«Resistencias. Ensayo de Topología General» (El Viejo Topo, Madrid, 2006) «En toda época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla» W.Benjamín Después del fracaso electoral de la izquierda en su conjunto en las últimas presidenciales francesas, matizado por el éxito espectacular aunque parcial de […]
«Resistencias. Ensayo de Topología General» (El Viejo Topo, Madrid, 2006)
«En toda época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla» W.Benjamín
Después del fracaso electoral de la izquierda en su conjunto en las últimas presidenciales francesas, matizado por el éxito espectacular aunque parcial de la candidatura de Olivier Besancenot, en la LCR se ha abierto un importante debate sobre la necesidad de construir un nuevo y más amplio partido anticapitalista que pueda aglutinar y dar expresión política a los últimos ciclos de luchas.
Estas luchas que, a diferencia de las presidenciales, han estado marcadas por importantes éxitos y una movilización general de amplios sectores de la sociedad francesa, han sido capaces de detener, por el momento, importantes reformas que resultan vitales para el actual orden neoliberal (Constitución Europea, reforma laboral…).
En los últimos campamentos de jóvenes revolucionarios, celebrados este verano en Barbaste, Daniel Bensaïd explicaba cómo se había realizado una encuesta entre simpatizantes sobre cuál podría ser el nombre de este nuevo partido anticapitalista. El resultado, a primera vista sorprendente, no deja de ser un signo de los tiempos. Por lo visto ante la posibilidad de que el nuevo partido llevara incluida la palabra «comunista» o «revolucionario» la gran mayoría de los consultados se mostraban conformes con la primera pero reacios con la segunda.
Es decir, en una primera lectura podríamos decir que a pesar del uso infame que el estalinismo ha hecho de la palabra «comunista» y a pesar de la estigmatización a la que ha sido sometida por la guerra fría y la posterior caída del muro de Berlín, mucha gente aún es capaz de entender que el comunismo apela a una tradición emancipatoria de libertad e igualdad que supone un auténtico contrapunto al actual orden de valores.
Sin embargo, la cosa se complica un poco cuando vamos a la segunda parte de la encuesta en la que el término «revolucionario» levanta tantas reservas; pues, se asocia con actitudes violentas, excesivamente dogmáticas o ya superadas por la actual realidad histórica. Es aquí donde el libro Resistencias de Daniel Bensaïd cobra su intempestiva actualidad, pues todo el libro es un alegato crítico y apasionado por intentar pensar la inexcusable cita que tenemos «aquí y ahora» con la revolución.
El «comunismo» reformista
Para seguir con el ejemplo, la palabra «comunista», a parte de la tradición del marxismo revolucionario y del estalinismo, también ha seguido el derrotero del reformismo que a través del eurocomunismo adquirió carta de «respetabilidad» en las democracias burguesas. Más allá de la suerte que han corrido los PCs, lo cierto es que la justificación ideológica que propició la práctica reformista de estos partidos sigue muy extendida entre los movimientos anticapitalistas.
Como explica Perry Anderson en Las antinomias de Gramsci, la idea de que el poder central de la sociedad capitalista (lo que permite su «hegemonía») debe buscarse en la sociedad civil (adoctrinamiento de los medios de comunicación, difusión invisible del fetichismo de la mercancía…) ha propiciado la «ilusión» de que dentro del marco de un estado representativo burgués se podría alcanzar el socialismo a condición de que se hiciera una especie de «revolución cultural» en el seno de la «sociedad civil», de tal manera, que luego, el «estado representativo» alcanzaría su «verdadero potencial» democrático.
Sin embargo, como dice Anderson, la lectura debería ser más bien a la inversa: «La forma general del estado representativo -la democracia burguesa- es en sí misma el principal cerrojo ideológico del capitalismo occidental, cuya existencia misma despoja a la clase obrera de la idea del socialismo como un tipo diferente de estado, y, con posteridad, los medios de comunicación y otros mecanismos de control cultural afianzan este ‘efecto’ ideológico central».
