Steven Weinberg, Plantar cara. La ciencia y sus adversarios culturales. Paidós, Barcelona 2003. Traducción de Juan Vicente Mayoral, 280 páginas. No está en absoluto claro que las verdades objetivas no produzcan jamás esfuerzo moral: Copérnico y Galileo no han muerto, como Bruno, en la hoguera, pero han luchado y sufrido por verdades así. Y […]
Steven Weinberg, Plantar cara. La ciencia y sus adversarios culturales. Paidós, Barcelona 2003. Traducción de Juan Vicente Mayoral, 280 páginas.
No está en absoluto claro que las verdades objetivas no produzcan jamás esfuerzo moral: Copérnico y Galileo no han muerto, como Bruno, en la hoguera, pero han luchado y sufrido por verdades así. Y es que, al no haber demostrabilidad absoluta, también es necesaria una decisión para imponerse el modo de pensar -y aún más el de vivir- racional.
Manuel Sacristán (1967), «Un problema para tesina en filosofía»
Sostiene Steven Weinberg en la presentación de Plantar cara (PC) que hasta donde hemos podido descubrir «las leyes de la naturaleza son impersonales, sin indicios de plan divino o de algún status especial para los seres humanos. De un modo u otro, cada uno de los ensayos de esta recopilación se enfrenta a la necesidad de afrontar estos descubrimientos. Expresan un punto de vista racionalista, reduccionista, realista y devotamente secular. Plantar cara es, después de todo, la postura opuesta a la oración» (p.12). «Cada uno de los ensayos» probablemente sea en este caso una expresión algo imprecisa, pero sin duda esta colección de artículos de Weinberg -catedrático de Física y Astronomía en la Universidad de Texas, premio Nobel de Física en 1979, junto con Sheldon Glashow y Abdus Salam, por sus aportaciones a la teoría electrodébil e inolvidable autor de Los tres primeros minutos del universo– puede verse y leerse como un comentario razonado y detallado que, desde diferentes puntos de vista y en diferentes circunstancias, da cuenta de esa perspectiva filosófica que el autor presenta aquí como un punto de vista racionalista, realista, secular y, por si fuera poco, reduccionista.
PC contiene 23 ensayos o conferencias, gran parte ellos ya publicados en revistas como The New York Review of Books, Scientific American o Daedalus. Editados entre 1985 y 2000, Weinberg ha escrito para cada uno de ellos una breve presentación donde da cuenta de las circunstancias que motivaron su elaboración y, en algunos casos, de las encendidas polémicas que desencadenaron. Los temas recorren un amplio e interesante espectro: desde la crítica de la política armamentística del gobierno Reagan («La ciencia como arte liberal», pp.13-18) hasta una aproximación a la reflexión epistémica de los sociólogos de la ciencia («La búsqueda de la paz en las guerras de la ciencia», pp.263-268), pasando por un comentario crítico y sosegado a algunas de las tesis kuhnianas («La no revolución de Thomas Kuhn», pp.191-208) y por sus agudas observaciones sobre las reacciones producidas tras la publicación de Imposturas intelectuales («El ensayo Sokal», pp.141-155 y «La ciencia y el engaño de Sokal: respuesta a las críticas», pp.157-163), cuyo autor, el físico neoyorquino Alan Sokal, había seguido un curso de doctorado sobre mecánica cuántica impartido por el mismo Weinberg en la Universidad de Harvard en 1974-1975. Es destacable el sucinto capítulo 16 («El Camaro rojo», pp.187-189), donde Weinberg da cuenta de la génesis de un descubrimiento crucial en la física del XX en torno a la interacción débil, en el que señala: «tenía la respuesta correcta, pero había estado centrado en el problema equivocado» (p.188). En medio de todo ello, reflexiones tan poco cientificistas, tan escasamente positivistas, tan inusuales, tan sostenibles, tan a pie del trabajo real de las comunidades científicas, como las siguientes:
«(…) La empresa científica depende en el mejor de los casos de los meros prejuicios y de las preconcepciones humanas. Sé que hice parte de mi mejor trabajo porque tenía ciertas preconcepciones sobre la manera en que las fuerzas debían funcionar, e ignoré evidencias experimentales en su contra, y no tuve éxito en dar el paso siguiente en ese trabajo porque tenía prejuicios en contra de ciertos métodos matemáticos. No es una historia atípica».
