Recomiendo:
0

La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman

Fuentes: Mundo Obrero

Hay libros que permanecen en la historia de la literatura por causas diferentes. Una, por el canon académico. Y otra, porque el devenir histórico las actualiza por encima de las leyes del mercado y de los gustos impuestos o diferidos. Pueden existir otras, pero creemos que para comentar el libro que nos ocupa, el segundo […]

Hay libros que permanecen en la historia de la literatura por causas diferentes. Una, por el canon académico. Y otra, porque el devenir histórico las actualiza por encima de las leyes del mercado y de los gustos impuestos o diferidos. Pueden existir otras, pero creemos que para comentar el libro que nos ocupa, el segundo argumento puede colaborar al debate presente ahora en los medios de comunicación sobre la memoria histórica, al mismo tiempo, que recordar la reciente historia de Chile.

La obra de Ariel Dorfman nos conduce a interrogarnos sobre nuestra Transición política tan cargada de contradicciones como de sombras. Además nos obliga a preguntarnos ¿Cómo durante tanto tiempo hemos seguido viviendo en el tiempo de silencio impuesto por el franquismo en lo que concierne a las responsabilidades de sus tribunales, asesinatos y torturas, amnistiadas en 1977, y cómo hoy día resucita «la memoria histórica» en medio de una oposición que dificulta impunemente que conozcamos, no sólo la verdad de lo sucedido en la Guerra civil sino también en los cuarenta años de dictadura, y de una parte de la izquierda tan asustadiza como acomplejada? ¿Por qué, a partir de la muerte del dictador, nos exigieron convivir con nuestros verdugos libres de toda culpa con la circunstancia agravante del olvido impuesto y con la anuencia del miedo y del pacto?

Todas esta interrogantes están planteadas en La muerte y la doncella publicada hace quince años en Argentina y, posteriormente, llevada al cine por Roman Polanski .

Este escritor de nacionalidad chilena nació en Buenos Aires en 1942. Trabajó y colaboró activamente con el gobierno de Unidad Popular y tuvo que exiliarse después del golpe de estado del general Augusto Pinochet. Ejerció la docencia en varia universidades europeas y americanas, ha escrito libros de ensayo, novela y teatro. Entre sus títulos merecen recordarse por su recepción positiva Para leer el pato Donald, en colaboración con Armand Mattelart, en el que abordan cómo detrás del cómic subyace la ideología del imperialismo americano. Es como un manual en el que se aprende a descodificar los elementos colonizadores de los mensajes crípticos de la cultura yanqui. También merecen citarse Imaginación y violencia en América Latina (1970), Reader’rs Nuestro que está en los cielos (1980) De elefantes, literatura y miedo: la comunicación americana (1986) y Hacia la liberación del lector americano (1984). También ha publicado artículos periodísticos en numerosos y prestigiosos diarios de alcance internacional. Actualmente se pueden leer sus trabajos en el diario El país.

Pero es con la obra de teatro La muerte y la doncella donde alcanza el reconocimiento mayoritario. En el postfacio de la edición publicada en Chile, el propio autor nos explica su génesis, las dificultades y el proceso creativo en el que aparecen sus indecisiones y contradicciones. Escrita en 1990, cuando se inicia la transición a la democracia en Chile, una encrucijada de alerta y temores, que la ejemplifica con la Comisión Rettig elegida por el presidente Patricio Aylwin «para investigar los crímenes de la dictadura, siempre que éstos hubiesen tenido en la muerte o en su presunción. El informe final, sin embargo, no identificaría a los cuales ni los juzgaría» Pero por otra parte la considera «un importante hito en el proceso de cicatriz las profundas heridas del pasado» cuyo precio que se tenía que pagar por esta estrategia era «la impunidad para los victimarios, la falta de justicia para el país y la angustia de centenares de miles de víctimas, aquellos sobrevivientes cuya experiencia traumática sería relegada al olvido.» De estas afirmaciones surge un haz de preguntas que traslada a su obra teatral, preguntas que los chilenos se hacían en privado y que nunca «veían la brutal luz pública», preguntas que se resumían en el dilema de confrontarlas sin destruir el consenso nacional, fundamento de toda estabilidad democrática.

En lo que respecta a cuestiones estéticas, Ariel Dorfman pretende escribir una literatura política alejada del panfleto, narrar una historia popular donde esté presente la ambigüedad con una técnica estilística experimental. Estos son sus planteamientos, pero su propuesta de ambigüedad que en La Muerte y la Doncella es evidente, somete al espectador a la interrogación. Estamos más cerca del teatro brechtiano que del naturalismo. La ambigüedad, en su caso, sería un elemento estructural semejante al distanciamiento. El lector y el espectador no serán rehenes de la acción dramática sino sujetos activos de la lectura o de la representación escénica.

La Muerte y la Doncella es una historia que pudo suceder y sucede en cualquier país que sufrió una dictadura impuesta por las armas y el terror, aunque por muchos indicios, su localización en el tiempo y en el espacio es el Chile de la transición. En ella, el autor nos presenta a tres personajes. Paulina, una mujer que en su etapa universitaria fue secuestrada y torturada por la policía de Pinochet. Gerardo, un alto funcionario del nuevo gobierno que es nombrado Presidente de la Comisión Investigadora presidencial que sólo debe investigar los crímenes cometidos durante la dictadura, pero que no podrá identificar a los culpables, ni tampoco juzgarles. Y el doctor Roberto Miranda, que parece que intervino en sesiones de tortura y que es reconocido por Paulina por su voz y porque cuando llega a su casa, en la radio del coche, escuchaba el cuarteto La Muerte y la Doncella de Schubert, la misma música que escuchaba Paulina cuando era torturada.

Estos tres personajes se enfrentarán a su pasado desde posiciones diferentes. Paulina no perdona. Y, desde este sentimiento, mediante la coacción y la violencia arranca una confesión escrita al doctor de su siniestra complicidad con la dictadura. Gerardo, su marido, ante la situación creada por su mujer intenta salvar su nuevo status social. Y el doctor Miranda, se defenderá de las acusaciones de Paulina poniendo al descubierto la fragilidad de sus pruebas. Y en el fondo está la búsqueda de la verdad. Una verdad que se difumina por la ambigüedad de la propia fábula. El cuarteto de Schubert sigue ahí, tocando como música de fondo en pusilánimes democracias que prefieren el sometimiento a una nueva justicia y la razón de la Historia. Mientras tanto, ¡ay, mientras tanto!, el hombre vestido de blanco seguirá y seguirá gritando amor, amor amor…