Resumiendo, es «este cerrojo ideológico» el que consagra la idea de que la historia ha llegado a su fin. Y entonces…¿Cómo pensar una ruptura histórica con el capitalismo si se niega el marco mismo donde esta frase podría tener algún sentido? O como escribió Maiakovski justo antes de ser suicidado por el estalinismo: ¿cómo romper con «la mierda petrificada del presente»?
Aprovechar la ocasión oportuna
Ésta es la tarea que nos propone Bensaïd a través de toda una serie de autores que sienten que la única manera honesta de tratar con la barbarie del presente es «iluminándola» con el principio epistemológico de la revolución. Así, pasando un cepillo a contrapelo de la taxidermia académica a autores como Bloch, Benjamin, Derrida, Spinoza o el mismo Marx y señalando la pasión revolucionaria, pero también los límites estratégicos, de Badiou, Negri o el último Althusser, Bensaïd consigue arrancar la experiencia de la revolución, su tradición, al conformismo que siempre amenaza con avasallarla.
Y es que cómo sugiere Bensaïd, el tiempo de la revolución tiene algo de magdalena proustiana: de repente, el acontecimiento abre una fisura en el tiempo homogéneo, vacío y repetitivo del mundo burgués que habita el personaje del tiempo perdido; y una experiencia de la infancia se actualiza para iluminar el presente. Pero lo que se actualiza no es el «qué» sino el «cómo» (no son la farsa de los ropajes de las revoluciones pasadas sino sus coyunturas; sus promesas de futuro).
La actualización de esa experiencia de felicidad infantil, lleva consigo una exigencia; carga de posibilidades el presente; imbuye de una «débil fuerza mesiánica» todos los objetos del mundo burgués que le rodean; les exige que cumplan sus promesas de felicidad… Proust siente que debe hacer algo antes de que el «momento» pase, o como dice Benjamin: «el pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención».
Del mismo modo, en el tiempo kairológico de la revolución (kairós: ocasión crítica, coyuntura en que importa que algo sea dicho o echo) el contínuum del tiempo histórico es dinamitado, y se abre un espacio para la praxis política, donde «el pasado nos asigna una tarea». La revolución es ese «salto bajo el cielo despejado de la historia» donde la tradición de los oprimidos se «actualiza» en ese «instante de peligro» para que se pueda aprender y volver a actuar sobre todas las derrotas, para «que la tradición de todas las generaciones muertas deje de oprimir como una pesadilla en el cerebro de los vivos».
Al acecho de lo inesperado
Por eso, la revolución es como una especie de «despertar» del acto fallido freudiano, porque solo se repiten los errores que no podemos recordar y no podemos recordarlos porque son desagradables, pero sólo liberando el pasado oprimido (reprimido) se puede abrir una perspectiva de futuro más allá del eterno presente, de la repetición infernal del mundo mercantil.
¿Qué son, pues, las «resistencias»? Son la tensa espera, «la vigilia obstinada de una esperanza que no cesa», «la unidad de la esperanza y del conocimiento del proceso real», la comprensión de que no existe ningún instante que no lleve en sí «su oportunidad revolucionaria».
Como André Breton en «l’Amour fou», hay que instalarse en esa disponibilidad que nos permite estar «abierto a lo inesperado». Pero sobre todo, hace falta la paciencia obstinada del «viejo topo» de Marx, «que tantea y da la vuelta, y sus rodeos lo llevan siempre a la idea fija de la superficie».
Como Daniel Bensaïd y tantos otros compañeros que después de salir a la superficie del mayo del 68 llevan toda una vida de zapa, cavando galerías subterráneas bajo el sistema con sonrisa cómplice. Fieles a una tradición que nunca ha aceptado el divorcio estructural entre el pensamiento y la práctica revolucionaria que ha marcado el marxismo de los últimos tiempos.