En el siglo XVI fue descubierto, en Bolivia, el mayor yacimiento de plata del que se tenga conocimiento en la Historia. Ocurrió en un sitio llamado Potosí, donde surgió una ciudad que, en el apogeo de la producción, fue una de las más importantes del mundo.La Corona española explotó durante dos siglos el yacimiento y […]
En el siglo XVI fue descubierto, en Bolivia, el mayor yacimiento de plata del que se tenga conocimiento en la Historia. Ocurrió en un sitio llamado Potosí, donde surgió una ciudad que, en el apogeo de la producción, fue una de las más importantes del mundo.La Corona española explotó durante dos siglos el yacimiento y la plata boliviana fluyó como un río a llenar sus arcas. En el siglo XVIII el yacimiento se agotó y de la riqueza extraída sólo quedaron las grandes mansiones, los huecos en la tierra y el término potosí como sinónimo de opulencia. Los indígenas explotados sólo la vieron salir.
Tras la independencia, Bolivia, como los demás países emergentes, se sumió en la anarquía, sucediéndose guerras civiles y, en 1879, la Guerra del Pacífico, de la que salió derrotada a manos de un Chile controlado por Inglaterra. Con la derrota, Bolivia perdió su salida al mar y los yacimientos de salitre, hundiéndose el país en la mayor miseria. En Chuquicamata, territorio conquistado por Chile, se encontró la mayor mina de cobre del mundo que, con el salitre, dio a Chile los recursos para convertirse en el país más rico de la región.
En 1900, Simón Patiño descubrió un yacimiento de estaño. Como había acontecido siglos atrás, resultó ser la mayor mina de ese mineral jamás encontrada. Patiño, taimado y astuto, se hizo dueño del yacimiento y se convirtió en el rey del estaño, como fue llamado. De nuevo la población boliviana no obtuvo beneficio alguno. La historia se repetía. En 1932, la Royal Dutch Shell, desde Paraguay, y la Standard Oil, desde Bolivia, creyeron hallar hidrocarburos en la región del Chaco, inhóspito y semidesértico territorio en disputa entre ambos países. Petroleras y oligarquías enviaron a matarse a los indígenas en la llamada guerra de los soldados descalzos, muriendo más reclutas de frío y hambre que en combate. Bolivia perdió la guerra, no había petróleo y los pueblos volvieron a su desamparo.
En los años 90 del pasado siglo, se descubrió en la región de Santa Cruz, en la Amazonía boliviana, el mayor yacimiento de gas del continente americano. Ocurrió en un momento en que la región estaba necesitada de recursos energéticos, con un Brasil en pleno crecimiento y una Argentina en bancarrota que no podía suministrarlo. El yacimiento de gas era lo mejor que le había ocurrido a Bolivia en el último medio siglo. Con la voracidad de siempre, las multinacionales se lanzaron sobre el recurso, esperando repetir la historia iniciada en el siglo XVI, de expoliar la riqueza sin dejar nada al país, salvo un mayor enriquecimiento para la oligarquía gobernante.
Pero las circunstancias habían cambiado drásticamente. Sin enemigo comunista que esgrimir como pretexto y con la democracia formal como sistema político vigente, los pobres y los indígenas bolivianos (80% de la población) se alzaron en 2003 contra el oligarca Sánchez de Lozada, que pretendía repetir con el gas lo que Patiño hizo con el estaño. La entrega del gas para beneficio de empresas extranjeras provocó un levantamiento. Decenas de manifestantes fueron asesinados, pero la represión produjo el efecto contrario. Lozada cayó y su sucesor, Carlos Mesa, prometió defender el recurso para Bolivia, pero no tuvo voluntad ni valor para aprobar la nacionalización del gas, medida exigida para impedir que se repitiese la historia.
El tema tiene en pie de guerra al país, pues al tiempo que aumentaba la presión indígena para nacionalizar el recurso, los ricos de Santa Cruz lanzaban un sospechoso movimiento autonomista, exigiendo que el Gobierno central les ceda gran parte del control del gas.No es difícil ver detrás de los autonomistas cruceños la mano de las transnacionales petroleras.
Hondas raíces tiene la rebelión indígena en Bolivia. La riqueza gasífera puede ser el último regalo de la naturaleza para abandonar su condición de pueblo más atrasado y pobre del sur de América.Aires nuevos se suman a los que han barrido ya otros países.Aires, al fin, de libertad.
Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid.