-En la reseña del libro que presenta Ediciones IPS se hace un recorrido de los temas abordados en los diferentes capítulos. ¿Qué te gustaría resaltar? -El libro se puede leer de dos maneras. Para el público que se está iniciando en la lectura de Gramsci y busca por así decirlo las «principales definiciones» que se […]
-En la reseña del libro que presenta Ediciones IPS se hace un recorrido de los temas abordados en los diferentes capítulos. ¿Qué te gustaría resaltar?
-El libro se puede leer de dos maneras. Para el público que se está iniciando en la lectura de Gramsci y busca por así decirlo las «principales definiciones» que se hacen en los Cuadernos de la cárcel, hay una exposición bastante completa de conceptos como Estado integral, hegemonía, revolución pasiva, crisis orgánica, guerra de posición y guerra de movimiento, el moderno Príncipe, nacional-popular, las distintas acepciones del término Occidente, su concepción del Estado obrero y el socialismo o algunas cuestiones del itinerario de Gramsci en América Latina.
Para quienes están más familiarizados con el pensamiento de Gramsci, el texto propone una lectura «metodológica» que se basa en la idea de que los conceptos de «traducibilidad de los lenguajes científicos y filosóficos» y el «nuevo concepto de inmanencia» son inherentes a la construcción de los propios argumentos gramscianos. Esto quiere decir que aquellas categorías que Gramsci utiliza para pensar la coherencia interna del marxismo pueden utilizarse para comprender el modo en que él intenta desarrollar conceptos «unitarios» o «integrales» a partir de una relación permanente entre filosofía, política, economía e historia. Esto permite a su vez poner límites a las lecturas excesivamente «politicistas» de su pensamiento, que separan la política de las condiciones y los procesos económicos y sociales.
-Hablando de eso, la obra de Gramsci ha sido muy discutida durante las últimas décadas. Contanos sobre sus «usos»….
-Bueno, en primer lugar, deberíamos señalar que un «uso» no necesariamente es algo negativo. O mejor dicho, hay «usos» más distorsivos que otros del pensamiento de Gramsci. El «uso» es necesario porque la incorporación de los conceptos gramscianos también lo es para pensar ciertas situaciones históricas. Por ejemplo, si uno usa la categoría de «crisis orgánica» para analizar la situación de países como Estados Unidos (más ahora con el triunfo de Trump que fue posterior a la redacción de libro) o la de «revolución pasiva» como hace Massimo Modonesi para analizar los gobiernos «progresistas» latinoamericanos (desde el PTS utilizamos un término relacionado que es el de «pasivización») no tiene nada de cuestionable en sí mismo, salvo que se defienda una concepción de tipo «academicista» sobre la teoría, en la que uno está obligado a hacer una especie de «historia de las ideas» cada vez que usa un término para analizar un proceso de la realidad.
En resumen, lo más discutible, por así decirlo, son los «usos» que asimilan a Gramsci a perspectivas políticas que le eran básicamente ajenas, en algunos casos incluso sin aclarar en qué medida se está distorsionando el sentido de sus ideas, como las instrumentalizaciones de su pensamiento que hizo el Partido Comunista Italiano durante la segunda posguerra o la que hicieron los intelectuales latinoamericanos cuando a principios de los ’80 presentaron a Gramsci como punto de partida para pensar la «transformación democrática» de la sociedad. De todos modos, incluso en esos casos hay desarrollos que pueden ser productivos. Fueron los propios intelectuales del PCI en un equipo dirigido por Valentino Gerratana quienes publicaron la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel en 1975, superando las «ediciones» temáticas que habían sido publicadas por Togliatti y Felice Platone entre 1948 y 1951 y abriendo nuevas posibilidades para el conocimiento e interpretación de la obra de Gramsci. En el caso de América Latina, muchas reflexiones, sobre todo de Aricó y Portantiero, aunque se hicieran desde una matriz de tipo «reformista» echaron luz sobre problemas de la realidad latinoamericana, por lo que merecen ser rescatadas, aunque no compartamos las motivaciones políticas de los autores.
En un sentido más amplio, los desarrollos teóricos referenciados en Gramsci son muchísimos, desde los estudios culturales en Inglaterra y EE.UU., hasta la escuela de los estudios subalternos de la India, las distintas apropiaciones de su obra en América Latina entre las que podríamos mencionar además de José Aricó y Juan Carlos Portantiero a René Zavaleta Mercado, Carlos Nelson Coutinho, entre otros autores, obras como las de Giovanni Arrighi, teórico del sistema mundial o el referente de la lectura posmarxista y «populista» de Gramsci, Ernesto Laclau, aunque este último es especialmente distorsivo de las concepciones originales gramscianas, como señala Perry Anderson en su último artículo de New Left Review. Precisamente Anderson ha sido el autor de una obra muy popular, sobre todo fuera de Italia, que es Las antinomias de Antonio Gramsci y sintetiza varias de las críticas que se pueden hacer «por izquierda» a la interpretación eurocomunista de Gramsci. Aunque ha recibido varias críticas bien fundadas sobre algunas debilidades filológicas presentes en sus argumentaciones, que en parte podría distorsionar el sentido de ciertas ideas de Gramsci, a lo que hacemos referencia en el libro.
