La culpa, de Fabián Castillo Molina, es una novela realista que tiene su primera carne en la infancia vivida en un pueblo manchego, vista al natural sin protecciones especiales; varias generaciones en los trabajos medievales; el campo, la vida en las estaciones del año; los animales en la familia; el amo, el hambre, la emigración. […]
La culpa, de Fabián Castillo Molina, es una novela realista que tiene su primera carne en la infancia vivida en un pueblo manchego, vista al natural sin protecciones especiales; varias generaciones en los trabajos medievales; el campo, la vida en las estaciones del año; los animales en la familia; el amo, el hambre, la emigración.
Uno de los fondos de La Mancha, con lenguaje propio, con carácter propio, y trabajo muerto para el conjunto social, trabajo que no da para comer. Como una palpitación de fondo, leemos el silencio con que la cárcel ha marcado a un familiar preso republicano.
Emigrar, deambular por ciudades lejanas de las que han dicho que allí dan trabajo, en abstracto, aunque lo que es cierto es que allí se encuentra la explotación industrial, sin tradición feudal y eucarística que empape la sociedad.
Empujado a salir de un mundo que se agosta, el emigrante ha pasado a un mundo urbano, ha ido en busca de lo nuevo. El hambre le ha llevado a perder el entorno, la protección de la familia. Y una vez más comprueba que sólo es fuerza de trabajo, una herramienta con la que se encuentra el ladrón de plusvalías, y al trabajador sólo le queda la autodefensa individual frente a semejante amo moderno.
En la dificultad, cualquier acto sea inocente o furibundo, que trastorna la marcha general establecida, cualquier acto rebelde para los estamentos, para los mimbres que hacen el cesto que es la sociedad de la injusticia social, supera las dimensiones de lo permitido, esos estamentos tras los que se oculta la clase dominante disponen por escrito las consecuencias terribles para el trabajador en papel timbrado y rubricado. Es decir, le destrozan la vida, son decisiones de castigo, que buscan el desastre ejemplificador.
Casi ningún juez del sistema que aprueba la explotación humana, va a comprender la rebelión del débil en esa relación de explotador y explotado, pues no comparte con él ni sus problemas, ni sus pensamientos, ni sus objetivos, ni sus soluciones.
En La culpa, novela de lo tremendo, de Fabián Castillo Molina, se nos cuenta la vida de un niño en un pueblo manchego. Un sentimiento de culpa se le va a hincar en lo más hondo debido a un accidente. A eso se añade el que al cabo de los años debe emigrar como otros tantos manchegos lo han hecho durante todo el siglo XX al norte industrial. La necesidad deja al descubierto la pobreza y la brutal explotación que los patronos ejercen como una mafia. Brutalidad explotadora que deja empequeñecido el trato que daban en el pueblo manchego a los animales.
El protagonista, aquel emigrante manchego, escribe su experiencia como elemento curativo, pues el sentimiento de culpabilidad le asola, su vida está marcada por un acto inocente que le duele y otro acto de rebeldía. Le han recomendado que escriba por creer que tenía alguna enfermedad mental y eso le podría ayudar, y lo hace desde el penal de El Dueso, en Cantabria: sus primeros años, en la posguerra de su pueblo, son años para la formación de las relaciones y el establecimiento de valores, para asumir el conocimiento histórico-familiar, para encontrarse con la costumbre y aprender el lenguaje propio, allí escuchamos el lenguaje de la tierra manchega, que es símbolo de pasado jornalero, campesino, y se proyecta por su interior. El personaje al que cuenta, el que le ha recomendado que escriba no esta delante, podemos ser nosotros, lectores, que recibimos el texto, pues contándonos desde El Dueso aspiramos sus cambios. El protagonista ha emigrado y ha entrado en lo desconocido con el propósito de sobrevivir, y la vida-el viaje, le ha dado ejemplos y los ha navegado como un Ulises, son los peligros que arrostra ser emigrante.
La novela nos habla del mundo interior del trabajador en continua lucha por sobrevivir en las zonas industriales, en nuestro país y en condiciones laborales como las de hoy, donde la indefensión del obrero hace que resulte preso, y ya se sabe que a los perdedores de las guerras de una clase contra otra se les utiliza como esclavos, lo que conlleva condiciones inhumanas que incluyen la tortura, a lo que nuestro personaje responde como puede.
En La culpa, Fabian Castillo Molina, además, nos hace entrega de esa riqueza de lenguaje de los trabajadores manchegos del campo a la que antes aludía, que en pocas novelas encontramos porque el avasallamiento discriminatorio de la burguesía lo ha banalizado insultando a quien lo emplea de paleto o paleta. De ahí que un «Apéndice de modismos y palabras de uso poco frecuente», al final de la novela, nos ilustre sobre el significado de los términos manchegos empleados profusamente en los primeros años de la vida del protagonista. La transformación del personaje también se lleva a cabo en esos términos: su vida en el pueblo se expresa con la manera propia del lugar, mientras que en la ciudad, territorio extraño, las marcas de identidad campesina parecen haber pasado a segundo plano, se desdibujan, y cuenta desde las nuevas, superando las culpas con la verdad profunda del trabajo y la condena por rebeldía. Todo limpio, todo para leer con la conciencia.
Título: La culpa
Autor: Fabián Castillo Molina
Editorial: dreamstudio