El realizador salmantino, nos habla de otros proyectos realizados, en este caso del documental «Andalucía, un siglo de fascinación», donde se teje una relación intensa con esta región. Sus obras están preñadas de memoria y experiencias colectivas, ya que, como afirma el director «La historia firmada es la huella de mi existencia».
Bajo el título ‘Andalucía, un siglo de fascinación’, se estrenaba en 1997 la serie de siete capítulos producida por la Linterna Mágica para Canal Sur Televisión, a la que Martín Patino y sus colaboradorxs le dedicaron cuatro años de trabajo. El cineasta salmantino nos ofrece un recorrido por algunas de las ideas claves con las que ha identificado a la tierra andaluza. Andalucía, un siglo de fascinación, es todo menos un producto televisivo, se trata de una aproximación muy lúcida sobre algunos de los espacios emblemáticos desde donde se ha pensado y recreado la identidad andaluza del siglo pasado.
Martín Patino, natural de Salamanca, siempre ha sentido de un modo especial a Andalucía, desde que la descubrió siendo muy joven, por su espontaneidad, por su luz, por su sentido de la fiesta, su folklore, su alegría, y su geografía. Basilio escapaba a Andalucía cuando podía, la conocía y además llegó a filmar en varias ocasiones. Le enamoraba la singularidad de los cantes andaluces, la peculiaridad de sus paisajes y sus gentes, la exuberancia de su poesía marcada profundamente por la cultura arábigo-andaluza, los escritos lorquianos y la maestría de Alberti, Cernuda y en general de la Generación del 27, arrasada por la Guerra Civil Española.
Martín Patino confiesa que todas sus películas son diferentes, que le parece habitual contar y expresarse en novela, en teatro, en cine sobre lo que conocemos mejor por el simple hecho de haberlo vivido, unas veces disfrutado y otras, sufrido. Además, nos revela que la crueldad vivida durante la Guerra Civil supuso un punto de inflexión en los diversos campos de la cultura y con ello, la postguerra es una sedimentación, un recuperarse de la catástrofe bárbara y fascista que supuso esta confrontación bélica. «Quizás la Historia de la Humanidad no sea sino una sucesión de postguerras, es decir, de desajustes entre quienes poseen desmesuradamente el poder y quienes lo padecen».
Por otra parte, al cineasta le excitaba poder constatar en sus trabajos la vieja idea de que el cine posee una capacidad expresiva más allá que la de ser utilizado como soporte para narrar historias noveleras mediante la composición de imaginerías convencionales. Se trata de provocar ritmos no frecuentes, mezcla de imágenes y sonidos de campos semánticos, incluso opuestos, para que convulsionen nuestros sentimientos, haciendo explotar en el subconsciente una desconocida riqueza de vivencias, emociones y signos insospechados de un público en general, constituido por personas jóvenes y viejas, mujeres y hombres, de talante conservador y progresista. El idearlo en forma de espectáculo, dándole carácter y contenido, el verlo crecer incluso, a contrapelo de lo correcto y comprobar después que se hacía realidad la confianza en lograr la complicidad del/la espectador/a y que cobra vida ese mundo tan abstracto en el cerebro para llegar a enriquecernos emocionalmente es una sensación única.
El director contó con la colaboración desde el principio de su inestimable amigo y compañero, José Luís García Sánchez, trabajando con un equipo humano a su propio aire, al margen de las normas habituales del mercado, de la censura y de la prudencia. Era una necesidad de poder hacerse sencillamente lo que les apetecía, aunque solamente pudieran contar para trabajar con materiales de derribo recogidos de donde podían. Se trataba de suplirlo todo con ingenio, además de pasarlo muy bien huyendo del masoquismo que implicaba por entonces ejercer un oficio tan sometido.
Todo o casi todo sería de lo que iban encontrando por el rastro, o en los desvanes, desde juguetes, libros y tebeos, a libros escolares, álbumes de cromos y programas de cine. Y fotos, miles de ellas, de cinematón de familias, de grupos de amistades, de parejas, de bodas, de curas. Las compraban en el rastro, en los fotógrafos de pueblos perdidos.
