Cuando las insurrecciones populares del 2003/2005 (que desarrollaron el derrocamiento de los presidentes Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, respectivamente), además del importante rol de la CSUTCB (que comenzó la huelga contra el Maya Paya), la COB, cocaleros, y la determinante presencia del proletariado minero, fue el pueblo de El Alto, el que coadyuvó también, […]
Cuando las insurrecciones populares del 2003/2005 (que desarrollaron el derrocamiento de los presidentes Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, respectivamente), además del importante rol de la CSUTCB (que comenzó la huelga contra el Maya Paya), la COB, cocaleros, y la determinante presencia del proletariado minero, fue el pueblo de El Alto, el que coadyuvó también, determinantemente, para el derrumbe de los gobiernos neoliberales, y que encumbraron a Evo Morales como el primer presidente indígena de Bolivia por la vía democrática burguesa.
En ese entonces, la represión del Estado capitalista para imponer la venta de gas a Chile (en lo que luego se denominó la Guerra del Gas), había producido el asesinato de aproximadamente 70 jóvenes, niños, mujeres y trabajadorxs, y El Alto, reaccionó a través de la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVEs), y el método de la huelga general indefinida convocada por la Central Obrera Bolivia (COB), convirtiéndose en el epicentro de la revolución boliviana. Según un Informe de DD.HH.»…La población ocupada industrial ha crecido en 80% en la ciudad de El Alto en los últimos 10 años, mientras que en La Paz este crecimiento sólo llega al 19%…», dice un informe del PNUD (2003, PNUD Bolivia, página 84).
La FEJUVE estaba organizada por distritos (barrios) y la composición social de El Alto era de una migración campesina indígena, a la ciudad, en busca de un futuro mejor para su familia. En esta migración, la clase campesina se convierte en trabajadora (centenas de fábricas textiles, obras de construcción civil, transporte, etc.), o cuentapropista. Se desarrolla así una «mutación cultural» quechua/aimara donde los campesinos no pierden los principios fundamentales de su cultura como la organización social del Ayllu o el símbolo ancestral de la Wiphala, y más al contrario, desarrollan una ciudad con sus principios culturales originarios, pero que durante las insurrecciones como las del 2003/2005, salen a la superficie como una especie de Comuna. Esta Comuna, ha originado un debate sobre su carácter y desarrollo.
Para algunos indianistas como Pablo Mamani el movimiento alteño fue un «levantamiento indígena popular» («Levantamiento en El Alto: el rugir de la multitud»). Por su lado, algunos marxistas, señalaron, «… ¿de qué se trata la «forma comuna? A nuestro entender consiste en una forma social en la cual las clases sociales no se expresan directamente en sus relaciones de producción, sino indirectamente en el territorio en el cual viven como «vecinos» (Crítica del romanticismo «anticapitalista», Roberto Sáenz, 11/10/04). Por su lado, para García Linera, «la ‘forma vecino’ (…) para condensar conceptualmente esta cualidad territorializada de la acción colectiva en El Alto y La Paz, a la vez indígena como mestiza, obrera como gremial (…). Ayuda a precisar la consistencia de las ‘células’ locales que permitieron construir (…) esa gigantesca y tupida red social con capacidad de paralizar al poder y de recuperar para sí la deliberación de lo que se va a entender por ‘lo común’ que une a la sociedad…» (García Linera, folleto «Una semana fundamental», introducción, La Paz, Muela del Diablo, 2003).
Para algunos incluso, la «Comuna de El Alto», tendría semejanzas con la Comuna de París de 1871 en el sentido «territorial», pero a la vez, fue caracterizado por Marx como un «levantamiento obrero francés» por su composición social como trabajadorxs.
Es debido a las razones expuestas que, en el discurso de juramentación de Evo Morales como presidente de la República en el 2006, el mandatario mencionó a El Alto con mucho respeto. Y no es para menos. Si en el 2003, la insurrección alteña desarrolló la arenga de «guerra civil para que el gringo se vaya», en el 2005, las juntas vecinales, salieron de forma organizada por decenas de miles. Mujeres (con sus niñxs), jóvenes, varones y veteranos de la guerra del Chaco (con Paraguay), marcharon hacia la Paz, con picos, palas, palos, hondas y fusiles artesanales y máuser de la guerra de El Chaco (con Paraguay), respectivamente, demostrando la determinación que tenían para ir a la guerra civil, a la vez que desarrollaron la Asamblea Popular Nacional y Originaria de Bolivia (APNO-B).
Esta Asamblea, con la participación de 150 dirigentes y más de 60 organizaciones representativas del pueblo, decidió, en el 2005, «… constituir a la ciudad de El Alto como el cuartel general de la revolución boliviana en el siglo XXI, dirección única de la asamblea popular nacional originaria como instrumento de poder, y conformar Comités de autoabastecimiento, autodefensa, prensa y política, con la finalidad de garantizar el éxito de las organizaciones populares organizadas, luchar por la nacionalización del gas…».
