Menuda sorpresa se han llevado millones de mexicanos con los desaforados ataques que los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) han lanzado contra López Obrador. Esos ataques verbales han incluido expresiones tan ofensivas, irrespetuosas y vulgares como la mentada de madre. Esta última, sin embargo, no es sólo una injuria. En el lenguaje […]
Menuda sorpresa se han llevado millones de mexicanos con los desaforados ataques que los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) han lanzado contra López Obrador. Esos ataques verbales han incluido expresiones tan ofensivas, irrespetuosas y vulgares como la mentada de madre.
Esta última, sin embargo, no es sólo una injuria. En el lenguaje mexicano es, además, una provocación. Un recurso utilizado por los picapleitos, por los buscabullas. Dicha con animus injuriandi, cual la han utilizado los líderes zapatistas, esa expresión busca encender los ánimos del ofendido para generar, con afán perverso, una reacción violenta.
Afortunadamente, y como era de esperarse, López Obrador no cayó en la obvia provocación. Y ha declarado públicamente no tener conflicto con los neozapatistas y estar abierto al diálogo con esa corriente política.
Lo sorprendente de los ataques no se circunscriben a la violencia verbal, a las injurias y a la provocación. También sorprende su clara coincidencia con los planteamientos políticos y los ataques de la derecha pripanista contra López Obrador.
Está claro que el tabasqueño sea el enemigo público número uno del conservadurismo pripanista, de la derecha en general y de la corrupción institucionalizada. Pero salvo los dirigentes del zapatismo, ninguna otra organización o pueblo indígena mira al presidente como enemigo y ni siquiera como adversario. Y menos anda afirmando, como hacen los mandones del zapatismo, que López Obrador se dispone a aniquilarlos con el concurso del ejército.
De modo que a la injuria y la provocación se suman la intriga, el chisme y la calumnia. Y la experiencia enseña que intriga, chisme y provocación sólo prenden y son efectivas si la víctima de esas infamias les da entrada.
Y si bien es cierto que provocadores, chismosos e intrigantes son capaces de hacer daño, no es fácil que millones de mexicanos puedan creerse tales falacias. En López Obrador hay una larga, muy larga historia de congruencia y honradez políticas. Una historia de lucha pacífica, de rutas y modos no violentos.
Zapatismo y obradorismo son dos corrientes políticas e ideológicas distintas pero ambas con aprecio popular. Y si una de esas corrientes ataca a la otra es seguro que en el pecado llevará la penitencia.
Los mandones del zapatismo han dado ese paso. Y aunque se crean los dueños absolutos de la verdad absoluta pronto verán que la inmensa mayoría de los mexicanos, incluidos los pueblos indígenas, no quieren violencia ni confrontación ni derramamiento de sangre.
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