Después está todo el trabajo de tipo filológico que se realiza en los marcos de la International Gramsci Society, que si bien en muchos casos mantiene ciertos núcleos compartidos con aspectos de la lectura «togliattiana» de Gramsci, contiene muchos aportes, podríamos decir, científicos para la comprensión de su obra. Actualmente hay un equipo de investigadores dirigidos por Gianni Francioni que está preparando una nueva edición crítica de los Cuadernos de la cárcel.
Lógicamente, estos estudios no están exentos de interpretaciones, pero tienen la ventaja de que reconstruyen el desarrollo de los conceptos de Gramsci de un modo más ajustado al proceso de escritura, haciendo sinergia entre los textos precarcelarios, el texto de los Cuadernos, las cartas que Gramsci enviaba y recibía en la cárcel y el contexto histórico.
Otra cuestión interesante es la exploración sobre las relaciones de afinidad y diferencia entre Althusser y Gramsci, a lo cual dedicó su dossier de mitad de año la revista de estudios althusserianos Décalages.
-¿Cuál es tu lectura? ¿En qué te diferencias de las principales interpretaciones?
-Quizás sería un poco pretencioso hablar de «mi lectura». En primer lugar porque antes de este libro algunas ideas las fuimos planteando en común con Fernando Rosso en distintos artículos de la revista Ideas de Izquierda. Vengo escribiendo sobre estos temas desde hace algunos años, tengo algo que decir, pero me considero nada más que un tipo curioso que trata de explorar y exponer algunas conexiones o relaciones en las que otros no repararon con tanta atención, o sea que la «lectura» sería más una lectura atenta que extremadamente novedosa. Esto lógicamente implica algunas hipótesis, para las cuales uno se apoya también en los resultados de otras investigaciones. En este sentido, creo que es importante que el libro sea un disparador para que los lectores aborden también los textos que están incluidos en la bibliografía, con los cuales hay un diálogo crítico implícito o explícito según el caso, como los de Gianni Francioni, Fabio Frosini, Guido Liguori, Giuseppe Cospito, Alvaro Bianchi y Peter D. Thomas, entre otros o los trabajos de Massimo Modonesi sobre la realidad latinoamericana.
Aclarado esto, propongo en primer lugar establecer un registro en el que no se contrapongan los «usos» con el trabajo de tipo filológico. Es decir que la interpretación se sostenga desde el punto de vista de un análisis cuidadoso del texto gramsciano. Sigue siendo una interpretación, pero tomando ciertos recaudos como el cotejo de las fechas de redacción de los pasajes que cito y una reconstrucción parcial de la cronología en que son elaborados los conceptos a los que hacía referencia anteriormente, además de distinguir aquello que es predominante o principal en la argumentación de Gramsci de aquello subordinado o secundario.
Yendo más a los contenidos, lo que sostiene El marxismo de Gramsci es una interpretación de problemática de la hegemonía que cuestiona la oposición total de esta categoría con la de revolución permanente. Este es muchas veces un lugar común compartido por tanto por gramscianos antitrotskistas como por trotskistas con una visión un poco estrecha. Por el contrario, una parte importante de este trabajo está dedicada a explorar las afinidades y los elementos en común entre las temáticas de la hegemonía y la revolución permanente. En este contexto, abordamos otros problemas relacionados, como la propuesta de una comprensión «integral» de la hegemonía contra la idea que contrapone este concepto a la centralidad de la clase obrera. Aquí es importante destacar que esto no se plantea desde un punto de vista «moral» o por defecto («Gramsci luchaba por la revolución» o «Gramsci nunca renegó de la centralidad de la clase obrera», cuestiones ciertas pero relativamente estériles teóricamente) sino estableciendo un nexo metodológico entre el «nuevo concepto de inmanencia» y el de hegemonía, que por razones de espacio no vamos a explicar acá, pero que podemos sintetizar en la idea de que el rol fundamental en la actividad económica es parte constitutiva de la hegemonía y esa cuestión es planteada claramente por el propio Gramsci.
