, resulta urgente recuperar y acelerar una agenda de integración regional autónoma. Sin un puntapié definitivo a la construcción de un Estado Continental Latinoamericano, todos y cada uno de los pueblos de los países de la región seguirán siendo seriamente amenazados por los intereses del capitalismo globalizado, donde hay entidades financieras que controlan, en activos, los equivalentes al PBI nominal de Brasil, novena economía mundial y principal economía latinoamericana, es decir, 1.8 billones de dólares.
La ofensiva de los intereses financieros concentrados es feroz producto, también, de este momento donde el neoliberalismo, a pesar del duro empate de fuerzas, cruje en toda América Latina. Ese es el denominador común que tiene en Chile su principal ejemplo.
El recorrido de campaña ha facilitado la construcción de una posición certera sobre Venezuela por parte de Alberto Fernández. En el primer debate entre candidatos (13 de octubre), afirmó: «No quiero eludir el tema Venezuela. Quiero que los venezolanos resuelvan el problema de Venezuela y no intervenir. ¿El Presidente está preparando la ruptura de relaciones? Espero que ningún soldado argentino termine en Venezuela».
Esa posición, coincidente con lo planteado por los gobiernos de Bolivia, México y Uruguay -entre otras decenas de países- protege el estatus de «Continente de Paz» y abre un proceso donde el próximo gobierno argentino juegue un importante rol regional.
Finalmente, la inmediata mención a las rebeliones de Chile y Uruguay, el reconocimiento del triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia y el pedido público de libertad para Lula Da Silva, que tanto Cristina como Alberto Fernández han hecho desde el escenario del triunfo electoral en el barrio porteño de La Chacarita en la noche del 27 de octubre, han mostrado una audaz voluntad de relanzar un proceso de integración regional autónomo.
5. Construir una democracia con protagonismo y participación popular
Al tiempo de la revolución tecnológica en la que estamos inmersos, las democracias corren una gran amenaza. La economía de plataformas, los teléfonos inteligentes y las redes sociales están transformando radicalmente las mediaciones sociales. En palabras del propio Donald Trump en la 74° Asamblea Anual de Naciones Unidas, «una burocracia sin rostro opera en secreto y debilita el régimen democrático».
En otras palabras, la democracia es una organización social de velocidad analógica que está siendo amenazada por la velocidad digital en la que funciona esta fase del capitalismo globalizado.
A este escenario al que nos empuja la transnacionalización del capital, se suma la total caducidad del diseño jurídico e institucional que Argentina sufre virtud a la Constitución neoliberal de 1994, que ya cumple 25 años de existencia.
El pueblo argentino y sus necesidades terminan siendo verdaderos prisioneros de esta democracia, restrictiva y deliberativa, que bloquea y traba toda posibilidad de transformar positivamente la estructura económico-social de nuestras sociedades.
Un nuevo ciclo político se abre en Argentina. Los nudos y desafíos que se tienen son muchos. Sólo la confianza en lo que la participación popular puede realizar podrá poner al país en un nuevo tiempo económico, social, cultural y político.
Por su parte, los sectores populares organizados, que estuvieron a la cabeza de la fuerza social de oposición política durante el macrismo, deberán construir una agenda propia y avanzar hacia la consolidación de una estructura y una dinámica política que pueda dar respuesta al peligro, siempre presente, de caer en la burocratización y la disociación entre la gestión de políticas públicas y la construcción de poder popular.
En resumen, no se puede pensar la nueva etapa política sin una estrategia de fortalecimiento económico y empoderamiento político de los sectores populares. Las esperanzas de millones de argentinas y argentinos deberán materializarse en una política que, con su participación, garantice márgenes crecientes de dignidad, equidad, solidaridad y justicia social.
Matías Caciabue. Licenciado en Ciencia Política. Docente de la Universidad Nacional de Hurlingham. Investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (www.estrategia.la) http://estrategia.la/2019/10/
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