El lunes 18 de julio ocurrió un hecho inusitado en la política mexicana: el presiente Enrique Peña Nieto pidió perdón al pueblo de México por el «agravio que causó a la sociedad» en el asunto de la llamada «Casa Blanca», una mansión faraónica que, según la investigación de la periodista Carmen Aristegui, fue financiada y […]
El lunes 18 de julio ocurrió un hecho inusitado en la política mexicana: el presiente Enrique Peña Nieto pidió perdón al pueblo de México por el «agravio que causó a la sociedad» en el asunto de la llamada «Casa Blanca», una mansión faraónica que, según la investigación de la periodista Carmen Aristegui, fue financiada y construida por la constructora española HIGA, estrechamente ligada a sus diversos mandatos.
Es necesario destacar el enorme valor de Carmen Aristegui y su equipo de colaboradores, en México, por menos que esto, cualquier periodista corre el riesgo de ser asesinado o desaparecido. Carmen Aristegui fue afortunada, sólo fue despedida de la empresa Multivisión y vetada para trabajar en las grandes cadenas nacionales. Enrique Peña Nieto no precisa en que consistió dicho agravio, aunque de manera contradictoria y absurda, afirma que se condujo «con apego a la ley», ¿entonces de qué pide perdón?, o, por lo menos, ¿por qué no reabre la investigación del caso?
En realidad todo parece indicar que estamos ante un espectacular acto de hipocresía producto de la profunda crisis del régimen. La lucha de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en contra de la privatización de la educación y la eliminación de su derecho a un trabajo seguro, está desestabilizando la relación mando-obediencia. Aunque ya hemos entrado en periodo vacacional, el movimiento por la abrogación de la Reforma educativa se mantiene firme y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE – al que pertenece la CNTE como corriente democrática y que en su conjunto representa a un millón 300 mil trabajadores), comienza a crujir ante la creciente furia de sus agremiados. Una amplia mayoría padres de familia, y otros sectores populares, simpatizan con la causa de la CNTE. Prueba de ello es que en la matanza de Nochixtlán, los nueve muertos eran simpatizantes de su lucha. La CNTE se ha convertido en catalizador del gran descontento nacional.
El profundo desgate del régimen también es producto de otros agravios como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los asesinatos por parte del ejército en Tlatlaya, los demás escándalos de corrupción y la profundización de la crisis económica. Este descontento explica porque el partido de Peña Nieto, el Partido Revolucionario Institucional, perdió 7 de las 12 gubernaturas en juego de las pasadas elecciones-, del 5 de junio pasado. La falta de un liderazgo sólido en el Palacio Nacional, por parte de la oligarquía, y la creciente efervescencia social, son una mala señal para un gobierno que en las próximas semanas intenta implementar agresivas reformas que privatizan el sector salud y las pensiones: es un coctel sumamente explosivo. Tratando de enfriar la caldera social, el gobierno no ha tenido más remedio que sentarse a negociar con la CNTE, a pesar de que insistentemente pasó de rechazar cualquier tipo de diálogo (Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública), a la amenaza de que ya se había «acabado la paciencia» (Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación). El reinicio de las negociaciones del martes 12 de julio, significan un doble golpe para el gobierno, independientemente de que intente utilizarlas para «administrar el conflicto» con tácticas dilatorias.
Consciente de la posibilidad de un desborde social, Andrés Manuel López Obrador, líder del partido Movimiento de Regeneración Nacional, ha optado por lanzarle un salvavidas a Enrique Peña Nieto al proponerle, el pasado 25 de junio, que encabece un «gobierno de transición», para garantizar un cambio de gobierno «ordenado y pacífico» en el 2018. En el mismo tenor, ante la insistencia de la CNTE para derogar la mal llamada «reforma educativa», Obrador afirmó el jueves 14 de junio, que «no se puede derogar la reforma educativa, pero hay que revisarla»…, por qué «Derogarla sería la claudicación del gobierno, no se trata de jugar a las vencidas». Es un intento de canalizar la protesta social por medio del juego electoral. Este giro a la derecha de López Obrador es un claro mensaje a la burguesía nacional y al imperialismo, de que sólo él puede lograr la gobernabilidad y la estabilidad social, frenando la movilización y, si acaso, atenuando los aspectos más «agresivos» de la política neoliberal.
Pero por más que se esfuercen lo de arriba en mantener el control del descontento social en los límites y ritmos que a ellos conviene, la lucha de la CNTE ya le ha dado una patada al tablero y cambiado las reglas del juego. Entramos a una nueva etapa de la lucha social en donde los de abajo están perdiendo el miedo, surgen nuevos procesos de organización, las estructuras corporativas sindicales se tambalean, la capacidad de manipulación de los medios de comunicación está en caída libre, en síntesis: la sociedad mexicana ha entrado en tiempos de revuelta.
Los autores son Integrantes de la OPT – Organización Política del Pueblo y los Trabajadores.
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