La máxima atribuida al ex presidente mexicano Porfirio Díaz, respecto a la cercanía con su vecino del norte «Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos» se hace presente más de un siglo después, para resumir la situación actual que vive el pueblo mexicano con las medidas económicas, migratorias y […]
La máxima atribuida al ex presidente mexicano Porfirio Díaz, respecto a la cercanía con su vecino del norte «Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos» se hace presente más de un siglo después, para resumir la situación actual que vive el pueblo mexicano con las medidas económicas, migratorias y políticas tomadas por el mandatario estadounidense Donal Trump.
Como cruel paráfrasis, en este año 2017, encontramos a este Pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de un Donald Trump, decidido a ampliar un muro de segregación que separe aún más las sociedades de Estados Unidos y México y con ello bloquear la posibilidad del ingreso de miles de inmigrantes, en busca de mejores condiciones de vida allende el Río Bravo del Norte.
El Muro de Trump es lisa y llanamente, la expansión de una construcción que comenzó a ser levantada bajo el gobierno del demócrata Bill Clinton el año 1994, en el marco de la denominada Operation Gatekeeper – Operación Guardian – con el declarado objetivo de detener la ola migratoria que venía desde el sur del continente, atrayendo al «sueño estadounidense» a cientos de miles de hombres y mujeres de América Central y México, principalmente.
Un muro sin color político
La Operation Gatekeeper, bajo la administración Clinton, significó el crear la primera etapa constructiva de este muro, que recorriera toda la frontera sur estadounidense con México, de tal forma de unir a esa estructura, la acción de patrullas fronterizas y el uso de los más adelantados ingenios tecnológicos en materia de vigilancia fronteriza. Hasta hoy, los sectores construidos son aquellos que dividen a California del estado mexicano de Tijuana, Arizona de Sonora, Nuevo México de Baja California y Texas de Chihuahua y Coahuila. Muro que bajo las administraciones del republicano George W. Bush y el demócrata Barack Obama significaron duplicar su extensión, hasta llegar a los 2.500 kilómetros actuales.
Un muro dotado de luces de altísima potencia, radares, sensores electrónicos, cámaras de visión nocturna, detectores de movimiento, junto a la puesta en marcha de un cuerpo de elite militar, entrenados en materias de combate a la inmigración y a los cuales se les dotó de patrullas todoterreno, helicópteros y facultades legales que han merecido la repulsa de organizaciones de defensa de los derechos humanos. Todo ello unido a las políticas de deportación que significaron expulsar del país a tres millones de personas. El planeamiento de la segregación no distingue colores políticos en Estados Unidos, no hay diferencias entre demócratas y republicanos cuando llegar la hora de encontrar culpables de la violencia, del narcotráfico, del desempleo.
En 23 años de vida este muro, en un total de límites fronterizos terrestres entre México y Estados Unidos de 3.240 kilómetros, se ha cobrado la vida de 11.500 inmigrantes. Un promedio de 500 muertes anuales, ya sea a manos de los guardias fronterizos estadounidenses, los asesinatos a manos de las mafias que obtienen jugosas ganancias al cruzar gente por la frontera y que los abandonan al ser descubiertos. Muertes por deshidratación al cruzar el desierto que separa ambos países, ahogados en los cursos de ríos o asfixiados durante el cruce en vehículos abarrotados de hombres mujeres y niños.
Para aquellos, que sólo hace un par de meses conmemoraban los 27 años de la caída del Muro de Berlín el año 1989, como uno de los grandes triunfos de la democracia occidental, olvidan con pasmosa facilidad que las muertes originadas por el muro de segregación estadounidense ha generado, en este casi cuarto de siglo, 40 veces más muertes que los 28 años del Muro de Berlín. Hoy, tras el primer mes de gobierno de Donald Trump, la política de segregación ha cobrado nuevos bríos pero, insisto, no es una política nueva, es simplemente la verbalización más estruendosa de lo que los gobiernos demócratas y republicanos venían haciendo. La idea hoy es construir otros mil kilómetros de muros y vallas, haciendo más difícil el ingreso a Estados Unidos, generando para ello un marco legal duro y restrictivo, que implique la deportación de millones de personas.
