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Un libro reúne las entrevistas del músico con un periodista belga.

Manu Chao estrena banda y prepara un nuevo disco: «Hago música como una autolimpieza. Es mi manera de soltar toda la rabia que tengo cuando veo cómo funcionan las cosas»

Fuentes: El País/La Vanguardia

Manu Chao (París, 1961) ha formado una banda con cuatro músicos y ofrece conciertos sorpresa en Barcelona. Tras rodar sus nuevas canciones en esos conciertos fugaces, las grabará en un disco editado por su propio sello para el que aún no tiene fecha. Mañana se publica Manu Chao. Destinación esperanza, conversaciones (Seix Barral), del periodista […]

Manu Chao (París, 1961) ha formado una banda con cuatro músicos y ofrece conciertos sorpresa en Barcelona. Tras rodar sus nuevas canciones en esos conciertos fugaces, las grabará en un disco editado por su propio sello para el que aún no tiene fecha. Mañana se publica Manu Chao. Destinación esperanza, conversaciones (Seix Barral), del periodista belga Philippe Manche, en el que reúne sus entrevistas con el autor de Clandestino. Manu Chao. Destinación esperanza puede leerse como una biografía, pues el escurridizo artista habla de todo. Permite seguir paso a paso sus experiencias como músico y sus ideas políticas, pero ofrece también datos curiosos como cuando era niño y su padre, el periodista Ramón Chao, recibía en su casa de París a escritores como García Márquez. No faltan tampoco alusiones a su faceta como adolescente situado en el lado oscuro de las bandas y las drogas o información sobre su hijo: «No acabo de entender la frontera de la sangre. No concibo la familia como algo físico, sanguíneo. Tengo un hijo en Brasil, pero los hijos de mis colegas también son mis hijos».

Chao, que pasa por ser uno de los artistas que más venden, cuenta que trabaja, sobre todo, de noche con el ordenador. A partir de las doce de la noche no le llama nadie y puede fumarse un porro y ponerse a trabajar. Pero también le gusta encerrarse en un bar y quedarse hasta la madrugada «improvisando nuevas canciones. En esas ocasiones soy el rey de la guitarra rítmica». El libro, para cuya publicación ha dado el okey el propio artista, recoge confidencias hechas al autor desde 1998. Está dedicado a Joe Strummer, líder de los Clash, precursor del punk e inspirador de Mano Negra. Ahora, cuando mira hacia atrás, Chao se da cuenta de que nunca ha hecho nada que no le apeteciera hacer. «Sería tonto cambiar ahora que me van tan bien las cosas». Vive entre París, Río de Janeiro y Barcelona, donde tiene un apartamento de 90 metros cuadrados, incluido el estudio de grabación. «Tengo mi cocina, mi cuarto, mis discos, pero casi siempre comemos fuera. Mi sala de estar es inmensa. Nuestro lugar de trabajo es la calle». En el barrio se junta con los colegas. «Hay panaderos, un tío que hace miel, un zapatero, el dueño de un bareto, yo que soy músico. En ese barrio también hay muchos músicos callejeros. Me encanta mi barrio, como también me encanta mi barrio en Río de Janeiro. En este momento, tal vez sean los dos lugares en los que tengo tiempo de hacer que las cosas se muevan». A estas alturas Chao ya no tiene que demostrarse nada. Tiene su propio sello y todo lo que toca parece convertirse en oro. El disco de los cantantes ciegos de Malí, Amadou y Mariam, Dimanche á Bamako, producido por él, ha sido un éxito, y ha agotado su disco-libro Sibérie m’ était contée, en el que Chao, con voz espléndida, se acercaba a la chanson. Además del disco que prepara en estos momentos, esta vez en la línea de Clandestino con el que tiene previsto realizar una gran gira, ha firmado recientemente la banda sonora de Pincesas, la película de León de Aranoa. «Tengo la sensación de que ya he dejado mi carrera a la espalda, así que lo que me queda por delante tiene que ser la hostia».



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LA VANGUARDIA – 17/10/2005

MÚSICA Y DIVERSIÓN

PHILIPPE MANCHE: ¿Cómo explicas el éxito de tu música?

