En el Comité Central ampliado del PRT, realizado el pasado diciembre de 2016, caracterizamos a la administración de Enrique Peña Nieto (EPN) como un gobierno hundido en una profunda crisis de legitimidad que en el 2017, sosteníamos, se volvería una verdadera crisis política de hegemonía, de dominación política, que se expresaría en una nueva irrupción […]
En el Comité Central ampliado del PRT, realizado el pasado diciembre de 2016, caracterizamos a la administración de Enrique Peña Nieto (EPN) como un gobierno hundido en una profunda crisis de legitimidad que en el 2017, sosteníamos, se volvería una verdadera crisis política de hegemonía, de dominación política, que se expresaría en una nueva irrupción masiva y nacional contra él. Este inicio del año 2017 nos sorprende con una confirmación de nuestro pronóstico.
Por el énfasis puesto en las posibilidades de una crisis política en el 2017, nuestra discusión no giró en torno al problema de las elecciones de 2018 sino en relación a una nueva y quizás definitiva oleada masiva en 2017 de repudio contra el régimen político que podría terminar con él.
En nuestro análisis tomábamos en cuenta que la propia candidatura de Peña Nieto fue denunciada como fraudulenta desde antes de las elecciones por el movimiento estudiantil y popular del #Yosoy132 , que en el proceso electoral se denunció que la campaña de Peña Nieto rebasó con mucho el tope legal de gastos electorales, que se mostraron múltiples vídeos y tarjetas de Soriano para probar que se compraron votos para el candidato del PRI y que se estaba formando un frente unitario contra la imposición de EPN en el 2012. El gobierno de EPN nació con la marca del fraude y la ilegitimidad.
Sin embargo, las cosas no llegaron a más porque el propio candidato afectado por el fraude, Andrés Manuel López Obrador, decidió organizar a su partido (MORENA) y abandonó la lucha contra el fraude. Ello permitió que EPN tomara el poder ejecutivo e impusiera en el 2012 y el 2013 sus primeras contra-reformas estructurales, con el apoyo del falso «Pacto por México» firmado por el PRI, el PAN y su nuevo socio: el PRD. Con este Pacto el PRD pasaba de las filas de la oposición (limitada, negociadora, pragmática) a sumarse al polo hegemónico neoliberal, volviéndose abiertamente un partido colaboracionista.
Acosado por denuncias de mala administración y corrupción, como la de su «casa blanca», el gobierno de EPN perdía legitimidad en sectores importantes de la población hasta que ocurrieron los hechos de la noche trágica de Iguala del 26 de septiembre de 2014, en la que 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron desaparecidos. Para algunos, esa fue la gota que derramó el vaso: el repudio nacional contra el gobierno de EPN llevó a las calles a miles de contingentes que gritaban con fuerza y por todos los medios: ¡Fue el Estado! ¡Fuera Peña Nieto! ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Durante meses y hasta nuestros días se culpabiliza, cada vez con más evidencias, al gobierno de EPN por ese crimen de Estado. Pero cuando el clamor popular parecía extinguirse después de las elecciones del 2015, que le dieron cierta legitimidad al régimen, en 2016 la SEP pasó de la declaración de la guerra contra el magisterio -eso era la reforma administrativa y laboral que llamaron educativa- a las acciones al tratar de imponer a sangre y fuego las evaluaciones docentes.
Si la contra-reforma energética, privatizadora y anti-nacional, no despertó el esperado repudio popular masivo, la mal llamada reforma educativa sí lo hizo. Mientras el gobierno llenaba de policías y militares las calles para aplastar la insurrección magisterial, ésta mantenía y extendía sus protestas con un creciente apoyo popular. En esta situación explosiva ocurrió la masacre de Nochixtlán el 19 de junio de 2016: el ataque armado de policías y militares contra una población que apoyaba al magisterio. Esta nueva matanza obligó a la SEP a negociar con la CNTE. Pese a que esas negociaciones evitaron que la confrontación creciera, los gobernantes las negaron y en su discurso siguieron (y siguen) provocando a los maestros de todo el país hasta nuestros días.
De hecho, acostumbrados a la imposición por la fuerza y la corrupción, el gobierno de EPN y sus aliados en el poder son incapaces de recomponer ya no su hegemonía política y mantener cierta gobernabilidad sino cierta imagen aceptable a la población. En vez de intentar mejorar su muy deteriorado perfil, permiten la exhibición cínica de gobernantes corruptos e impunes; en vez de hacer gestos nacionalistas, invitaron a Trump a seguir su campaña antimexicanos ¡en México! En esos días no faltaron voces acusando a EPN de traidor de la patria.
Y así llegamos al 2017: en vez de mantener en paz al país antes de las elecciones presidenciales del 2018, le echaron gasolina al fuego del descontento popular en enero de este año (y prometen volver a hacerlo en febrero).
En nuestro análisis, que pronosticaba una nueva oleada de repudio contra el gobierno de EPN en el 2017, considerábamos la profunda crisis de legitimidad del régimen político entero (incluidos partidos institucionales y gobernadores) pero también el panorama internacional: el giro a la derecha en América Latina, que barrió con los llamados «gobiernos progresistas» que no se atrevieron a disputar el poder a las oligarquías y al imperialismo, y, por supuesto, la sorpresiva llegada de Trump al poder presidencial de Estados Unidos.
Para nosotros era claro que el giro proteccionista de Trump derribaría por completo el frágil, derruido y dependiente país que los neoliberales en el poder configuraron en estos últimos 30 años.
