Curioso. Un célebre fabricante de platos precocinados promociona sus productos remarcando el parecido en su preparación con «la receta de la abuela». No es el único. Escandalizarse deberían los poderosos del sector, no tanto por el uso de «abuela» que ya critica Lázaro Carreter en su «El nuevo dardo en la palabra», como por rebajar […]
Curioso. Un célebre fabricante de platos precocinados promociona sus productos remarcando el parecido en su preparación con «la receta de la abuela». No es el único.
Escandalizarse deberían los poderosos del sector, no tanto por el uso de «abuela» que ya critica Lázaro Carreter en su «El nuevo dardo en la palabra», como por rebajar a tan poca enjundia el complicado proceso de elaboración de los platos, que omite el sesudo estudio de nutricionistas, químicos y técnicos en alimentos así como el seguimiento y control de calidad realizado por su carísima instrumentación de cientos de miles de euros.
Pero no, el saber legendario acumulado por nuestras ascendientes supone el mejor aval y carta de presentación.
Sorprende más que cuando alguien decide ver sus poemas escritos en letras de molde, con ISBN y portada añadidos, no tarden en surgir voces como apisonadoras que lo consideran un blasfemo. «¡Qué pretencioso! ¿Tan poco sabes del mundo editorial? ¿Por qué no te conformas con cuatro fotocopias, que te saldrá más rápido, barato y que podremos utilizar como papel en sucio?»
Afortunadamente llega Internet al rescate, librando sus batallas para hacer más accesibles, más transparentes, procesos hasta la fecha reservados a cuatro elegidos, por dinastía, por asuntos de cama o a lomos del poderoso Sr. Don Dinero.
La Web permite que las «abuelas» compartan sus recetas, pero también los imberbes, los torpes y a quienes les huele la cocina a chamusquina. Todos podemos saborear platos sin necesidad de sentirnos víctimas fáciles de la publicidad. Si el biscocho de pepa.garcia35 no nos entusiasma, aunque sí su cochinillo al horno, seguro que encontraremos un ambrosiolz que tenga mejor mano con los dulces.
Poemas de rima asonante, relatos nauseabundos, artículos edulcorados, ensayos cargantes… todos tienen cabida también en los foros electrónicos, acompañados de la implacable o meliflua crítica de sus contemporáneos. ¿Por qué no traspasar la barrera cibernética y llegar hasta las bibliotecas?
Con tal idea surge la autoedición, abominada por muchos hidalgos, que prefieren el hambre de publicación a mancharse los dedos, y también, no lo omitamos, por su identificación con el masivo engaño de determinadas editoriales que han visto en ella la posibilidad de nutrirse gracias a los sueños de grandeza que albergan muchos escribientes, que también se apuntarían a denominarse cantantes, pintores o ingenieros si las evidencias requeridas para serlo sólo consistieran en practicar el karaoke, garabatear cuatro trazos o realizar la maqueta de un puente con palillos.
Entre tales disquisiciones, ni Internet ni los lectores, ni los críticos han desaparecido, más aún, parece que cada vez se reproducen con mayor delirio, como conejos en Australia.
Lo bueno, cada vez conocemos mejor el proceso, desde la idea, desde el papel, desde el teclado, desde la ortografía y la gramática (táchese si no procede), hasta el ejemplar, encuadernado y reluciente, con nuestro nombre allí grabado, y con sus consecuencias… ¿realmente ha merecido la pena?
El equipo de autores de «Tiempo de Recreo» piensa que sí, aunque lleve la etiqueta de autoedición, aunque haya surgido de sus improvisadas discusiones en los foros del portal de literatura que transitan, el-recreo.com, aunque muchos sean escritores noveles, aunque a muchos les cause rubor decirse escritores, aunque muchos de ellos prefieran considerarse apasionados lectores, aunque hayan tenido que cargar con la responsabilidad de decidir su título, portada, tipo de letra, imprenta, tesorería, maquetación, aunque sean de diferentes ciudades (e incluso algún continente), aunque las comparaciones sean odiosas, o quizás por todo ello.
Ahora tenemos un libro, como muchos otros, pero sin haber sufrido los embates de la lenta e inescrutable maquinaria editorial. Una obra de contenido no mucho más singular que otros tantos que pululan por Internet, pero cuya innovación radica en el espíritu cooperativo de la iniciativa, en la transparencia de todo el proceso de publicación.
Por fin hemos podido compartir nuestras recetas, en honor a nuestras abuelas y para que nuestros nietos tengan una referencia que les muestre que publicar no es tan difícil y así puedan concentrarse en lo importante: leer y escribir. Para todo lo demás, como diría otro célebre anuncio, las editoriales.
«Tiempo de recreo» (www.tiempoderecreo.com) es una iniciativa de los miembros del portal de literatura www.el-recreo.com, con el prólogo y la desinteresada colaboración de la escritora Rosa Ribas, que recientemente ha publicado «El pintor de Flandes» (2006, Roca) y «Entre dos aguas» (2007, Umbriel). Contiene asimismo unas notas sobre el desarrollo del libro y el espíritu del portal literario el-recreo, firmadas por el fundador y administrador de la misma, Enrique M. Camba «Papillon».