Sumergirse en las catacumbas de los archivos y filmotecas para reivindicar a los cineastas olvidados que en su día no disfrutaron de un lugar bajo el sol ha obsesionado a Augusto M. Torres durante los últimos años. El crítico, productor y escritor ha hurgado aquí y allá para culminar Directores españoles malditos (Huerga & Fierro), […]
Sumergirse en las catacumbas de los archivos y filmotecas para reivindicar a los cineastas olvidados que en su día no disfrutaron de un lugar bajo el sol ha obsesionado a Augusto M. Torres durante los últimos años. El crítico, productor y escritor ha hurgado aquí y allá para culminar Directores españoles malditos (Huerga & Fierro), un libro que pone en su lugar a 111 cineastas, la mayoría de ellos alejados del neón y el glamour. Autores, sin embargo, de películas de culto -unos- o que ni siquiera llegaron a serlo -otros-.
Carlos Balagué, Alberto Bermejo, Udolfo Arrietta, José Luis Guerín, Jesús Garay, Antonio Gonzalo, Pablo Llorca, Félix Rotaeta, Francisco Lucio, Alfonso Ungría, José Antonio Zorrilla, Juan Estelrich o Manuel Matji son sólo algunos de los nombres que desfilan por un volumen que cuenta, significativamente, con Iván Zulueta en su portada. Nada aleatorio porque la única película de este realizador donostiarra, Arrebato (1979), es uno de los títulos más reverenciados -aunque también provoca aversión en más de uno- de los últimos 25 años en los círculos in. Fue el propio Augusto M. Torres el productor ejecutivo de un proyecto que costó cuatro millones de pesetas y que ha agitado conciencias con su «apología de las drogas y del suicidio», en palabras de este último.
Miguel Picazo. «Si hubiese que destacar a un director maldito entre los muchos que aparecen en este libro, sería Miguel Picazo», proclama Torres. «Su primera película, La tía Tula, tiene problemas con la censura, un cierto éxito de de crítica y poco de público», asegura también antes de añadir: «Su obra maestra, Los claros motivos del deseo, se estrena junto a la avalancha de películas prohibidas durante los últimos años de la censura del general Franco y pasa desapercibida, como tantas otras películas españolas interesantes de la época. Recuperado nueve años después por Pilar Miró, tiene problemas durante el rodaje de Extramuros, que se convierte en uno de sus trabajos menos interesantes. ¿Pueden darse más desastres en una carrera?».
Fernando Méndez-Leite. «Nunca he comprendido por qué alguien tan interesado por el cine, amable y seductor como Fernando Méndez-Leite, capaz de ser director general de Cinematografía con los socialistas y director de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid con los partidopopulistas, y de realizar series dramáticas de televisión tan complejas como La Regenta, sólo ha dirigido una prometedora primera película», dice el autor con afinada ironía sobre el artífice de El hombre de moda (1980).
José Luis Guerín. «Con una clara vocación de experimental, personal o, simplemente, maldito, José Luis Guerín es el único director español actual que se permite el lujo de hacer películas nonarrativas, que no cuenten una historia similar a las restantes y de idéntica manera», señala Augusto M. Torres acerca del culpable de catapultar en España el documental con En construcción (2001).
Ray Loriga. «En una cinematografía más original, no tan igual a sí misma como la española, Loriga rodaría una personal película de bajo presupuesto cada dos o tres años y tendría un público entusiasta. Sin embargo, como están las cosas, es posible que, a pesar de ser uno de los realizadores más originales de la legión que debuta en los años 90, no vuelva a dirigir o tarde demasiado en hacerlo». Son las frases que dedica al escritor y responsable de guiones cinematográficos como Carne trémula, de Pedro Almodóvar, o El séptimo día, de Carlos Saura.
José María González Sinde. «Sus dos únicas películas como director son mejores que las que produjo o en las que colaboró como guionista.Es una lástima que no hiciese más y, con el paso de los años, se haya convertido en un director maldito». Se refiere así Torres a un cineasta de quien no duda en decir: «A medida que el cine español se despolitiza a pasos agigantados, su filme ¡Viva la clase media! ha llegado a ser insólito: la historia de una célula comunista al final de la dictadura de Franco, con José Luis Garci, famoso ganador de un Oscar y simpatizante del Partido Popular, encarnando al más rojo del grupo».
José Antonio Zorrilla. «Después del polifacético Edgar Neville, José Antonio Zorrilla debe ser el único diplomático tan interesado por el cine como para dirigir tres películas. Sin embargo, por esas extrañas cosas de la profesión, tras debutar con el atractivo policiaco El arreglo, cada una de sus películas es más ambiciosa que la anterior, pero está menos lograda», sentencia en relación al director bilbaíno, que trasladó a la gran pantalla la novela El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina.
Alvaro del Amo. Ha sido Augusto M. Torres productor ejecutivo de sus dos únicos largometrajes: Dos (1979) y Una preciosa puesta de sol (2003). «En el supuesto de que Alvaro del Amo hubiese sido francés o, al menos, hubiera vivido gran parte de su vida en Francia, el gran país de la cultura, y escrito sus novelas y sus obras de teatro en la lengua de Molière, habría dirigido bastantes más películas, habría podido llevar al cine los distintos guiones que ha escrito, y muchos más, y desde hace tiempo sería uno de los directores más sofisticados del cine europeo», escribe.Y agrega: «Sin embargo, como es madrileño, sólo ha logrado publicar siete personales novelas y estrenar cuatro impecables obras de teatro, lo que no está nada mal, pero únicamente ha realizado dos de sus más arriesgados proyectos cinematográficos».
Ramón Comas. «Su caso es suficiente para desacreditar la fama del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, en concreto, y de cualquier escuela de cine, en general, al convertirse uno de sus más brillantes alumnos, con la ayuda de la censura de Franco, en uno de los directores más malditos. Cuarenta y ocho años después, la olvidada Historias de Madrid sigue siendo tan divertida y crítica como en su momento, pero es un fracaso económico y tiene múltiples problemas con la censura», señala apuntando a este desconocido cineasta nacido en Tánger, capaz de firmar en su decadente andadura hasta El padre Coplillas, protagonizada por el mismísimo Juanito Valderrama.
Otros. Directores españoles malditos rememora, además, a destacados nombres de la novela, el teatro o el humor gráfico que dieron el salto al cine en algún momento. Así, destacan Enrique Jardiel Poncela, Adolfo Marsillach, Mario Gas, Fermín Cabal, Alberto Vázquez Figueroa, Vicente Molina Foix y Chumy-Chúmez. Claro que uno de los casos más curiosos y enigmáticos es el de Luis Escobar, director teatral y actor de películas como La escopeta nacional, La Sabina o incluso Las aventuras de Enrique y Ana. Porque este marqués dirigió dos títulos en los primeros años 50.