La filósofa italiana Donatella Di Cesare (Roma,1956) es profesora de filosofía teorética en la Universidad de Roma «La Sapieza» y colaboradora habitual del periódico Il corriere della sera. Comprometida con la acción política (en más de una ocasión ha manifestado que la filosofía, afortunadamente, ha vuelto a la Polis) ha escrito en profundidad sobre temas […]
La filósofa italiana Donatella Di Cesare (Roma,1956) es profesora de filosofía teorética en la Universidad de Roma «La Sapieza» y colaboradora habitual del periódico Il corriere della sera. Comprometida con la acción política (en más de una ocasión ha manifestado que la filosofía, afortunadamente, ha vuelto a la Polis) ha escrito en profundidad sobre temas relacionados con Heidegger y el judaísmo, la deshumanización de la Shoa y la tortura. En este libro se plantea abordar el significado actual del fenómeno terrorista, más específicamente el terrorismo yihadista. Su objetivo, nos dice la propia autora en el prólogo, no es plantear soluciones sino ver todas las perspectivas para abordar un fenómeno extraordinariamente complejo (si huimos de los tópicos, claro) que constituye uno de los grandes peligros de los tiempos actuales. No basta con condenar el terrorismo, hay que entenderlo. Pero para hacerlo hay que dejar muy claro que entenderlo no es justificarlo.
El primer capítulo trata del terror planetario desde un punto de vista teórico y global. El 11 de septiembre de 2001 se plantea como el punto de partida de «la guerra ilimitada e infinita» que, en algún sentido, puede llamarse una «guerra total». Es una especie de continuidad de «estados de violencia» que aparecen de manera dispersa. Una Tercera Guerra Mundial no es posible en este escenario: lo que hay es otra cosa, más difuminada pero muy inquietante y que podemos llamar «La Primera Guerra Global». Un escenario geopolítico cuajado de innumerables conflictos de baja intensidad: teatros de operaciones por tierra, mar y aire desterritorializada que a veces se trasladan a los satélites del espacio interplanetario. Los conflictos están al margen de los enfrentamientos entre Estados y su expresión más feroz es justamente el terrorismo yihadista. La autora señala cómo después del atentado del 11 de septiembre la reflexión filosófico-política se hace desde Europa. Entre los debates apuntados señalo por su interés el de Derrida-Habermas. Es el viejo debate entre considerar el terror como síntoma de la Modernidad o, por el contrario, como regresión antiliustrada y antimoderna. Sugerente también la aportación de Baudrillard en su análisis del acto terrorista como violencia simbólica causada por la hipermodernidad. Analiza también fenómenos terroristas ultraizquierdistas como los de las Brigadas Rojas en Italia o la Fracción del Ejército Rojo en la RFA. La metafísica del atentado no es la de la revolución, aunque también pretenda ser un acto soberano.
El capítulo segundo trata de «Terror, revolución, soberanía». ¿Cómo entender el fenómeno terrorista contemporáneo? Hay dos líneas de investigación abiertas. Una es la de Walter Laquer, que lo considera una «forma enmascarada de violencia» perpetrada por motivos políticos. La considera demasiado vaga, y peligrosa al incluir a todas las formas de violencia ilegal. Luego tenemos la orientación de Gérard Chaliand que plantea la relatividad del término, en el sentido que el terrorista de ayer puede ser el estadista de hoy. El hilo conductor no puede ser otro que la técnica utilizada. Lo cual cae en el error de centrarse en los medios exclusivamente. Se olvida el objetivo y el destinatario. Nos encontramos con la primera dificultad de una definición, que nos permita un abordaje histórico coherente. De entrada, terrorismo ya es una descalificación que incluso parece condenar la comprensión. Pasa a continuación a unas anotaciones sobre el miedo, la angustia y el terror como sentimientos asociados, pasando por consideraciones de Hobbes, Hegel, Heidegger o Hanna Arendt. Hay un análisis interesante sobre el Terror revolucionario, desmarcándolo del terrorismo contemporáneo, aunque señalando que este no es nihilista. Saltamos al anarquismo para llegar a Lenin, que lo condena políticamente (no desde el moralismo pequeñoburgués) al considerarlo ineficaz porque sustituye la acción revolucionaria de masas, que por supuesto será violenta para conseguir y mantener el poder soberano. Acaba con una reflexión sobre el análisis de Carl Scmitt sobre la figura del partisano desde su dialéctica del amigo/enemigo. El partisano como figura del combatiente irregular que desvirtúa la guerra legal. El filósofo alemán llega a intuir la figura de un «cosmopartisano» adaptado al frenesí técnico que puede tener una fuerza devastadora.
