Cada vez más falso y mediocre se han vuelto las conmemoraciones de la gesta independentista en México. Miles de acarreados y subordinados, contra todo pronóstico, casi llenan la plancha del Zócalo de la Ciudad de México para dar el tradicional «Grito» de «vivan los héroes que nos dieron patria», «viva México». El pan y el […]
Cada vez más falso y mediocre se han vuelto las conmemoraciones de la gesta independentista en México. Miles de acarreados y subordinados, contra todo pronóstico, casi llenan la plancha del Zócalo de la Ciudad de México para dar el tradicional «Grito» de «vivan los héroes que nos dieron patria», «viva México». El pan y el circo en marcha a todo lo que da, el espectáculo se ha perfeccionado; los «acarreados» en perfecta disciplina, ordenados en cuadrantes por toda la plaza; las consignas contra el mal gobierno de uno que otro «despistado» perseguidas y aseguradas en la oscuridad por federales y guardias presidenciales. Los sistemas de seguridad en las inmediaciones a la plaza tan eficientes como perros alrededor de un puesto de tacos. Los buitres tienen miedo. Y en el balcón de Palacio Nacional, un hombrecito, sin merecerlo ondea la bandera nacional para posteriormente montar la escena televisiva de la familia feliz y monarca de la corte.
Vergonzoso
Así, después de aquella gesta heroica donde se forjó el comienzo de una nación que lleva un nombre indígena; donde se vislumbró en el horizonte una luz de libertad iniciada 200 años antes de 1810 por el negro cimarrón Gaspar Yanga y al que ninguna parte de la historia de América escrita por el hombre blanco reconoce como el primer libertador por ser negro y esclavo. Esa historia construida con la sangre y la dignidad de los pobres, de los originarios, de pueblos, tribus, mujeres y hombres, en la última década se fue a los anales de la ignominia y la ignorancia, los mismos que han construido hombrecitos insignificantes que entonces hubieran caído como moscas ante el tambor batiente del pueblo.
Hoy, nuestros héroes de entonces se convirtieron calles y plazas polvorientas donde se derrama la sangre del pueblo por el que ofrendaron sus vidas. El mes de septiembre lejos de despertar el orgullo y el sentimiento más profundo de respeto y amor a la Patria, se convirtió en el circo que conmemora otro secuestro más de nuestra memoria colectiva para beneplácito de un puñado de traidores y cobardes. Los patrioteros de hoy, salen a la calle vestidos de manta con sombreros ridículos con los que parecen tachuelas y vestidos tricolores que confunden con «trajes tradicionales» y «típicos mexicanos», se embriagan con discursos demagógicos y cantan a José Alfredo Jiménez ahogando sus frustraciones machistas en sendos de vasos de tequila con Coca-cola. Triste retrato de la realidad. El patriotero tiene dos morales, la de la patria a la hora de la garambaina folclórica y la de la traición cuando le muestran los fajos de dinero con los que esta vendiendo a su nación en el nombre de ella, paradójicamente. Hace escasos 200 años expulsamos a los españoles y nos hicimos una nación libre y soberana. Hoy las mineras españolas siguen saqueando nuestros recursos; las órdenes nos llegan en inglés y desde Washington; el territorio esta repartido para unos cuantos y el despojo y la muerte siguen arrasando a los pueblos originarios y no originarios de México con la venia de los buitres.
Pero la sentencia a los pies del monumento a «El Pípila», otro de nuestros héroes populares que no han podido arrebatarnos y que desde su monumental figura inmortalizada en cantera en la punta de un cerro, nos mira impasible, incorruptible y sigue vigente y cada vez más firme: «… aún hay otras alhóndigas por incendiar».
Mientras, lejos de aquella plaza corrompida, en un país que literalmente se cae a pedazos, el pueblo mexicano marcha contra el despojo y la violencia, llorando a sus muertos, pidiendo por sus desaparecidos, clamando ¡justicia!, defendiendo la tierra y la vida, gritando ¡Muera el mal gobierno! (el Grito original) pero también, prepara las antorchas con las que habrá de incendiar tantas alhóndigas como sean necesarias.
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