Casi quince años después, el pueblo de El Alto, vuelve a irrumpir en la crítica situación boliviana con un «Estado disgregado» (entre los militares que no se animan todavía a intervenir violentamente en La Paz, pero sí en Santa Cruz y donde los golpistas tienen relativa hegemonía), y Evo Morales refugiado en México. Esta vez producto de la quema y humillación (por parte de Camacho y sus agentes policiales), a su símbolo ancestral: La Wiphala; y contra el golpe de Estado. Y bajo un nuevo escenario golpista, agita, «ahora sí, guerra civil», como si el subconsciente colectivo volviera a la superficie para terminar una «guerra civil» que estaba pendiente y que no pudo realizarse porque la «rabia popular» fue canalizada entonces a través de las elecciones que auparon en Palacio Quemado a Evo Morales.
Acompañados de los Ponchos Rojos (otro símbolo de resistencia), decenas de miles, se movilizaron hacia La Paz, el día lunes, para hacer respetar su cultura milenaria. Los «vecinos» organizados por distritos empezaron a organizar su autodefensa frente a bandas de saqueadores y la represión contrarrevolucionaria. Las consignas más agitadas son, «ahora sí, guerra civil», «fusil, metralla, El Alto no se calla», «siempre de pie, nunca de rodillas», «Camacho, carajo, respeta la Wiphala», «Mesa y Camacho, queremos su cabeza», etc.
Fue esta movilización la que produjo el miedo de los policías, poniéndose a rezar ya que habían sido desbordados por los sublevados alteños en varias zonas de El Alto, Cochabamba y del país. Y logrando a la vez que el golpismo no pueda juramentar a su nueva presidenta el día lunes. Y es la intervención de El Alto, la que a «motorizado» para que otros sectores como los cocaleros o Maestros se sumen al combate convocando marchas para el jueves y viernes respectivamente. No obstante, la COB, sigue asumiendo una posición pragmática y desmoralizante de llamar «al gobierno a que imponga el orden en un plazo de 24 hrs». En el Cabildo del día lunes se decidió que, «…se debe restituir la Wiphala en Palacio de Gobierno, así como pedir las respectivas disculpas, el cerco a Plaza Murillo, el rechazo a la presidenta Jeanine Añez, la renuncia de la alcaldesa alteña Soledad Chapetón y la libertad para los detenidos…».
Inmediatamente, el golpista Luis Camacho, difundió un vídeo «pidiendo disculpas» por la humillación a la Wiphala. La presidenta del Beni y de derechas acaba de asumir como presidenta de Bolivia, a la vez que la policía y francotiradores están disparando a los protestantes. Ya hay varios heridos de bala.
«…Sin embargo, pese a la posesión de la nueva presidenta del Estado, cuya responsabilidad recayó en la senadora opositora, Jeanine Añez, los vecinos de La Paz y El Alto mantienen sus esquinas protegidas con barricadas, con la finalidad de evitar más hechos vandálicos e inseguridad…», redactó El Diario (13/11/19).
La contrarrevolución ha utilizado astutamente la «biblia y el diálogo a la vez que la represión». Y sabe que El Alto va a ser «una piedra en su zapato». Por ahora, bajan la guardia, pero a la vez van a realizar una campaña de aniquilamiento selectivo de los dirigentes (https://www.bolpress.com/2019/11/11/miles-llegan-a-la-paz-al-grito-de-ahora-si-guerra-civil/).
Un punto a favor de los movimientos sociales indígenas y obreros es que el golpismo está dividido (entre un sector ultra como el de Camacho que quiere imponer su liderazgo -y es respaldado por la Media Luna y Bolsonaro- y el de Mesa que quedó segundo en las elecciones). Pero, contradictoriamente, un punto flaco del pueblo indígena es que también está dividido. El respeto a la Wiphala los está uniendo. Pero como en Ecuador, donde la CONAIE deslindó de Rafael Correa, en Bolivia, un destacable sector de la población no quiere ser vinculado con el gobierno del MAS por las políticas pragmáticas que han ejecutado (como sucede en Potosí donde la concesión de Litio por 70 años a un consorcio alemán con pocos ingresos para el departamento, generó protestas contra Evo desde antes del 20 de octubre).
Aun con estas contradicciones, el golpe de Estado está uniendo a todos los Alteños y bolivianos. Acaban de llegar a El Alto, campesinos del histórico pueblo de Omasuyos y los cocaleros, y El Mallku también ha convocado a marchas para el jueves y viernes, respectivamente. A diferencia de la contrarrevolución, el pueblo revolucionario boliviano tiene varias victorias políticas/morales como las del 2003/2005, que produjo luego el encumbramiento de Morales como mandatario. Y si no tomaron el poder en el 2003/2005, como en la revolución de 1952, es porque no tenían su propio partido revolucionario.
Si se reactivaran la APNO y sus resoluciones, serían un paso trascendental en camino a la derrota de la contrarrevolución y la conquista del socialismo revolucionario andino y amazónico.
Y es que como decía el viejo Marx, «algunas veces la revolución necesita el látigo de la contrarrevolución».
César Zelada. Director de la revista La Abeja y miembro del Comité de Autoabastecimiento de víveres y garrafas de gas de la APNO-B.
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