Cabe destacar aquí dos de los trabajos incluidos en PC que tratan abiertamente uno de los temas recurrentes en la historia del pensamiento filosófico, y afines: las complicadas y en ocasiones nada amistosas relaciones entre el conocimiento científico y las afirmaciones, saberes o creencias religiosas. Weinberg discute la tesis y argumentación de si el Universo muestra signos de un diseñador inteligente en los capítulos 20 («¿El Universo de un diseñador?, pp.231-242) y 21 («¿El universo de un diseñador?: respuesta a las críticas», pp.243-246). El primero de estos trabajos fue incluido en dos colecciones diferentes de los mejores ensayos usamericanos del año (The Best American Essays, 2000 y The Best American Science Writings, 2000) y algunas de sus afirmaciones dieron pie al mayor número de cartas de respuesta que se recuerda en la historia reciente de The New York Review. Se entiende. En algunos de los pasajes, Weinberg señala: «[…] Con o sin la religión, la buena gente se puede comportar bien y la mala gente puede hacer el mal; pero para que la buena gente haga el mal, para eso se requiere la religión» (p.242). El pormenorizado análisis concreto de «la situación concreta» -en la mejor tradición leninista, que también la hay- que Weinberg realiza sobre la afirmación de algunos miembros de la comunidad científica de que ciertas constantes de la naturaleza tienen valores «que parecen haber sido misteriosamente bien ajustados sólo a los valores que permiten la posibilidad de la vida, de una manera que sólo podría ser explicada mediante la intervención de un diseñador con algún interés especial por la vida» (p.235) debería merecer toda nuestra atención crítica y me atrevo a aventurar que resultaría gozosa incluso a la mirada atenta del mismísimo Kant, el filósofo crítico por excelencia. Su comentario en torno al principio antrópico -«(…) esto me parece poco más que un galimatías místico»- tampoco debería ser arrojada al cubo de lo obviable. Las páginas finales dedicadas al tema del mal y del libre albedrío son tan pertinentes que no dudo que Epicuro y Hume apenas tendrían objeciones para hacerlas suyas.
Algunos otros trabajos de PC pertenecerían al ámbito de la filosofía política. Así, «Cinco utopías y media» (pp.247-262) o «El sionismo y sus adversarios» (pp.183-185). En este brevísimo artículo, escrito por alguien que «no tiene interés en la preservación del judaísmo (o, me apresuro a decir, cualquier otra religión), sino mucho interés en la preservación de los judíos» (p.184), el «liberal» Weinberg, el Nobel de centro-izquierda Weinberg, sostiene tesis tan singulares como las siguientes: 1. El sionismo representa la intrusión de una cultura democrática, científica, sofisticada y secular (sic) en una zona del mundo tradicionalmente despótica, atrasada y obsesionada por la religión. 2. Hasta que los atentados árabes hicieron necesaria [cursiva mía] la acción militar, la apropiación de tierras se hizo por compra y establecimiento más que por conquista. 3. El ideal del sionismo sería traicionado si los fanáticos ortodoxos tuvieran éxito en hacer de Israel un Estado teocrático, pero Weinberg sostiene a continuación que no puede «creer que esto vaya a ocurrir». 4. El antisionismo, además de liberar sentimientos antisemíticos y de haber pasado a desempeñar el papel de un multiculturalismo sensacionalista, ayuda «a calmar el sentimiento musulmán y a mantener así el acceso al petróleo de Oriente Medio». Finaliza Weinberg su peculiar reflexión con una pregunta retórica. «¿Necesito decir que en realidad hay una gran distinción moral entre el Israel democrático y secular creado por el sionismo, cuyo objetivo a largo plazo es simplemente que lo dejen en paz, y los enemigos que lo rodean?» (p.185). El autor de El sueño de una teoría final señala una neta diferencia entre los proyectos de construcción y alojamiento de Jerusalén, que el mismísimo halcón Sharon ha calificado recientemente de ocupación, y «el disparo de ametralladoras sobre autobuses escolares». Se sobreentiende, que los disparos asesinos son única y estrictamente palestinos. El artículo está fechado en 1997. Cuando uno piensa lo hecho y ordenado por los gobiernos de Sharon en estos últimos años, en asesinatos como el de Rachel Corrie, compatriota de Weinberg, bajo las ruedas de una «defensiva» excavadora del ejército israelí pasando, sin temblor, por encima de ella y aplastándola, no hay más remedio que pensar que nadie, ni incluso Weinberg, está libre de decir, de cuando en cuando, alguna barbaridad no marginal bajo apariencia de crítica a lugares comunes.