A medida que montaban la película se iban dando cuenta de que estaban manejando esa sustancia delicada e incontrolable de los sentimientos. Basilio, recuerda una frase que le marcó cuando estudiaba letras en la universidad, se trataba del lema «una mano hacía el trabajo, con la otra tenía que mantener la espada para defenderlo». Este lema nos demuestra como fueron los inicios del cineasta, cómo era su proyección y cuáles eran sus principios, sin ningún tipo de atadura y con una gran personalidad vista con malos ojos en tiempos de tanto ostracismo cultural vivido bajo la dictadura franquista. Además, el realizador, afirma que a la veracidad de los documentos se opone la emotividad de las invenciones, y a la necesidad de fascinar, intentado filmar el sentimiento de la historia como si fuera poesía subjetiva. En cada película construye una ventana desde la que mirar como se reinventa asimismo. Martín Patino, opina que es un despropósito confundir el oficio de fabulador/a cinematográfico/a con el de historiador/a, y que resulta difícil entender que se le pueda sustraer a la comunicación cinematográfica su materia prima de espectáculo embaucador, fascinante, su capacidad de ensoñar y permitirnos imaginar las realidades invisibles y abstractas de lo inventado. Es la sustancia cine, que exige, por encima de todo, una libertad total de recursos dirigidos a estimular la complicidad mental del/la espectador/a.
Indagar en el pasado de un modo tan convencional como el cinematográfico, sin el rigor y la disciplina del estudio profesional, es bucear en un océano particular oscuro de sentimientos. Martín Patino entiende que hacer cine es ya un ejercicio provocador y polémico, implicando cierta limpieza para ejercer una especie de terrorismo estético-cultural, con toda seguridad, inocuo, ingenuo y estimulantemente liberador. Desde su propia experiencia sabe que el cine resulta tanto más gratificante para autor/a y para espectador/a cuanto más se atreva a olvidarse de toda atadura, perceptiva o normativa de lo que se debe hacer. En el cine se busca la eficacia de la simulación no por el ejercicio mental de la comunicación a través del lenguaje, sino a través de las apariencias que proporcionan mayor o menor grado de veracidad. Montar imágenes originales procedentes de archivos, es decir, imágenes arqueológicas, es otra forma de operar sugestionados/as por la misma pretensión. «Me doy cuenta ahora de que sin habérmelo propuesto, cada uno de mis trabajos ha ido dejando una especie de radiografías ocultas del momento histórico que me afectaba, como una extraña necesidad de apresarlo, por encima de otras preferencias personales».
Nueve cartas a Berta, Canciones para después de una guerra, Caudillo, Queridísimos verdugos, Los paraísos perdidos, Madrid, La seducción del caos, y más recientemente Casas Viejas. El grito del Sur…no son juicios de valor, son historias particulares dentro de la Historia General y forman parte de ella, ayudándoles estas a realizar un viaje colectivo imposible de repetir. El cine es un modo de transmitir la historia, pero contándola de otra manera. Uno de sus trabajos, Octavia (2002), es un largometraje en el cual traza la línea de continuidad y al mismo tiempo una necesaria renovación estética. » Yo tengo la impresión de que desde siempre tuve la idea de hacer cine, ya que era algo que encajaba perfectamente en lo que me gustaba y que coincidía con mis tendencias». Martín Patino, confiesa su profunda admiración por directores de la talla de Jean Renoir y Rosellini, además del cine de los estudios Earling.
Las primeras películas del director salmantino giran hacia varias convicciones. Se percibe al principio cierta afinidad al documentalismo, pero hay enseguida una evolución notable, fruto de la madurez hacia la dialéctica del diálogo cómplice del/la espectador/a, abierto y crítico.
Basilio Martín Patino sigue siendo bastante desconocido fuera de los límites de la crítica especializada y la academia, esta escasa visibilidad parece ser el lamentable precio de una trayectoria marcada por la libertad y la independencia.
Aquí puedes ver su último trabajo:
Casas Viejas. El grito del Sur de Basilio Martín Patino (Canal Sur, 2007). Duración: 1 h 2 m.