En el capítulo tercero ya entra directamente en el tema principal, que es el del terrorismo yihadista, y lo hace en el capítulo que titula «Yihadismo y modernidad». Lo inicia con un estudio del fenómeno de la radicalización señalando que una hay un nexo claro con el terrorismo yihadista, en el sentido que el primero no conduce necesariamente al segundo. Cita aquí un estudio muy interesante sobre el tema de Frahad Khosrokhavar. Hay toda una sugerente reflexión sobre lo que implica el término «radicalización». Entra luego en el tema fundamental de la teología política del neocalifato planetario. Todo un análisis sobre la relación histórica entre teología y política en el islam. Señala especialmente que en el mundo islámico la política no ha estado nunca separada de la religión. Especial interés tiene recordar lo que se abre en el S.XX con la fundación de un Estado laico en un país tradicionalmente islámico, la fundación de la organización Hermanos Musulmanes, la revolución iraní, la toma del poder por los musulmanes en Afganistán. El estado islámico, basado en la sharía, como expresión más estricta del radicalismo islámico. El islamismo que no deja de ser una reacción a la modernidad occidental. Todo un recorrido desde Sayid Qutb, ahorcado en 1966 por Nasser, hasta Osama Bin Landen pasando por Ibn Taimiyya. Aquí la radicalización conduce a una ascesis de regeneración, de renacimiento que promete la salvación eterna. Pero esto ocurre en un contexto tecnológico que posibilita el paso al terrorismo yihadista, que es el de la Red. Aparece el ciberterrorismo, que es la captación a través de la web. Se crea una red en la que la comunidad virtual de la yidah hace libre a cualquiera de sus participantes y les da autorización para pasar al siguiente ataque. Aparece un fenómeno destructivo sin precedentes, que siguiendo a Robeto Expósito podemos llamar la «tannatopolítica yihadista», que es la figura del terrorista suicida. Son las bombas vivientes del siglo XXI, que no es que acepten el riesgo de morir sino que van a dar el abrazo a la muerte; es el neomártir que se afirma negándose: matando y muriendo. La adhesión a la yidah da sentido a la vida: ofrece dignidad y esperanza, aunque sea más allá de este mundo. Los media clásicos y los nuevos medios se convierten, sin quererlo, en sus propagandistas, lo hacen publicitario, les ayudan a cumplir su objetivo. La esperanza compartida en un mundo mejor se va diluyendo, desvaneciendo. El futuro se presenta terriblemente amenazador. Entre otras cosas porque todos somo víctimas potenciales de estos golpes terroristas. Todos nos volvemos vulnerables.