Donald Trump sostiene que va a construir su muro, que en un porcentaje importante ya es una realidad, lo que implica, en esencia, ampliarlo y para ello gastará varios miles de millones de dólares bajo el supuesto, que ese costo, deberá reembolsarlo la víctima principal de esta política racista: México. En declaraciones efectuadas a la cadena ABC News el magnate sostuvo: «»Todo se nos reembolsará, en una fecha posterior, con cualquier transacción que hagamos con México. Sólo le digo que habrá un pago, que sucederá de alguna forma, quizás una forma complicada, lo que estoy haciendo es bueno para Estados Unidos, también va a ser bueno para México. Un México muy estable y muy sólido»; hasta ahora, más allá de negativas respecto a hacerse cargo del pago de su propia soga para ahorcarse, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto no ha sido capaz de enfrentar con dignidad esta altanería de Trump.
Lo novedoso de la medida del magnate devenido presidente, de impedir el ingreso de inmigrantes, expulsar a otros, es unir a lo sostenido, la decisión de revisar el Tratado de Libre Comercio firmado con México. Es decir, un paquete explosivo que ha generado la justa indignación del pueblo mexicano, que con su movilización está obligando, muy a su pesar al débil e indigno gobierno de Enrique Peña Nieto, a mostrarse más resuelto en sus reclamos contra Washington. Donald Trump seguirá haciendo lo que gobiernos anteriores han efectuado, seguir construyendo y extendiendo lo que ya está en pié. Tal vez lo amplie hasta cubrir toda la frontera con México, lo hará más alto, dotado de mayor vigilancia, el uso de drones y contratar más guardias fronterizos, con medidas más duras, pero nada que México no esté sufriendo ya.
Entonces, si esta conducta de Estados Unidos respecto a México en materia migratoria y de control fronterizo tiene ya casi un cuarto de siglo y ha significado un férreo control de la «border patrol», la muerte de 11.500 inmigrantes y una imagen mostrada como negativa de nuestros inmigrantes por la sociedad estadounidense ¿qué lo hace diferente con Donald Trump? El análisis discursivo ayuda en resolver esta interrogante y esa exploración muestra que Donald Trump, a diferencia de sus antecesores tiene escaso filtro, cero diplomacia y ningún interés en respetar a su vecino y menos aún a los pueblos que conforman Latinoamérica, que es el origen del grueso de los inmigrantes, preponderantemente centroamericanos y mexicanos. Y eso lo dice no a sotto voce o haciéndose el presidente amigable de Latinoamérica, no, Trump dice que desprecia a sus vecinos del sur y no lo oculta y lleva adelante sus medidas así sea calificado como payaso, loco o déspota.
Donald Trump se ha encargado una y otra vez de expresar su desprecio a los mexicanos y con ello al mundo latino. Para Trump los mexicanos «no son nuestros amigos. Nos está ahogando económicamente». «Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen drogas, crimen, violadores…».»No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a EE.UU». «México no se aprovechará más de nosotros. No tendrán más la frontera abierta. El más grande constructor del mundo soy yo y les voy a construir el muro más grande que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México». Ese es el sentir de Donald Trump, sin ambigüedad alguna.
No cabe duda que estas referencias, dichas una y otra vez, reiteradas y reafirmadas cada vez con más virulencia, no pueden generar más que la indignación y el levantamiento unánime de nuestros pueblos. Un mínimo de dignidad así lo exige, incluso a presidente de características tan genuflectas como el mandatario mexicano, que en su propia casa recibió al otrora candidato presidencial Donald Trump para que le dijera en su cara, frente a todo el mundo que México debería pagar el muro que él construiría para impedir su ingreso a su país. Trump, sin obtener respuesta alguna de Peña Nieto, le dijo, en su propia cara, que era un indeseable, que Estados Unidos estaría mejor sin una relación con este vecino pobre y sinvergüenza que sólo se aprovechaba de los tratados comerciales, que para los ciudadanos estadounidenses no tenían beneficio alguno. Pero, no sólo eso, que esa condición además tenía una imposición, construir sus propias cadenas y grilletes. Una vergüenza nacional y regional indudable, que obliga a todo un continente a responder en forma digna, soberana y valiente a Trump.
