1. En México somos muy «piderenuncias», aunque sepamos que no sirven de nada. Decenas de miles de maestros exigimos durante meses la renuncia del nefasto secretario de Educación, el señor Chuayffett, y sigue en su cargo. Renunció el gobernador der Guerrero y fue removido el Procurador de la República por el caso de los 43 […]
1. En México somos muy «piderenuncias», aunque sepamos que no sirven de nada. Decenas de miles de maestros exigimos durante meses la renuncia del nefasto secretario de Educación, el señor Chuayffett, y sigue en su cargo. Renunció el gobernador der Guerrero y fue removido el Procurador de la República por el caso de los 43 estudiantes desaparecidos, colocaron a otros dos sustitutos y todo continuó igual; desde entonces se ha pedido la renuncia del presidente Peña Nieto como responsable principal de la desgraciada política del país y él no escucha ni ve. Hoy se insiste en la renuncia del presidente del INE acusándolo de racista, así como el enterramiento del llamado partido Verde porque desde que nació sólo ha sido un gran negocio familiar y parece que todo seguirá igual.
2. Después de escuchar hace dos meses al destacado periodista internacional Jorge Ramos decir que por menos -del caso de los 43 de Ayotzinapa- el presidente Peña Nieto en cualquier otro país ya hubiese renunciado; por ello me di cuenta que en México se pueden cometer las más grandes fechorías y no pasa nada cuando se trata de altos políticos o empresarios. Pedir renuncias es una buena demanda de agitación de ideas políticas, pero sólo llevan al cansancio y al desánimo. Y lo peor, que aunque el personaje renuncie siempre la maquinaria de la clase dominante está preparada para colocar a otro igual y muchas veces peor. Podrán cambiar algunas cosas los primeros días, pero luego los asuntos se vuelven a encauzar para que todo siga igual. ¿Podrá ser de otra manera?
3. Hemos exigido durante años las renuncias de funcionarios y presidentes y no pasa nada. Creímos que renunciando a la Presidencia el campeón de neoliberalismo, el saqueador del país y el asesino múltiple, Carlos Salinas, la miseria se remediaría en México; no renunció, terminó su sexenio y con Ernesto Zedillo nada se compuso; pedimos la renuncia de éste y no renunció. También exigimos las renuncias de Fox, Calderón y ahora Peña Nieto y nada de renuncias a pesar de ser gobiernos de asesinos y ladrones. Como diría el periodista Ramos: «con menos mal hubiesen renunciado en otros países»; pero la realidad es que nunca será un problema de «renuncias» sino de un pueblo que no se entera ni quiere saber nada de la política porque sólo busca comer el día siguiente.
4. Cuando he entrevistado a la gente que camina por las calles y anda por los mercados me he encontrado con una mayoría que no sabe quién es su diputado o senador, de qué partido son y que no sabe a ciencia cierta quién es el presidente de la República. Ha oído el nombre de su gobernador, pero nada más. ¿Cómo preguntarles si algún gobernante debe o no renunciar si no tiene información y lo único que han oído es lo que le repite la televisión? La realidad es que la mayoría de la gente requiere de mil explicaciones acerca del mundo cercano o inmediato que la rodea; porque si esa gente vota o se piensa que con ella se va a realizar una profunda transformación económica y social, debe pensarse en que necesita algún grado de entendimiento político de las cosas elementales.
5. No se vislumbra en México, fuera de los 100 o 200 mil gentes que de manera permanente, -desde hace muchos años salimos a manifestarnos- que podamos debilitar a la clase dominante que cuenta con millones de militares y policías con órdenes de reprimir y matar de ser necesario. Como me diría un íntimo camarada hace 55 años: «propaganda, propaganda, propaganda» acerca de las ideas revolucionarias y que hoy ya súper viejo sigue repitiendo. Pareciera que aquella política de «catacumbas», de las «octavillas» o volantes masivos, radicales, incontrolables, distribuidos entre los trabajadores de mano a mano, son los únicos que pueden derrotar la TV, el Internet que nos ha «modernizado» y parece que nos ha aislado de la realidad haciéndonos cada vez más socialdemócratas.
6. Esto de exigir renuncias de funcionarios para sustituir la lucha contra el sistema de explotación capitalista se intensificó a partir de los años ochenta con el neoliberalismo, con la legalización de los partidos y el crecimiento de los medios de información. Cuando antes renunciaba algún alto funcionario lo veíamos con desprecio como luchas interburguesas en las que una fracción se imponía a otra. Obvio, algunos oportunistas demostraban felicidad y otros buscaban la revancha; pero la izquierda sólo estaba preocupada por encontrar las vías adecuadas para destruir el capitalismo profundizando el trabajo anticapitalista. El PRI, entonces en el Centro, beneficiaba a los empresarios para que los panistas estuvieran contentos y pronunciaba un discurso «antimperialista» para sobarle el lomo a la izquierda.
7. Así que no nos distraigamos mucho pidiendo renuncias y trabajemos más explicando la lucha de clases y la opresión capitalista de manera directa a los trabajadores. El día que salga más gente a la calle y paralice las ciudades con sus batallas y protestas, los gobernantes tendrán que obedecer al pueblo o renunciar. La televisión nos está ganando y el Internet no llega a los trabajadores de los campos, el taller y las fábricas. Ni de risa podremos competir con la TV y la radio en su campo con métodos ideológicos de dominación; pero ella nada tiene que hacer con nuestro trabajo paciente de politización y rebeldía anticapitalista. No va a renunciar por su voluntad la burguesía a su poder; habrá que obligarla, pero sólo con las luchas sociales en la plazas públicas, en los centros de trabajo, en las calles y en las escuelas.
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