El capítulo cuarto «Sobre el insomnio policial». Empieza con un análisis crítico de tres perspectivas sobre los paradigmas de interpretación de terrorismo yihadista: Choque de civilizaciones, lucha de clases o guerra de lo sagrado. Donatella Di Cesare los va desmontando como explicación unilateral. Continúa con una reflexión sobre la relación entre revolución y religión, partiendo de la afirmación de Marx de la religión como «opio del pueblo.» Hay aquí un camino complejo que va desde la denuncia hacia la alianza (la Teología de la Liberación en América Latina). Pero finalmente, las llamas del integrismo (a pesar de la fascinación que inicialmente podía despertar en pensadores de izquierda como Michel Foucault) casi acaban por liquidar los restos de la izquierda. Hay una sorprendente pero fecunda comparación entre las brigadas yihadistas y las Brigadas Internacionales que en 1936 ayudaron a la República, en la que evidentemente pesan más las diferencias que las afinidades. A continuación señala el falso planteamiento de entender el conflicto como entre una identidad cultural particular (islamismo) contra el universalismo de la globalización. Como señala Etienne Balibar es, en realidad, un choque entre dos universalismos, antagónicos e incompatibles. Hay que entender el capitalismo no solo como un sistema económico sino también como una forma de vida, una religión en el sentido que apuntaba Walter Benjamín. Quizás son dos sueños, que tienen más en común de lo que parece. En todo caso también terror y democracia son frutos de la modernidad. Aunque la democracia sea la superación del terror, tiene siempre tiene su amenaza. Llegamos al tema de la vigilancia planetaria como efecto del terrorismo yihadista. Se ha levantado así una gigantesca retícula desde la que un poder invisible nos observa y controla a todos. Recuerda aquí como el exagente de la CIA Edward Snowden reveló el año 2013 dicho dispositivo masivo de vigilancia. Parece que va minando progresivamente el propio Estado de derecho. La obsesión por la seguridad se alimenta de la «cultura del miedo» y al mismo tiempo la alimenta. Parece que la política deja su lugar a la policía. Se plantea una acción preventiva de tal naturaleza que es la policía la que acaba destruyendo los otros poderes, judicial y legislativo. Los márgenes de la soberanía se van estrechando. El estado-nación se va eclipsando y quizás, dice la autora, lo que haya que hacer es renunciar de manera incondicional y definitiva a toda soberanía.
El libro me parece importante y necesario. Muy riguroso y sugerente al mismo tiempo. Por supuesto que deja cuestiones abiertas y afirmaciones discutibles. Pero esto quiere decir que da que pensar. No veo, por hablar de cuestiones puntuales la crítica a la noción de Bauman de «modernidad líquida» porque dice que hace creer que la época moderna no ha concluido y pasa por alto las resistencias y rigideces que fomentan un conflicto permanente. Prefiere hablar de «desorden global». Bueno, me parece que estamos en la modernidad, por mucho que la llamemos tardía, y que justo el yihadismo es una rección a una sociedad líquida. El término me parece útil. Cuando habla de los conflictos actuales como de baja intensidad también habría que matizar: algunos son, desgraciadamente, de muy alta intensidad. Cuando habla de las Brigadas Rojas, Fracción del Ejército Rojo, se hecha a faltar una mención del IRA o de ETA. Cuando habla de multiculturalismo lo hace de una manera superficial y sin diferenciarlo del interculturalismo. Cuando dice que el capitalismo es una religión, una ideología y una forma de vida debemos sustituir hoy la noción de capitalismo por la de neoliberalismo, aunque sin olvidar que es una expresión, quizás la más sofisticada del capitalismo. Simples anotaciones para ir precisando.
Lo que sí me gustaría discutir es algo que apunta al final y que no acaba de desarrollar (digo en el libro). Son dos ideas. La primera es que está desapareciendo el Estado de derecho. Pienso que más que desaparecer está volviendo a su versión hobbesiana. El tema lo trata muy bien Sheldon W. Wolin en un libro escrito hace unos años, «Democracia S.A». No veo nada clara su afirmación final de que quizás hay que acabar con la soberanía cada vez más marginal. Pienso que frente al capitalismo globalizador y el terrorismo global son necesarias las soberanías políticas compartidas, que justamente deben partir del Estado-nación para ir avanzando en proyectos federales y confederales cada vez más amplio. No es lo que hay, por supuesto, pero no veo otro camino.
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