Nuestro norte es el sur
Para analistas del continente y en especial mexicanos, como Alejandro Gutiérrez Castañeda del medio azteca Proceso, «Inevitablemente, México y Estados Unidos seguirán siendo vecinos, pero el gobierno de México ya no podrá recurrir a la retórica política acomodaticia de llamarnos «socios estratégicos» o «países amigos», porque está claro que no lo son, y que es hora de guardar en el cajón el lenguaje político habitual, además del cambio de políticas, estrategias y planes. También será oportuno revisar las alianzas o planes que se hacen con otros países, por cierto, prácticamente todos mantuvieron un temeroso silencio ante lo que pasa México con Trump, sobre contadas excepciones. Fue un silencio que se volvió, incluso, en cómplice de las políticas de Trump». Efectivamente, esta conducta se mantuvo durante las primeras semanas de asumir Donald Trump, que ha ido sufriendo ligeras pero significativas variaciones de condena a la conducta imperial del mandatario estadounidense.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su primer mes de mandato ha hecho realidad aquellas premoniciones, que hablaban de un período de abierta incertidumbre sobre el futuro de las relaciones entre México y Estados Unidos, sobre todo en el aspecto comercial, que implica el hecho que México destina el 80% de sus exportaciones al mercado estadounidense. Esa realidad ha obligado a la nación azteca a mirar otros horizontes, a dejar de pensar y soñar con el norte y repensarse en la región de la cual nunca debió haber salido: Latinoamérica y en ese plano, para sortear las amenazas del Muro y la nueva política de aranceles que quiere implementar Trump, la ejecución del denominado proyecto Transísmico es una excelente alternativa en la búsqueda de nuevos mercados para el rico mercado mexicano.
Un proyecto interesante que implica construir un corredor ferroviario y vial entre el Golfo de México y el Océano pacífico en la parte más angosta del territorio mexicano. Un canal «seco» que implicaría construir líneas ferroviarias para el transporte de mercancías y una autopista de alta velocidad. En la necesaria inversión de este megaproyecto, México puede tener en perspectivas socios que estarían dispuestos a entrar en un mercado como el mexicano: potencias como China y la Federación Rusa e incluso la República islámica de Irán que ya ha generado importantes acuerdos comerciales con países como Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador entre otros. Recordemos que el tránsito entre los océanos Atlántico y Pacífico está en el centro de acuerdos comerciales latinoamericanos como es el caso del canal de Nicaragua con aportes chinos y proyectos que implican igualmente a Guatemala. Frente a un panorama adverso las oportunidades pueden fijarse en otras latitudes.
La solidaridad regional se ha dejado sentir con fuerza, con expresiones de apoyo de mandatarios de espectros políticos diversos, pero que ven en la política de Estados Unidos una amenaza a todo el continente. Así, Evo Morales de Bolivia se ha unido a Mauricio Macri, Presidente de Argentina en sus expresiones de solidaridad, apoyo y crítica a las políticas migratorias y económicas estadounidenses respecto a México. El canciller ecuatoriano Guillaume Long, por su parte, preocupado también por la suerte de un millón de ecuatorianos residentes en Estados Unidos ha declarado que «es importante que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe – CELAC – puedan alzar su voz en común frente a la política migratoria de Trump».
Nuestro continente requiere alzar su voz, expresar su indignación frente a la conducta impresentable del presidente estadounidense. Políticos y ciudadanía dando a conocer su rechazo a un mandatario racista. México a su vez, tiene el deber de exigir a sus políticos y mandatario dar dura lucha a esta conducta imperial estadounidense. Obligar a Peña Nieto a mirar más al sur, que a ese norte «revuelto y brutal» que lo desprecia». Lo que sostengo implica y obliga, sobre todo, ir al fondo de las razones que inducen a millones de seres humanos a emigrar, a buscar mejores perspectivas de vida allende sus países. Pero, no podemos quedarnos en el diagnóstico sino que trabajar por solucionarlas, con cirugía mayor en la gobernabilidad de nuestros pueblos, en la erradicación de conductas nocivas como la corrupción y el contubernio negocios y política. Si ello no es así, el Rio Bravo del Norte seguirá siendo cruzado por millones de espaldas mojadas.
Resulta paradójico, que en el marco de la globalización, que suponía ampliaría las relaciones entre los países, abriría las fronteras, permitiendo así el libre flujo de seres humanos, lo único que tiene esa libertad en este tercer lustro del siglo XXI son los capitales financieros. Ellos se mueven sin restricciones. Viajan de país en país sin pedir permiso, sin mostrar pasaportes y sin que se considere que color de piel, que raza, que ideología o que religión posee. No hay muros que lo detengan y sobre eso, Donald Trump sabe mucho.
Fuente original: http://www.hispantv.com/noticias/opinion/333450/articulo-mexico-muro-trump-pena-nieto
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.