Pasar por dentro del libro de Marcos Israel (en adelante MI), Antisemitismo y conflicto árabe-israelí [1] nos pone desde el mismo título en un ámbito absurdo y sesgado. Al lector no advertido, le comento que el libro se dedica al conflicto que el sionismo ha gestado en Palestina. Que brilla por su ausencia en su […]
Pasar por dentro del libro de Marcos Israel (en adelante MI), Antisemitismo y conflicto árabe-israelí [1] nos pone desde el mismo título en un ámbito absurdo y sesgado.
Al lector no advertido, le comento que el libro se dedica al conflicto que el sionismo ha gestado en Palestina. Que brilla por su ausencia en su título que focaliza la cuestión en el antisemitismo, cuando lo históricamente preciso es la violencia con que el sionismo se ha ido adueñando de la tierra palestina, dañando, hiriendo, vejando, asesinando cada vez más brutalmente a la población allí establecida. Un conflicto entonces entre palestinos y sionistas o mejor dicho, una apropiación sionista y una resistencia palestina.
Para apropiarse del conflicto en los términos que a MI le interesa, tiene que asimilar antisionismo a antisemitismo (cuando es tan patente la diferencia; basta reparar en todos los judíos que no solo no son sionistas sino que lo critican radicalmente; Ilan Pappé, Gilad Atzmon, Red Judía Internacional Antisionista (IJAN, por su sigla en inglés), Neturei Carta (red de rabinos antisionistas), Yakov Rabkin, Marek Edelman, Kurt Brainin, David Comedi, Eva Cordova-Kaczerginski, Pedro Kotler, Norman Finkelstein y tantos, tantos otros, descalifican la idea de que el antisionismo sea antisemitismo. MI ignora deliberadamente ese tropezón ideológico. Lo cual revela, sencillamente mala fe… o una estupidez mayúscula.
La frutilla de esta torta que MI escamotea es que, precisamente el Estado de Israel (en adelante EdI) con su comportamiento tan centrado en sí mismo, tan indiferente a la opresión que ellos mismos han generado sobre palestinos (y no solamente sobre ellos) ha ido convirtiéndose en generador de antisemitismo; un sentimiento que los sionistas han manejado y fomentado como impulsor de un asentamiento judío en el EdI.
Por eso es una falsedad histórica afirmar: «Nace una Palestina basada en el odio a Israel» (p. 109) cuando la historia nos está mostrando como ha ido naciendo un Israel basado en el desprecio más absoluto de Palestina. Esa inversión caracteriza al sionismo. Golda Meir, figura fundante del EdI le echaba la culpa a los palestinos mártires, que obligaban a «nuestros muchachos» a matarlos. Lo de la obligación es una licencia poética de Meir, porque el sionismo nunca ha reparado en matar. Incluso a judíos refractarios.
Israel surge en 1948. No había israelíes hasta entonces. Pero el conflicto llevaba ya décadas y muchísimos muertos, sobre todo palestinos (justamente, como suele pasar en las guerras provocadas por el colonialismo).
El sionismo tiene su primer congreso mundial en 1897. Y de esa época empieza a librarse una tarea de instalación de grupos judíos sionistas, en tierras que se consideraban propias, apropiables o apropiadas, aunque habitadas por una población tradicional del lugar.
Tan similares a los hebreos tradicionales eran los palestinos como para que David Ben Gurión, fundador del Estado de Israel, proclamara -bien que en tiempos «tempranos», antes de la década, ya caliente, del ’30- que los palestinos, casi todos ellos musulmanes, eran los hebreos de altri tempi, convertidos al Islam, dominante en la región, en los siglos VII y VIII. [2]
Si ya desde el título MI elige la ideología y los calificativos en lugar de la historia, vamos mal…
A lo largo de todo el libro, casi 300 páginas de formato grande, MI encara esa contraposición planteada en su título en tanto elude la realmente existente; un conflicto de tierras; la cuestión de la colonización. Una tierra que habitaban campesinos a menudo analfabetos y tradicionales, explotados por el latifundio de «los ricos», generalmente ausentistas, tierra que los sionistas fueron ocupando, a principio lentamente, como con pies de plomo, mediante compras a propietarios rentistas ausentes, amparados en el derecho, inicialmente del Imperio Turco, más tarde del Británico: era la policía turca, luego la británica, quienes procedían al desalojo de los campesinos así despojados de sus medios de vida.
Que el conflicto histórico es el verdadero motor que mueve incluso al libro de MI lo prueba que en la introducción, de su puño y letra, MI nos cuenta lo que opinaba el referente clave de la formación del Estado de Israel, Ben Gurión, en 1915:
«Eretz Israel [así denomina Ben Gurión, sistemáticamente, a Palestina, despojándola hasta del nombre, teniendo como objetivo la instauración del Estado de Israel, que él considera reinstauración] es actualmente un país semidesierto y yermo y el reducido elemento árabe no es capaz de resucitar al país […] el sistema de labor de los árabes es anticuado, primitivo […] la mayor parte de la tierra eretzisraelita [obsérvese como el cambio de denominación forma parte del plan político] está abandonada y sin trabajar, como ser la tierra montañosa, los arenales […].»
La cita nos permite reconocer que en Palestina/Eretz Israel, según Ben Gurión, había población… árabe. Y que los árabes trabajan… la tierra. Como» modernos» los colonialistas «saben» que los oriundos trabajan la tierra mal, primitivamente… allí en resumen vemos el decálogo del colonizador. Pero también la manifiesta falsedad de una consigna sionista fundacional, con una primera parte manifiestamente falsa y una segunda correcta: «Una tierra sin hombres para hombres sin tierra».