En el análisis que discutimos en diciembre pasado, presuponíamos el cambio de régimen político, de bonapartista a oligárquico, pactado en sus inicios entre el PRI y el PAN después del fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas para imponer abiertamente el neoliberalismo en México, es decir: la desregulación económica, el Tratado de Libre Comercio, el desmantelamiento del Estado social, el ataque a los derechos y condiciones laborales y de vida de los trabajadores, la privatización de nuestras riquezas naturales. Como está claro ahora, las políticas neoliberales fueron veneno puro para nuestra economía: terminaron tanto con la industria como con el campo, endeudaron al país al punto de dejarlo a merced de los organismos financieros internacionales, acrecentaron la desigualdad, la miseria, el desempleo y la sobrexplotación. La única industria que creció en esos años de «capitalismo delincuencial» (como dice Harvey), con ganancias exorbitantes, fue la delictiva, pero a costa de más de medio millón de muertos y desaparecidos.
Nuestra agónica economía se sostiene débilmente aún con PEMEX (pese a la caída de precios del petróleo y su acelerado agotamiento), la inversión externa en sectores extractivistas y las remesas de los migrantes… Pero con la presidencia de Trump ese México al modo neoliberal se colapsa: PEMEX ha sido desmantelado y privatizado, de modo que, por ejemplo, importamos gasolina que venden particulares para obtener ganancias privadas; las remesas de los mexicanos que trabajan en Estados Unidos van a ser recortadas por la masiva expulsión de migrantes del país del norte; la inversión extranjera ya es frenada y desviada de regreso a Estados Unidos. Cuando Trump dijo: «compra y contrata lo estadounidense», condenó a muerte a la limitada economía exportadora, levantada con orgullo por los neoliberales, que depende en un 80% de la economía estadounidense.
En nuestro análisis, la incapacidad del bloque hegemónico para buscar una alternativa al neoliberalismo y el derrumbe económico del México neoliberal provocarían una crisis económica que retroalimentaría la crisis de legitimidad del gobierno hasta poner en las calles a millones de mexicanos reclamando con el grito de ¡Fuera Peña Nieto! que se vayan todos los neoliberales del poder.
Desde nuestra perspectiva, esta protesta masiva en el 2017 podría modificar la relación de fuerzas en la lucha de clases mexicana a favor de un polo independiente, proletario y popular que cobraría tal fuerza que podría incidir para provocar un cambio radical en nuestro país a favor de los intereses de los trabajadores y del pueblo.
Pese a estos pronósticos, la rebelión popular, masiva y nacional, con la que empezó el nuevo año en México sorprendió a todos. No contábamos con el gasolinazo que el propio gobierno echó al fuego de la ira popular. Ahora nos queda claro que el gobierno no tenía otra alternativa: la caída de los precios del petróleo ha mermado sus ingresos al punto de provocar una crisis de finanzas que no pueden recuperar sin el aumento de los impuestos. En realidad, es el resultado de años de neoliberalismo socavando económicamente al Estado.
Las movilizaciones espontáneas contra el gasolinazo fueron nacionales y de inmediato levantaron una consigna política radical: ¡Fuera Peña Nieto! Si al principio las movilizaciones fueron impulsadas por fuerzas muy heterogéneas (transportistas, clase media, organizaciones campesinas), en estos días los sindicatos y organizaciones campesinas y populares se suman a las movilizaciones contra el gasolinazo. Esperamos que estas fuerzas organizadas de los trabajadores retomen el desafío que supone el reclamo de ¡Fuera Peña! En esa consigna no se pide que los gobernantes compongan lo que descompusieron por años sino que se cambie el régimen político y sus políticas.
Pero 2017 apenas comienza y los efectos del giro proteccionista de Trump todavía no se resienten con toda su intensidad. No es difícil prever que las inversiones se derrumbarán, que miles o millones de migrantes regresarán al país este año, que el desempleo crecerá visiblemente, que mes tras mes el fracaso del México neoliberal será patente para los mexicanos, así como la incapacidad de los neoliberales para levantar un país que ellos mismos derrumbaron. Por eso pensamos que la crisis política va a seguir cobrando fuerza y radicalidad.
Para nosotros, esta crisis política que apenas se abre es una oportunidad para que las fuerzas populares y de los trabajadores pasen de las necesarias resistencias a la ofensiva política y estratégica en la disputa del poder.
Para el PRT estas luchas contra el gasolinazo (y las que siguen) deben de seguir impulsándose pero es necesario y urgente promover una política de frente único: sin abandonar la consigna de ¡Fuera Peña Nieto! , es necesario ir constituyendo, sin imposiciones ni protagonismos, una Coordinadora de coordinadoras, ir organizando una verdadera Asamblea popular que conjunte un bloque histórico clasista y popular que permita disputar el poder.
Por eso debemos insistir en el fracaso del México neoliberal y la necesidad de reconstruir otro México verdaderamente democrático que salvaguarde los intereses de la mayoría trabajadora. Para eso necesitamos, es verdad, otra Constitución, pero, no nos engañemos: ello requiere derribar el régimen oligárquico y el gobierno de los neoliberales para levantar un gobierno de los trabajadores. Todo indica que en el 2017 ensayaremos nuevas formas de movilizaciones (de bloqueos a Paros), que intentaremos nuevas formas de frente único que puedan dar golpes políticos contundentes. Y más nos vale que aprendamos a crear un poder político clasista y popular que nos permita hacer realidad el ¡Fuera Peña! y recomenzar la revolución mexicana interrumpida.
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