Desde hace casi dos siglos los mexicanos sabemos que, históricamente, el mayor enemigo de México es Estados Unidos. ¿Hará falta recordar que a ese poderoso y avasallador enemigo le debemos los mexicanos la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio como consecuencia directa de la infame guerra de 1847? De ahí la famosa […]
Desde hace casi dos siglos los mexicanos sabemos que, históricamente, el mayor enemigo de México es Estados Unidos. ¿Hará falta recordar que a ese poderoso y avasallador enemigo le debemos los mexicanos la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio como consecuencia directa de la infame guerra de 1847? De ahí la famosa frase «Pobre de México: tan lejos de dios y tan cerca de Estados Unidos».
Por eso desde hace casi dos siglos los sucesivos gobiernos mexicanos manejaron con pinzas la relación con la potencia imperial. Pero hace más o menos 30 años los gobernantes mexicanos olvidaron o desapreciaron la dolorosa enseñanza histórica y se echaron en los brazos del guerrerista, abusivo y explotador vecino del norte.
Pero hay que decir que no sólo los gobernantes mexicanos de las tres pasadas décadas olvidaron o desapreciaron las agresiones y los agravios sufridos. A lo largo de las dos últimas centurias millones de mexicanos no han visto a la Unión Americana como el enemigo que es. A la inversa, han creído que el imperio no es imperio, y que Washington es, o puede ser, nuestro amigo, nuestro socio y hasta nuestro benefactor.
De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, y con ellos millones de mexicanos, atendieron el canto de las sirenas, creyendo que México entraría al reino de la prosperidad. Pero no hacen falta mucho seso y muchos datos para observar nítidamente que desde hace 30 años, desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), México no sólo no ha prosperado, sino que entró en el tobogán del empobrecimiento creciente. Y es que también olvidaron que el imperialismo no sabe dar y que sólo sabe quitar.
Digamos que esos seis gobernantes y esos olvidadizos, ingenuos o ciegos millones de mexicanos sólo vieron la cara bonita, el rostro maquillado del imperialismo. No quisieron mirar la verdadera faz de Estados Unidos. La que se mostró descarnadamente en el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, en los golpes de Estado alrededor del mundo organizados y financiados por Washington, en las sangrientas y mortíferas invasiones militares yanquis de Vietnam, Irak, la antigua Yugoslavia, Libia, Afganistán y Siria.
Pero ahora esos seis gobernantes y esos millones de crédulos interesados están viendo, en la relación con México, la verdadera faz de Estados Unidos: el enemigo prepotente, arbitrario, intervencionista, explotador, amenazante, despreciativo y guerrerista.
Esto que ahora se mira con Donald Trump no es nuevo ni exclusivo del magnate. Esto es tan viejo como la relación de México con Estados Unidos. Siempre ha sido así. Desde James K. Polk hasta Barack Obama. Lo mismo con Kennedy que con Nixon. Y lo mismo, más cerca en el tiempo, con Roosevelt, Truman, Eisenhower, Johnson, Carter o los dos Bush.
Después de la infamia del 47, y desde comienzos del siglo XX, los sucesivos mandatarios estadounidenses hablaron, como aconsejaba el primer Roosevelt, suavemente, pero empuñando siempre un gran garrote. Ahora con Trump han desaparecido las palabras suaves y sólo se empuña el enorme garrote. Como es público y notorio ya Peña Nieto está recibiendo los primeros y fuertes garrotazos. Y es de suponer que entenderá que los amigos no garrotean ni agreden, y que esas prácticas son las que emplean, con predilección, los enemigos.
Para evitar que México siga recibiendo garrotazos, es necesario en primer término entender que Estados Unidos no sólo no es amigo de México, sino que, por lo contrario, es el gran enemigo de los mexicanos.
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