En la presentación del ensayo final de PC («La búsqueda de la paz en las guerras de la ciencia»), por lo demás excelente, explica Weinberg que el editor de Times Literaty Supplement le preguntó por la posibilidad de escribir un reseña sobre un libro de Ian Hacking en torno al programa fuerte de los sociólogos de la ciencia (La construcción social ¿ de qué?). Señala Weinberg que no tuvo dudas, que contestó afirmativamente sin vacilar, entre otras razones porque ya estaba leyendo libro de Hacking ya que «como le dije a Meinhardt, había visto referencias hacia mí en el índice, lo que siempre tomo como un buen signo» (p.263). Este es acaso uno de los pocos delirios de PC. Cabe acaso añadir un breve instante de ensoñación. En el cap.2 -«Newtonismno, reduccionismo y el arte de testificar ante el Congreso»-, Weinberg, al dar cuenta de los descubrimientos de los Principia, señala que:
«(…) En lógica formal, puesto que las leyes de Kepler y las leyes de Newton son ambas verdad, cualquiera de ellas puede decirse que implica la otra (Después de todo, en lógica simbólica la afirmación «A implica B» sólo quiere decir que nunca ocurre que A es verdad y B no lo es, pero si de hecho A y B son verdad entonces se puede decir que A implica B y que B implica A»).
Es obvio que las leyes de Kepler y las de Newton no se coimplican y que aunque A y B sean ambas proposiciones verdaderas de hecho, de ahí no puede inferirse que A implique B o que B implique A porque el término «nunca» de la definición de implicación lógica refiere no sólo a cuestiones fácticas sino a posibilidades consistentes, a otros mundos posibles (que tal vez ya estén en éste, en alguno de los posibles sentidos de «estar»).
Sea como sea, suele decirse que los genios suelen dormir una vez en su vida y es muy posible que éste sea el momento de la sucinta cabezada de Weinberg. De lo que no hay duda es que el autor de PC no sólo es uno de los grandes de la física del siglo, un interesante liberal (con falta notable de información en algún ámbito y con desviados sesgos ideológicos en otros, tal vez por trágica historia familiar) sino un comentarista de asuntos epistemológicos exquisito que cultiva con esmero un jardín filosófico que ya había cuidado con atención otro gran físico del XX llamado Albert Einstein.
El subtítulo de Plantar cara -«La ciencia y sus adversarios culturales»- creo que no figura en el original inglés pero, sea como fuere, recoge adecuadamente una de las finalidades básicas de Weinberg: dar argumentos que erosionen, debiliten y acaso falseen los frecuentes y, en ocasiones, indocumentados ataques irracionalistas, contrarios al conocimiento científico, al que por cierto toman como visión imperial de una Razón tecnificada y deshumanizada.