MANU CHAO: Nosotros presentamos un espectáculo.Lo digo entre comillas, porque no es una palabra que me guste mucho, pero nuestro honor es que, en todas partes, conseguimos transmitir nuestro mensaje, y en todas partes, la gente pasa un buen rato. Un momento vital. Vital en el sentido de que da energía de la buena a la gente, y también a nosotros. Cuando digo mensaje, no sé exactamente cuál es el mensaje. Pueden ser mensajes de movidas sociales, o de diversión. De todas maneras, creo que la mejor manera de transmitir un mensaje es divirtiéndose. Somos un grupo de música. Como músicos, nuestro primer deber es hacer feliz a la gente. (…) El único mensaje que intento comunicar es para mí solo. Cuando escribo, cuando estoy grabando, cuando hago música, es como una autolimpieza. Es mi manera de soltar toda la rabia que tengo cuando veo cómo funcionan las cosas.

EL BARRIO, LAS DROGAS

P.M.

¿Vuelves de vez en cuando a Sèvres, el barrio donde creciste?

M.CH.

Muy poco.

P.M.¿Se te hace extraño volver?

M.CH.

Claro, pero está muy bien. El otro día escribí un textito sobre eso.

Cuando vuelvo a Sèvres, la primera impresión que tengo es que todo sigue igual y que soy el chaval de barrio que tuvo suerte. (…) Gané la lotería. El otro día fui al cementerio.

Allí están muchos de mis colegas.

Así que, sí, yo tuve suerte. Cuantizodo tenía quince años, éramos todos camellos de hierba, y nos hacíamos los chulitos delante de las tías. Tampoco es que fuera mucho negocio, lo hacíamos más para ligar que para otra cosa. Nunca olvidaré el día en que aterrizó sobre la mesa el primer paquete de heroína. El jefe de la banda dijo: «A partir de ahora, vais a vender esto, y el que no quiera es un pringado». De repente el grupo se partió en dos. Nosotros no sabíamos de qué iba. Nunca olvidaré ese día en mi vida. La mitad de la banda dijimos que no, sin saber por qué. Fue un día super importante en mi vida.

Nunca olvidaré el paquetito blanco encima de la mesa. (…) Nos llamaron pringados durante quince días, y después, el tiempo hizo su trabajo y los destinos se separaron (…)

EL 11-S

P.M. Desde el 11 de septiembre, algunas de tus canciones, como Mr. Bobby,por ejemplo, van adquiriendo otros significados. Cuando cantas This world goes crazy/ it´s an emergency, hoy en día tiene otra dimensión…

M.CH.El 11 de septiembre teníamos previsto actuar en Palma de Mallorca. No teníamos muchas ganas de fiesta esa noche. Decidimos dar de todas maneras el concierto. De hecho, la prensa nos criticó mogollón por no haberlo anulado. Y nuestra respuesta fue la siguiente: cuando hubo dos millones de muertos en Ruanda, nadie se planteaba tener que anular un concierto. Razones para anular un conciertos, dramáticamente, las hay todos los días. (…) Lo que me preocupa es que, con lo que acaba de pasar, se ha abierto la puerta al Estado policía en todas partes, en Europa, en Estados Unidos, en México. (…) Van a aprovechar para comerse los derechos. Estábamos todos dormidos. La cosa tenía que estallar por algún lado, estaba claro. (…) En lo que a la gente se refiere, nos podemos volver a dormir muy pronto porque no tenemos los medios para cambiar las cosas.

¿Qué otra cosa podemos hacer que seguir viviendo y seguir con lo que estamos haciendo? Pienso que esto ha despertado muchas conciencias. Los comentarios aquí y allá son muy mitigados. Al día siguiente, cuando leíamos en el periódico «Todos somos norteamericanos». Creo que somos muchos los que no estamos de acuerdo con eso. (…) Nunca he visto un periódico europeo que publicara: «Todos somos palestinos». (…)

TRABAJO Y VIDA PRIVADA

P.M. Para ti, tu curro es tu profesión…

M.CH.

Pues claro que es mi profesión…

P.M…. y tu vida, todo está íntimamente ligado. ¿Cómo separas las cosas?

