«Nadie va a impedir que pueda ejercer mi derecho a expresarme en los 70 centímetros de democracia que a cada ciudadano le corresponden .» José Ramón García Gómez. Hace un año justo de cuando escribo estas notas, el 16 de diciembre, subíamos a La Otra Chilanga una cita que nos acompañó durante buena parte […]
«Nadie va a impedir que pueda
ejercer mi derecho a expresarme
en los 70 centímetros de democracia
que a cada ciudadano le corresponden .»
Hace un año justo de cuando escribo estas notas, el 16 de diciembre, subíamos a La Otra Chilanga una cita que nos acompañó durante buena parte de los artículos primeros con que llegamos al proyecto de La Jornada Morelos ; hoy, a manera de pequeño homenaje al hombre de izquierda que la abanderara, José Ramón García Gómez, volvemos a las andadas hasta que la pluma o la generosidad de ésta nuestra casa nos digan basta.
Y es que resulta, amigas y amigos míos, e improbables lectoras y lectores que nos acompañan, que éste 16 de diciembre se cumplieron dos décadas exactas de la desaparición forzada del mismo José Ramón; la primera que cometiera ése régimen criminal mejor conocido como salinato, cuyas administraciones se siguen sucediendo independientemente del color partidista que desgobierne.
Sí, para nosotros el salinato no terminó el 1 de diciembre de 1994 cuando Ernesto Zedillo, también conocido como El Chacal de Acteal , recibió de Carlos Salinas de Gortari la banda presidencial (recordarán que el hoy empleado de Procter & Gamble y Union Pacific le dijo al gran fabulador del neoliberalismo mientras éste le terciaba el trapo tricolor: «gracias, señor presidente»); más bien, allí inició la sucesión de administraciones ora priístas, ora panistas, ora perredistas, ya federales, ya locales, del salinato; y, allí también, continuó la cuota de sangre que la izquierda mexicana de por sí venía pagando, pero que a lo largo de 20 años aumentó a razón de cientos de asesinatos, detenciones y desapariciones por razones políticas sexenio tras sexenio.
Y sí; ésa cuenta infame, dolorosa, arrancó con la desaparición forzada de José Ramón García Gómez el 16 de diciembre de 1988 en la ciudad de Cuautla, Morelos, por cuya alcaldía contendiera José Ramón mismo con el respaldo del Partido Revolucionario (otrora sólo) de los Trabajadores. ¿Qué había hecho José Ramón (a quien por cierto adopté como tío en una ya no tan cercana campaña impulsada por Eureka de «adopciones» de presos y desaparecidos políticos), que se convirtió en una piedra en el zapato del régimen que disputa con el porfiriato la medalla a más años en el poder? Algo sin duda peligroso: exigir el derecho ciudadano a la democracia y, peor aún, ir hasta las últimas consecuencias en ello.
Tengo conmigo, en un album de fotografías tan íntimo como la memoria que lo custodia, junto a los rostros de Sacco y Vanzetti, Gandhi, Luther King, César Chávez o Meyerhold, la imagen de José Ramón micrófono en mano, una pequeña bocina cerca de los pies y arengando a quien pudiera y quisiera oírlo en esos 70 centímetros de democracia que siempre creyó le correspondían, y que, como estamos en tierras zapatistas (aunque los hijos y los nietos de aquestos voten por priístas, perredistas o panistas), donde la democracia como la tierra es de quien la trabaja, defendía… hagamos una pausa y démonos permiso de imaginar hasta soñar, o mejor aún: ensoñar que cada ciudadana y cada ciudadano hace lo mismo ejercer los «70 centímetros de democracia que le corresponden» para empezar, expresándose… ¿lo ha imaginado ya?
El salinato lo imaginó hace 20 años, no hay duda, y sus administraciones se han dedicado muy prolijamente a detener, desaparecer y asesinar a toda aquella persona que compartiera y fuera consecuente con el sueño de José Ramón; a dos décadas, las izquierdas en México tienen rostros tan diversos como disímbolas son entre sí todas ellas. Ahí está, por ejemplo, la «izquierda» que dice defender el patrimonio de la nación, la economía popular y el combustible fósil más famoso y contaminante de todos; pero cuya coordinación está en manos de quienes arrestaron, desaparecieron y asesinaron a quienes han soñado el sueño que José Ramón sueña.
No sé ustedes, pero yo prefiero caminar y llevar conmigo los 70 centímetros que a mí me tocan de democracia a aquella otra que, es verdad, se está dispersa, fragmentada y lleva el sectarismo a cuestas, pero tiene la dignidad y la memoria por premisas; creo firmemente que allí se puede hacer mucho más que con ladrones y asesinos, y si me equivoco arrostraré las consecuencias. Porque prefiero aprender de quienes miran hacia abajo porque abajo se están y en ése su mirar animan a que otros, quienes de una u otra manera padecemos el avance de las cuatro ruedas del capitalismo: la represión, la explotación, la burla y el despojo, nos miremos. Porque prefiero aprender a juntar los centímetros de la democracia que a todos nos corresponden y, de 70 en 70, levantar y defender contra viento y marea un proyecto autonómico que hoy por hoy está siendo acorralado sin que nadie… o casi nadie, pues, casi nadie, diga nada.
Eso prefiero, porque creo, además, que esa sería una manera de soñar el sueño que «mi tío» José Ramón, donde quiera que esté, sueña.