La colonización judeosionista de Palestina vino en la estela de la colonización europea, para la cual la «labor» principal fue el despoblamiento de los territorios colonizables. Así vemos como el «Nuevo Continente» americano sufre la pérdida de buena parte de su población originaria y a la vez un repoblamiento europeo; en Asia la colonización toma otra modalidad, sus poblaciones originarias mal que bien subsisten; África, en cambio, soportando un racismo marcado, sufre un vaciamiento poblacional que hoy consideramos genocida; a principios del s XX, el continente más vacío de seres humanos del planeta era… África.
Tengamos en cuenta que no hay despoblamiento inocuo o pacífico porque nadie abandona su tierra motu proprio. El vaciamiento de África está regado con ríos de sangre. Igual que el de América u Oceanía… y el de Palestina.
Hasta 1897, la llegada de judíos a Palestina, que se había ido engrosando con los años, era fruto del llamado religioso. No se hacía en plan político de usurpación de tierra y, por ello, no había generado fricciones con la población local. El proyecto sionista trastoca eso y dará lugar a diferencias en el seno de los judíos, entre el Antiguo Yishuv, religioso y el Moderno Yishuv, sionista, que se zanjará hasta con el asesinato político.
La mera lectura del índice de este libro nos muestra que Palestina es apenas una objetivo lateral de sus obsesiones que deberíamos resumir como un tratado de islamofobia y antisemitismo: el repaso de algunos títulos de sus capítulos lo atestigua: «Del antisemitismo árabe al conflicto árabe-israelí», «Antisemitismo y antiisraelismo», «El conflicto se ve reforzado por el neoantisemitismo», «Nace una identidad palestina basada en el odio a Israel», «Islamismo árabe y antisemitismo», «Imperialismo y racismo árabe más allá de Israel y los judíos».
· Poner el foco en el antisemitismo, fenómeno de larga data que consideramos muy debilitado hoy en día (a causa, entre otras, de la derrota aplastante, de la destrucción política del nazismo), nos desplaza del abordaje de las verdaderas raíces del desesperante conflicto que ha significado el implante inicialmente solapado pero cada vez más desembozado y brutal del sionismo en tierras palestinas.
· Así, MI nos dispensa del examen del plan sionista maestro: reivindicar como históricamente válida una estadía en un territorio milenios atrás para reclamar su propiedad y soberanía actual (imaginemos que pandemonio sería el planeta propagan-do esta tesis, ya sea limitando el reclamo a siglos, o a milenios como en este caso).
· Usar como fuente histórica la Biblia, cuando, por el contrario, la exégesis histórica ha ido develando cada vez más la falta de correspondencia entre relatos bíblicos e historia es otro de los desaguisados mayúsculos de MI. No hay ningún elemento arqueológico o literario que permita identificar, por ejemplo, la invasión de Jericó (según la Biblia, facilitada por Yahvé). Tampoco hay elementos que permitan seguir sosteniendo los relatos de los exilios masivos de judíos a Egipto y a Babilonia, respectivamente. A lo más, en historia se acepta el exilio de una pequeña dirigencia judía en el caso de Babilonia, no del pueblo judío en general. Véase, por ejemplo el libro del historiador Shlomo Sand, judío, La invención de la tierra de Israel. [3]
El prologuista, Daniel Vidart, relevante dentro de la intelectualidad uruguaya, inicia su texto afirmando: «Marcos Israel no es un historiador profesional. Es un perito en números y un científico social«. [4] Alguien que no es historiador debería ser más cauto y menos panfletario con cualquier abordaje.
Lagunas significativas
MI carece de la menor consideración acerca de Los Nuevos Historiadores, una camada de historiadores israelíes, judíos, que por la década de los ’80 [5] irrumpió contra la mentirosa historia oficial del Estado de Israel escrita para la autolegitimación. Avi Schlaim, Amnon Kapeliuk, el mencionado Shlomo Sand, Ilan Pappé, Benny Morris (este último cumplió un raro papel como investigador: puso a luz muchas mentiras como los supuestos llamados de radios árabes para que los palestinos evacuaran el territorio bajo invasión judía ─con lo cual no había expulsión ni violencia sino abandono voluntario de sus hogares), aldeas y tierras (y retornar triunfante de la mano de ejércitos árabes según la versión oficial israelí)─, llamados que nadie ha podido registrar ni rastrear, y a la vez asumió lo ejecutado por la dirección sionista como aceptable basado en su profesión de fe sionista.
Que MI no mencione ni siquiera a uno de tales historiadores (¡ni siquiera a los judíos!), habla a las claras del carácter panfletario con apariencia de erudito de este volumen tan dedicado a echar leña al fuego de la islamofobia.
Que en lugar de tales fuentes, articule permanentemente su discurso con citas de Abdel Kader [6] o James Parkes [7] no hace sino reafirmar el partido tomado, que no es el de la verdad sino el del embanderamiento sionista.
Sólo así se explica que no haya una palabra en semejante volumen sobre la matanza de niños, repetida, en la Franja de Gaza (y, en general, en Palestina), sobre el maltrato tan vejatorio y abusivo de la ocupación militar sobre población civil, desarmada y radicada en su tierra milenariamente, que se ha expresado cotidianamente en tantas formas, desde tirar a matar, a la cabeza, ante cualquier sospecha o excusa, hasta arrasar en las aldeas palestinas que «sobrevivieron» a la cruenta implantación de 1948, sus árboles, centenarios y probablemente milenarios ─olivos, higueras, naranjos