Hasta ahora, pasados más de cuatro meses desde la arrolladora victoria electoral de López Obrador, han fracasado todos los intentos de la oligarquía y del viejo régimen pripanista por entorpecer y descarrilar el proyecto de gobierno del presidente electo. Entre esos intentos ocupa el primer lugar la fabricación (mediática y real) de una severa crisis […]
Hasta ahora, pasados más de cuatro meses desde la arrolladora victoria electoral de López Obrador, han fracasado todos los intentos de la oligarquía y del viejo régimen pripanista por entorpecer y descarrilar el proyecto de gobierno del presidente electo.
Entre esos intentos ocupa el primer lugar la fabricación (mediática y real) de una severa crisis económica, cuyos ingredientes básicos son viejos conocidos de la sociedad mexicana: inflación desbordada e incontrolable, devaluación abrupta del peso, fuga de capitales y, fundamentalmente, un crac bursátil.
Pero ocurre que la inflación no se ha desbordado. Y, consecuentemente, la devaluación del peso se mantiene, acorde con la tasa inflacionaria, en rangos que podríamos llamar normales: inflación reptante y devaluación igualmente reptante.
Y sin el concurso del binomio inflación-devaluación es muy difícil y riesgoso para la oligarquía acudir al expediente de la fuga masiva de capitales. Podría perder en la operación buena parte del capital invertido en esa macroespeculación monetaria.
A la oligarquía, sin embargo, le queda el recurso del crac bursátil y el estado de grave alteración nerviosa que éste genera. Pero los oligarcas deberían considerar que López Obrador no es un hombre nervioso ni asustadizo. Y que, por lo contrario, es una persona y un político de enorme serenidad y aplomo. AMLO sabe bien que frente al chantaje bursátil lo sensato y productivo es dejar hacer y dejar pasar hasta que las aguas vuelvan a su nivel.
Los títulos de la bolsa, como bien se sabe, suben y bajan todos los días. Si hoy bajan, mañana subirán. Y al revés. Y finalmente las ganancias y pérdidas se equilibran: lo que unos pierden otros lo ganan.
De modo que si en el ámbito estrictamente económico la oligarquía no tiene margen de maniobra para desestabilizar desde ahora al nuevo gobierno, en la esfera política sus fuerzas están todavía más flacas y menguadas. Los partidos a su servicio (PRI, PAN, Verde, Panal) están al borde de la extinción.
Parece así que la oligarquía anda escasa de municiones. Y que tiene frente a sí a un mariscal de campo con poderosos armamentos éticos, políticos, económicos y psicológicos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.