Si se quiere, las dos principales «operaciones» del libro son esas, que a su vez guardan relación con los otros temas abordados, que mencioné al principio, del que destacaría la cuestión del Estado. De este modo, continuando el trabajo de reflexión sobre las convergencias y divergencias entre Trotsky y Gramsci que venimos realizando como corriente internacional (con los trabajos de Emilio Albamonte junto con Manolo Romano y Matías Maiello), intentó establecer o mejor dicho demostrar la existencia de un área de mayor convergencia entre ambas teorías que permita reflexionar sobre la cuestión de la revolución permanente en la actualidad.
-¿En ese sentido, qué contrapuntos y confluencias podés rescatar entre Gramsci, Lenin y Trotsky?
-Lenin es para Gramsci la referencia principal para pensar el problema de la hegemonía, por lo que considero infundadas las interpretaciones que dicen que en los Cuadernos de la cárcel Gramsci rompió con el marco teórico y estratégico de Lenin. Con Trotsky la relación es más problemática. Me parece que hay una confluencia clara en el análisis de la reconfiguración de las formas estatales durante el período de entreguerras, que Gramsci relaciona con la cuestión del Estado integral y Trotsky con la de la estatización de los sindicatos. A su vez, la reflexión gramsciana sobre la lucha por la hegemonía contra las alternativas burguesas que denomina de «revolución pasiva», es decir, procesos en los que se refuerza la autoridad estatal asumiendo algunas demandas que vienen desde abajo pero vaciando su potencial revolucionario, tiene notables puntos de contacto con lo que sería la «mecánica» de la revolución permanente en Occidente. Hay un punto de confluencia también en la importancia de las relaciones de fuerzas militares, pero con diferencias de énfasis no menores. Ambos coincidirían en líneas generales en distinguir la lucha de clases «legal», la guerra civil y la insurrección. Pero Gramsci de algún modo subsume la cuestión insurreccional en un proceso de más largo aliento, centrado en la preparación política primero y en la guerra civil después. Trotsky, por su parte, hace mucho más hincapié en la insurrección como momento específico clave de toda revolución. Por último, en el análisis de la relación entre política nacional e internacionalismo y la cuestión del «socialismo en un solo país» hay un punto de divergencia fundamental. Todos estos temas están abordados en el libro, aunque está centrado en los planteos de Gramsci y los puntos de vista de Trotsky se exponen sólo en la medida en que no se puede darlos por supuestos.
-¿Cuál te parece que es la actualidad de estos debates?
-Para decirlo resumidamente, la descomposición de la democracia burguesa y los fenómenos aberrantes de las derechas «populistas» como Trump permiten pensar que estamos viviendo un momento de «crisis orgánica» en algunas de las principales potencias y también en algunos países latinoamericanos. Este fue un debate que se dio en la última Conferencia de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional, de la que forma parte el PTS. Es decir que la propia realidad internacional vuelve a plantear la vigencia de muchas categorías y análisis de Gramsci. Por otra parte, asistimos en los últimos años a las experiencias de formaciones de tipo «neorreformistas» como Syriza o Podemos, que buscaron reeditar una lectura «eurocomunista» de Gramsci, que lima el alcance revolucionario de sus ideas y políticamente da lugar a prácticas contrarias a la lucha consecuente de la clase obrera y los sectores populares. Ambas circunstancias plantean que la recuperación de su pensamiento es parte de una batalla teórico-política que tenemos que dar de manera urgente, aquí y ahora, en el terreno de las ideas y como parte de la lucha por unir a la clase trabajadora con el marxismo revolucionario.
La situación de la clase trabajadora es muy heterogénea. Incluye desde un obrero norteamericano «clásico» que vota a Trump como forma de rechazo a la degradación de sus condiciones de vida, como al trabajador inmigrante de cualquier país africano que trabaja en condiciones precarias en las ciudades europeas. Una concepción de la hegemonía en los términos de lucha cultural gradual es totalmente impotente frente a un cuadro como éste. Pero por otra parte, se demuestra que la dinámica objetiva de la crisis, no necesariamente produce procesos revolucionarios, porque no hay una correspondencia mecánica entre los procesos económicos y los políticos. En este sentido, frente a la crisis del movimiento obrero tradicional agrupado en los sindicatos burocratizados e integrados al Estado, y contra cierta izquierda quejumbrosa que centra sus críticas en el «atraso» de la clase obrera sin cuestionar su propia práctica, es necesario plantear una estrategia marxista que contemple tanto la cuestión de la hegemonía, es decir que la clase obrera levante las demandas de todos los sectores oprimidos, en lugar de actuar como un sector corporativo, como la de la revolución permanente, es decir, no buscar salidas intermedias sino el desarrollo hasta el final de las luchas que comienzan por demandas democráticas o parciales, y si no se dirigen hacia el objetivo del poder de la clase trabajadora son derrotadas, como pasó en Egipto y a otro nivel en Grecia. Es decir, se plantea en toda su vigencia dramática la cuestión de la hegemonía obrera como central para pensar la actualidad de la revolución permanente.