M.CH. No separo. Mi trabajo es mi pasión, y mi pasión a la fuerza está ligada a mi vida privada. No hay diferencia, salvo para los periodistas. Cuando me hacen preguntas sobre mi chica y tal, les contesto que no es asunto suyo. No tienen más que escuchar las canciones… Pero no les pienso decir cuáles. Les digo lo siguiente: «Mi vida privada está en mis canciones». Porque es así. Son los mismos problemas que tuve en un momento dado con Mano Negra. Los tíos no soportaban que yo viviera en nuestra oficina, pero yo dormía siempre ahí. Algunos se ponían de los nervios porque decían que nos daba una imagen como de vagabundos cuando teníamos citas allí al día siguiente. Pero yo duermo allí donde esté la máquina. En mi casa me pasa lo mismo. Nadine ya está acostumbrada. Duermo en el mismo sitio en el que trabajo. A veces me dice que estaría bien que tuviera mi propio estudio, y yo le contesto: «Claro, pero entonces ya no me verías el pelo». (…)

FAMILIA, POLÍTICA Y ATRACOS

P.M. La música. ¿Vino así, sin más, de la noche a la mañana?

M.CH. Ya no me acuerdo bien, es todo como una nebulosa. En serio, a veces intento pensar en ello y no lo consigo. Es como si me hubiera ocurrido en otra vida.

P.M. ¿Por lo menos tuviste un ambiente propicio?

M.CH. Te cuento lo que te diría mi padre. Sí, viví rodeado de música. Mi padre era pianista. Cuando mi hermano y yo teníamos unos diez años, mi padre nos obligaba a estudiar piano. Pero ese rollo no nos iba mucho. Preferíamos jugar al fútbol con los colegas. Con todo, estudié un año de solfeo y le di un poco al piano. Sinceramente, siempre le estaré agradecido a mi padre. Sigo siendo una inutilidad en solfeo, pero por lo menos algunas nociones sí tengo (…). Lo de la música llegó más tarde, cuando tenía unos dieciséis o diecisiete años: las guitarras, el instituto, escuchar rock. Después empecé a aficionarme a la guitarra. Recuerdo que me había comprado un bajo transparente. Puse un anuncio en la panadería y me llamó un tío. Era Fredo, uno del barrio, de las pandillas del barrio. Así conocí a los tíos de la calle, al entrar en el grupo como bajista. Entonces toda mi vida cambió.

P.M.

Y en tu familia, ¿hablábais de la actualidad, la comentábais?

M.CH.

Tengo imágenes de cuando era crío. Tenía seis años en mayo del 68. Recuerdo ami padre con su brazalete de periodista y a mi madre, llorando en la puerta de casa, diciéndole: «¡No, no vayas, no vayas!».

P.M. ¿Hay algún otro acontecimiento de la actualidad que te marcara de niño?

M.CH. Nosotros celebramos con champán la muerte de Franco. Entonces ya era algo mayor y recuerdo la botella. Ese tipo de detalles. (…)

P.M. ¿Tu militancia se consolidó cuando te afiliaste a las Juventudes Comunistas de Sèvres?

M.CH.

La cosa se calmó enseguida. Formé parte de la Juventudes Comunistas de Sèvres por una razón no muy política. Nos apuntamos los tipos duros del barrio. Seríamos siete u ocho, todos por el mismo motivo. Estábamos enamoradísimos de la secretaria. Estábamos colgados de ella. Y bueno, nos apuntamos para impresionarla. Era un cañón. Al cabo de un mes, el que se la tiró fue el jefe de la célula. Me metí en las Juventudes Comunistas por amor. No por amor al comunismo, sino por amor a una rubita guapísima.

P.M. ¿En el instituto estabas metido en algún órgano de decisión, en algún movimiento?

M.CH.

No, el instituto era otra historia. Me sentía perdido. Yo tenía dos vidas: la de dentro del instituto, y la de fuera, con mi pandilla del barrio. Sé que era como un autista en mis últimos dos años de instituto. Tuve un grave problema de comunicación. Ya no hablaba con nadie. Ya no tenía un solo colega. Ni siquiera los profesores me hablaban. Me respetaban, pero yo ya no era capaz de abrir el pico. Salía por las noches. Tenía a toda mi pandilla. No era un delincuente, pero todos me llevaban con ellos, como una mascota, decían que yo les traía suerte. Por la noche asistía a atracos. Nunca le pegué a nadie. Nunca he tocado una pistola, pero yo estaba en el coche durante el atraco. Me moría de miedo, pero me fascinaba.